¡Oh!, San Anselmo; vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo, obispo y doctor de la Iglesia. Aunque
vuestra vida, entre dos mundos transcurrió, más pudo
el disipado, pero, éste, duró sólo por un tiempo, ya que,
el Santo Espíritu del Señor, obró en vos, y os premió
con el talento de ser “pluma de oro”. Y, así, de vuestro
santo ser, “El Monologio”, sobre la fe y, el “Prosologio”,
acerca de la inteligencia, surgieron prístinamente. Dos
grandes escritos en favor de Aquél que todo lo ve. Profesor
eminente, elocuente predicador y reformador de la vida
monástica, y, sobre todo, gran teólogo. Vuestras obras
filosóficas, como vuestras meditaciones sobre la Redención,
provienen del vivo impulso de vuestro corazón y de vuestra
inteligencia. Así, ganasteis ser llamado “padre de la
Escolástica”, porque os asemejabais mucho a San Agustín.
Más tarde, fuisteis elevado a la dignidad de arzobispo
primado de Inglaterra, y allí, con la humildad que os
caracterizaba, luchasteis contra la hostilidad de Guillermo
“el Rojo” y Enrique I, que al final se convirtieron
en dos destierros. En medio de todo, viajasteis a Roma,
para vuestros derechos reclamar, pero también, para que,
disminuyesen las sanciones contra vuestros adversarios.
Y, así, desarmasteis la maldad de vuestros opositores.
De María Santísima fiel devoto y de viva perfección
del amor de Dios, hoy, no sólo os recordamos por vuestra
prolífica obra, sino, por vuestras palabras al final
de vuestra vida: “Allí donde están los verdaderos goces
celestiales, allí deben estar siempre los deseos de n
vuestro corazón”. “Haz, te lo ruego, Señor, que yo sienta
con el corazón lo que toco con la inteligencia”. Y, así,
entregasteis vuestra vida, a quien os la dio: ¡Dios!,
para vivir en la eternidad, como premio a vuestro amor;
¡oh!, San Anselmo, “vivo amor, y perfección de Cristo”.
© 2016 Luis Ernesto Chacón Delgado
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21 de Abril
San Anselmo
Obispo y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Anselmo, obispo y doctor de la
Iglesia, que, nacido en Aosta, fue monje y abad del monasterio de Bec,
en Normandía, enseñando a los hermanos a caminar por la vía de la
perfección y a buscar a Dios por la comprensión de la fe. Promovido a la
insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó denodadamente por la
libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y destierros
(1109).
Etimológicamente: Anselmo=Aquel que tiene la protección divina, es de
origen germánico. San Anselmo nació en Aosta (Italia) en 1033 de noble
familia. Desde muy niño se sintió inclinado hacia la vida contemplativa.
Pero su padre, Gandulfo, se opuso: no podía ver a su primogénito hecho
un monje; anhelaba que siguiera sus huellas. A causa de esto, Anselmo
sufrió tanto que se enfermó gravemente, pero el padre no se conmovió. Al
recuperar la salud, el joven pareció consentir al deseo paterno. Se
adaptó a la vida mundana, y hasta pareció bien dispuesto a las fáciles
ocasiones de placeres que le proporcionaba su rango; pero en su corazón
seguía intacta la antigua llamada de Dios.
En efecto, pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a
Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía enseñaba el célebre maestro de
teología, el monje Lanfranco.
Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las
huellas del maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy
joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente
predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a
ser un gran teólogo.
Su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su
amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos
entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se
acercó a los más profundos misterios cristianos: “Haz, te lo ruego,
Señor—escribía—, que yo sienta con el corazón lo que toco con la
inteligencia”.
Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre
las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la
inteligencia. Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe
de inteligencia, en espera de la visión beatífica. Sus obras
filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provienen del
vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre de la
Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín.
Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con
sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar
contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Los contrastes,
al principio velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, a tal
punto que sufrió dos destierros.
Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino
también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus
adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud
suya terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de
abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la
Iglesia.
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