¡Oh!, San Ambrosio, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo y obispo, que, de honor el significado
de vuestro nombre cubristeis: ¡Inmortal! Huérfano de padre,
vuestra madre, os dio una exquisita educación moral,
intelectual, artística y religiosa. Excelso poeta, os
dedicabais a la abogacía, y con ella, a los inocentes,
ante los romanos, defendiais con valor y ardor de corazón
tanto que, su alcalde, os nombró su secretario y ayudante.
A los treinta años, erais gobernador de todo el norte
de Italia, siendo además un padre para todos, que no
negasteis favores a nadie. En Milán, luego de muerto
su Obispo, una voz, de pronto se oyó que gritó: “¡Ambrosio
obispo!¡Ambrosio obispo!” Y, el gentío, coreó el estribillo
y, os eligieron su Obispo. De inmediato os disteis a
estudiar la Santa Biblia, hasta comprenderla de forma
instantánea. Leísteis a San Basilio y San Gregorio
Nacianceno. Instruíais a vuestro pueblo, y a Agustín
impresionaron vuestros sermones y, vos, lo bautizasteis.
Os oponíais, a los gobernantes injustos, corregíais a
los emperadores y a las autoridades, el tiempo todo.
Un día, Valentino emperador, os dijo en una carta: “Nos
agrada la valentía con que sabe decirnos las cosas. No
deje de corregirnos, sus palabras nos hacen mucho bien”.
Y, cuando la emperatriz quiso quitarles a los católicos
un templo para dárselo a los herejes, vos, os encerrasteis
con todo el pueblo en la iglesia, y no dejasteis entrar
allí, a los invasores, hasta lograr vuestro cometido.
Cierta vez, Teodosio, emperador creyente católico, gran
guerrero, por un empleado suyo muerto, mató siete mil
personas en venganza. Y, vos, le dijisteis: “Eres humano
y te has dejado vencer por la tentación. Ahora tienes
que hacer penitencia por este gran pecado”. Y, Él, os
dijo: “Dios perdonó a David; luego a mí también me
perdonará”. Y, vos, le contestasteis así: “Ya que has
imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora
haciendo una gran penitencia, como la que hizo él”. Y,
Teodosio, aceptó, y pidió perdón e hizo grandes penitencias.
En la Navidad de aquél año, lo recibisteis como pecador
arrepentido, y más tarde, aquél hombre, murió en vuestros
santos brazos, y en la oración fúnebre dijisteis: “Siendo
la primera autoridad civil y militar, aceptó hacer
penitencia como cualquier otro pecador, y lloró su falta
toda la vida. No se avergonzó de pedir perdón a Dios y
a la Santa Iglesia, y seguramente que ha conseguido
el perdón”. Compusisteis cantos y los enseñabais al pueblo,
escribisteis libros, explicando la Santa Biblia, aconsejando
métodos para adelantar en la santidad. Escribisteis
“Sobre la virginidad y la pureza”, dando a conocer con ello,
los beneficios de ambas, para el logro de la santidad.
Antes de morir, exclamasteis: “He tratado de vivir de tal
manera que no tenga que sentir miedo al presentarme ante
el Divino Juez”. Y, Dios, recibió vuestra alma, para
coronada ser, con corona de luz, como justo premio a vuestra
entrega increíble de amor y fe. ¡Aleluya! ¡Aeluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Ambrosio, “viva palabra inmortal del Dios Vivo.”
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgadosu amado santo y obispo, que, de honor el significado
de vuestro nombre cubristeis: ¡Inmortal! Huérfano de padre,
vuestra madre, os dio una exquisita educación moral,
intelectual, artística y religiosa. Excelso poeta, os
dedicabais a la abogacía, y con ella, a los inocentes,
ante los romanos, defendiais con valor y ardor de corazón
tanto que, su alcalde, os nombró su secretario y ayudante.
A los treinta años, erais gobernador de todo el norte
de Italia, siendo además un padre para todos, que no
negasteis favores a nadie. En Milán, luego de muerto
su Obispo, una voz, de pronto se oyó que gritó: “¡Ambrosio
obispo!¡Ambrosio obispo!” Y, el gentío, coreó el estribillo
y, os eligieron su Obispo. De inmediato os disteis a
estudiar la Santa Biblia, hasta comprenderla de forma
instantánea. Leísteis a San Basilio y San Gregorio
Nacianceno. Instruíais a vuestro pueblo, y a Agustín
impresionaron vuestros sermones y, vos, lo bautizasteis.
Os oponíais, a los gobernantes injustos, corregíais a
los emperadores y a las autoridades, el tiempo todo.
Un día, Valentino emperador, os dijo en una carta: “Nos
agrada la valentía con que sabe decirnos las cosas. No
deje de corregirnos, sus palabras nos hacen mucho bien”.
Y, cuando la emperatriz quiso quitarles a los católicos
un templo para dárselo a los herejes, vos, os encerrasteis
con todo el pueblo en la iglesia, y no dejasteis entrar
allí, a los invasores, hasta lograr vuestro cometido.
Cierta vez, Teodosio, emperador creyente católico, gran
guerrero, por un empleado suyo muerto, mató siete mil
personas en venganza. Y, vos, le dijisteis: “Eres humano
y te has dejado vencer por la tentación. Ahora tienes
que hacer penitencia por este gran pecado”. Y, Él, os
dijo: “Dios perdonó a David; luego a mí también me
perdonará”. Y, vos, le contestasteis así: “Ya que has
imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora
haciendo una gran penitencia, como la que hizo él”. Y,
Teodosio, aceptó, y pidió perdón e hizo grandes penitencias.
En la Navidad de aquél año, lo recibisteis como pecador
arrepentido, y más tarde, aquél hombre, murió en vuestros
santos brazos, y en la oración fúnebre dijisteis: “Siendo
la primera autoridad civil y militar, aceptó hacer
penitencia como cualquier otro pecador, y lloró su falta
toda la vida. No se avergonzó de pedir perdón a Dios y
a la Santa Iglesia, y seguramente que ha conseguido
el perdón”. Compusisteis cantos y los enseñabais al pueblo,
escribisteis libros, explicando la Santa Biblia, aconsejando
métodos para adelantar en la santidad. Escribisteis
“Sobre la virginidad y la pureza”, dando a conocer con ello,
los beneficios de ambas, para el logro de la santidad.
Antes de morir, exclamasteis: “He tratado de vivir de tal
manera que no tenga que sentir miedo al presentarme ante
el Divino Juez”. Y, Dios, recibió vuestra alma, para
coronada ser, con corona de luz, como justo premio a vuestra
entrega increíble de amor y fe. ¡Aleluya! ¡Aeluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Ambrosio, “viva palabra inmortal del Dios Vivo.”
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7 de Diciembre
San Ambrosio
Arzobispo de Milán y Doctor de la Iglesia
Año 397
San Ambrosio: que así como tu palacio de Arzobispo estaba siempre
abierto para que entraran todos los necesitados de ayudas materiales o
espirituales, que así también cada uno de nosotros estemos siempre
disponibles para hacer todo el mayor bien posible a los demás.
Ambrosio significa “Inmortal”. Este santo es uno de los más famosos
doctores que la Iglesia de occidente tuvo en la antigüedad (junto con
San Agustín, San Jerónimo y San León).
Nació en Tréveris (sur de Alemania) en el año 340. Su padre que era
romano y gobernador del sur de Francia, murió cuando Ambrosio era
todavía muy niño, y la madre volvió a Roma y se dedicó a darle al hijo
la más exquisita educación moral, intelectual, artística y religiosa. El
joven aprendió griego, llegó a ser un buen poeta, se especializó en
hablar muy bien en público y se dedicó a la abogacía.
Las defensas que hacía de los inocentes ante las autoridades romanas
eran tan brillantes, que el alcalde de Roma lo nombró su secretario y
ayudante principal. Y cuando apenas tenía 30 años fue nombrado
gobernador de todo el norte de Italia, con residencia en Milán. Cuando
su formador en Roma lo despidió para que fuera a posesionarse de su alto
cargo dijo: “Trate de gobernar más como un obispo que como un
gobernador”. Y así lo hizo.
En la gran ciudad de Milán, Ambrosio se ganó muy pronto la simpatía
del pueblo. Más que un gobernante era un padre para todos, y no negaba
un favor cuando en sus manos estaba el poder hacerlo. Y sucedió que
murió el Arzobispo de Milán, y cuando se trató de nombrarle sucesor, el
pueblo se dividió en dos bandos, unos por un candidato y otros por el
otro. Ambrosio temeroso de que pudiera resultar un tumulto y producirse
violencia se fue a la catedral donde estaban reunidos y empezó a
recomendarles que procedieran con calma y en paz. Y de pronto una voz
entre el pueblo gritó: “Ambrosio obispo, Ambrosio obispo”.
Inmediatamente todo aquel gentío empezó a gritar lo mismo: “Ambrosio
obispo”. Los demás obispos que estaban allí reunidos y también los
sacerdotes lo aclamaron como nuevo obispo de la ciudad. Él se negaba a
aceptar (pues no era ni siquiera sacerdote), pero se hicieron memoriales
y el emperador mandó un decreto diciendo que Ambrosio debía aceptar ese
cargo.
Desde entonces no piensa sino en instruirse lo más posible para
llegar a ser un excelente obispo. Se dedica por horas y días a estudiar
la S. Biblia, hasta llegar a comprenderla maravillosamente. Lee los
escritos de los más sabios escritores religiosos, especialmente San
Basilio y San Gregorio Nacianceno, y una vez ordenado sacerdote y
consagrado obispo, empieza su gran tarea: instruir al pueblo en su
religión.
Sus sermones comienzan a volverse muy populares. Entre sus oyentes
hay uno que no le pierde palabra: es San Agustín (que todavía no se ha
convertido). Éste se queda profundamente impresionado por la
personalidad venerable y tan amable que tiene el obispo Ambrosio. Y al
fin se hace bautizar por él y empieza una vida santa.
Nuestro santo era prácticamente el único que se atrevía a oponerse a
los altos gobernantes cuando estos cometían injusticias. Escribía al
emperador y a las altas autoridades corrigiéndoles sus errores. El
emperador Valentino le decía en una carta: “Nos agrada la valentía con
que sabe decirnos las cosas. No deje de corregirnos, sus palabras nos
hacen mucho bien”. Cuando la emperatriz quiso quitarles un templo a los
católicos para dárselo a los herejes, Ambrosio se encerró con todo el
pueblo en la iglesia, y no dejó entrar allí a los invasores oficiales.
El emperador de ese tiempo era Teodosio, un creyente católico, gran
guerrero, pero que se dejaba llevar por sus arrebatos de cólera. Un día
los habitantes de la ciudad de Tesalónica mataron a un empleado del
emperador, y éste envió a su ejército y mató a siete mil personas. Esta
noticia conmovió a todos. San Ambrosio se apresuró a escribirle una
fuerte carta al mandatario diciéndole: “Eres humano y te has dejado
vencer por la tentación. Ahora tienes que hacer penitencia por este gran
pecado”. El emperador le escribió diciéndole: “Dios perdonó a David;
luego a mí también me perdonará”. Y nuestro santo le contestó: “Ya que
has imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora haciendo
una gran penitencia, como la que hizo él”.
Teodosio aceptó. Pidió perdón. Hizo grandes penitencias, y en el día
de Navidad del año 390, San Ambrosio lo recibió en la puerta de la
Catedral de Milán, como pecador arrepentido. Después ese gran general
murió en brazos de nuestro santo, el cual en su oración fúnebre exclamó:
“siendo la primera autoridad civil y militar, aceptó hacer penitencia
como cualquier otro pecador, y lloró su falta toda la vida. No se
avergonzó de pedir perdón a Dios y a la Santa Iglesia, y seguramente que
ha conseguido el perdón”.
San Ambrosio componía hermosos cantos y los enseñaba al pueblo.
Cuando tuvo que estarse encerrado con todos sus fieles durante toda una
semana en un templo para no dejar que se lo regalaran a los herejes,
aprovechó esas largas horas para enseñarles muchas canciones religiosas
compuestas por él mismo. Después los herejes lo acusaban de que les
quitaba toda la clientela de sus iglesias, porque con sus bellos cantos
se los llevaba a todos para la catedral de Milán. Sabía ejercitar su
arte para conseguirle más amigos a Dios.
Este gran sabio compuso muy bellos libros explicando la S. Biblia, y
aconsejando métodos prácticos para progresar en la santidad.
Especialmente famoso se hizo un tratado que compuso acerca de la
virginidad y de la pureza. Las mamás tenían miedo de que sus hijas
charlaran con este gran santo porque las convencía de que era mejor
conservarse vírgenes y dedicarse a la vida religiosa (Él exclamaba: “en
toda mi vida nunca he visto que un hombre haya tenido que quedarse
soltero porque no encontró una mujer con la cual casarse”). Pero además
de su sabiduría para escribir, tenía el don de poner las paces entre los
enemistados. Así que muchísimas veces lo llamaron del alto gobierno
para que les sirviera como embajador para obtener la paz con los que
deseaban la guerra, y conseguía muy provechosos armisticios o tratados
de paz.
El viernes santo del año 397, a la edad de 57 años, murió
plácidamente exclamando: “He tratado de vivir de tal manera que no tenga
que sentir miedo al presentarme ante el Divino Juez” (San Agustín decía
que le parecía admirable esta exclamación).
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Ambrosio.htm)
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