¡Oh!, Santa Lea, vos, sois la hija del Dios de la vida,
su amada santa y, que, en aquellos tiempos por San
Jerónimo, considerada fuisteis “santísima”, porque,
viuda quedando, renunciasteis al mundo e ingresasteis
a un monasterio, dentro del cual, a ser su superiora
llegasteis. Y, el mismísimo San Jerónimo, de vos,
escribió así: “De un modo tan completo se convirtió a
Dios, que mereció ser cabeza de su monasterio y madre
de vírgenes; después de llevar blandas vestiduras,
mortificó su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches
en oración y enseñaba a sus compañeras más con el
ejemplo que con sus palabras. Fue tan grande su humildad
y sumisión, que la que había sido señora de tantos
criados parecía ahora criada de todos; aunque tanto
más era sierva de Cristo cuanto menos era tenida por
señora de hombres. Su vestido era pobre y sin ningún
esmero, comía cualquier cosa, llevaba los cabellos
sin peinar, pero todo eso de tal manera que huía en
todo la ostentación”. ¡Qué maravilla! Un santo describe
a otra santa. Y, así, un día de vuestro tiempo, voló
vuestra alma al cielo, para corona de luz recibir,
como justo premio a vuestra entrega increible de amor;
¡oh!, Santa Lea, “viva excelsitud del amor de Dios”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Marzo Santa Lea Abadesa
De “la santísima Lea”, como la llama san Jerónimo, sólo sabemos lo
que él mismo nos dice en una especie de elogio fúnebre que incluyó en
una de sus cartas. Era una matrona romana que al enviudar – quizá joven
aún – renunció al mundo para ingresar en una comunidad religiosa de la
que llegó a ser superiora, llevando siempre una vida ejemplarísima.
Estas son las palabras insustituibles de san Jerónimo: «De un modo
tan completo se convirtió a Dios, que mereció ser cabeza de su
monasterio y madre de vírgenes; después de llevar blandas vestiduras,
mortificó su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches en oración y
enseñaba a sus compañeras más con el ejemplo que con sus palabras».
Estas son las palabras insustituibles de san Jerónimo: «De un modo
tan completo se convirtió a Dios, que mereció ser cabeza de su
monasterio y madre de vírgenes; después de llevar blandas vestiduras,
mortificó su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches en oración y
enseñaba a sus compañeras más con el ejemplo que con sus palabras».
«Fue tan grande su humildad y sumisión, que la que había sido señora
de tantos criados parecía ahora criada de todos; aunque tanto más era
sierva de Cristo cuanto menos era tenida por señora de hombres. Su
vestido era pobre y sin ningún esmero, comía cualquier cosa, llevaba los
cabellos sin peinar, pero todo eso de tal manera que huía en todo la
ostentación».
No sabemos más de esta dama penitente, cuyo recuerdo sólo pervive en
las frases que hemos citado de san Jerónimo. La Roma en la que fue una
rica señora de alcurnia no tardaría en desaparecer asolada por los
bárbaros, y Lea, «cuya vida era tenida por todos como un desatino»,
llega hasta nosotros con su áspero perfume de santidad que desafía al
tiempo.
(http://es.catholic.net/santoraldehoy/)
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