¡Oh!, San Modesto de Tréveris, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y el mismo que hicisteis honor al significado
de vuestro nombre: “Modesto”. Y, en él, inserta llevabais
la templanza, cara y escasa virtud de hallar y conseguir
en cualquier tiempo. Vos, os preocupabais por la mies
de Cristo, a quienes, vuestras virtudes, en cada sermón
insertabais y en cada ofrenda, a pesar de que, invadido
y asolado estabais por reyezuelos corruptos, soportando
el desorden, el desaliento, y, el dolor que generaban
los muertos en vuestra grey y, la inhumana pobreza,
en medio de la abundancia, el vicio, el desarreglo y el
libertinaje de aquél tiempo. Pero, vos, lo transformasteis
todo con valor, esfuerzo, paciencia y constante trabajo,
refugiándoos en el secreto de los santos: “la oración”,
llorando los pecados de vuestro pueblo y ayunando a diario,
para que, la ira de Dios, se aplacase, desde el púlpito
predicando y en la calle, ayudando a desposeídos y pobres.
Y, así, casi de pronto, como respuesta venida del cielo,
lo casi imposible, se hizo posible, y un increíble cambio
se obró entre vuestros fieles, a quienes supisteis ganar
con amor, paciencia y amabilidad. Y, el pueblo, cuenta
se da cuenta y es éste, quien os busca, porque desea gustar
más del “agua viva” de la fe, pues, ya habían estado sobrado
tiempo, dentro de la rudeza, la ignorancia y la vulgaridad.
Y, así, vuestra alma, al cielo voló feliz al cielo, para coronada
ser con corona de luz, como premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Modesto de Tréveris, “viva luz y modestia de Cristo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
______________________________________
24 de Febrero
San Modesto de Tréveris
Obispo
Martirologio Romano: En Tréveris, en la Galia Bélgica, (hoy en Alemania), san Modesto, obispo (c. 486).
Su apelativo bien pronunciado indica al poseedor de una virtud
altamente costosa de conseguir y dice mucho con relación a la templanza
que ayuda al perfecto dominio de sí. Buen servicio hizo esta virtud al
santo que la llevó en su nombre.
El pastor de Tréveris trabaja y se desvive por los fieles de
Jesucristo, allá por el siglo V. Lo presentan los escritos narradores de
su vida adornado con todas las virtudes que debe llevar consigo un
obispo.
Al leer el relato, uno va comprobando que, con modalidades diversas,
el hombre continúa siendo el mismo a lo largo de la historia. No cambia
en su esencia, no son distintos sus vicios y ni siquiera se puede decir
que no sea un indigente de los mismos remedios ayer que hoy.
Precisamente en el orden de la sobrenatural, las necesidades corren
parejas por el mismo sendero, las virtudes a adquirir son siempre las
mismas y los medios disponibles son idénticos. Fueron inventados hace
mucho tiempo y el hombre ha cambiado poco y siempre por fuera.
Modesto es un buen obispo que se encuentra con un pueblo invadido y
su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. A su
gente le pasa lo que suele suceder como consecuencia del desastre de las
guerras. Soportan todas las consecuencias del desorden, del desaliento,
del dolor de los muertos y de la indigencia. Están descaminados los
usos y costumbres de los cristianos; abunda el vicio, el desarreglo y
libertinaje. Para colmo de males, si la comunidad cristiana está
deshecha, el estado en que se encuentra el clero es aún más deplorable.
En su mayor parte, están desviados, sumidos en el error y algunos nadan
en la corrupción.
El obispo está al borde del desaliento; lleno de dolor y con el alma
encogida por lo que ve y oye. Es muy difícil poner de nuevo en tal
desierto la semilla del Evangelio. Humanamente la tarea se presenta con
dificultades que parecen insuperables.
Reacciona haciendo cada día más suyo el camino que bien sabía habían
tomado con éxito los santos. Se refugia en la oración; allí gime en la
presencia de Dios, pidiendo y suplicando que aplaque su ira. Apoya el
ruego con generosa penitencia; llora los pecados de su pueblo y ayuna.
Sí, son muchas las horas pasadas con el Señor como confidente y
recordándole que, al fin y al cabo, las almas son suyas.
No deja otros medios que están a su alcance y que forman parte del
ministerio. También predica. Va poco a poco en una labor lenta; comienza
a visitar las casas y a conocer en directo a su gente. Sobre todo, los
pobres se benefician primeramente de su generosidad. En esas
conversaciones de hogar instruye, anima, da ejemplo y empuja en el
caminar.
Lo que parecía imposible se realiza. Hay un cambio entre los fieles
que supo ganar con paciencia y amabilidad. Ahora es el pueblo quien
busca a su obispo porque quiere gustar más de los misterios de la fe. Ya
estuvieron sobrado tiempo siendo rudos, ignorantes y groseros.
Murió -y la gente decía que era un santo el que se iba- el 24 de febrero del año 486.
El relato reafirma juntamente la pequeñez del hombre -el de ayer y el de hoy-y su grandeza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario