¡Oh!, Santos Felipe y Santiago, vosotros sois los hijos
del Dios de la vida, sus apóstoles y amados santos y que,
la dicha tuvieron de servir a Jesús, Dios y Señor Nuestro.
A vos, Felipe, Jesús, Dios y Señor Nuestro, os preguntó
el día de la multiplicación de los panes así: “¿De dónde
crees tú que podremos conseguir pan para tanta gente?”. Y,
otro día, en el que unos griegos, deseaban hablar con Jesús,
os pidieron que los llevarais hacia Él. Y, en la Última
Cena, fuiste vos, quien le dijo a Jesús: “Señor: muéstranos
al Padre”, y Él, os respondió: “Felipe, quien me ve a Mí,
ve al Padre”. Y, en el día de Pentecostés, recibisteis
junto con los otros apóstoles y Nuestra Señora, la Virgen
María, al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Y,
así, lleno de Él, a Bitinia, marchasteis en el Asia Menor,
y allí resucitasteis a un muerto, y entregasteis vuestra
santa vida, crucificado. Vos, por vuestra parte, Santiago,
el mismo Cristo resucitado se os apareció, según San Pablo.
Muy estimado erais en la Iglesia de Jerusalén, tanto que
os llamaban “el obispo de Jerusalén”. Cuando Pedro, liberado
fue por un ángel, os dejó el encargo de comunicaros a vos, y
a los demás. Pablo, de vos, escribe así: “Santiago es, junto
con Juan y Pedro, una de las columnas principales de la Iglesia”.
Vos, redactasteis la carta del Primer Concilio de Jerusalén
para todos los Cristianos y erais llamado “El Santo”, pues,
la gente sabía de que vos, nunca habíais cometido pecado grave.
Nunca, carne comíais, ni tomabais licor. Estabais siempre
de rodillas adorando y orando a Dios en el templo, hasta que
se os formaron callos. Convertisteis a muchos judíos por
vuestra palabra y ejemplo. Un día, el impío Anás II y su banda,
os dijeron: “Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti
grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas
que Jesús no es el Redentor”. Y, vos, les dijisteis: “Jesús
es el enviado de Dios para salvación de los que quieran
salvarse. Y lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la
derecha de Dios”. Al oíros, decidieron vuestro fin, y os
arrojaron desde lo alto del templo. Y, vos, no moristeis, sino
que rezabais de rodillas diciendo: “Padre Dios, te ruego que
los perdones porque no saben lo que hacen”. Antes, habíais
redactado vuestra famosa “Carta de Santiago”, con frases como
estas: “Si alguien se imagina ser persona religiosa y no
domina su lengua, se equivoca y su religión es vana”. “Oh
ricos: si no comparten con el pobre sus riquezas, prepárense
a grandes castigos del cielo”. “Si alguno está triste, que
rece. Si alguno se enferma, que llamen a los presbíteros
y lo unjan con aceite santo, y esa oración le aprovechará
mucho al enfermo”. Y, aquella, que a los protestantes no gusta:
“La fe sin obras, está muerta”. Hoy, la gloria os envuelve,
pues servisteis a Jesús, y luego os dedicasteis a evangelizar,
hasta la entrega final de vuestras santas vidas, cuyas almas,
al cielo volaron para coronadas ser con sendas coronas de luz
como justo premio a vuestras grandes entregas de amor y fe;
¡Oh!, Santos Felipe y Santiago, “luces vivas de Jesucristo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Mayo
Santos Felipe y Santiago, Apóstoles
San Felipe
El evangelio dice que nació en Betsaida en Galilea. San Juan cuenta
que Jesús lo llamó a pertenecer al grupo de sus discípulos al día
siguiente de haber llamado a San Pedro y San Andrés. Felipe fue el que
llamó a Natanael o Bartolomé y lo llevó a donde Jesús. Cuando el Señor
eligió a los 12 apóstoles, uno de los elegidos fue Felipe. Y el día de
la multiplicación de los panes, antes de obrar el milagro, Jesús le
preguntó a Felipe: “¿De dónde crees tú que podremos conseguir pan para
tanta gente?”. Un día en que unos griegos extranjeros quisieron hablar
con el Divino Maestro le pidieron a Felipe que los llevara hacia El. Y
en la Ultima Cena este fue el apóstol que le dijo a Jesús: “Señor:
muéstranos al Padre”, y Jesús le respondió: “Felipe, quien me ve a Mí,
ve al Padre”. El día de Pentecostés, Felipe recibió junto con los otros
apóstoles y la Virgen María, al Espíritu Santo en forma de lenguas de
fuego.
Los narradores antiguos dicen que este Apóstol después de Pentecostés
se fue a evangelizar a Bitinia, en el Asia Menor (cerca del Mar Negro).
Papías, un autor del siglo II afirma que San Felipe logró el milagro de
resucitar a un muerto. Y San Clemente de Alejandría dice que lo
hicieron morir crucificado en una persecución contra los cristianos.
Santiago el Menor
Se le llama el Menor para diferenciarlo del otro apóstol, Santiago el
Mayor (que fue martirizado poco después de la muerte de Cristo). El
evangelio dice que era de Caná de Galilea, que su padre se llamaba Alfeo
y que era familiar de Nuestro Señor. Es llamado “el hermano de Jesús”,
no porque fuera hijo de la Virgen María, la cual no tuvo sino un solo
Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, sino porque en la Biblia se le llaman
“hermanos” a los que provienen de un mismo abuelo: a los primos, tíos y
sobrinos (y probablemente Santiago era “primo” de Jesús, hijo de alguna
hermana de la Sma. Virgen). En la S. Biblia se lee que Abraham llamaba
“hermano” a Lot, pero Lot era sobrino de Abraham. Y se le lee también
que Jacob llamaba “hermano” a Laban, pero Laban era tío de Jacob. Así
que el decir que alguno era “hermano” de Jesús no significa que María
tuvo más hijos, sino que estos llamados “hermanos”, eran simplemente
familiares: primos, etc.
San Pablo afirma que una de las apariciones de Jesús Resucitado fue a
Santiago. Y el libro de Los Hechos de los Apóstoles narra cómo en la
Iglesia de Jerusalén era sumamente estimado este apóstol. (Lo llamaban
“el obispo de Jerusalén”). San Pablo cuenta que él, la primera vez que
subió a Jerusalén después de su conversión, fue a visitar a San Pedro y
no vio a ninguno de los otros apóstoles, sino solamente a Santiago.
Cuando San Pedro fue liberado por un ángel de la prisión, corrió hacia
la casa donde se hospedaban los discípulos y les dejó el encargo de
“comunicar a Santiago y a los demás”, que había sido liberado y que se
iba a otra ciudad (Hech. 12,17). Y el Libro Santo refiere que la última
vez que San Pablo fue a Jerusalén, se dirigió antes que todo “a visitar a
Santiago, y allí en casa de él se reunieron todos los jefes de la
Iglesia de Jerusalén” (Hech. 21,15). San Pablo en la carta que escribió a
los Gálatas afirma: “Santiago es, junto con Juan y Pedro, una de las
columnas principales de la Iglesia”. (Por todo esto se deduce que era
muy venerado entre los cristianos).
Cuando los apóstoles se reunieron en Jerusalén para el primer
Concilio o reunión de todos los jefes de la Iglesia, fue este apóstol
Santiago el que redactó la carta que dirigieron a todos los cristianos
(Hechos 15).
Hegesipo, historiador del siglo II dice: “Santiago era llamado ‘El
Santo’. La gente estaba segura de que nunca había cometido un pecado
grave. Jamás comía carne, ni tomaba licores. Pasaba tanto tiempo
arrodillado rezando en el templo, que al fin se le hicieron callos en
las rodillas. Rezaba muchas horas adorando a Dios y pidiendo perdón al
Señor por los pecados del pueblo. La gente lo llamaba: ‘El que intercede
por el pueblo’”. Muchísimos judíos creyeron en Jesús, movidos por las
palabras y el buen ejemplo de Santiago. Por eso el Sumo Sacerdote Anás
II y los jefes de los judíos, un día de gran fiesta y de mucha
concurrencia le dijeron: “Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti
grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas que Jesús
no es el Mesías o Redentor”. Y Santiago se presentó ante el gentío y les
dijo: “Jesús es el enviado de Dios para salvación de los que quieran
salvarse. Y lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la derecha de
Dios”. Al oír esto, los jefes de los sacerdotes se llenaron de ira y
decían: “Si este hombre sigue hablando, todos los judíos se van a hacer
seguidores de Jesús”. Y lo llevaron a la parte más alta del templo y
desde allá lo echaron hacia el precipicio. Santiago no murió de golpe
sino que rezaba de rodillas diciendo: “Padre Dios, te ruego que los
perdones porque no saben lo que hacen”.
El historiador judío, Flavio Josefo, dice que a Jerusalén le llegaron
grandes castigos de Dios, por haber asesinado a Santiago que era
considerado el hombre más santo de su tiempo.
Este apóstol redactó uno de los escritos más agradables y provechosos
de la S. Biblia. La que se llama “Carta de Santiago”. Es un mensaje
hermoso y sumamente práctico. Ojalá ninguno de nosotros deje de leerla.
Se encuentra al final de la Biblia. Allí dice frases tan importantes
como estas: “Si alguien se imagina ser persona religiosa y no domina su
lengua, se equivoca y su religión es vana”. “Oh ricos: si no comparten
con el pobre sus riquezas, prepárense a grandes castigos del cielo”. “Si
alguno está triste, que rece. Si alguno se enferma, que llamen a los
presbíteros y lo unjan con aceite santo, y esa oración le aprovechará
mucho al enfermo” (de aquí sacó la Iglesia la costumbre de hacer la
Unción de los enfermos). La frase más famosa de la Carta de Santiago es
esta: “La fe sin obras, está muerta”. Es una frase que les disgusta
mucho a los protestantes, porque ellos enseñan todo lo contrario. Ellos
dicen que para salvarse no hacen falta las buenas obras, sino solamente
la fe. Pero el Apóstol Santiago sabía mucho más que ellos, y repite que
sin buenas obras, la fe queda muerta.
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