Oh!, San José Cafasso, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, su amado santo, grande amigo
y benefactor de San Juan Bosco, y formador
de sacerdotes. Desde muy pequeño, inclinado estabais
a la piedad y a la ayuda de los pobres y desposeídos.
No en vano os conocían como “el santito” de todos.
A San Francisco de Sales, y a San Felipe Neri, al
milímetro imitasteis, tanto que, vuestros discípulos
y la gente del pueblo se alegraban y apreciaban
vuestra forma de ser. De presos y más de los a muerte
condenados amigo y luz, pues, ni uno sólo
murió sin saber de Dios, confesarse y arrepentirse.
“Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me
lleven a ahorcar”: ¡Pedían y clamaban los condenados!
Vuestro “don de consejo” a obispos, obreros,
comerciantes, sacerdotes, militares, y a cuanta
gente que se os acercaba les disteis con mucho amor.
Ellos, a su casa volvían con el alma en paz y prestos
para santificarse. Teníais vuestra calma y serenidad
que os hicieron popular. Vos, encorvado y pequeño
de estatura erais, pero, con un rostro de sonrisa amable
siempre y de sonora voz encantadora. En vuestra
conversación irradiabais alegría contagiosa, que
San Juan Bosco admiraba e imitaba feliz. Desde niño
fuisteis devoto de Nuestra Señora, y, a vuestros
alumnos sacerdotes los entusiasmabais por esta
devoción. Cuando hablabais de la Madre de Dios se
os notaba un entusiasmo extraordinario. Los sábados
y en las fiestas de la Virgen no negabais favores
a quienes os lo pedían. “Es pequeño de cuerpo, pero
gigante de espíritu”, comentaba la gente de vos.
Recordabais a vuestros sacerdotes: “Nuestro Señor
quiere que lo imitemos en su mansedumbre”. Devoto
de Nuestra Señora, en éxtasis entrabais y decíais:
“qué bello morir un día sábado, día de la Virgen,
para ser llevados por Ella al cielo”. Y, así, os
sucedió y poco antes de partir escribisteis: “No
será muerte sino un dulce sueño para vos, alma mía,
si al morir os asiste Jesús, y os recibe la Virgen
María”. Y, así, todo cubierto de gloria, marchó
vuestra alma al cielo, para coronada ser de luz,
como justo premio a vuestra grande entrega de amor;
¡oh!, San José Cafasso, “vivo consejero del Dios Vivo”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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de la Vida, su amado santo, grande amigo
y benefactor de San Juan Bosco, y formador
de sacerdotes. Desde muy pequeño, inclinado estabais
a la piedad y a la ayuda de los pobres y desposeídos.
No en vano os conocían como “el santito” de todos.
A San Francisco de Sales, y a San Felipe Neri, al
milímetro imitasteis, tanto que, vuestros discípulos
y la gente del pueblo se alegraban y apreciaban
vuestra forma de ser. De presos y más de los a muerte
condenados amigo y luz, pues, ni uno sólo
murió sin saber de Dios, confesarse y arrepentirse.
“Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me
lleven a ahorcar”: ¡Pedían y clamaban los condenados!
Vuestro “don de consejo” a obispos, obreros,
comerciantes, sacerdotes, militares, y a cuanta
gente que se os acercaba les disteis con mucho amor.
Ellos, a su casa volvían con el alma en paz y prestos
para santificarse. Teníais vuestra calma y serenidad
que os hicieron popular. Vos, encorvado y pequeño
de estatura erais, pero, con un rostro de sonrisa amable
siempre y de sonora voz encantadora. En vuestra
conversación irradiabais alegría contagiosa, que
San Juan Bosco admiraba e imitaba feliz. Desde niño
fuisteis devoto de Nuestra Señora, y, a vuestros
alumnos sacerdotes los entusiasmabais por esta
devoción. Cuando hablabais de la Madre de Dios se
os notaba un entusiasmo extraordinario. Los sábados
y en las fiestas de la Virgen no negabais favores
a quienes os lo pedían. “Es pequeño de cuerpo, pero
gigante de espíritu”, comentaba la gente de vos.
Recordabais a vuestros sacerdotes: “Nuestro Señor
quiere que lo imitemos en su mansedumbre”. Devoto
de Nuestra Señora, en éxtasis entrabais y decíais:
“qué bello morir un día sábado, día de la Virgen,
para ser llevados por Ella al cielo”. Y, así, os
sucedió y poco antes de partir escribisteis: “No
será muerte sino un dulce sueño para vos, alma mía,
si al morir os asiste Jesús, y os recibe la Virgen
María”. Y, así, todo cubierto de gloria, marchó
vuestra alma al cielo, para coronada ser de luz,
como justo premio a vuestra grande entrega de amor;
¡oh!, San José Cafasso, “vivo consejero del Dios Vivo”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de junio
San José Cafasso
Confesor
Año 1860
Antes de morir escribió esta estrofa:
“No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si
al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María”. Y seguramente
así le sucedió en realidad.
Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de
San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores
formadores de sacerdotes del siglo XIX. Nació en 1811 en el mismo
pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana
suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la
comunidad de los Padres de la Consolata.
Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.
Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.
En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera
vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco
era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer
encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el
que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: “Yo era un
niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi
junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su
amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté:
‘¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?’. Él con
una agradable sonrisa me
respondió: ‘Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo’. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ‘Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices’. Él añadió: ‘Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo’.
Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la
sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron
el templo, y él antes de despedirse me dijo: ‘No se te olvide que para
el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le
atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar
las almas’. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé
admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se
llamaba y me dijeron: ‘Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya
desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito”.
Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para
que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una
vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la
capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un
instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de
postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al
terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo
instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo
de magnífico rector por doce años hasta su muerte.
San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus
alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San
Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al
contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos
dos simpáticos santos. En aquel entonces habían llegado a Italia unas
tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona
no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de
Dios que en su misericordia (rigorismo).
El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las
doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y
en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo
con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a
visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos
una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados. Cuando el niño
campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo
para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media
beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media
beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero.
Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y
allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio.
El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que
sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y
cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y
todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo
comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible
con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía
ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la
Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y
protector.
En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles
estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se
fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad
se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar
una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras
ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta
para ellos.
San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a
muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin
confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para
que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la
sentencia a muerte, lo primero que pedía era: “Que a mi lado esté el
Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar” (Un día se llevó a su
discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era
capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba
soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).
La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era “el don
de consejo”. Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber
aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho
llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros,
militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y
volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para
santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y
su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero
en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora.
De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco
admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad
inmutable del Padre José. La gente decía: “Es pequeño de cuerpo, pero
gigante de espíritu”. A sus sacerdotes les repetía: “Nuestro Señor
quiere que lo imitemos en su mansedumbre”.
Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos
sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando
hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo
extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba
favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más
generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna
limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado
o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de
la Madre de Jesús, les concedería su petición.
Un día en un sermón exclamó: “qué bello morir un día sábado, día de
la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo”. Y así le sucedió: murió
el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años. Su oración
fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.
El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le
suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su
simpática santidad.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/José_Cafasso_6_23.htm)
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