¡Oh!; Santa Francisca Romana, vos, sois la hija del Dios
de la vida, y su amada santa. Esposa, madre, viuda y
apóstol seglar, y que, pronto, vuestra vida en ejemplo
se convirtió. Dolor y nostalgia sentíais por no poder
dedicaros de lleno a la oración y a la contemplación.
Con vuestra cuñada, os propusisteis a ser excelentes
madres de familia, y, a la vez, dedicar los tiempos
libres a ayudar a los pobres y enfermos. Los Hospitales
visitabais e instruíais a los ignorantes y, a los pobres
socorríais. “Muy buena es la oración, pero la mujer
casada tiene que concederles enorme importancia a sus
deberes caseros”. Decías vos, cuando vuestro marido os
requería. Pero, siempre os dedicasteis a la oración,
la mortificación, a las buenas lecturas, y, a estar
siempre muy ocupada, evitando así, las tentaciones
del mal. De pronto vuestra vida cambio, y literalmente
en la calle quedasteis, pero, nada felizmente cambió
en vos y os dedicasteis a limosnas pedir para vuestros
enfermos de vuestro hospital. Enfermasteis y por años
padecisteis en silencio con ellas, porque sabíais,
de los premios del cielo. Sanabais enfermos, alejabais
malos espíritus y conseguíais poner paz entre las gentes
que peleadas estaban y lograbais que empezaran a amarse.
Fundasteis las “Oblatas de María”. Ayunabais a pan y
agua muchos días y os dedicabais horas a la oración y
a la meditación. Y, Dios empezó a concederos éxtasis
y visiones. “El ángel del Señor me manda que lo siga
hacia las alturas”, dijisteis por última vez y quedasteis
sin vida. Pero, más parecíais dormida en paz. Así, voló,
vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona
de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor,
Santa Patrona de todos los conductores de la tierra;
¡oh!; Santa Francisca Romana, “vivo amor por el Dios Vivo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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09 de Marzo
Santa Francisca Romana
(año 1440)
Esposa, madre, viuda y apóstol seglar. Francisca nació en Roma en el
año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a
visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a
visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama “Torre de
los Espejos”.
Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán después en
la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña
creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la
religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los
papás no aceptaron esa vocación sino que le consiguieron un novio de
una familia muy rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia
de no poder dedicar su vida a la oración y a la contemplación, en la
vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le
preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella sentía
una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la
habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella
le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos
vocaciones: ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar
todos los ratos libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran
dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el consentimiento de sus esposos,
Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar hospitales y a instruir
gente ignorante y a socorrer pobres. La suegra quería oponerse a todo
esto, pero los dos maridos al ver que ellas en el hogar eran tan
cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir en esta caritativa
acción.
Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las gentes de Roma
por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella tuvo
siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un
don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una
conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se
esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes,
y al tercero lo guió siempre, aun después de que él se casó, por el
camino de todas las virtudes.
A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió
muchas veces que estando orando la llamó su marido para que la ayudara
en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración y se iba a
colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender
cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía:
“Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles
enorme importancia a sus deberes caseros”.
Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las más
desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y
a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy
ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada su
sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y
defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del
Papa, su familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo
que irse a vivir a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de
puerta en puerta para ayudar a los enfermos de su hospital. Y además de
todo esto le llegaron muy dolorosas enfermedades que le hicieron padecer
por años y años. Ella sabía muy bien que estaba cosechando premios para
el cielo.
Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente
malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la vida a
Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella
soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera
cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con
una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la
enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía
hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones.
Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía
poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que
antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma
se hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con
sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y
dialogaba con él.
Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a
atender a los más necesitados. Les puso por nombre “Oblatas de María”, y
su casa principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio que se
llamaba “Torre de los Espejos”. Sus religiosas vestían como señoras
respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una mujer de toda su confianza, pero cuando
Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y por unanimidad
las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad tomó por
nombre “Francisca Romana”.
Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y por eso acudían a
ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar los
problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don de
consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a
conseguir la solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al
hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en
tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un
sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender
espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y horas a
la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y
visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director
espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba
tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las
personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor
amabilidad.
Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a
brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas palabras:
“El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las alturas”. Luego
quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió hacia el convento
una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su
agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos
llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la
santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores
dicen que “toda la ciudad de Roma se movilizó”, para asistir a los
funerales de Francisca.
Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la noticia de
que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho más la
concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que
aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de
Santa Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa
Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre:
que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los
deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la
generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser
extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen
Dios que así sea.
He aquí la descripción de una mujer admirable. “Que las gentes comenten sus muchas buenas obras” (S. Biblia. Proverbios 31).
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Francisca_Romana.htm)
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