¡Oh!, San Federico, vos, sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo y que, por vuestro saber de las Escrituras
Sagradas, os dedicasteis a la evangelización de los frisones,
con ardor de corazón y fe, honor haciendo al significado
de vuestro nombre: “En la paz poderoso”. Las costumbres
reformasteis de vuestros diocesanos y combatisteis herejías
de vuestro tiempo. Vos, varón justo y lleno de humildad
como erais, os declarasteis incapaz de aceptar vuestro
obispado y, entonces, actuó la providencia y os re-convenció
Ludovico Pío, emperador, para entera satisfacción de vuestro
pueblo. Y, vos, en el único “Sacerdote Justo”, Jesucristo,
confiando realizasteis vuestra obra extraordinaria, hasta
la entrega de vuestra vida misma. Con los pobres generoso,
hospitalario para con los viajeros y amoroso en vuestras
visitas a los enfermos. De un lado, y del otro a la vida
de oración y sacrificio entregado. Jamás ahorrasteis ni
vigilias, ni ayunos, pues vuestra vida era. A los arrianos
y a su herejía os confrontasteis y recitar ordenasteis, tres
veces cada día, una oración en honor de la Santísima Trinidad.
Cuando ya casi habíais recorrido toda vuestra diócesis, un
día, mientras dabais gracias por la Misa, atacado fuisteis
por criminales que os atravesaron las entrañas, a los pocos
minutos muriendo, entregando así, vuestra alma a Dios. ¡Os
quitaron vuestro cuerpo, pero jamás vuestra alma!, que voló
presta al cielo, para coronada ser con corona de luz, como
muy justo premio a vuestra increíble entrega de amor y fe;
¡oh!, San Federico, “vivo evangelizador del Dios de la Vida”.
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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y su amado santo y que, por vuestro saber de las Escrituras
Sagradas, os dedicasteis a la evangelización de los frisones,
con ardor de corazón y fe, honor haciendo al significado
de vuestro nombre: “En la paz poderoso”. Las costumbres
reformasteis de vuestros diocesanos y combatisteis herejías
de vuestro tiempo. Vos, varón justo y lleno de humildad
como erais, os declarasteis incapaz de aceptar vuestro
obispado y, entonces, actuó la providencia y os re-convenció
Ludovico Pío, emperador, para entera satisfacción de vuestro
pueblo. Y, vos, en el único “Sacerdote Justo”, Jesucristo,
confiando realizasteis vuestra obra extraordinaria, hasta
la entrega de vuestra vida misma. Con los pobres generoso,
hospitalario para con los viajeros y amoroso en vuestras
visitas a los enfermos. De un lado, y del otro a la vida
de oración y sacrificio entregado. Jamás ahorrasteis ni
vigilias, ni ayunos, pues vuestra vida era. A los arrianos
y a su herejía os confrontasteis y recitar ordenasteis, tres
veces cada día, una oración en honor de la Santísima Trinidad.
Cuando ya casi habíais recorrido toda vuestra diócesis, un
día, mientras dabais gracias por la Misa, atacado fuisteis
por criminales que os atravesaron las entrañas, a los pocos
minutos muriendo, entregando así, vuestra alma a Dios. ¡Os
quitaron vuestro cuerpo, pero jamás vuestra alma!, que voló
presta al cielo, para coronada ser con corona de luz, como
muy justo premio a vuestra increíble entrega de amor y fe;
¡oh!, San Federico, “vivo evangelizador del Dios de la Vida”.
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de Julio San Federico de Utrecht Obispo Mártir
Martirologio Romano: En Utrecht, ciudad de Güeldres, en Austrasia, san Federico, obispo, que, ilustre por sus conocimientos sobre las Sagradas Escrituras, se dedicó incansablemente a la evangelización de los frisones (838).
Etimológicamente significa “poderoso en la paz”. Viene de la lengua
alemana. Descendiente de una familia ilustre entre los frisones, fue
elegido obispo de Utrecht en 820. Dedicó toda su actividad a la reforma
de las costumbres de sus diocesanos, y combatió las herejías. Murió
mártir en Utrecht, el año 838. – Fiesta: 18 de julio.
“Al obispo -dice el consagrante al nuevo obispo, durante el ritual de
la consagración-, corresponde juzgar, interpretar, consagrar, ordenar,
ofrecer, bautizar y confirmar”. Y cuando le hace entrega de la más
significativa insignia de su episcopado: “Recibe el báculo de Pastor a
fin de que seas dulce y firme en tus correcciones; en tus juicios, justo
y sereno; al fomentar la virtud en los demás, persuasivo, y no te dejes
llevar ni del rigor ni de la debilidad. Recibe este anillo, símbolo de
la fidelidad con que has de conservar intacta y sin mancha a la Esposa
de Dios, es decir, la Iglesia”. Y asimismo, cuando le hace entrega de
los Evangelios, dice: “Recibe el Evangelio y ve a predicarlo al pueblo
que te ha sido encomendado. Dios Omnipotente aumente en ti la gracia”.
No es extraño que ante una misión tan sublime y a la vez tan cargada
de responsabilidad, Federico, varón justo y lleno de humildad, se
declarase incapaz de aceptar el cargo de obispo de Utrecht, para el que
había sido elegido por el clero y el pueblo de aquella diócesis. Fue
necesaria toda la autoridad del emperador Ludovico Pío, para que aquel
sacerdote, conocido de todos por su ardor pastoral y su predicación,
aceptase la Cátedra episcopal que había quedado vacante a la muerte del
obispo Ricfredo.
Y la verdad es que nadie mejor que él podía encargarse de la
diócesis: por una parte, sus virtudes y su ciencia le daban la autoridad
necesaria para ocupar la Silla episcopal, y por otra, el haber vivido
en íntima comunicación con Ricfredo le hacían el más conocedor de la
situación.
En efecto, nacido hacia el año 790, en el seno de una noble familia
de Frisia, había sido confiado para su educación al clero de la iglesia
de Utrecht, primero, y más tarde al mismo obispo, que se aplicó con
ardor a formar el alma de aquel joven piadoso y trabajador, hasta que,
suficientemente preparado, le confirió el sacerdocio.
Ahora, consagrado ya obispo, en presencia del mismo emperador,
Federico se entrega generosamente a su misión, que cumplirá fielmente
hasta las últimas consecuencias. Su humildad había hecho cuanto estaba
de su mano para no aceptar aquel cargo que sus solas fuerzas no podían
soportar, pero ahora que había recibido ya la plenitud del sacerdocio,
su fe confía en que el único Sacerdote -Jesucristo-, realizará en él la
tarea que le ha querido confiar.
Los primeros tiempos de su episcopado los dedica a la villa de
Utrecht, esforzándose en devolver la paz a su pueblo, y en hacer
desaparecer los últimos restos de paganismo. Siempre acogedor, es
generoso para con los pobres, hospitalario para los viajeros, y
sacrificado en sus visitas a los enfermos. Entregado a la vida de
oración y sacrificio, no ahorra vigilias ni ayunos, en favor de sus
diocesanos.
Más adelante, su celo le lanza a recorrer todo el territorio que le
ha sido confiado. En todas partes trabaja incansablemente en la reforma
de las costumbres de sus diocesanos, y de una manera especial lo hace en
la isla de Walcheren, donde reinaba la más burda inmoralidad.
Se dedica también a combatir la herejía arriana, bastante extendida
en Frisia, y poco a poco va reduciendo los herejes a la verdadera fe
católica. Para asegurar la duración de este retorno a la verdad, San
Federico compone una profesión de fe, que resume la enseñanza católica
sobre la Santísima Trinidad, y ordena que se recite tres veces cada día
una oración en honor de las tres divinas Personas.
Cuando ya casi había recorrido toda la diócesis, un día, mientras
estaba dando gracias de la Misa, es atacado por dos criminales que le
atraviesan las entrañas, muriendo a los pocos minutos. ¿A qué móviles
respondía aquel asesinato? Algunos dan como causa cierta, el odio que
Judit, segunda esposa de Ludovico Pío, alimentaba contra San Federico,
por haberla reprendido con santa libertad, a causa de su conducta
inmoral.
No obstante, aun cuando parece que esta persuasión ya existía en
Utrecht, muy próximamente a la fecha del martirio, hay quien lo pone en
duda, por el testimonio del famoso escritor Rábano Mauro, que ensalza
las virtudes de la emperatriz. Quizá los hagiógrafos no lleguen nunca a
un acuerdo sobre este punto, pero a pesar de ello continuará siendo
cierto que en aquel día del año 838, un obispo moría mártir.
(http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=11243)
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