¡Oh!, San José:
Dios en la luz de los tiempos,
Y mucho antes de que el mundo fuera hecho
Os pensó para convertiros por siempre,
En el terreno padre de Jesús, Su Amadísimo Hijo
Y, según San Mateo y San Marcos
Erais vos, un “tekton”: Un carpintero
Y Nuestro Señor Jesús fue llamado “Hijo de José”,
“El carpintero”. Y, vos, lo adoptasteis amorosamente
Y Jesús se os sometió como un buen hijo ante su padre
¡Maestro del Amor!
¡Maestro del Silencio!
¡Maestro de la Vida!
¡Oh! San José, “vivo Amor del Padre para Jesús”.
© 2022by Luis Ernesto Chacón Delgado
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¡Oh!, San José, vos, sois el hijo del Dios de la Vida y
su amado Santo, y al que Dios encomendó una maravillosa
tarea: Ser padre adoptivo del Niño Jesús y esposo virginal
de la Virgen María. Con el tiempo, vos, os habéis alzado
como el santo custodio de la Sagrada Familia, y además
sois el santo más cercano a Jesús y a Nuestra Santísima
Virgen María. San Mateo os llama hijo de Jacob y San
Lucas, os hace hijo de Helí. Nacido en Belén teníais que ser
de la misma ciudad de David, de la cual erais descendiente.
Vos, antes de la Anunciación, vivíais en Nazaret y según
San Mateo y Marcos, vos, erais un “tekton”, es decir, un
maravilloso carpintero. San Justino, así lo confirma,
y la tradición de la Iglesia, la ha aceptado. Nuestro
Señor Jesucristo fue llamado “Hijo de José”, “el
carpintero”, siendo verdaderamente Hijo de Dios y a quien
adoptasteis amorosamente. Jesús, os amó y respetó el tiempo
que vivió con vos, como un buen hijo ante su padre. Vos,
influenciasteis en su desarrollo humano de manera perfecta
dentro de vuestro ejemplar matrimonio con María Virgen;
¡Oh! San José, Casto Esposo de La Vírgen María, y Santo
Patrono de la Iglesia Universal. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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San José
Esposo de la Virgen María
Patrono de la Iglesia Universal
Hoy, 19 de marzo, la Iglesia Católica celebra la ‘Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María’.
José,
por designio divino, ocupa un lugar central en la fe católica, ya que
Dios le concedió el privilegio y la bendición de estar al lado de la
Virgen María y, junto a Ella, criar a su Hijo, esperanza de la
humanidad. En su divino designio, Dios Padre le encomendó a José la
‘labor’ más importante: ser cabeza de la Sagrada Familia.
En
virtud de la responsabilidad que le fue otorgada -cumplida a cabalidad-
San José ha recibido innumerables patronazgos. El más importante de
ellos es el que ejerce sobre toda la Iglesia: el Beato Papa Pío IX
proclamó a San José “Patrono de la Iglesia Católica” mediante el decreto
Quemadmodum Deus [Del modo en que Dios] del 8 de diciembre de 1870. Y
es que José fue el custodio de la semilla misma de la Iglesia, el hogar
de Nazareth.
A
este patronazgo se suman los incontables que el santo posee alrededor
del mundo y en todas las épocas: comunidades religiosas, instituciones
(tanto eclesiales como civiles) e incluso sobre naciones enteras -como
es el caso del Perú-. Como dato llamativo, cabe mencionar que muchas
ciudades alrededor del globo llevan su nombre.
Por
otro lado, quien fuera Padre de Jesús en la tierra es también el ‘santo
patrono de la buena muerte’, un patronazgo quizás menos conocido, pero
que también vale la pena tener presente.
Quiso
Dios que el amor del corazón de José de Nazareth se volcara sobre María
al punto de elegirla como esposa. Ese amor que Dios inspiró se fue
perfeccionando poco a poco a lo largo de la vida adulta del santo,
incluso en momentos muy difíciles, llenos de incertidumbre, en los que
tuvo que aferrarse a la Providencia.
Dice
la Escritura que el ángel le habló en sueños a José, Varón Justo:
"José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que
en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados" (Mt. 1, 20-21).
Así,
el humilde carpintero se vio impulsado a abrirse paso a través de un
mar de dudas, acogiéndose con confianza a la gracia divina. José, una
vez de la mano del que todo lo puede, no miró más atrás.
La
misión confiada a San José fue inmensa, capaz de desbordar cualquier
cálculo humano; capaz de hacer temblar al más fuerte o abrumar al más
cerebral. Frente a ella, sin embargo, José respondió con fe, obediencia,
valor y sencillez. No hizo aspavientos, ni buscó reconocimientos. Muy
por el contrario, confió en Dios y puso manos a la obra -y ¡vaya que le
costó!-.
Lo
suyo no fue ocupar un lugar protagónico; por eso, su ‘puesto’ y sus
ademanes recuerdan lo contemplativo, no en vano se le conoce como el
‘Santo del Silencio’. Siempre llamará la atención ese contraste entre lo
que le fue requerido y lo ‘poco’ que aparece en el relato bíblico. Y
todavía más: no se conoce palabra alguna que haya salido de su boca
-sabemos que los Evangelios no recogen nada al respecto-.
Eso
sí, quedan de manera prístina sus obras, su fe y su amor -las que
influenciaron en Jesús y forjaron su carácter, las mismas virtudes que
cimentaron su santo matrimonio-.
Junto a Santa María, San José pasó por todas las vicisitudes que rodearon el nacimiento del Mesías.
Basta
recordar su confusión inicial al enterarse de que María estaba encinta.
Basta recordar que, superando sus dudas y temores, la acompañó durante
su embarazo como hacen los buenos esposos; y a poco de que Ella diera a
luz, sintió angustia por no encontrar un lugar apropiado para que
nacería su hijo por adopción, nada menos que el Salvador de la
humanidad.
Basta
detenerse un poco y contemplar con él el misterio que se presentaba
ante sus ojos: el Hijo de Dios, encomendado a sus cuidados, nacía en un
establo y, a los pocos días, tendría que llevárselo fuera del país rumbo
a Egipto.
Fue
José quien tuvo que organizar aquella huida -como si hubiese cometido
algún delito-, luchando por no distraerse y solo pensar en su objetivo:
poner a Jesús a buen recaudo, lejos de la mano asesina de Herodes.
¡Qué gozo debe haber sentido José al ver cómo la Providencia coronaba su esfuerzo manteniendo a su familia a salvo!
Paternidad real y ejercida
Como
José era carpintero, no pudo darle ningún lujo a Jesús en los años de
su infancia, y, sin habérselo propuesto, lo hizo convivir con la
pobreza. Si los ojos de José no hubiesen sido los de la fe, no sería
posible entender siquiera el porqué de su firmeza ni cómo libró las
pequeñas o grandes batallas que pudieron surgir en su interior.
Y
es que San José fue hombre de oración y no solo de acción. Por eso no
hubo límite alguno a la hora de entregar su amor: José le dedicó todo el
tiempo posible a Jesús y hasta le enseñó su profesión.
Con
toda seguridad, las atenciones del santo carpintero fueron más que
suficientes para que Jesús conociera el cariño y la guía de un padre. En
ese sentido, el Señor tuvo un padre ejemplar; uno de esos que no se
guardan nada para sí y que lo entregan todo. José, al mismo tiempo, se
dejó educar y guiar. Así, aprendió a comprender al hijo cuando la misión
apremiaba, como aquella vez en la que Jesús se extravió y lo encontró
enseñando en el templo. ¡Hasta en eso José fue desprendido y generoso!
El
hogar de Nazareth fue, pues, un auténtico cenáculo de amor, vivido en
perfecta presencia divina. Allí pasó José sus mejores años, en trato
directo con la fuente de todo amor. ¡Dios conviviendo con él bajo el
mismo techo! ¡Cuántas veces su mirada debe haberse cruzado con la de
Jesús! ¡Cuántas veces debe haberse quedado contemplando la grandeza de
Dios presente en Jesús niño, después adolescente y mientras se hacía
hombre pleno! ¡Y cuántas las veces en que hablaron de padre a hijo y
compartieron experiencias!
Dios,
en su humildad infinita, quiso dejarse educar mansamente por el santo
carpintero, mientras éste se dejaba también educar por su propio hijo, a
través de sus palabras y sus gestos.
¡Asísteme en la hora de la muerte!
Hay
mucho de maravilloso y ejemplar en la figura de San José. Cualquier
padre que quiera amar como Dios manda encuentra en él un modelo y un
poderoso intercesor. No obstante, hay algo más: San José ha sido llamado
‘patrono de la buena muerte’.
La
razón para ello es profunda aunque no deja de estar envuelta por el
misterio. Lo más seguro es que el carpintero de Nazaret tuvo la dicha de
morir acompañado y consolado por Jesús, Dios hecho hombre, y por María,
su esposa y la Madre del Redentor.
Santa Teresa de Jesús y la devoción a San José
La
Iglesia Católica tiene a San José como ‘santo patrono’ y protector
desde siempre. Como se señaló antes, esa misión especial fue explicitada
de manera oficial por el Papa Pío IX en 1847.
Ya
Santa Teresa de Ávila había profundizado y difundido la devoción al
Santo Custodio a consecuencia del milagro de la recuperación de su
salud, obtenido por su intercesión. Teresa solía decir: "Otros santos
parecen que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas.
Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo".
En
otro momento la santa continúa: “Durante 40 años, cada año en la fiesta
de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha
fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el
ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van
a conseguir".
Una
tradición popular cuenta que doce jóvenes pretendieron casarse con
María y se presentaron ante ella cada uno con un bastón de madera en la
mano, a la usanza de la época. De pronto, cuando la Virgen debía escoger
entre todos ellos, el bastón de José -que era uno de los pretendientes-
floreció milagrosamente.
Los
ojos de María, en ese momento, se fijaron en él. Se dice que esta es la
razón por la que al santo se le suele representar con una ‘vara
florecida’ en las manos. La varita de San José es por esto también
símbolo de pureza.
¡San José, casto esposo de la Virgen María, ruega por nosotros! (ACI prensa).
(https://www.aciprensa.com/noticias/54773/solemnidad-de-san-jose-esposo-de-la-virgen-maria-y-custodio-de-la-iglesia)
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