¡Oh!, San Joaquín y Santa Ana; vosotros, sois
los hijos del Dios de la vida, padres de Santa
María y abuelos de Jesús. Vos, San Joaquín, que
al ver que Santa Ana, no podría daros un vástago,
al desierto desaparecisteis, sin nada decir, y,
luego de ayunar cuarenta días, un Ángel del Señor,
os visitó, dándoos la buena nueva de que, vuestra
oración, había sido oída y de que, vuestra santa
mujer, concebiría una niña, y, cuya magna dignidad
con el tiempo obnubilaría la brillantez de todas
las mujeres. Y, que, ya desde pequeñita, habría
de vivir en el templo del Señor. Y, cosas de Dios,
simultáneamente, vuestra esposa Ana, recibió el
mismo mensaje, añadiendo, de que vos, estabais
de vuelta a casa, cosa que así fue, pues lleno
de emoción abrazasteis a Ana. La Natividad llegó
de María, y juntos festejaron tal alegría, con
un banquete para toda la gente del pueblo. Y,
en él, a María, presentasteis a los sacerdotes,
quienes de bendiciones la colmaron y de augurios
felices. Más tarde, al llegar, María, a los tres
años, la llevasteis solemnemente a la casa de Dios,
tal y conforme os había dicho el Ángel. Y, para
que la Ella, no sintiera tanto la separación
de vosotros, le procurasteis ser acompañada
por doncellas, quienes con candelas encendidas,
tributaban honores y alegría a la futura “Llena
de gracia”, “La Reyna del cielo”, “La Bendita entre
las mujeres”, “La Kejaritomene”, “La Madre de Dios”;
Santos Patronos de los abuelos ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Oh!, San Joaquín y Santa Ana, vivas luces de María.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de Julio
San Joaquín y Santa Ana
Los Padres de María
(Antiguo Testamento)
Es inútil buscar en la Sagrada Escritura una huella, siquiera fugaz,
del abuelo materno de Jesús. Las genealogías que San Mateo (1, 1) y San
Lucas (3, 23) incluyen en sus Evangelios dibujan a grandes rasgos el
árbol genealógico de Jesús, tomando por puntos de referencia los cabezas
de familia, desde San José, su padre legal, hasta Adán, pasando por
David y Judá. La línea materna, en cambio, queda silenciada. Ante este
problema, y en la necesidad de dilucidar la cuestión de la ascendencia
de María, Padres de la Iglesia oriental tan venerables como San Epifanio
y San Juan Damasceno no tuvieron reparo en echar mano de una añeja
tradición en la que se contienen diversas noticias acerca de los abuelos
maternos de Jesús.
Por otra parte, el hecho de que tantas veces encontremos
representaciones pictóricas y escultóricas alusivas a los primeros años
de María, quien aparece reclinada en los brazos de su madre, Santa Ana, y
a escenas de la vida pastoril de San Joaquín, a quien se presenta como
padre de María, lo mismo en mosaicos bizantinos del Monte Athos que en
tablas de la escuela valenciana o castellana, atestigua la raigambre y
el favor de que ha gozado en la cristiandad la piadosa tradición que
hace a San Joaquín y Santa Ana padres de María y abuelos de Jesús.
Dicha tradición fue recopilada en la Edad Media por Jacobo de
Vorágine y Vicente de Beauvais, quienes se encargaron de difundirla por
el Occidente, pero ya en el siglo VI había sido aceptada oficialmente
por la Iglesia oriental, refrendada como estaba por escritos venerables,
cuya antigüedad llega a remontar el siglo II. En todos los datos que
dicha tradición recoge acerca de la vida de San Joaquín descansa un
fondo de verosimilitud que no puede ser turbado por el carácter apócrifo
de los documentos escritos en que están contenidos. Pero ellos no
constituyen, naturalmente, un cimiento inconmovible, sobre el que se
pueda edificar históricamente la vida del augusto abuelo de Jesús, junto
al nombre comúnmente aceptado de Joaquín (que significa el hombre a
quien Yahvé levanta), se encuentran otros más raros como Cleofás,
Jonachir y Sadoch, que no son sino variantes sin importancia de los
documentos escritos. Una curiosa tradición retransmitida por los
cruzados hace nacer a San Joaquín en Séforis, pequeña ciudad de Galilea.
Otros dicen que fue Nazaret su ciudad natal.
San Juan Damasceno dice que su padre se llamaba Barpanther. Según el
Protoevangelio de Santiago, apócrifo, que se remonta a las últimas
décadas del siglo II en su núcleo primitivo, contrajo matrimonio con
Santa Ana a la edad de veinte años. Pronto se trasladaron a Jerusalén,
viviendo, al parecer, en una casa situada cerca de la famosa piscina
Probática. Gozaban ambos esposos de una vida conyugal dichosa y de un
desahogo económico que les permitía dar rienda suelta a su generosidad
para con Dios y a su liberalidad para con los prójimos. Algunos
documentos llegan incluso a decir que eran los más ricos del pueblo y
dan incluso una minuciosa relación de la distribución que hacía San
Joaquín de sus ganancias.
Sólo una sombra eclipsaba su felicidad, y ésta era la falta de
descendencia después de largos años de matrimonio. Esta pena subió de
punto al verse Joaquín vejado públicamente una vez por un judío llamado
Rubén al ir a ofrecer sus dones al Templo. El motivo de tal vejación fue
la nota de esterilidad, que todos por entonces consideraban como señal
de un castigo de Dios. Tal impacto causó este incidente en el alma de
San Joaquín, que inmediatamente se retiró de su casa y se fue al
desierto, en compañía de sus pastores y rebaños, para ayunar y rogar a
Dios que le concediera un vástago en su familia.
Mientras tanto Ana, su mujer, había quedado en casa, toda
desconsolada y llorosa porque a su condición de estéril se había añadido
la desgracia de quedar viuda por la súbita desaparición de su marido.
Después de cuarenta días de ayuno Joaquín recibió una visita de un ángel
del Señor, trayéndole la buena nueva de que su oración había sido oída y
de que su mujer había concebido ya una niña, cuya dignidad con el
tiempo sobrepujaría a la de todas las mujeres y quien ya desde pequeñita
habría de vivir en el templo del Señor. Poco antes le había sido
notificado a Ana este mismo mensaje, diciéndosele, además, que su marido
Joaquín estaba ya de vuelta. Efectivamente, Joaquín, no bien repuesto
de la emoción, corrió presurosamente a su casa y vino a encontrar a su
mujer junto a la puerta Dorada de la ciudad, donde ésta había salido a
esperarle.
Llegó el fausto acontecimiento de la natividad de María, y Joaquín,
para festejarlo, dio un banquete a todos los principales de la ciudad.
Durante él presentó su hija a los sacerdotes, quienes la colmaron de
bendiciones y de felices augurios. Joaquín no echó en olvido las
palabras del ángel relativas a la permanencia de María en el Templo
desde su más tierna edad, e hizo que, al llegar ésta a los tres años,
fuera presentada solemnemente en la casa de Dios. Y para que la niña no
sintiera tanto la separación de sus padres procuró Joaquín que fuera
acompañada por algunas doncellas, quienes la seguían con candelas
encendidas.
Estos son los detalles que la tradición cristiana nos ha transmitido
acerca de la vida de San Joaquín. Todos ligados, naturalmente, al
nacimiento y primeros pasos de María sobre la tierra. Si es verdad que
buena parte de los referidos episodios deben su inspiración a analogías
con figuras del Antiguo Testamento y al deseo de satisfacer nuestra
curiosidad sobre la ascendencia humana de Jesús, no lo es menos que
todos, en conjunto, ofrecen una estampa amable y altamente ejemplar del
padre de la Virgen, que ha sido forjada por muchos años de tradición y
que goza del refrendo autorizado de la Iglesia.
AURELIO DE SANTOS OTERO
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