¡Oh!, San Bernardino de Siena, vos, sois, el hijo del Dios
de la vida, y su amado santo, que, desde los “Devotos de
Nuestra Señora”, os dedicasteis a obrar en caridad pura y
preparabais sin distingo a las gentes para el buen morir.
“Voy a visitar a una personita de la cual estoy enamorado”.
Decíais vos, y vuestro secreto amor, a Nuestra Señora era,
a quien le rezabais con gran amor y fe. Pedisteis a Nuestro
Señor y a su Santa Madre, el poder dedicaros con pasión a
evangelizar. Y, así fue y Ella, nunca os abandonó y siempre
estaba con vos. Y, vuestra voz, que, de débil, en potente
y agradable se tornó, os posibilitó que predicarais en los
campos, pueblos y ciudades. “Temblad tierra entera, al ver
que la criatura se ha atrevido a ofender a su Creador”. Vos,
decíais y todas las gentes, arrepentidas lloraban. Vuestros
estandartes mucho dicen de vos, y, las tres letras JHS:
Jesús, Hombre, Salvador, señeras ondean en el tiempo, en
palacios, casas y campos. Predicación, ayunos, penitencia y
milagros constantes, vuestra vida fue. Y, vos, erais tan
humilde, que, como simple discípulo, escuchabais las clases
del buen predicar de afamados maestros, que enseñaban
cómo hablar bien en público, ya entrado en años. Vuestras
predicaciones con milagros y prodigios eran acompañados.
Y, en Siena, vuestra tierra, divisiones y peleas había, y
marchando para allá, les predicasteis, y volvió la paz. Y, así,
vos, por los pueblos predicando a Dios viajabais con poca
salud, pero, con entusiasmo, os sentisteis débil y al llegar
al convento de los franciscanos en Aquila, voló, vuestra alma
al cielo, para, predicando desde allá seguir, coronado, con
corona de luz, como premio a vuestra entrega de amor.
Propagador de la Devoción al Santísimo Nombre de Jesús;
¡oh!, San Bernardino de Siena, “vivo maestro del predicar”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Mayo
San Bernardino de Siena,
Predicador
(Año 1444)
Suplícale al buen Dios y pídele a la Virgen Santísima, que nos envíe
muchos y muy buenos predicadores, como tú. Ay de mí si no propago el
evangelio. (San Pablo).
San Bernardino fue el más famoso predicador del 1400 y sus sermones
sirvieron de modelos de predicación para muchos oradores en los siglos
siguientes.
Nació cerca de Siena en Italia en el año 1380. Su padre era
gobernador. El niño quedó huérfano de padre y madre a los siete años.
Dos tías se encargaron de su educación y lograron formarlo lo mejor
posible en ciencias religiosas y darle una educación muy completa. Sus
estudios de bachillerato los hizo con tal dedicación que obtuvo las
mejores notas.
Era muy simpático en el trato y las gentes gozaban en su compañía.
Pero cuando oía a alguien que empleaba un vocabulario grosero y atrevido
le corregía con toda valentía, para que abandonara esa mala costumbre.
Era muy bien parecido y un día un compañero lo incitó a cometer una
acción impura. Bernardino le respondió dándole una sonora bofetada. Otro
día un estudiante invitó a los compañeros del curso a cometer impurezas
y Bernardino los animó a todos contra el impuro y le lanzaron barro y
basura por la cara hasta hacerlo salir huyendo. Pero en el resto de su
vida Bernardino fue siempre un modelo de amabilidad y bondad.
De joven se afilió a una asociación piadosa llamada “Devotos de
Nuestra Señora” que se dedicaba a hacer obras de caridad con los más
necesitados. Y sucedió que en el año 1400 estalló en Siena la epidemia
de tifo negro. Cada día morían centenares de personas y ya nadie se
atrevía a atender los enfermos ni a sepultar a los muertos, por temor a
contagiarse. Entonces Bernardino y sus compañeros de la asociación se
dedicaron a atender a los apestados. Trabajaban de día y de noche.
Bernardino preparaba muy bien a los que ya se iban a morir, para que
murieran en paz con Dios y bien arrepentidos de sus pecados. Y como por
milagro, este grupo de jóvenes se libró del contagio de la peste del
tifo. Pero cuando pasó la enfermedad, Bernardino estaba tan débil y sin
alientos, que estuvo por varios meses postrado en cama, con alta fiebre.
Esto le disminuyó mucho las fuerzas de su cuerpo, pero le sirvió
enormemente para aumentar la santidad de su alma.
Cuando ya recobró otra vez su salud, de vez en cuando se alejaba de
casa y a quienes le preguntaba a dónde se dirigía les respondía: “Voy a
visitar a una personita de la cual estoy enamorado”. La gente creía que
era que se iba a casar, pero un día sus tías le siguieron los pasos y se
dieron cuenta de que se iba a una ermita donde había una estatua de la
Virgen Santísima y allí le rezaba con gran fervor.
En el año 1402 entró de religioso franciscano. Lo recibieron en un
convento cercano a su familia, pero como allí iban muchos amigos a
visitarlo pidió que lo enviaran a otro más alejado y donde la disciplina
era muy rígida, y así en el silencio, la oración y la mortificación se
fue santificando.
Nuestro santo nació el día de la fiesta del nacimiento de la
Santísima Virgen, el 8 de septiembre. Y en esa misma fecha recibió el
bautismo. Y también un 8 de septiembre recibió el hábito de franciscano y
en ese gran día de la Natividad de Nuestra Señora recibió la ordenación
sacerdotal (en 1404). Fue pues siempre para él muy grata y muy
significativa esta santa fecha.
Los primeros 12 años de sacerdocio los pasó Bernardino casi sin ser
conocido de nadie. Vivía retirado, dedicado al estudio y la oración.
Dios lo estaba preparando para su futura misión.
Ni la voz ni las cualidades oratorias le ayudaban a Bernardino para
tener éxito en la predicación. Entonces se dedicó a pedir a Nuestro
Señor y a la Sma. Virgen que lo capacitaran para dedicarse a evangelizar
con éxito y de pronto Dios le envió a predicar. Y esto sucedió de un
modo bien singular. Durante tres días seguidos, estando rezando todos
los religiosos por la mañana, de pronto un joven novicio, sin poder
contenerse, interrumpió la oración y le dijo: “Hermano Bernardino: no
ocultes más las cualidades que Dios te ha dado. Vete a Milán a
predicar”. Iguales palabras le fueron dichas cada uno de los tres días.
Todos consideraron que esto era una manifestación de la voluntad de Dios
y le aconsejaron que se fuera a la gran ciudad a predicar la Cuaresma. Y
los éxitos fueron impresionantes. Las multitudes empezaron a asistir en
inmensas cantidades a sus sermones. Al principio le costaba mucho
hacerse oír a lo lejos pero le pidió con toda fe a la Virgen Santísima y
Ella le concedió una voz potente y muy sonora (en vez de la voz débil y
desagradable que antes tenía).
Y desde 1418 hasta su muerte, por 26 años Bernardino recorre pueblos,
ciudades y campos predicando de una manera que antes la gente no había
escuchado. Se levantaba a las 4 de la mañana y durante horas y horas
preparaba sus sermones. Y el efecto de cada predicación era un
entusiasmarse todos por Jesucristo y una gran conversión de pecadores.
Muchísimos terminaban llorando de arrepentimiento al escuchar sus
palabras. Cuando su voz potentísima gritaba en medio de la silenciosa
multitud: “Temblad tierra entera, al ver que la criatura se ha atrevido a
ofender a su Creador”, a las gentes les parecía que el piso se movía
debajo de sus pies y empezaban a llorar con gran arrepentimiento. Casi
siempre tenía que predicar en las plazas y campos porque en los templos
no cabía la gente que deseaba escucharle.
Recorrió todo su país (Italia) a pie, predicando. Cada día predicaba
bastantes horas y varios sermones. A todos y siempre les recomendaba que
se arrepintieran de sus pecados y que hicieran penitencia por su vida
mala pasada. Atacaba sin compasión los vicios y las malas costumbres e
invitaba con gran vehemencia a tener un intenso amor a Jesucristo y la
Virgen María.
Por todas partes llevaba y repartía un estandarte con estas tres
letras: JHS (Jesús, Hombre, Salvador) e invitaba a sus oyentes a sentir
un gran cariño por el nombre de Jesús. Donde quiera que San Bernardino
predicaba, quedaban muchos estandartes en palacios y casas con sus tres
letras: JHS.
En Polonia predicó contra los juegos de azar y las gentes quemaron
todos los juegos de azar que tenían. Un fabricante de naipes se quejó
con el santo diciéndole que lo había dejado en la ruina, y él aconsejó:
“Ahora dedíquese a imprimir estampas de Jesús”. Así lo hizo y consiguió
más dinero que el que había logrado conseguir imprimiendo cartas de
naipe.
Los envidiosos lo acusaron ante el Papa diciendo que Bernardino
recomendaba supersticiones. El Papa le prohibió predicar, pero luego lo
invitó a Roma y lo examinó delante de los cardenales y quedó tan
conmovido el Sumo Pontífice al oírle sus predicaciones, que le dio orden
para que pudiera predicar por todas partes.
Durante 80 días predicó en Roma e hizo allí 114 sermones con enorme
éxito. El Papa quiso nombrarlo arzobispo, pero el santo no se atrevió a
aceptar. Entonces lo nombraron superior de los franciscanos, porque era
el que más vocaciones había conseguido para esa comunidad.
Cuando Bernardino entró en la comunidad de franciscanos observantes,
solamente había en Italia 300 de estos religiosos. Cuando él murió ya
había más de 4,000.
Los grandes sacrificios que tenía que hacer para predicar tantas
veces y en tan distintos sitios, y los muchos ayunos y penitencias que
hacía, lo fueron debilitando notoriamente. En su rostro se notaba que
era un verdadero penitente, pero esta misma apariencia de austero y
mortificado, le atraía más la admiración de las gentes. El único lujo
que aceptó en sus últimos años, fue el de un borriquillo, para no tener
que hacer a pie todos sus largos viajes.
Era tal su deseo de progresar en el arte de la elocuencia y del buen
predicar, que donde quiera que sabía que había un buen predicador, se
iba a escucharlo y aún ya lleno de años, se sentaba como simple
discípulo para escuchar las clases de los maestros afamados que
enseñaban cómo hablar bien en público.
Y acompañaba sus predicaciones con admirables milagros y prodigios.
En su ciudad natal, Siena, había muchas divisiones y peleas. Se fue allá
y predicó 45 sermones que devolvieron la paz a toda esa región. Uno de
los oyentes logró copiar esos sermones y se conservan como una verdadera
joya de la elocuencia sagrada, donde se combinan la teología con los
consejos prácticos y la agradabilidad con la profundidad. Verdaderamente
Bernardino era un gran maestro de oratoria.
En 1444, mientras viajaba por los pueblos predicando, con muy poca
salud pero con un inmenso entusiasmo, se sintió muy débil y al llegar al
convento de los franciscanos en Aquila, murió santamente el 20 de
mayo.En su sepulcro se obraron numerosos milagros y el Papa Nicolás V
ante la petición de todo el pueblo, lo declaró santo en 1450 a los 6
años de haber muerto.
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