¡Oh!, San Antonio María Zaccaría; vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que viviendo poco tiempo, obrasteis,
como si lo hubierais hecho por mucho. Como médico que erais,
os dedicasteis a curar cuerpos y también almas, salvándolas
del infierno eterno. La comunidad de las hermanas “Angelicales”
y la de los “Clérigos de San Pablo”, fundasteis, para, predicar
entre los pecadores y convertirlos. Vuestro amor por el Cristo
de la Sagrada Eucaristía, os hizo propagar por todo el mundo
la devoción de las “Cuarenta Horas”, para honrarla como es
debido y, junto a ella, la pasión y muerte de Nuestro Señor
Jesucristo, revivirla. Cada viernes hacíais sonar las campanas
en su recuerdo a las tres de la tarde. A San Pablo, leer, os
emocionaba, y predicarlo en el púlpito mucho más. A vos, os
correspondió vivir en tiempos difíciles en los que el falsario
Lutero proclamaba reformar la religión, y en Roma y España,
San Ignacio y sus jesuitas trabajaban ya, por una verdadera
reforma de la Iglesia. Vos, por ello, con vuestro apostolado
preparasteis la gran Reforma de la Iglesia Católica, que traería
el Concilio de Trento, y que enfrentó al tal hereje e “impía
reforma”. Y, así, y luego de haber gastado vuestra corta, pero
fructífera vida, voló vuestra alma al cielo para coronada
ser de luz, como justo premio a vuestro entrega de amor y fe;
¡oh!, San Antonio María Zaccaría, “viva luz de Cristo Jesús”.
de la vida y su amado santo, que viviendo poco tiempo, obrasteis,
como si lo hubierais hecho por mucho. Como médico que erais,
os dedicasteis a curar cuerpos y también almas, salvándolas
del infierno eterno. La comunidad de las hermanas “Angelicales”
y la de los “Clérigos de San Pablo”, fundasteis, para, predicar
entre los pecadores y convertirlos. Vuestro amor por el Cristo
de la Sagrada Eucaristía, os hizo propagar por todo el mundo
la devoción de las “Cuarenta Horas”, para honrarla como es
debido y, junto a ella, la pasión y muerte de Nuestro Señor
Jesucristo, revivirla. Cada viernes hacíais sonar las campanas
en su recuerdo a las tres de la tarde. A San Pablo, leer, os
emocionaba, y predicarlo en el púlpito mucho más. A vos, os
correspondió vivir en tiempos difíciles en los que el falsario
Lutero proclamaba reformar la religión, y en Roma y España,
San Ignacio y sus jesuitas trabajaban ya, por una verdadera
reforma de la Iglesia. Vos, por ello, con vuestro apostolado
preparasteis la gran Reforma de la Iglesia Católica, que traería
el Concilio de Trento, y que enfrentó al tal hereje e “impía
reforma”. Y, así, y luego de haber gastado vuestra corta, pero
fructífera vida, voló vuestra alma al cielo para coronada
ser de luz, como justo premio a vuestro entrega de amor y fe;
¡oh!, San Antonio María Zaccaría, “viva luz de Cristo Jesús”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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05 de Julio
San Antonio María Zaccaría
Fundador
En este sacerdote que murió muy joven, sí que se cumplió aquella frase del Libro de la Sabiduría en la S. Biblia “Vivió muy poco tiempo, pero hizo obras como si hubiera tenido una vida muy larga”.
Nació en Cremona, Italia, en 1502. Quedó huérfano de padre cuando
tenia muy pocos años. Su madre, viuda a los 18 años, renunció a nuevos
matrimonios que se le ofrecían con tal de dedicarse totalmente a la
educación de su hijita y los resultados que obtuvo fueron admirables.
Estudió medicina en la Universidad de Padua, y allí supo cuidarse muy
bien para huir de las juergas universitarias y así conservar la santa
virtud de la castidad. Desde joven renunció a los vestidos elegantes y
costosos, y vistió siempre como la gente pobre, y el dinero que ahorraba
con esto, lo repartía entre los más necesitados.
A los 22 años se graduó de médico y su gran deseo era dedicarse
totalmente a atender a las gentes más pobres, la mayor parte de las
veces gratuitamente, y aprovechar su profesión para ayudarles también a
sus pacientes a salvar el alma y ganarse el cielo. Pero unos años
después, sus directores espirituales le aconsejaron que hiciera también
los estudios sacerdotales, y así logró ordenarse de sacerdote. Así fue
doblemente médico: de los cuerpos y de las almas.
Antonio María tuvo siempre desde muy pequeño un inmenso amor por los
pobres. Ya en la escuela, volvía a veces a casa sin saco, porque lo
había regalado a algún pobrecito que había encontrado por ahí tiritando
de frío. Durante sus años de profesional y sacerdote, todo lo que
consigue lo reparte entre los más necesitados.
Se trasladó a Milán (la ciudad de mayor número de habitantes en
Italia) porque en esa gran ciudad tenía más posibilidades de extender su
apostolado a muchas gentes. Y allí, por medio de la hermana Luisa
Torelli fundó la comunidad de las hermanas llamadas “Angelicales”
(nombre que les pusieron porque su convento se llamaba de “Los Santos
Angeles”). El fin de esta comunidad era preservar a las jovencitas que
estaban en peligro de caer en vicios, y redimir y volver al buen camino a
las que ya habían caído. Estas hermanas le ayudaron muchísimo a nuestro
santo en todos sus apostolados.
Luego con otros compañeros fundó la Comunidad llamada “Clérigos de
San Pablo” los cuales, por vivir en un convento llamado de San Bernabé,
fueron llamados por la gente “Los Padres Bernabitas”. Esta congregación
tenía por fin predicar para convertir a los pecadores, extender por
todas partes la devoción a la Pasión y muerte de Cristo, y a su santa
Cruz. Y esforzarse lo más posible por tratar de obtener la renovación de
la vida espiritual y piadosa entre el pueblo, que estaba muy decaida y
relajada. Estos religiosos hicieron tanto bien en la ciudad y sus
alrededores que unos años mas tarde, San Carlos, gran arzobispo de
Milán, dirá de ellos: “Son la ayuda más formidable que he encontrado en
mi arquidiócesis”.
San Antonio María sentía un gran cariño por la Sagrada Eucaristía,
donde está Cristo presente en la Santa Hostia, con su Cuerpo, Sangre,
alma y divinidad. Por eso propagó por todas partes la devoción de las
Cuarenta Horas, que consiste en dedicar tres días cada año, en cada
templo, a honrar solemnemente a la Sma. Eucaristía con rezos, cantos y
otros actos solemnes de culto.
Otra de sus grandes devociones era la pasión y muerte de Cristo. Cada
viernes, a las tres de la tarde hacía sonar las campanas, para recordar
a la gente que a esa hora había muerto Nuestro Señor. Siempre llevaba
una imagen de Jesús crucificado, y se esmeraba por hacer que sus oyentes
meditaran en los sufrimientos de Jesús en su Pasión y Muerte, porque
esto aumenta mucho el amor hacia el Redentor. Y una tercera devoción que
lo acompaño en sus años de sacerdocio fue un enorme entusiasmo por las
Cartas de San Pablo. Su lectura lo emocionaba hasta el extremo, y de
ellas predicaba, y a sus discípulos les insistía en que leyeran tan
preciosas cartas frecuentemente, y que meditaran en sus importantísimas
enseñanzas. A él le sucedió lo que le ha pasado a miles y millones de
creyentes en el mundo entero, que al leer las Cartas de San Pablo han
descubierto en ellas unos mensajes celestiales tan interesantes que
quedan entusiasmados para siempre por su lectura y meditación.
A nuestro santo le correspondió vivir en los tiempos difíciles en los
que en Alemania el falso reformador Lutero proclamaba una falsa reforma
en la religión, y en Roma y España, San Ignacio y sus jesuitas
empezaban a trabajar por conseguir una verdadera reforma de la Iglesia, y
muchísimos católicos sentían un intenso deseo de que empezara una era
de mayor fervor y menos frialdad y maldad. San Antonio María fue uno de
los que con su enorme apostolado preparó la gran Reforma de la Iglesia
Católica que iba a traer el Concilio de Trento.
Siendo aún muy joven, sintió que de tanto trabajar por el apostolado,
le faltaban las fuerzas. Se fue a casa de su santa madre, y en sus
brazos murió el 5 de julio de 1539. Tenía apenas 37 años, pero había
hecho labores apostólicas como si hubiera trabajado por tres docenas de
años más. El Papa León XIII lo declaró santo en 1897. Y nosotros le
pedimos a San Antonio Zaccaría, que pida mucho al buen Dios para que la
Iglesia Católica se renueve día por día y no vaya a caer nunca en la
relajación y que no se enfríe nunca en el santo fervor que Nuestro Señor
quiere de cada uno de los creyentes.
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