Día litúrgico: Domingo XVIII (A) del tiempo ordinario (Ver 1ª Lectura y Salmo)
Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En
aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se
marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la
gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús
el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.
Como se hizo
tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y
es muy tarde, despide a la multitud para que, vayan a las aldeas y se
compren de comer». Jesús les replicó: «No hace falta qué vayan, dadles
vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que
cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos».
Mandó a la
gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos
peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y
se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.
Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos
de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
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«Traédmelos»
Fr. Roger J. LANDRY
(Hyannis, Massachusetts, Estados Unidos)
Hoy, Jesús nos muestra lo mucho que desea involucrarnos en su trabajo
de redención. Él, que ha creado el cielo y la tierra de la nada,
hubiese podido —de igual forma— haber fácilmente creado un opíparo
banquete para saciar a aquella multitud.
Pero prefirió hacer el
milagro partiendo de lo único que sus discípulos podían entregarle. «Si
aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces» (Mt 14,17), le dijeron.
«Traédmelos» (Mt 14,18), les respondió Jesús. Y el Señor llevó a cabo
la multiplicación de tan exiguo recurso —ni tan sólo suficiente para
alimentar a una familia normal— para dar de comer a unas 5000 familias.
El
Señor procedió de igual forma en el festín de las bodas de Caná. Él,
que creó todos los mares, podía fácilmente haber llenado con el vino más
selecto aquellas tinajas de más de 100 litros, partiendo de cero. Pero,
de nuevo, prefirió involucrar a sus criaturas en el milagro, haciendo
que, primero, llenasen los recipientes de agua.
Y, el mismo
principio, podemos apreciarlo en la celebración de la Eucaristía. Jesús
empieza no de la nada, ni tampoco de cereales o de uvas, sino del pan y
del vino, que ya conllevan en sí el trabajo de manos humanas.
El
difunto Cardenal Francisco Javier Nguyen van Thuan, prisionero de los
comunistas vietnamitas desde 1975 al 1988, se preguntaba cómo podría
favorecer el Reino de Cristo y preocuparse de su rebaño mientras
intentaba sobreponerse al brutal sufrimiento de su solitario
confinamiento. Y, dándose cuenta de lo poco que podía hacer desde la
celda de su cárcel, pensó que, al menos, cada día, podría ofrecer al
Señor sus “cinco panes y dos peces” y dejar que Dios hiciese el resto. Y
el Señor multiplicó aquellos pequeños esfuerzos convirtiéndolos en un
testimonio que ha inspirado no sólo a los vietnamitas, sino a toda la
Iglesia.
Hoy, el Señor nos pide a nosotros, sus modernos
discípulos, que “demos a las multitudes algo de comer” (cf. Mt 14,16).
No importa lo mucho o poco que tengamos: démoslo al Señor y dejemos que
Él continúe a partir de ahí.
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