¡Oh!, San Pedro Damián, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
que honor hicisteis al significado de vuestro nombre:
“domador”. Y, así fue, domándoos a vos mismo
para ejemplo de vuestro tiempo, en el que, el relajo
y la apatía eran comidilla de todos los días.
Vos, corregíais los vicios con ardor de corazón
en cada sermón vuestro. Por dentro, os colocabais
espinas, correas y os dabais fieros azotes,
ayunando a pan y agua. Carpintero seguisties, y jamás
olvidasteis de desprenderos de vuestros bienes materiales
que los dabais todos, a manos llenas a los más pobres.
Siempre os agradó muchísimo el retiraros
a la soledad silente para rezar, orar y meditar;
y sentías una “santa envidia”, por aquellos que tiempo
tienen para rezar, orar y meditar. Por ello,
rodeado del silencio y de soledad, os dedicasteis
al estudio de la Sagrada Biblia y los escritos
de los santos antiguos, para que os inspirasen
la escritura de vuestros libros y cartas, de gran sabiduría
llenos, entre ellos vuestro “Libro Gomorriano”,
que, frontalmente combatió las malas costumbres
de vuestro tiempo. A los Pontífices y a muchos personajes
escribisteis cartas pidiéndoles que trataran de acabar
con la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar
a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con
dinero, sin merecerlo por un buen comportamiento.
El Sumo Pontífice os envió a Ravena a tratar de lograr
de que esa ciudad hiciera las paces con él, consiguiéndolo
de increíble manera, y de vuelta de aquella misión,
inesperadamente, voló vuestra alma al cielo, para coronada
ser, con corona de luz, como justo premio a vuestra entrega
de amor. De inmediato, la gente toda, os consideró como
un gran santo, pidiendo a Dios, vuestra intercesión para
favores inumerables conseguir. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Pedro Damián, “vivo domador de almas” para Cristo.
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
que honor hicisteis al significado de vuestro nombre:
“domador”. Y, así fue, domándoos a vos mismo
para ejemplo de vuestro tiempo, en el que, el relajo
y la apatía eran comidilla de todos los días.
Vos, corregíais los vicios con ardor de corazón
en cada sermón vuestro. Por dentro, os colocabais
espinas, correas y os dabais fieros azotes,
ayunando a pan y agua. Carpintero seguisties, y jamás
olvidasteis de desprenderos de vuestros bienes materiales
que los dabais todos, a manos llenas a los más pobres.
Siempre os agradó muchísimo el retiraros
a la soledad silente para rezar, orar y meditar;
y sentías una “santa envidia”, por aquellos que tiempo
tienen para rezar, orar y meditar. Por ello,
rodeado del silencio y de soledad, os dedicasteis
al estudio de la Sagrada Biblia y los escritos
de los santos antiguos, para que os inspirasen
la escritura de vuestros libros y cartas, de gran sabiduría
llenos, entre ellos vuestro “Libro Gomorriano”,
que, frontalmente combatió las malas costumbres
de vuestro tiempo. A los Pontífices y a muchos personajes
escribisteis cartas pidiéndoles que trataran de acabar
con la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar
a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con
dinero, sin merecerlo por un buen comportamiento.
El Sumo Pontífice os envió a Ravena a tratar de lograr
de que esa ciudad hiciera las paces con él, consiguiéndolo
de increíble manera, y de vuelta de aquella misión,
inesperadamente, voló vuestra alma al cielo, para coronada
ser, con corona de luz, como justo premio a vuestra entrega
de amor. De inmediato, la gente toda, os consideró como
un gran santo, pidiendo a Dios, vuestra intercesión para
favores inumerables conseguir. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Pedro Damián, “vivo domador de almas” para Cristo.
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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21 de Febrero
San Pedro Damián
Cardenal, Obispo de Ostia
Doctor de la Iglesia
(año 1072)
Damián significa: el que doma su cuerpo. Domador de sí
mismo. San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a
la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres
era muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor de
corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos.
Nació en Ravena (Italia) el año 1007. Quedó huérfano muy pequeñito y
un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos y
lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote,
el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le
costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo
se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia
privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los
25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de
vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse
religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la
visita de dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el
austero San Romualdo, y al oírles narrar lo seriamente que en su
convento se vivía la vida religiosa, se fue con ellos. Y pronto resultó
ser el más exacto cumplidor de los severísimos reglamentos de su
convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo
de su camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se
daba azotes, y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su
cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a
debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le
afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada. Entonces
comprendió que las penitencias no deben ser tan exageradas, y que la
mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que
nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir
exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo
empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir
espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de
hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que
hacer es hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la
salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de
silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la
Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá
después enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se
hicieron famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a
labores de carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba
a la economía del convento.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a
Pedro Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos
lo lograron convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos,
y pedía perdón en público por cualquier falta que cometía. Y su
superiorato produjo tan buenos resultados que de su convento se formaron
otros cinco conventos, y dos de sus dirigidos fueron declarados santos
por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi. Este
último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro
Damián. A cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias
recomendándoles que hicieran todo lo posible para que la relajación y
las malas costumbres no se apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes.
Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues
decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar
sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia
rezar tres veces todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles
los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La
penitencia era fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que sí se la
merecía, y la cumplió y se enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la
impureza y la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su
celibato, o sea ese juramento solemne que han hecho de esforzarse por
ser puros, y además la simonía era muy frecuente en todas partes. Y
contra estos dos defectos se propuso luchar Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable
santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El
Papa Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto
de Roma). El humilde sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el
Papa lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos
oficios, obró con admirable prudencia. Porque al que es obediente
consigue victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su
arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a
Pedro Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y
valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar
ese mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de
su idea de divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus
libros eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno
que se llama “Libro Gomorriano”, en contra de las costumbres de su
tiempo. (Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades
que Dios destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos
pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les
dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la
Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar a los altos
puestos de la Iglesia comprando el cargo con dinero (y no mereciéndolo
con el buen comportamiento). Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago,
un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de
hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un
hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque
compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para
ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque
llegaban a altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a
hacer nada bien sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue
nombrado al año siguiente de la muerte de San Pedro Damián, y que era su
gran amigo, el Papa Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra
ese vicio y tratar de acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo
en el obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de
atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a
meditar. Y sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo
su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que
le agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le
llegaba lo repartía entre la gente más necesitada. Era mortificadísimo
en comer y dormir, pero sumamente generosos en repartir limosnas y
ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad
hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su
importante misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió
santamente. Era el 21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente
empezó a considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios
por su intercesión.
El Papa lo canonizó y lo declaró Doctor de la Iglesia por los
elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que
escribió.
Petición
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros
sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir
fielmente su celibato.
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