¡Oh!, San Vicente, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo y, aquél que, junto a Valerio, vuestro Obispo,
no dudasteis en proclamar la fe de Cristo Jesús, Dios y Señor
Nuestro; diciendo: “Estamos dispuestos a padecer todos los
sufrimientos posibles con tal de permanecer fieles a la religión
de Nuestro Señor Jesucristo”. Entonces, Daciano, desterró a
vuestro obispo y se dedicó a imponeros sufrir impensables
torturas para tratar de haceros abandonar vuestra religión.
A pesar de los sufrimientos y el cruel martirio, permanecisteis
fiel a nuestra santa religión, para rabia y sorpresa de vuestros
verdugos. La providencia de Dios, jamás os abandonó y hecha voz,
se dejó escuchar, rodeada toda de celestes cánticos y lluvia
de flores decir: “ven valeroso mártir a unirte en el cielo
con el grupo de los que aman a Nuestro Señor”. Y, vuestra alma,
así, al regazo de nuestro Creador llegó, para recibir vuestro
premio: coronado ser, con corona de luz inextinguible. ¿Habrá
otro premio mayor, para tan semejante entrega? ¡No lo hay! ¡No!,
tanto que, San Agustín escribió: “El que sufría era Vicente,
pero el que le daba tan grande valor era Dios. Su carne al
quemarse le hacía llorar y su espíritu al sentir que sufría
por Dios, le hacía cantar”. Así voló vuestra alma al cielo
para coronada ser con corona de luz, como justo premio a
vuestra entrega increíble de amor y fe. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
!Qué maravilloso amor! !Qué valentía! ¡Qué coraje!¡Qué Amor!
¡oh!, San Vicente, “viva luz vencedora y victoriosa de Cristo”.
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Enero San Vicente Mártir Año 304
San Vicente: ¡que nos consigas del cielo la gracia de Dios que nos vuelva muy valientes para proclamar nuestra fe!
Vicente significa: «Vencedor, victorioso”.
San Vicente era un diácono español, y su martirio se hizo tan famoso
que San Agustín le dedicó cuatro sermones y dice de él que no hay
provincia donde no le celebren su fiesta. Roma levantó tres iglesias en
honor de San Vicente y el Papa San León lo estimaba muchísimo. El poeta
Prudencio compuso en honor de este mártir un himno muy famoso.
Era diácono o ayudante del obispo de Zaragoza, San Valerio. (Diácono
es el grado inmediatamente inferior al sacerdocio). Como el obispo tenía
dificultades para hablar bien, encargaba a Vicente la predicación de la
doctrina cristiana, lo cual hacía con gran entusiasmo y consiguiendo
grandes éxitos por su elocuencia y su santidad.
El emperador Diocleciano decretó la persecución contra los
cristianos, y el gobernador Daciano hizo poner presos al obispo Valerio y
a su secretario Vicente y fueron llevados prisioneros a Valencia. No se
atrevieron a juzgarlos en Zaragoza porque allí la gente los quería
mucho. En la cárcel les hicieron sufrir mucha hambre y espantosas
torturas para ver si renegaban de la religión. Pero cuando fueron
llevados ante el tribunal, Vicente habló con tan grande entusiasmo en
favor de Jesucristo, que el gobernador regañó a los carceleros por no
haberlo debilitado más con más atroces sufrimientos. Les ofrecieron
muchos regalos y premios si dejaban la religión de Cristo y se pasaban a
la religión pagana. El obispo encargó a Vicente para que hablara en
nombre de los dos, y éste dijo: «Estamos dispuestos a padecer todos los
sufrimientos posibles con tal de permanecer fieles a la religión de
Nuestro Señor Jesucristo”. Entonces el perseguidor Daciano desterró al
obispo y se dedicó a hacer sufrir a Vicente las más espantosas torturas
para tratar de hacerlo abandonar su santa religión.
El primer martirio fue un tormento llamado «el potro”
Consistía en amarrarles cables a los pies y a las manos y tirar en
cuatro direcciones distintas al mismo tiempo. Este tormento hacía que se
desanimaran todos los que no fueran muy valientes. Pero Vicente, fiel a
su nombre, que también significa «valeroso”, aguantó este terrible
suplicio rezando y sin dejar de proclamar su amor a Jesucristo.
El segundo tormento fue apalearlo
El cuerpo de Vicente quedó masacrado y envuelto en sangre. Pero
siguió declarando que no admitía más dioses que el Dios verdadero, ni
más religión sino la de Cristo. El mismo jefe de los verdugos se quedó
admirado ante el valor increíble de este mártir.
Entonces el gobernador le pidió que ahora sí le dijera dónde estaban
las Sagradas Escrituras de los cristianos para quemarlas. Vicente dijo
que prefería morir antes que decirle este secreto.
Y vino el tercer tormento: La parrilla al rojo vivo
Lo extendieron sobre una parrilla calientísima erizada de picos al
rojo vivo. Los verdugos echaban sal a sus heridas y esto le hacía sufrir
mucho más. Y en todo este feroz tormento, Vicente no hacía sino alabar y
bendecir a Dios.
San Agustín dice: «El que sufría era Vicente, pero el que le daba tan
grande valor era Dios. Su carne al quemarse le hacía llorar y su
espíritu al sentir que sufría por Dios, le hacía cantar”. Si no hubiera
sido porque Nuestro Señor le concedió un valor extraordinario, Vicente
no habría sido capaz de aguantar tantos tormentos. Pero Dios cuando
manda una pena, concede también el valor para sobrellevarla.
El tirano mandó que lo llevaran a un oscuro calabozo cuyo piso estaba
lleno de vidrios cortantes y que lo dejaran amarrado y de pie hasta el
día siguiente para seguirlo atormentando para ver si abandonaba la
religión de Cristo. El poeta Prudencio dice: «El calabozo era un lugar
más negro que las mismas tinieblas; un covacho que formaban las
estrechas piedras de una bóveda inmunda; era una noche eterna donde
nunca penetraba la luz”.
Interviene Dios
Pero a medianoche el calabozo se llenó de luz. A Vicente se le
soltaron las cadenas. El piso se cubrió de flores. Se oyeron músicas
celestiales. Y una voz le dijo: «Ven valeroso mártir a unirte en el
cielo con el grupo de los que aman a Nuestro Señor”. Al oír este hermoso
mensaje, San Vicente se murió de emoción. el carcelero se convirtió al
cristianismo, y el perseguidor lloró de rabia al día siguiente al
sentirse vencido por este valeroso diácono.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Vicente.htm)
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