¡Oh!, San Pio X, vos, sois el hijo del Dios de la Vida
su Pontífice y amado santo, que gobernasteis en tiempos
de profundos cambios, entre ellos, la Revolución Rusa
y la Primera Guerra Mundial. Cambios en los que supisteis
enrumbar a la Iglesia Católica, dentro de los cauces de
la fidelidad al Evangelio, para fortalecer los grandes
retos de los nuevos tiempos: «Instaurar todo en Cristo».
Vos, tomasteis posesión de la sede de San Pedro tras la
muerte del Papa León XIII, y os abocasteis a promover un
compromiso mayor de los fieles con la Eucaristía. Así
empezó vuestra reforma, de acuerdo con vuestro lema:
«Instaurar todo en Cristo». Transformar el mundo, cada
vez más alejado de Dios, y reconstruirlo sobre el más
seguro de los cimientos: ¡Cristo! Vos, en medio de las
dificultades erais siempre alegre, sensible e inteligente.
Vuestro deseo era amar a Dios y a los hermanos, y por
ello os planteasteis ser sacerdote. Más tarde Os nombraron
arcipreste de Salzano, donde restaurasteis la iglesia
y ayudasteis a la ampliación y mantenimiento del hospital,
y trabajasteis para que los estudiantes de las escuelas
públicas pudieran recibir instrucción religiosa. Luego
fuisteis nombrado obispo de Mantua, trabajandoado en el
seminario y os encargasteis de enseñar teología dogmática.
Seguidamente el Papa León XIII, os creó cardenal en
un consistorio secreto y tres días después, fuisteis
preconizado «Patriarca de Venecia». En «Quam Singulari»
vos recomendabais que la Primera Comunión sea administrada
a los niños pequeños apenas tuviesen uso de razón.
Por el aniversario de la proclamación del dogma de la
Inmaculada Concepción, publicasteis la encíclica «Ad
diem Illum laetissimum», en la que disteis nuevos brios
a la devoción a María Madre de Dios. Por la doctrina
cristiana publicasteis la encíclica «Acerbo nimis» en la que
planteabais que la catequesis fuera dirigida también a los
adultos. Os preocupaba la formación de los sacerdotes
y para ello, publicasteis la encíclica «Pieni l’animo».
en donde recomendabais la necesidad de tener sumo cuidado
en la ordenación de sacerdotes. Para preservar la pureza
de la fe publicaste el decreto «Lamentabili» en el que
sesentaycinco proposiciones modernistas fueron condenadas.
En vuestra encíclica «Pascendi Dominici gregis», vos,
expusisteis y condenabais el sistema del modernismo,
destacando sus peligros en relación con la filosofía,
apologética, exégesis, historia, liturgia y disciplina,
mostrando la contradicción entre esa corriente de
pensamiento y la fe. Ordenasteis el empleo de la música
sacra en las iglesias, además del canto gregoriano.
Dispusisteis que los libros de cantos se imprimieran con
el mismo tipo de fuente que se usa en el Vaticano. Y como
obra final, con el apoyo de los jesuitas, fundasteis
el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Vuestro trabajo
doctrinal fue reconocido, fuera de la Iglesia. A vos,
también se os conoce vuestro espíritu apostólico, vuestra
fortaleza de carácter, la precisión de vuestra decisiones
y el celo por la recta formación de los católicos.
¡Oh! San Pío X "viva antorcha de la fe del Dios Vivo".
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Degado
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21 de Agosto
San Pío X, Papa
San Pio X, pontífice entre los años 1903 y 1914, en los albores del siglo XX. Gobernó en tiempos de profundos cambios que sirvieron, tristemente, de antesala de auténticos fracasos para la humanidad, como es el caso de la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial.
Precisamente, en este duro contexto Pio X supo enrumbar a la Iglesia
dentro de los cauces de la fidelidad al Evangelio, de manera que esta
pudiese afrontar con esperanza los grandes retos de los nuevos tiempos.
«Instaurar todo en Cristo»
Pio X asumió la sede de San Pedro tras la muerte del Papa León XIII en 1903. Inmediatamente se abocó a promover un compromiso mayor de los fieles con la Eucaristía. Animó a que estos se acerquen asiduamente a ella, si es posible que cultiven la costumbre de la misa diaria.
Por ahí empezó su «reforma», muy acorde con el lema que escogió para su pontificado: «Instaurar todo en Cristo»; es decir, para transformar el mundo -cada vez más alejado de Dios- hay que construir sobre el más seguro de los cimientos: Cristo. Sin Él toda empresa humana está condenada a fracasar.
Un hijo de su tiempo
Giuseppe Melchor Sarto nació el 2 de junio de 1835, en Riese, Italia; hijo de un cartero e integrante de una familia humilde. Fue un niño que creció bajo las condiciones de la clase trabajadora italiana de fines del s. XIX. A pesar de las dificultades siempre fue un chico alegre, sensible e inteligente.
Mientras crecía, su inquieto espíritu lo fue moviendo a profundizar en su fe y vocación. Lo que más deseaba era amar a Dios y a los hermanos, así que llegó el momento más serio: se planteó ser sacerdote.
Años más tarde, a los 23, recibiría el orden sacerdotal en la provincia de Treviso, Venecia (Italia).
Vertiginosa carrera eclesiástica
En 1867 fue nombrado arcipreste de Salzano, un importante municipio de la diócesis de Treviso, donde restauró la iglesia y ayudó a la ampliación y mantenimiento del hospital. A la par, trabajó para que los estudiantes de las escuelas públicas pudieran recibir instrucción religiosa.
En noviembre de 1884 fue nombrado obispo de Mantua, una sede muy difícil. Al asumir el cargo, su principal preocupación era la formación del clero, por lo que empezó a trabajar en el seminario, encargándose personalmente de enseñar teología dogmática.
Más adelante, para su sorpresa, el Papa León XIII lo creó cardenal en consistorio secreto de junio de 1893, otorgándole el título de «San Bernardo de las Termas». Tres días después, en consistorio público, fue preconizado «Patriarca de Venecia», conservando el título de Administrador Apostólico de Mantua.
Sin embargo, el ahora Cardenal Sarto tuvo que esperar 18 meses para poder tomar posesión de su diócesis, ya que el gobierno italiano se negaba a concederle reconocimiento oficial. Una vez que pudo ser erigido como Patriarca de Venecia, concentró su atención nuevamente en el seminario, donde organizó la facultad de derecho canónico.
Espíritu renovador
Años después, ya como pontífice, hizo importantes reformas a tono con los tiempos y las necesidades de los fieles. Una de ellas fue publicada mediante decreto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, «Quam Singulari» (Cuán singular). El Papa recomendaba allí que la Primera Comunión sea administrada a los niños pequeños apenas tuviesen uso de razón.
Por el quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, Pio X publicó la encíclica «Ad diem Illum laetissimum» (Hasta aquel alegre día) en el marco del congreso mariano en el que coronó la imagen de la Inmaculada Concepción que está ubicada en la Basílica de San Pedro. A través de esta encíclica, el Papa le dio un nuevo impulso a la devoción a María Madre de Dios.
En relación a la enseñanza de la doctrina cristiana publicó la encíclica «Acerbo nimis» (Demasiado amargo), en la que planteaba que la catequesis fuera dirigida también a los adultos. Además promovió la publicación de un nuevo catecismo para la diócesis de Roma.
Igual que cuando fue obispo, siempre preocupado de la formación de los sacerdotes, como Papa intervino a través del magisterio: publicó la encíclica «Pieni l’animo» (Lleno el ánimo), dirigida al Episcopado italiano (1906), en donde hacía énfasis en la necesidad de tener mayor cuidado en la ordenación de sacerdotes, llamando la atención de los obispos sobre el hecho de que, entre los clérigos más jóvenes, se manifestaba cada vez con mayor frecuencia un espíritu de independencia poco compatible con la disciplina eclesiástica.
Por otra parte, ordenó que los seminarios italianos fueran visitados frecuentemente por los obispos.
Cristianismo y modernidad
Otra de sus grandes preocupaciones fue preservar la pureza de la fe, por eso, en 1907, publicó el decreto «Lamentabili» (llamado también el «Syllabus de Pío X»), en el que 65 proposiciones modernistas fueron condenadas. La mayor parte de ellas se referían a las Sagradas Escrituras y su inspiración, la doctrina de Jesús y los apóstoles; mientras que otras se relacionaban con el dogma, los sacramentos y la primacía del Obispo de Roma.
Poco después, el 8 de Septiembre de 1907, publicó la encíclica «Pascendi Dominici gregis» (Apacentar la grey del Señor), en donde exponía y condenaba el sistema del modernismo, destacando sus peligros en relación con la filosofía, apologética, exégesis, historia, liturgia y disciplina, y muestra la contradicción entre esa corriente de pensamiento y la fe.
El Papa teólogo
Durante toda su vida, San Pio X había sido un gran enamorado de la música sacra, por lo que siendo pontífice publicó un motu proprio para el empleo de la música sacra en las iglesias. Ordenó que el canto gregoriano se utilizara en todas partes y dispuso que los libros de cantos se imprimieran con el mismo tipo de fuente que se usa en el Vaticano, bajo la supervisión de una comisión especial.
Como el estudio de la Biblia es importantísimo para la teología, el Papa Pío X deseaba fundar en Roma un centro especial para dichos estudios, que diera garantía de ortodoxia y valor científico. Finalmente, con el apoyo de los jesuitas, fundó el Pontificio Instituto Bíblico de Roma.
Bajo su pontificado se actualizó y completó el Código de Derecho Canónico en el que colaboraron autoridades en la materia de todo el mundo. La característica del nuevo reglamento es la completa separación de los aspectos judiciales de los administrativos; mientras que las funciones de algunos departamentos fueron determinadas con mayor precisión y sus trabajos más equilibrados.
Hizo una serie de importantes cambios en la curia vaticana y publicó un motu proprio con 19 proposiciones -especialmente para la Iglesia en Italia- con las que buscó confrontar ciertas tendencias inclinadas hacia el socialismo, que promovían un espíritu de insubordinación a la autoridad eclesiástica.
Marcando la pauta a los futuros pontífices
En virtud de todos estos elementos, queda claro que Pío X fue un gran protector de la doctrina y disciplina católicas. La brillantez de su trabajo doctrinal fue reconocida incluso fuera de la Iglesia. A la vez, a San Pío X se le reconoce por su espíritu apostólico, la fortaleza de su carácter, la precisión de sus decisiones y el celo por la recta formación de los católicos.
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