¡Oh!, San Eulogio de Córdova; vos, sois, el hijo del Dios
de la vida, su amado santo, y el que, con la palabra y
el ejemplo instasteis a los fieles de vuestro tiempo, a
no, su fe, abandonar en Cristo Jesús. Vos, decías: “Miedo
tengo, a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo
su monstruosidad. Frecuentemente medito en el juicio que
me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas
me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi
conciencia”. Gracias a vuestro escrito: “Memorial de los
mártires”, sabemos hoy, de su valerosa existencia y entrega
sublime, que, de ejemplo sirvieron y sirven a todas las
generaciones de todos los tiempos. Renovasteis el fervor
por la religión Católica, casi extinta en medio de gobierno
extranjero, no solo en vuestra ciudad, sino, que, se expandió
más allá de sus fronteras. Vuestro biógrafo os describe
así: “Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en
todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento
de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre
amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía
y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones
de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o
la moral, no lo contradecía jamás. Su descanso preferido
era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales.
Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban
como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos
de sus conventos”. Cuando fuisteis tomado por vuestro
verdugo, le dijisteis: “Ah, si supieses los inmensos
premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe
en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión,
sino que tú dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús.
Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento
quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo”.
Un soldado os abofeteó la mejilla derecha y vos, la otra
mejilla presentasteis y os abofetearon otra vez. Luego
os llevaron al lugar de suplicio y os cortaron la cabeza.
Y, así, voló vuestra alma al cielo, y aunque la física
vida perdisteis, Dios, os premió, ciñéndoos corona de luz,
como justo premio a vuestra increíble entrega de amor.
Poco después martirizaron también a Lucrecia, aquella
musulmana que vivir deseaba como católica y a quien vos
ayudasteis refugiándola en casa de hermanos católicos;
¡oh!, San Eulogio de Córdova, “vivo mártir de Cristo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Marzo
San Eulogio de Córdoba
Arzobispo
(año 859)
Eulogio significa: el que habla bien (Eu = bien, logios = hablar).
Dicen que San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno.
Vivió en la ciudad de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o
mahometanos, los cuales solamente permitían ira misa a los que pagaban
un impuesto especial por cada vez que fueran al templo, y castigaban con
pena de muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera del
templo.
Nació el año 800 de una familia que se conservaba fervientemente
católica en medio de la apostasía general cuando la mayoría de los
católicos había abandonado la fe por miedo al gobierno musulmán. Este
santo será el que logrará renovar el fervor por la religión católica en
su ciudad y los alrededores.
Su abuelo, que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a
que cada vez que el reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña
oración, por ejemplo: “Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a
socorrerme”.
Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al
famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras
ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue
siempre su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con
todos los detalles que logró ir coleccionado.
Su biógrafo lo describe así en su juventud: “Era muy piadoso y muy
mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el
conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre
amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se
mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no
fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su
trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que
charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas
de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que
lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de
sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un
gran número de casas religiosas en España”.
Ordenado de sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y
pronto empezó a sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el
buen ejemplo de su santa conducta. Dice su biógrafo: “Su mayor afán era
tratar de agradar cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su
cuerpo”. Decía confidencialmente: “Tengo miedo a mis malas obras. Mis
pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el
juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas
me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia”.
Eulogio era un gran lector y por todas partes iba buscando y
consiguiendo nuevos libros para leer él y prestar a sus amigos. Logró
obtener las obras de San Agustín y de varios otros grandes sabios de la
antigüedad (cosa que era dificilísimo en esos tiempos en que los libros
se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni escribir) y nunca se
guardaba para él solo los conocimientos que adquiría. Trataba de
hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos. Todos
los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se
fueron reuniendo alrededor de Eulogio.
En el año 850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba.
El gobierno musulmán mandó asesinar a un sacerdote y luego a un
comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron ante
el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar
que reconocían como jefe de su religión a Jesucristo y no a Mahoma.
Enseguida los mandaron torturar y los hicieron degollar. Murieron
jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en otro tiempo
habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de valor y
se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.
Algunos más flojos decían que no había que proclamar en público las
creencias, pero San Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y
escribió un libro titulado “Memorial de los mártires”, en el cual narra y
elogia con entusiasmo el martirio de los que murieron por proclamar su
fe en Jesucristo.
A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con
terribles deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy
desanimadas. Lo supo San Eulogio y compuso para ellas un precioso
librito: “Documento martirial”, y les aseguró que el Espíritu Santo les
concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les
permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su
fe en Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por
él y por los católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe.
Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta vida a la eternidad
feliz.
El gobierno musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos
meses para dedicarse a meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de
la cárcel, pero encuentra que el gobierno ha destruido los templos, ha
acabado con la escuela donde él enseñaba y que sigue persiguiendo a los
que creen en Jesús.
Eulogio tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la
ciudad y por los campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos
que van siendo martirizados y los va publicando, en su “Memorial de los
mártires”.
En el año 858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los
fieles eligieron a Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno
se opuso. Algo más glorioso le esperaba en seguida: el martirio.
Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que
deseaba vivir como católica, pero la ley se lo prohibía y quería
hacerla vivir como musulmana. Entonces ella huyó de su casa y ayudada
por Eulogio se refugió en casa de católicos. Pero la policía descubrió
dónde estaba y el juez decretó pena de muerte para ella y para Eulogio.
Llevado nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los
fiscales le dijo: “Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar
su fe, lo comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los
cristianos de la ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te
retractes de tu religión, y así salvarás tu vida”. A lo cual Eulogio
respondió: “Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los
que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo
dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en
Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero
ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo”.
Un soldado le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó
la mejilla izquierda y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al
lugar de suplicio y le cortaron la cabeza. Poco después martirizaron
también a Santa Lucrecia.
San Eulogio: ¡Consíguenos un gran entusiasmo por nuestra religión!.
Dichosos vosotros cuando os persigan y os traten mal por causa de la
religión. Alegraos porque grande será vuestro premio en el reino de los
cielos (Jesucristo Mt. 5).
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Eulogio_de_Córdoba.htm)
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