¡Oh!, San Celestino V, vos, sois, el hijo del Dios de la vida,
porque renunciando habiendo a vuestro cargo de Papa,
fuisteis vos, quien dijo a vuestra madre: “Mamá, yo te
daré la alegría de consagrarme a Dios”. Y, así, vuestra
vida en medio del retiro y la soledad para meditar y rezar
os acompañó siempre. Amabais mucho el silencio y la vida
mundana, os molestaba y, en una celda estrecha, en la que
cabíais de pie o acostado, solo, pasasteis tres años en la
soledad. Fuisteis ordenado de sacerdote, pero sentíais
mucho temor a celebrar la Santa Misa porque os creíais
indigno. Consultasteis entonces a un anciano ermitaño
el cual os respondió: “¿Y quién es digno de celebrar la Misa?
Celebre cada día, pero celebre con temor y temblor, o sea
con inmenso respeto al santo sacrificio”. Al oír la respuesta
se os fueron vuestros temores. Y, así, muchos hombres,
con el deseo hacer penitencia y santidad os acompañaron
muy cerca de donde morabais, para recibir de vos, vuestras
instrucciones, y así llegasteis a tener catorce conventos.
Vuestra fama de santidad y los milagros que obteníais por
medio de vuestras oraciones, os hicieron famoso en todos
los alrededores. Más tarde, vos, mismo reconocisteis que
había sido un error el aceptar el cargo de Papa y os propusisteis
a renunciar y publicasteis un decreto, declarando que el Sumo
Pontífice sí puede renunciar. Y, sólo así, así, os despojasteis
de vuestros ornamentos pontificios y os vestisteis de simple
moje, marchando a la soledad a orando seguir. Fuisteis, cinco
meses Sumo Pontífice. Pero, sucedió que vuestro sucesor,
el Papa Bonifacio Octavo, al sentir que se formaba en Roma
un gran partido en su contra y otro a favor de vos, mandasteis
que volvieseis otra vez a la ciudad, para apaciguar los ánimos.
Y, vos, salisteis huyendo, pero, fuisteis preso y llevado a un castillo
donde os encerraron como prisionero. Por dos años estuvisteis
allí dedicado a rezar y meditar. Y, decías: “Lo que yo siempre
deseaba era tener una celda llena de silencio y de apartamiento
de todo para poder dedicarme a la oración y a la meditación.
Y esa celda me la han dado aquí. ¿Qué más puedo pedir?”. Y,
así, un día cualquiera voló vuestra alma al cielo, para coronada
ser con corona de luz como premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Celestino, “Viva Misa con temor y temblor de Dios”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de Mayo
San Celestino V
Pontífice renunciante
Año 1296
San Celestino V: recuérdanos a nosotros que vamos a encontrarmayor
paz y tranquilidad dedicándonos a orar y meditar en silencio, que
gastando nuestro tiempo en demasiadas actividades materiales.
Este santo se hizo famoso porque ha sido el único Papa que ha
renunciado a su cargo. Nació en 1215 en los Abruzos, Italia, Él mismo en
su autobiografía narra cómo eran sus padres. Dice así: “Mis padres eran
muy santos a los ojos de Dios y muy estimados por los vecinos a causa
de su excelente comportamiento. Daban muchas limosnas y recibían siempre
muy bien a los pobres que llegaban a pedir ayudas. Tuvieron doce hijos,
como el Patriarca Jacob, y siempre pedían al Señor que alguno de sus
descendientes lograra llegar al sacerdocio”. Pedro fue el último de los
12 hijos, y el que llegó a ser sacerdote.
Su madre se entristecía porque ninguno de sus hijos mayores mostraba
inclinación hacia el sacerdocio o hacia la vida religiosa pero el niño
menor le decía: “Mamá, yo te daré la alegría de consagrarme a Dios”.
Viendo la mamá que Pedro tenía una gran inteligencia y muy buenas
cualidades para el estudio, se propuso hacerlo estudiar, aunque toda la
familia se oponía a ello, y aunque tuvo que hacer muchos sacrificios
para lograr costearle sus estudios. Él dice en su autobiografía que el
primer libro que logró leer de corrido fue el de Los Salmos, y este fue
para toda su vida el libro preferido para leer y meditar cada día y
todos los días.
Pedro, que luego se llamó Celestino (nombre que significa: “inclinado
hacia lo que es del cielo”) era estudiante “diferente” a los demás. Sus
recreos preferidos consistían en retirarse a la soledad a meditar y
rezar. Amaba mucho el silencio y le fastidiaban las fiestas mundanas
donde hay trago y bailes y pecado. Al final, cuando ya tenía 20 años
supo que en una montaña había un ermitaño dedicado a la oración, y se
fue hacia allá a que este santo religioso le enseñara el arte de orar y
de meditar.
Se construyó una celda tan estrecha que apenas cabía de pie o
acostado. Y allí se estuvo tres años en la más estricta soledad. Al
principio todo eran consolaciones y alegrías espirituales, pero luego
empezaron a llegarle terribles tentaciones que no lo dejaban en paz ni
de día ni de noche. Era el ataque de los enemigos del alma para hacerle
desistir de su vocación a la santidad. Afortunadamente a base de oración
y de mortificación y de consultar de vez en cuando a su director
espiritual, logró vencer.
Fue ordenado de sacerdote, pero sentía mucho temor a celebrar la
Santa Misa porque se creía indigno. Consultó entonces a un anciano
ermitaño el cual le respondió: “¿Y quién es digno de celebrar la misa?
Celebre cada día, pero celebre con temor y temblor, o sea con inmenso
respeto al santo sacrificio”. Al oír esta respuesta se le fueron sus
temores.
Muchos hombres, deseosos de hacer penitencia y de conseguir la
santidad se fueron a vivir allí cerca de donde moraba Celestino, para
recibir de él sus instrucciones, y así llegó a tener 14 conventos bajo
su dirección. Su fama de santidad y los milagros que obtenía por medio
de sus oraciones lo hicieron famoso en todos los alrededores.
Había muerto el Papa Nicolás IV y los cardenales electores se habían
dividido en dos partidos contrarios y ya llevaban dos años sin poder
elegir al nuevo Sumo Pontífice. Al fin se les ocurrió una idea: elegir
como Papa a un santo monje. Y eligieron a Celestino. Y un día, cuando él
menos lo imaginaba, llegaron al monte donde habitaba, varios prelados a
comunicarle tan grande noticia. Su susto fue espantoso y se echó a
llorar. Pero las gentes lo aclamaban como el mejor para ese cargo.
Celestino tenía 80 años. A su coronación como Pontífice asistieron
más de 200,000 personas. La veneración hacia él era tan grande que tenía
que pasar días enteros en la ventana impartiendo bendiciones a las
multitudes que llegaban a visitarlo. La entrada solemne la hizo
cabalgando en un burrito, cuyas riendas eran llevadas por dos reyes
Carlos de Anjou y Carlos de Hungría. Era el año 1294.
Pero pronto se dio cuanta Celestino de qué el no estaba preparado
para tan difícil cargo ni tenía cualidades para ello. No conocía las
leyes y cánones que rigen a la Iglesia en el Vaticano. No sabía hablar
bien el latín en el cual se redactan los documentos pontificios. No
tenía la suficiente pericia para no dejarse engañar, y así como era tan
sin malicia y tan generoso, muchos aprovechaban de que concedía cuanto
se le pedía, y llegó el caso de que nombró hasta tres personas distintas
para un mismo cargo.
Y para acabar de completar, como su inclinación era a la oración, a
la meditación y al silencio, mandó que le construyeran una celda de
monje en el Palacio Pontificio, y allí se dedicaba por horas y horas a
la oración y a la meditación, y mientras tanto no había quien despachara
los asuntos en las oficinas del Pontífice.
Y él mismo reconoció que había sido un error el aceptar el cargo de
Papa y se propuso renunciar. Es el primer caso que ha sucedido en la
historia de la Iglesia, de que un Papa renuncie a su cargo. Primero
publicó un decreto declarando que el Sumo Pontífice sí puede renunciar a
su alto cargo. Luego reunió a todos los cardenales y les leyó su
renuncia al Pontificado y les pidió que nombraran a su sucesor. Y allí
mismo se despojó de todos sus ornamentos pontificios y se vistió de
simple moje, y se propuso irse otra vez a la soledad a hacer oración.
Era el 13 de diciembre de 1294. Apenas había sido Pontífice durante
cinco meses.
Pero sucedió que su sucesor, el Papa Bonifacio Octavo, al sentir que
se formaba en Roma un gran partido en su contra y a favor de Celestino,
mandó que volviera otra vez a la ciudad, para apaciguar los ánimos. El
santo, que no quería saber ya nada más de esos asuntos materiales salió
huyendo, pero fue puesto preso y llevado a un castillo donde lo
encerraron como prisionero. Por dos años estuvo allí dedicado a rezar y
meditar. Cuando algunos se quejaban de que lo tuvieran encerrado decía:
“Lo que yo siempre deseaba era tener una celda llena de silencio y de
apartamiento de todo para poder dedicarme a la oración y a la
meditación. Y esa celda me la han dado aquí. ¿Qué más puedo pedir?”.
Murió santamente en mayo de 1206 y fue declarado santo en 1313.
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