Domingo 7 (C) del tiempo ordinario
»Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis se os medirá».
«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo»
Hoy escuchamos unas palabras del
Señor que nos invitan a vivir la caridad con plenitud, como Él lo hizo
(«Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»: Lc 23,34). Éste ha
sido el estilo de nuestros hermanos que nos han precedido en la gloria
del cielo, el estilo de los santos. Han procurado vivir la caridad con
la perfección del amor, siguiendo el consejo de Jesucristo: «Sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).
La caridad nos lleva a amar, en primer lugar, a quienes nos aman, ya que
no es posible vivir en plenitud lo que leemos en el Evangelio si no
amamos de verdad a nuestros hermanos, a quienes tenemos al lado. Pero,
acto seguido, el nuevo mandamiento de Cristo nos hace ascender en la
perfección de la caridad, y nos anima a abrir los brazos a todos los
hombres, también a aquellos que no son de los nuestros, o que nos
quieren ofender o herir de cualquier manera. Jesús nos pide un corazón
como el suyo, como el del Padre: «Sed compasivos, como vuestro Padre es
compasivo» (Lc 6,36), que no tiene fronteras y recibe a todos, que nos
lleva a perdonar y a rezar por nuestros enemigos.
Ahora bien, como se afirma en el Catecismo de la Iglesia, «observar el
mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el
modelo divino. Se trata de una participación vital y nacida del fondo
del corazón, en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro
Dios». San John Henry Newman escribía: «¡Oh Jesús! Ayúdame a esparcir tu
fragancia dondequiera que vaya. Inunda mi alma con tu espíritu y vida.
Penetra en mi ser, y hazte amo tan fuertemente de mí que mi vida sea
irradiación de la tuya (...). Que cada alma, con la que me encuentre,
pueda sentir tu presencia en mi. Que no me vean a mí, sino a Ti en mí».
Amaremos, perdonaremos, abrazaremos a los otros sólo si nuestro corazón es engrandecido por el amor a Cristo.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia» (San Juan Pablo II)
«El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos» (Francisco)
«En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: ‘No matarás’ (Mt 5,21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla, amar a los enemigos (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.262). (evangeli net)
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