¡Oh!, San Félix Cantalicio, vos sois, el hijo del Dios de la Vida,
su amado santo y aquél que la Cruz Santa
y el Santo Rosario, amasteis hasta el segundo último
de vuestra vida. El superior de vuestra comunidad os
describió las penitencias que había que hacer y la gran
pobreza en que allí se vivía y vos preguntasteis: “Padre
¿en mi habitación hay un crucifijo?”. “Sí, lo habrá”, os
dijo el superior. Y vos, le contestasteis: “Pues bastará
mirar a Cristo Crucificado y su ejemplo me animará a sufrir
con paciencia”. Y, el superior os admitió. A vuestro
compañero de limosnería le decíais: “Amigo: los ojos en
el suelo, el espíritu en el cielo y en la mano, el santo
rosario”. Y repetíais: “o santo, o nada”. “La única tristeza
es la de no ser santo”. Siempre viajabis decalzo, dormíais
sobre una tabla y la mayor parte de la noche os pasabais
rezando. Os alimentabais con las sobras que quedaban
de la mesa de los demás. Cuando ya estabais anciano, un
cardenal os dijo: “Fray Félix, ya no cargue más esa maleta
de mercados que recoge para los pobres. Ya es tiempo de
descansar”, y vos le respondisteis: “Monseñor: el burro
se hizo para llevar cargas. Mi cuerpo es un borriquillo
y si lo dejo descansar le puede hacer daño al alma”.
¿Sabiduría tanta de dónde vos la habías obtenido? se
preguntaba la gente y vos, contestabais: “De un libro
que seis páginas tiene: Cinco, son las heridas de Cristo
Crucificado y, la sexta es la Santísima Virgen María.
¡Qué respuesta tan maravillosa, saber tanto para la vida,
en «seis hojas guardado». Ayunabais muchas veces a pan
y agua y ocultabais los dones sobrenaturales que recibíais
del cielo, pero, mientras ayudabais en la Misa os elevabais
por los aires. San Carlos Borromeo os pidió unos consejos
para obtener que sus sacerdotes se hicieran más santos
vos le respondisteis: “Que cada sacerdote se preocupe
por celebrar muy bien la Misa y por rezar muy devotamente
los salmos que tiene que rezar cada día, el Oficio Divino”.
“Acuérdate que eres mi Madre”. “Yo soy siempre un pobre
niño y los niños no pueden andar sin la ayuda de la madre.
No me sueltes jamás de tus manos”, le decía a Nuestra
Señora. Vos, sois la prueba viva de vuestra santa vida;
tanto que el día de vuestra muerte, dijisteis: “a mi Madre
veo, María la Virgen, que rodeada viene, de ángeles
a llevarme”. Y, así, voló vuestra alma al cielo para
recibir corona de luz, como justo premio a vuestra entrega
de amor y fe. Hoy vivís, en la presencia de quien os creó: ¡Dios!
¡Oh!, San Félix Cantalicio, «viva prueba del Dios «Vivo» de la Vida».
© 2022 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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San Félix de Cantalicio
Religioso Místico Capuchino
(Año 1587)
¿En qué imitaré a San Félix? ¡Dios mío ilumíname! El que se humilla será enaltecido. (Jesucristo).
Nació en Cantalicio (Italia) en 1513. Hijo de dos campesinos muy pobres y muy piadosos. De niño tuvo por oficio pastorear ovejas, y allá en el campo, trazaba una cruz en la corteza de un árbol, y ante esa cruz pasaba horas rezando. Le encantaba rezar el Santo Rosario. Y decía que en cualquier oficio y a cualquier hora hay que acordarse de Dios y ofrecer por El todo lo que se hace o sufre.
Cuando ya era mayor, un día estaba arando el campo y de pronto los bueyes se asustaron y se le lanzaron encima. Al sentir que iba a morir allí pisoteado, prometió a Nuestro Señor dedicarse a una vida más perfecta. Salió ileso del accidente y al oír leer un libro de vidas de santos sintió un fuerte deseo de imitar a los grandes amigos de Dios en la oración y en la penitencia. Entonces le preguntó a un amigo cuál era la Comunidad religiosa más exigente y fervorosa que existía en ese entonces. El otro le dijo que eran los padres Capuchinos. Y hacia allá se dirigió a pedir que lo admitieran.
El superior, para que no se hiciera ilusiones le describió de manera muy fuerte las penitencias que había que hacer en aquella comunidad y la gran pobreza en que allí se vivía. Félix le preguntó: “Padre ¿en mi habitación hay un crucifijo?”. “Sí, lo habrá”, le dijo el superior. “Pues bastará mirar a Cristo Crucificado y su ejemplo me animará a sufrir con paciencia”. El superior comprendió que este joven amaba y meditaba la Pasión de Cristo, y lo admitió.
El oficio de Félix desde que entró a la comunidad hasta que se murió, fue por 40 años, el de pedir limosna por las calles de Roma, para ayudar a los necesitados. Era un oficio duro, cansado y humillante, pero él lo hacía con una alegría que impresionaba gratamente a la gente. A su compañero de limosnería le decía: “Amigo: los ojos en el suelo, el espíritu en el cielo y en la mano, el santo rosario”. Y repetía: “o santo, o nada”. “La única tristeza es la de no ser santo”. Y con lo que recogía ayudaba a familias muy necesitadas y a enfermos y gente abandonada.
La gente se admiraba de sus buenos consejos y le preguntaba en qué libro había aprendido tanta sabiduría y él respondía: en un libro que tiene seis páginas: cinco son las heridas de Cristo Crucificado, y la sexta es la Sma. Virgen María.
Siempre alegre, parecía no sufrir. Se chistoseaba con San Felipe Neri. Un día San Felipe le dice: “Fray Félix, que te quemen vivo los herejes, para que te consigas un gran puesto en el cielo”. Fray Félix le responde: “Padre Felipe: que lo picadillen los enemigos de la religión para que así se consiga una gran gloria en la eternidad”.
Siempre viajaba descalzo por calles y caminos, todos los días. Dormía sobre una tabla. La mayor parte de la noche la pasaba rezando. Se alimentaba con las sobras que quedaban de la mesa de los demás. Cuando ya estaba anciano, un cardenal le dijo: “Fray Félix, ya no cargue más esa maleta de mercados que recoge para los pobres. Ya es tiempo de descansar”, y el santo le respondió: “Monseñor: el burro se hizo para llevar cargas. Mi cuerpo es un borriquillo y si lo dejo descansar le puede hacer daño al alma”.
Ya desde pequeño nunca se sentía ofendido cuando lo humillaban e insultaban. Cuando alguien lo insultaba u ofendía muy fuertemente le decía: “Que Dios te haga un santo. Pediré a Dios que te haga un buen santo”.
Ayunaba muchas veces a pan y agua. Trataba de ocultar los dones sobrenaturales que recibía del cielo, para que nadie los supiera, pero muchas veces mientras ayudaba a Misa se elevaba por los aires.
Eran tantas las veces que repetía la frase “Gracias a Dios”, que las gentes sencillas al verlo decían: allá viene el hermanito “Gracias a Dios”.
San Carlos Borromeo le pidió unos consejos para obtener que sus sacerdotes se hicieran más santos y le respondió: “Que cada sacerdote se preocupe por celebrar muy bien la Misa y por rezar muy devotamente los salmos que tiene que rezar cada día, el Oficio Divino”.
Al franciscano Padre Montalto que iba a ser nombrado Sumo Pontífice le dijo: “Si un día lo nombran Papa, esmérese por ser un verdadero santo, porque si no es así, sería mucho mejor que se quedara como sencillo fraile en un convento”. Montalto llegó a ser Papa Sixto V y siempre recordaba el consejo del humilde hermano Félix.
Desde pequeñito se sintió favorecido por la Santísima Virgen y le tuvo un cariño inmenso. Cuando pasaba por frente a las imágenes de Nuestra Señora le repetía aquello que a San Bernardo le agradaba tanto decirle: “Acuérdate que eres mi Madre”. Y le decía frecuentemente: “Yo soy siempre un pobre niño y los niños no pueden andar sin la ayuda de la madre. No me sueltes jamás de tus manos”.
Pocos minutos antes de morir se llenó de alegría y de emoción y exclamó: “Veo a mi Madre, la Virgen María, que viene rodeada de ángeles a llevarme”.
Murió el 18 de mayo de 1587 a los 72 años.
El Papa Sixto V decía que en su tiempo ya se habían obtenido 18 milagros por intercesión de Félix de Cantalicio.
En 1712, el Papa Inocencio XI lo declaró santo.
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