¡Oh! San Antonio de Padua, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo, y el mismo al que llamaba León Trece Papa,: “el
santo de todo el mundo”, porque vuestra imagen y devoción
esparcidas por el orbe de la tierra están. “Doctor Evangélico”, pues
sermones vívidos escribisteis para las fiestas todas del año y,
muy a menudo decíais vos: “El gran peligro del cristiano es predicar
y no practicar; creer, pero no vivir de acuerdo con lo que se cree”.
Vos, “erais poderoso en obras y en palabras y que, vuestro cuerpo
habitaba esta tierra, pero vuestra alma vivía en el cielo”, decía
un biógrafo vuestro. De las mujeres estériles, pobres, viajeros,
albañiles, panaderos y papeleros, santo Patrón. A vos, también os
invocamos, por los perdidos objetos o para pedir un buen esposo o
esposa. Vuestras armas: el Santísimo Sacramento y los rezos a
Nuestra Señora, a quien, encomendasteis vuestra vuestra pureza. Y,
con vuestra prodigiosa memoria, en tiempo breve, bebisteis la verdad
y la luz del Sagrado Libro, logrando de los herejes conversión
total, ¡oh!, “Arca de los Testamentos”. Alguna vez, los herejes
de Rímini le impedían al pueblo acudir a vuestros sermones, y vos,
fuisteis a la orilla del mar y a gritar empezasteis: “Oigan la
palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores
de la tierra no la quieren escuchar”. Y, entonces miles y miles
de peces acudieron y, sacudían sus cabezas en señal de aprobación,
de manera milagrosa. Antes de que, vuestra alma al cielo volara,
un canto entonasteis a Nuestra Señora, y, con celestial sonrisa
dijisteis: “Venir veo, a Nuestro Señor” y, abandonasteis este mundo.
La gente recorría las calles diciendo: “¡Ha muerto un santo!
¡Ha muerto un santo!. Y, durante vustros funerales se produjeron
extraordinarias demostraciones de la honda veneración que se os
tenía. Gregorio Noveno, Papa, pronunció la antífona “O doctor
optime” en vuestro honor y, así, se anticipó en siete siglos a
cuando Pío Doce, Papa, os declaró “Doctor de la Iglesia”. Así, marchó
vuestra alma, para coronada ser, con corona de luz, como justo
premio a vuestra entrega de amor y de fe. Patrón de las mujeres
estériles, pobres, viajeros, albañiles, panaderos y papeleros;
¡Oh!, San Antonio de Padua, “vivo defensor del Dios de la Verdad”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de junio
San Antonio de Padua
Fraile franciscano
Doctor de la Iglesia
(1195-1231)
Adaptado de la Vida de los Santos de Butler
Etim: Antonio: “Defensor de la Verdad”
Biografía
San Antonio nació en Portugal, pero adquirió el apellido por el que
lo conoce el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde murió y donde
todavía se veneran sus reliquias. León XIII lo llamó “el santo de todo
el mundo”, porque su imagen y devoción se encuentran por todas partes.
Llamado “Doctor Evangélico”. Escribió sermones para todas las fiestas
del año. “El gran peligro del cristiano es predicar y no practicar,
creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree” -San Antonio.
“Era poderoso en obras y en palabras. Su cuerpo habitaba esta tierra
pero su alma vivía en el cielo” -un biógrafo de ese tiempo. Patrón de
mujeres estériles, pobres, viajeros, albañiles, panaderos y papeleros.
Se le invoca por los objetos perdidos y para pedir un buen esposo/a. Es
verdaderamente extraordinaria su intercesión.
Vino al mundo en el año 1195 y se llamó Fernando de Bulloes y Taveira
de Azevedo, nombre que cambió por el de Antonio al ingresar en la orden
de Frailes Menores, por la devoción al gran patriarca de los monjes y
patrones titulares de la capilla en que recibió el hábito franciscano.
Sus padres, jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los
clérigos de la Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros
conocimientos al niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años,
fue puesto al cuidado de los canónigos regulares de San Agustín, que
tenían su casa cerca de la ciudad. Dos años después, obtuvo permiso para
ser trasladado al priorato de Coimbra, por entonces capital de
Portugal, a fin de evitar las distracciones que le causaban las
constantes visitas de sus amistades.
No le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por
las pasiones sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios
las dominó. El se fortalecía visitando al Stmo. Sacramento. Además desde
niño se había consagrado a la Stma. Virgen y a Ella encomendaba su
pureza.
Una vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio;
gracias a su extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco
tiempo, los más amplios conocimientos sobre la Biblia. En el año de
1220, el rey Don Pedro de Portugal regresó de una expedición a Marruecos
y trajo consigo las reliquias de los santos frailes-franciscanos que,
poco tiempo antes habían obtenido allá un glorioso martirio. Fernando
que por entonces había pasado ocho años en Coimbra, se sintió
profundamente conmovido a la vista de aquellas reliquias y nació en lo
íntimo de su corazón el anhelo de dar la vida por Cristo.
Poco después, algunos frailes franciscanos llegaron a hospedarse en
el convento de la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les abrió su
corazón y fue tan empeñosa su insistencia, que a principio de 1221, se
le admitió en la orden. Casi inmediatamente después, se le autorizó para
embarcar hacia Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los moros.
Pero no bien llegó a aquellas tierras donde pensaba conquistar la
gloria, cuando fue atacado por una grave enfermedad (hidropesía),que le
dejó postrado e incapacitado durante varios meses y, a fin de cuentas,
fue necesario devolverlo a Europa. La nave en que se embarcó, empujada
por fuertes vientos, se desvió y fue a parar en Messina, la capital de
Sicilia. Con grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de
Asís donde, según le habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a
llevarse a cabo un capítulo general.
Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de los capítulos que
admitió la participación de todos los miembros de la orden; estuvo
presidido por el hermano Elías como vicario general y San Francisco,
sentado a sus pies, estaba presente. Indudablemente que aquella reunión
impresionó hondamente al joven fraile portugués. Tras la clausura, los
hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio
fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de Forli.
Hasta ahora se discute el punto de si, por aquel entonces, Antonio
era o no sacerdote; pero lo cierto es que nadie ha puesto en tela de
juicio los extraordinarios dones intelectuales y espirituales del joven y
enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo. Cuando no se le veía
entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, estaba
al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de
los platos y cacharros, después del almuerzo comunal.
Mas no estaban destinadas a permanecer ocultas las claras luces de su
intelecto. Sucedió que al celebrarse una ordenación en Forli, los
candidatos franciscanos y dominicos se reunieron en el convento de los
Frailes Menores de aquella ciudad. Seguramente a causa de algún
malentendido, ninguno de los dominicos había acudido ya preparado a
pronunciar la acostumbrada alocución durante la ceremonia y, como
ninguno de los franciscanos se sentía capaz de llenar la brecha, se
ordenó a San Antonio, ahí presente, que fuese a hablar y que dijese lo
que el Espíritu Santo le inspirara. El joven obedeció sin chistar y,
desde que abrió la boca hasta que terminó su improvisado discurso, todos
los presentes le escucharon como arrobados, embargados por la emoción y
por el asombro, a causa de la elocuencia, el fervor y la sabiduría de
que hizo gala el orador.
En cuanto el ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos
desplegados por el joven fraile portugués, lo mandó llamar a su
solitaria ermita y lo envió a predicar a varias partes de la Romagna,
una región que, por entonces, abarcaba toda la Lombardía. En un momento,
Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre todo,
resonantes éxitos en la conversión de los herejes, que abundaban en el
norte de Italia, y que, en muchos casos, eran hombres de cierta posición
y educación, a los que se podía llegar con argumentos razonables y
ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras.
En una ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo
acudir a sus sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a
gritar: “Oigan la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que
los pecadores de la tierra no la quieren escuchar”. A su llamado
acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de
aprobación. Aquel milagro se conoció y conmovió a la ciudad, por lo que
los herejes tuvieron que ceder.
A pesar de estar muy enfermo de hidropesía, San Antonio predicaba los
40 días de cuaresma. La gente presionaba para tocarlo y le arrancaban
pedazos del hábito, hasta el punto que hacía falta designar un grupo de
hombres para protegerlo después de los sermones. Además de la misión de
predicador, se le dio el cargo de lector en teología entre sus hermanos.
Aquella fue la primera vez que un miembro de la Orden Franciscana
cumplía con aquella función. En una carta que, por lo general, se
considera como perteneciente a San Francisco, se confirma este
nombramiento con las siguientes palabras: “Al muy amado hermano Antonio,
el hermano Francisco le saluda en Jesucristo. Me complace en extremo
que seas tú el que lea la sagrada teología a los frailes, siempre que
esos estudios no afecten al santo espíritu de plegaria y devoción que
está de acuerdo con nuestra regla”.
Sin embargo, se advirtió cada vez con mayor claridad que, la
verdadera misión del hermano Antonio estaba en el púlpito. Por cierto
que poseía todas las cualidades del predicador: ciencia, elocuencia, un
gran poder de persuasión, un ardiente celo por el bien de las almas y
una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy lejos. Por otra parte, se
afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar milagros y, a pesar de
que era de corta estatura y con cierta inclinación a la corpulencia,
poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética. A
veces, bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a
sus pies; parecía que de su persona irradiaba la santidad. A donde
quiera que iba, las gentes le seguían en tropel para escucharle, y con
eso había para que los criminales empedernidos, los indiferentes y los
herejes, pidiesen confesión.
Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a
sus sermones; muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes
del alba o permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un
lugar cerca del púlpito. Con frecuencia, las iglesias eran insuficiente
para contener a los enormes auditorios y, para que nadie dejara de
oírle, a menudo predicaba en las plazas públicas y en los mercados.
Poco después de la muerte de San Francisco, el hermano Antonio fue
llamado, probablemente con la intención de nombrarle ministro provincial
de la Emilia o la Romagna. En relación con la actitud que asumió el
santo en las disensiones que surgieron en el seno de la orden, los
historiadores modernos no dan crédito a la leyenda de que fue Antonio
quien encabezó el movimiento de oposición al hermano Elías y a cualquier
desviación de la regla original; esos historiadores señalan que el
propio puesto de lector en teología, creado para él, era ya una
innovación. Más bien parece que, en aquella ocasión, el santo actuó como
un enviado del capítulo general de 1226 ante el Papa, Gregorio IX, para
exponerle las cuestiones que hubiesen surgido, a fin de que el
Pontífice manifestara su decisión. En aquella oportunidad, Antonio
obtuvo del Papa la autorización para dejar su puesto de lector y
dedicarse exclusivamente a la predicación. El Pontífice tenía una
elevada opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta vez llamó “el
Arca de los Testamentos”, por los extraordinarios conocimientos que
tenía de las Sagradas Escrituras.
Desde aquel momento, el lugar de residencia de San Antonio fue Padua,
una ciudad donde anteriormente había trabajado, donde todos le amaban y
veneraban y donde, en mayor grado que en cualquier otra parte, tuvo el
privilegio de ver los abundantísimos frutos de su ministerio. Porque no
solamente escuchaban sus sermones multitudes enormes, sino que éstos
obtuvieron una muy amplia y general reforma de conducta.
Las ancestrales disputas familiares se arreglaron definitivamente,
los prisioneros quedaron en libertad y muchos de los que habían obtenido
ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en público, dejando
títulos y dineros a los pies de San Antonio, para que éste los
devolviera a sus legítimos dueños. Para beneficio de los pobres,
denunció y combatió el muy ampliamente practicado vicio de la usura y
luchó para que las autoridades aprobasen la ley que eximía de la pena de
prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos a desprenderse de
sus posesiones para pagar a sus acreedores.
Se dice que también se enfrentó abiertamente con el violento duque
Eccelino para exigirle que dejase en libertad a ciertos ciudadanos de
Verona que el duque había encarcelado. A pesar de que no consiguió
realizar sus propósitos en favor de los presos, su actitud nos demuestra
el respeto y la veneración de que gozaba, ya que se afirma que el duque
le escuchó con paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le
molestara.
Después de predicar una serie de sermones durante la primavera de
1231, la salud de San Antonio comenzó a ceder y se retiró a descansar,
con otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero. Bien pronto se
dio cuenta de que sus días estaban contados y entonces pidió que le
llevasen a Padua. No llegó vivo más que a los aledaños de la ciudad. El
13 de junio de 1231, en la habitación particular del capellán de las
Clarisas Pobres de Arcella recibió los últimos sacramentos. Entonó un
canto a la Stma. Virgen y sonriendo dijo: “Veo venir a Nuestro Señor” y
murió. Era el 13 de junio de 1231.
La gente recorría las calles diciendo: “¡Ha muerto un santo! ¡Ha
muerto un santo!.Al morir tenía tan sólo treinta y cinco años de edad.
Durante sus funerales se produjeron extraordinarias demostraciones de la
honda veneración que se le tenía. Los paduanos han considerado siempre
sus reliquias como el tesoro más preciado. San Antonio fue canonizado
antes de que hubiese transcurrido un año de su muerte; en esa ocasión,
el Papa Gregorio IX pronunció la antífona “O doctor optime” en su honor
y, de esta manera, se anticipó en siete siglos a la fecha del año 1946,
cuando el Papa Pío XII declaró a San Antonio “Doctor de la Iglesia”.
Se le llama el “Milagroso San Antonio” por ser interminable lista de
favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde
el momento de su muerte. Uno de los milagros mas famosos de su vida es
el de la mula: Quiso uno retarle a San Antonio a que probase con un
milagro que Jesús está en la Santa Hostia. El hombre dejó a su mula tres
días sin comer, y luego cuando la trajo a la puerta del templo le
presentó un bulto de pasto fresco y al otro lado a San Antonio con una
Santa Hostia. La mula dejó el pasto y se fue ante la Santa Hostia y se
arrodilló.
Iconografía
Por regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a San
Antonio con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que
tuvo mucha difusión y que ocurrió cuando San Antonio estaba de visita en
la casa de un amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana y
vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y
resplandeciente que sostenía en sus brazos. En las representaciones
anteriores al siglo XVII aparece San Antonio sin otro distintivo que un
libro, símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En
ocasiones se le representó con un lirio en las manos y también junto a
una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo
Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el motivo
para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real.
San Antonio es el patrón de los pobres y, ciertas limosnas especiales
que se dan para obtener su intercesión, se llama “pan de San Antonio”;
esta tradición comenzó a practicarse en 1890. No hay ninguna explicación
satisfactoria sobre el motivo por el que se le invoca para encontrar
los objetos perdidos, pero es muy posible que esa devoción esté
relacionada con un suceso que se relata entre los milagros, en la
“Chronica XXIV Generalium” (No. 21): un novicio huyó del convento y se
llevó un valioso salterio que utilizaba San Antonio; el santo oró para
que fuese recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se vio
ante una aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar al
convento y devolver el libro. En Padua hay una magnífica basílica donde
se veneran sus restos mortales.
Bibliografía
Butler, Vida de los Santos. Salesman, P. Eliécer, Vidas de los Santos. Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini – Un Santo Para Cada Día
Oraciones
Novena a San Antonio
San Antonio obtenme de la Misericordia de Dios esta gracia que deseo (mencione el favor que pide).
Como tú eres tan bondadoso con los pobres pecadores, no mires mi
falta de virtud antes bien considera la Gloria de Dios que será una vez
más ensalzada por ti al concederme la petición que yo ahora
encarecidamente hago.
Glorioso San Antonio de los milagros, padre de los pobres y consuelo de los afligidos, te pido ayuda.
Has venido a mi auxilio con tan amable solicitud y me has aliviado tan generosamente que me siento agradecido de corazón.
Acepta esta ofrenda de mi devoción y amor.
Renuevo la seria promesa de vivir siempre amando a Dios y al prójimo.
Continúa defendiéndome benignamente con tu protección y obtenme
la gracia de poder un día entrar el Reino de los Cielos, donde cantaré
enteramente las misericordias del Señor. Amén.
Oración de liberación de San Antonio de Padua
Haciendo la señal de la cruz dirás con mucho fervor
He aquí la Cruz del Señor,+
Huid, potestades enemigas:+
El león Judá, descendiente de David,+
Ha vencido. Aleluya.
Este exorcismo usado frecuentemente por San Antonio es muy eficaz
contra las tentaciones del demonio, como lo prueban muchísimos ejemplos.
Constituyen esas palabras el breve o carta de San Antonio que él mismo
escribió y entregó a una devota suya para librarla de una fuerte y tenaz
tentación.
A ti, Antonio, dechado de amor a Dios y a los hombres que tuviste
la dicha de estrechar entre tus brazos al Niño-Dios, a ti lleno de
confianza, recurro en la presente tribulación que me acongoja:
“_________________________”
Te pido también por mis hermanos más necesitados, por los que
sufren, por los oprimidos, por los marginados, por los que hoy más
necesiten de tu protección.
Haz que nos amemos todos como hermanos, que en el mundo haya amor y no odios. Ayúdanos a vivir el mensaje cristiano.
Tú, en presencia ya del Señor, no ceses de interceder por El, con El, y en El, a favor nuestro ante El Padre. Amén.
TRECE MARTES EN HONOR DEL GLORIOSO SAN ANTONIO DE PADUA
Os ruego bendito San Antonio, que me hagáis partícipe de las
incontables misericordias que concedéis a cuantos os invocan con
devoción y confianza.
Martes 1.- Amoroso San Antonio, que despreciasteis las vanidades
del mundo, haced que ame a Dios y me dedique a las cosas de su servicio.
(Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 2.-Angélico San Antonio, lirio de incontable pureza,
logradme del Señor que venza todas las tentaciones. (Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 3.- Bendito San Antonio, amigo de la penitencia,
alcanzadme que con voluntarios sacrificios, satisfaga por mis faltas.
(Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 4.- Admirable San Antonio, espejo de obediencia, obtenedme
que sepa conformarme a la voluntad de Dios. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 5.- Serenísimo San Antonio, joya de pobreza, atended por
amor de Jesús y de Maria a mí y a los necesitados.(Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 6.- Compasivo San Antonio, ejemplo de humildad, alcanzadme
la firme sujeción a la iglesia y a todo superior. (Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 7.- Amable San Antonio, consolador de los afligidos, rogad
por cuantos sufren para que se vean libres de sus males o se resignen
en su desgracia. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 8.- Celoso San Antonio, defensor de la inocencia y
castigador del vicio, alcanzadme que os sea agradable. (Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 9.- Amantísimo San Antonio, horno de ardiente caridad,
alcanzadme vivas ansias de trabajar por la gloria del Señor. (Padre
Nuestro y Avemaría).
Martes 10.- Incomparable San Antonio, lumbrera que ilumina a los
pecadores, obtenedme que jamás ofenda a Dios. (Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 11.- Inocente San Antonio, celador de la justicia,
libradme de las asechanzas del demonio, y de todo mal. (Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 12.- Perfectísimo San Antonio, que haceis hallar las cosas
perdidas, obtenedme que lleve mi cruz y gane el cielo. (Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 13.- Santísimo y muy generosísimo San Antonio. Sembrador
de milagros, pretejedme con vuestra intercesión en todo el curso de mi
vida. (Padre Nuestro y Avemaría).
Oración final para todos los martes
Caritativo protector de los que a vos acuden, ya que habéis
recibido el don de hacer milagros, trabajad en el de mi conversión,
alejad de mí y de todos los que me son queridos, las enfermedades, las
adversidades, y las desgracias, y por la virtud de vuestras oraciones,
atraed sobre mí y todos los míos las bendiciones del cielo. Amén.
Letanía de San Antonio (como devoción privada)
Señor ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Santa María, ruega por nosotros.
San Francisco, San Antonio de Padua gloria de la orden de frailes
menores, mártir en el deseo de morir por Cristo, Columna de la Iglesia,
Digno sacerdote de Dios, Predicador apostólico, Maestro de la verdad,
Vencedor de herejes, Terror de los demonios,
Consuelo de los afligidos,
Auxilio de los necesitados,
Guía de los extraviados,
Restaurador de las cosas perdidas,
Intercesor escogido,
Constante obrador de milagros,
Sé propicio, perdónanos, Señor,
Sé propicio, escúchanos, Señor,
De todo mal, líbranos, Señor,
De todo pecado,
De todo peligro de alma y cuerpo,
De los lazos del demonio,
De la peste, hambre y guerra,
De la muerte eterna,
Por los méritos de San Antonio,
Por su celo en la conversión de los pecadores,
Por su deseo de la corona del martirio,
Por sus fatigas y trabajos,
Por su predicación y doctrina,
Por sus lagrimas de penitencia,
Por su paciencia y humildad,
Por su gloriosa muerte,
Por sus numerosos prodigios,
En el día del juicio, Nosotros pecadores, te rogamos, óyenos,
Que nos guíes por caminos de verdadera penitencia,
Que nos concedas paciencia en los sufrimientos,
Que nos asistas en las necesidades,
Que oigas nuestras oraciones y peticiones,
Que enciendas en nosotros el fuego de tu amor,
Que nos concedas la protección y la intercesión de San Antonio, Hijo de Dios,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros
Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.
V. Ruega por nosotros oh bienaventurado San Antonio,
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo. Oremos: Dios
Todopoderoso y eterno, Glorificaste a tu fiel confesor Antonio con el
don constante de hacer milagros. Concédenos que cuanto pedimos
confiadamente por sus méritos estemos ciertos de recibirlo por su
intercesión. Te lo pedimos en nombre de Jesús, el Señor.R. Amen.
( http://www.corazones.org/santos/antonio_padua.htm)
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