30 junio, 2015

Santos Protomártires Romanos

 


¡Oh!, Santos Protomártires Romanos, vosotros, sois
los hijos del Dios de la vida, y, sus santos y amados
protomártires, que, perseguidos fuisteis por el impío
y pirómano Nerón, después de que, él mismo, ordenara
el incendio de Roma. Pero, “la mentira, patas cortas
tiene”. Y, he, aquí, la verdad en la pluma de Cornelio
Tácito: “Como corrían voces que el incendio de Roma había
sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos
con penas excepcionales, a los que, odiados por sus
abominaciones, el pueblo llamaba cristianos”. Vuestro
único delito fue, no profesar culto a paganos dioses
celosos y vengativos y, que, por el contario, sí, lo
hacíais con un único Dios, Santo y Trino, y, por el que,
felices disteis vuestras almas santas. Y, Él, os recompensó,
coronándoos con coronas de gloria, luz y eternidad. Arde
Nerón, en el infierno y, en el orbe de la tierra toda,
nunca más escucharemos al vulgo gritar: ¡Los cristianos
a los leones!”. ¡Nunca más! Y, en su remplazo se oye
cada vez más fuerte, la envidiable y viva frase: !Que
viva Cristo! ¡Que viva Cristo! !Que viva Cristo! ¡Que viva!
¡oh!, Santos Protomártires, “amor, fe y vivo valor”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Junio
Santos Protomártires Romanos
Mártires

Mártires de la persecución de Nerón luego del incendio de Roma.

La celebración de hoy, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64.

¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos”.

En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón, condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos… “Los paganos—recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.

Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio.

Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. “Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67.

Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia.

29 junio, 2015

Santos Apóstoles Pedro y Pablo

 


¡Oh!, Santos Apóstoles Pedro y Pablo; vosotros, sois,
los hijos del Dios de la vida, sus amados santos y sus
pilares amados. Y, además, fieles testigos de la fe,
que, con distintos dones, el Reino de Dios, expandieron.
Y, tal como vuestro Divino Maestro, lo había hecho;
con vuestra sangre sellasteis vuestro predicar de luz,
por el mundo de entonces, y cuya estela alumbró, nos
alumbra, y alumbrará por los siglos de los siglos, hasta
el final de los tiempos todos. Vosotros, y vuestra obra,
sois el vivo signo de la unidad nuestra Santa Madre
Iglesia, pues, ambos sois una sola cosa. Vos, Pedro, os,
abrazasteis a la fe de Cristo, y Pablo, vos, la explicasteis
de maravillosa manera. Vosotros, sois los inicios de la
venerable Iglesia, en la que ella, cree, reza y anuncia
a Jesús, Dios y Señor Nuestro, como Redentor del mundo.
Y, no solo brilláis en Roma, también lo hacéis, en los
corazones de todos los creyentes que, por vuestras santas
enseñanzas y ejemplo, el camino de la fe, la esperanza y
la caridad siguen. Por todo ello, y en recuerdo vuestro,
cada quien, tiene en esta tierra, grandes obras hechas
en vuestro honor: Vos, Pedro, la Basílica Vaticana y la
Plaza, que lleva vuestro nombre tenéis. Y, vos, Pablo,
la basílica en la Vía Ostiense. Roma, os rinde honores,
pues lleva en su historia, inscrita, los signos de vuestras
vidas y también de vuestras gloriosas muertes, tanto que,
os han elegido como Protectores. Y, así, porque Dios quiso,
vos, Pedro, humilde Pescador de Galilea convertido en Papa
Primero, y vos, Pablo, en Apóstol de los gentiles, sois
columnas indestructibles de Nuestra Santa Madre Iglesia,
y, brilláis ambos con justicia, coronados de gloria y luz,
por vuestra entrega de amor en honor del Dios de la vida;
¡oh!, Santos Apóstoles, Pedro y Pablo, “columnas de vida”. 


© 2015 Luis Ernesto Chacón Delgado
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29 de Junio
San Pedro y San Pablo
Apóstoles y Mártires


Origen de la fiesta San Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.

Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.

El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros.

San Pedro

San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa “piedra” y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.

Pedro era de carácter fuerte e impulsivo y tuvo que luchar contra la comodidad y contra su gusto por lucirse ante los demás. No comprendió a Cristo cuando hablaba acerca de sacrificio, cruz y muerte y hasta le llegó a proponer a Jesús un camino más fácil; se sentía muy seguro de sí mismo y le prometió a Cristo que nunca lo negaría, tan sólo unas horas antes de negarlo tres veces.

Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:
Vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, pero por desconfiar estuvo a punto de ahogarse.
Prensenció la Transfiguración del Señor.
Estuvo presente cuando aprehendieron a Jesús y le cortó la oreja a uno de los soldados atacantes.
Negó a Jesús tres veces, por miedo a los judíos y después se arrepintió de hacerlo.
Fue testigo de la Resurrección de Jesús.

Jesús, después de resucitar, le preguntó tres veces si lo amaba y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe Supremo de la Iglesia.

Estuvo presente cuando Jesús subió al cielo en la Ascensión y permaneció fiel en la oración esperando al Espíritu Santo.

Recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés y con la fuerza y el valor que le entregó, comenzó su predicación del mensaje de Jesús. Dejó atrás las dudas, la cobardía y los miedos y tomó el mando de la Iglesia, bautizando ese día a varios miles de personas.

Realizó muchos milagros en nombre de Jesús.

En los Hechos de los Apóstoles, se narran varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden del Sanedrín y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez y aún así, se negó a dejar de predicar y fue mandado a azotar.

Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, a los no judíos. En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Ahí se encontró con varias dificultades: los romanos tomaban las creencias y los dioses que más les gustaban de los distintos países que conquistaban. Cada familia tenía sus dioses del hogar. La superstición era una verdadera plaga, abundaban los adivinos y los magos. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. En menos de trescientos años, la mayoría de los corazones del imperio romano quedaron conquistados para Jesús. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo.

En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera “cacería” de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del emperador Nerón.

Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como su Maestro. Treinta y siete años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad.

San Pedro escribió dos cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.
¿Qué nos enseña la vida de Pedro?

Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice: “Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado” (I Pedro, 1,15) Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad. Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.

La Institución del Papado

Toda organización necesita de una cabeza y Pedro fue el primer jefe y la primera cabeza de la Iglesia. Fue el primer Papa de la Iglesia Católica. Jesús le entregó las llaves del Reino y le dijo que todo lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y todo lo que desatara quedaría desatado en el Cielo. Jesús le encargó cuidar de su Iglesia, cuidar de su rebaño. El trabajo del Papa no sólo es un trabajo de organización y dirección. Es, ante todo, el trabajo de un padre que vela por sus hijos.

El Papa es el representante de Cristo en el mundo y es la cabeza visible de la Iglesia. Es el pastor de la Iglesia, la dirige y la mantiene unida. Está asistido por el Espíritu Santo, quien actúa directamente sobre Él, lo santifica y le ayuda con sus dones a guiar y fortalecer a la Iglesia con su ejemplo y palabra. El Papa tiene la misión de enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia.

Nosotros, como cristianos debemos amarlo por lo que es y por lo que representa, como un hombre santo que nos da un gran ejemplo y como el representante de Jesucristo en la Tierra. Reconocerlo como nuestro pastor, obedecer sus mandatos, conocer su palabra, ser fieles a sus enseñanzas, defender su persona y su obra y rezar por Él.

Cuando un Papa muere, se reúnen en el Vaticano todos los cardenales del mundo para elegir al nuevo sucesor de San Pedro y a puerta cerrada, se reúnen en Cónclave (que significa: cerrados con llave). Así permanecen en oración y sacrificio, pidiéndole al Espíritu Santo que los ilumine. Mientras no se ha elegido Papa, en la chimenea del Vaticano sale humo negro y cuando ya se ha elegido, sale humo blanco como señal de que ya se escogió al nuevo representante de Cristo en la Tierra.

San Pablo

Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén. Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.

En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” ( Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22.). Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Ahí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro.

La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el “apóstol de los gentiles” ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco.

Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían coraje por “cambiarse de bando”. En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.

Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.

Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.

¿Qué nos enseña la vida de San Pablo?

Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras.

Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.

Esta conversión siguió varios pasos: 1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta. 2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios. 3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica. 4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.

Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.

(http://es.catholic.net/santoraldehoy/)

28 junio, 2015

San Irineo

 


¡Oh!, San Irineo, vos, sois el hijo del Dios de la vida y,
el mismo que, a la cristiandad librasteis de falsarias
gnósticas enseñanzas; que, llenar intentaban las mentes
de las gentes de vuestro tiempo, la fe y la revelación
de lado dejando. A, vos, que, el privilegio tuvisteis de
educado ser por San Policarpo, otrora del gran San Juan
evangelista discípulo; os bastaron cinco libros solo, para
rebatir su doctrina oscura. “Con un poquito de ciencias
raras que aprenden, los gnósticos ya se imaginan que bajaron
directamente del cielo; se pavonean como gallos orgullosos
y parece que estuvieran andando de gancho con los ángeles”.
Así, escribisteis vos, con brillantez suma, que, vuestros
libros traducidos y divulgados fueron por las iglesias
todas, de aquél tiempo. Y, así de cumplir luego, con el
esplendor de mostrar la verdad; a la patria celeste os
fue vuestra alma, para coronada ser con corona de luz
como premio a vuestra entrega de grande y especial amor;
¡oh!, San Irineo, “fe, oración y caridad del Dios vivo”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de junio
San Ireneo de Lyon
Obispo y Mártir 28 de junio

Martirologio Romano: Memoria de san Ireneo, obispo, que, como atestigua san Jerónimo, de niño fue discípulo de san Policarpo de Esmirna y custodió con fidelidad la memoria de los tiempos apostólicos. Ordenado presbítero en Lyon, fue el sucesor del obispo san Potino y, según cuenta la tradición, murió coronado por un glorioso martirio. Debatió en muchas ocasiones acerca del respeto a la tradición apostólica y, en defensa de la fe católica, publicó un célebre tratado contra la herejía. († c.202)

Breve Biografía

Pacificador de nombre y de hecho (el nombre “Ireneo” en griego quiere decir pacífico y pacificador), san Ireneo fue presentado al Papa por los cristianos de la Galia con palabras de grande elogio: “Guardián del testamento de Cristo”. En Roma honró su nombre sugiriendo moderación al Papa Víctor, aconsejándole respetuosamente que no excomulgara a las Iglesias de Asia que no querían celebrar la Pascua en la misma fecha de las otras comunidades cristianas.

Con los mismos fines pacificadores este hombre ponderado insistió a los obispos de las otras comunidades cristianas para que trabajaran por el triunfo de la concordia y de la unidad, sobre todo manteniéndose unidos a la tradición apostólica para combatir el racionalismo gnóstico. De sus escritos nos quedan, efectivamente, Los cinco libros del Adversus hæreses, en los que Ireneo aparece no sólo como el teólogo más equilibrado y penetrante de la Encarnación redentora, sino también como uno de los pastores más completos, más apostólicos y más católicos que hayan servido a la Iglesia. Se nota que sus argumentaciones contra Los herejes, aunque nacieron de la polémica, son fruto de la oración y de la caridad.

Ireneo era oriundo de Asia Menor. Entre sus recuerdos de juventud se encuentra el contacto con Policarpo de Esmirna, el santo obispo “que fue instruido por los testigos oculares de la vida del Verbo”, sobre todo por el apóstol Juan, que había fijado su sede en Esmirna. Ireneo, pues, por medio de Policarpo se une a los Apóstoles. Después de dejar el Asia Menor, pasa a Roma y sigue para Lyon (Francia). No perteneció a la lista de los mártires de Lyon, víctimas de la persecución del 177, porque precisamente en ese tiempo su Iglesia lo había enviado a Roma para presentar al Papa Eleuterio algunos asuntos de orden doctrinal, relacionados sobre todo con el error montanista. Este error se debía a un grupo de fanáticos que habían llegado de Oriente, predicando el disgusto por las cosas del mundo y anunciando el inminente regreso de Cristo. De regreso a Lyon, Ireneo sucedió en el 178 al obispo mártir san Fotino, y gobernó la Iglesia de Lyon hasta su muerte, hacia el año 200. Aunque no está comprobado su martirio, la Iglesia lo venera como mártir.

En todo caso, él fue un auténtico testigo de la fe en un período de dura persecución; su campo de acción fue muy vasto, si se tiene en cuenta que probablemente no había ningún otro obispo en las Galias ni en las tierras limítrofes de Alemania. Su lengua era el griego, pero aprendió las lenguas “bárbaras” para poder evangelizar a esos pueblos.

27 junio, 2015

San Cirilo de Alejandría

Oh, San Cirilo de Alejandría; vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que, increíble gloria disteis

al significado de vuestro nombre: “el que tiene que mandar”.
¿Qué mayor gloria que la de defender a la Madre de Dios?
¡La mayor!. Y, Nestorio, infame hereje, con su falsía siguió.
Pero, Éfeso llegó y nombrado fuisteis Presidente y con vuestra
elocuencia irreductible y sabiduría grande, os escucharon,
y, luego, condenaron al hereje y a su herejía, entonces con
solemnidad le dijeron al mundo todo, que María, sí es Madre
de Dios. Vos, mismo, de emoción lleno exclamasteis así: “Os
saludamos ¡oh! María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo
el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca
será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados,
por quien ha venido al mundo, el que es Bendito por los siglos.
Por Vos, la Trinidad Santa, ha recibido más gloria en la tierra;
por Vos la cruz nos ha salvado; por Vos, los cielos se estremecen
de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo
del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas
somos elevados al puesto de honor”. “Y la Madre de Dios es
también Madre mía”. Exclamasteis, gozoso de alegría ante todos,
aquél día. ¡Suprema y eterna verdad!. Por todo ello, cuando
vuestra alma surcó los cielos, con justicia, premiado fuisteis
con corona de luz eterna, como premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Cirilo de Alejandría, “Primer defensor de María Santa”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Junio
San Cirilo de Alejandría

Arzobispo Año 444

Cirilo significa: el que tiene autoridad (Ciris: mandar). Este santo se hizo famoso en la antigüedad porque fue el que defendió ante todos los enemigos, que María es Madre de Dios. Él dirigió el famoso Concilio de Efeso que declaró que María sí es Madre de Dios. Y sucedió entonces que Nestorio, patriarca de Constantinopla, empezó a decir que María no era Madre de Dios, sino simplemente madre de un hombre. La gente se escandalizaba enormemente al oírle predicar semejante barbaridad.
San Cirilo le escribió diciéndole que a María la llamamos Madre de Dios, no porque Ella haya creado a Dios (porque a Dios nadie lo ha creado), sino porque es Madre de uno que es Dios. Y le pedía que por favor retirara esas afirmaciones heréticas que había hecho. Pero Nestorio respondió con insultos y siguió enseñando sus errores y herejías.
Entonces Cirilo escribió al Papa Celestino, a Roma, informándole de este error que estaba propagando Nestorio. El Papa reunió a los principales sabios católicos de Roma, y asesorado por ellos condenó el error de Nestorio y lo amenazó con excomunión si no retiraba sus afirmaciones heréticas. Pero el hereje no quiso retractarse y siguió propagando sus errores. Entonces en el año 431 se reunieron en Efeso todos los 200 obispos de la cristiandad de ese entonces. Fue elegido presidente de ese concilio San Cirilo, como el más venerable de todos, y como representante del Papa Celestino. Y Cirilo con su fogosa elocuencia y su gran sabiduría obtuvo que los obispos condenaran la herejía de Nestorio y proclamaran solemnemente que María sí es Madre de Dios.
Los enemigos del gran arzobispo obtuvieron que el gobierno pusiera preso a Cirilo por tres meses, pero cuando llegaron los delegados del Papa de Roma, estos intercedieron por él y le consiguieron la libertad y así pudo seguir oponiéndose con toda su autoridad a las enseñanzas de la herejía.
El santo narra así a los monjes de Egipto en una carta, como fue el final de aquellas reuniones del Concilio de Efeso: “No se puede imaginar la alegría de este pueblo fervoroso cuando supo que el Concilio había declarado que María sí es Madre de Dios y que los que no aceptaran esa verdad quedan fuera de la Iglesia. Toda la población permaneció desde el amanecer hasta la noche junto a la Iglesia de la Madre de Dios donde estabamos reunidos los 200 obispos del mundo. Y cuando supieron la declaración del Concilio empezaron a gritar y a cantar, y con antorchas encendidas nos acompañaron a nuestras casas y por el camino iban quemando incienso. Alabemos con nuestros himnos a María Madre de Dios y a su Hijo Jesucristo a quien sea todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.
Cuando el Concilio de Efeso declaró que María sí es Madre de Dios, San Cirilo de Alejandría exclamó gozoso delante de todos: “Te saludamos oh María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha venido al mundo el que es Bendito por los siglos. Por Ti la Trinidad ha recibido más gloria en la tierra; por Ti la cruz nos ha salvado; por Ti los cielos se estremecen de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas somos elevados al puesto de honor”. “Y la Madre de Dios es también Madre mía”.

26 junio, 2015

San Pelayo de Córdova

¡Oh!, San Pelayo de Córdoba, vos sois, el hijo del Dios
de la vida y su amado santo. Nacisteis en tiempos difíciles,
pues árabes musulmanes, media península, en sus manos
tenían. Tío y sobrino, presos después de la Batalla. Y,
vos, con nueve años de edad; y Hermigio, Tío vuestro y
el obispo, negoció su libertad y os dejó a vuestra suerte
cobardemente como rehén, para siempre. Pero, Dios en su
grande amor, jamás os abandonó y os convertisteis en
extraordinario e inteligente propagador de la vida y obra
de Jesús, Dios y Señor Nuestro. Y, por ello, el reyezuelo
Abderramán III, en cólera montó, y quiso que vos, de
vuestra fe renegarais. Pero, vos, y vuestras convicciones
cristianas, más fuertes que la roca eran, y, el tirano
entonces, os pidió actos impuros, pero, vos, os negasteis
con firmeza. Y, harto de furia, os sometió al martirio,
por haberos negado y os condenó a desmembraros, por medio
de enormes pinzas de hierro candentes. Y, vos, en medio
del cruel martirio, dolor nunca mostrasteis y cantando
himnos, vuestro cuerpo dejasteis en esta tierra, y vuestra
alma, voló al cielo, para recibir justo premio: coronada
ser con corona de luz, como justo premio a vuestro amor;
¡oh!, San Pelayo de Córdova, “fe, convicción y valor de Dios”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de junio
San Pelayo de Córdoba
Mártir.

SAN PELAYO DE CÓRDOBA (911-925), nació en Albeos, Crecente, España, en una época en que más de la mitad de la península Ibérica seguía ocupada por árabes musulmanes, y el califato de Córdoba era gobernado por Abderramán III.

San Pelayo era sobrino del obispo de Tuy, llamado Hermigio; ambos estuvieron con el rey Ordoño II de León en la Batalla de Valdejunquera, en 920, aliado con el rey de Navarra Sancho Garcés I.
En la batalla, Abderramán les infligió una abrumadora derrota a las huestes cristianas, capturando numerosos prisioneros, los cuales fueron llevados a Córdoba. Entre ellos estaban Hermigio y su sobrino Pelayo, o Paio, de apenas 9 años de edad.


Después de un tiempo de estar en cautiverio, Hermigio, en su calidad de obispo, negoció que lo liberaran para ir a reunir el monto del rescate que pedía el emir de Córdoba por su libertad; y como rehén quedó su pequeño sobrino. Pero el tío nunca regresó.

San Pelayo pasó en Córdoba los siguientes cuatro años; el niño se fue convirtiendo en un joven inteligente y despierto que no dejaba de hablar de Jesús ni de promover las bondades del cristianismo. Esto fue lo que llamó la atención de las autoridades.
Un fatídico día en 925, cuando contaba apenas con trece o catorce años de edad, San Pelayo fue conducido sorpresivamente ante Abderramán III, a quien le llegaron rumores de su devoción.

El monarca tuvo la idea de hacerlo renegar del cristianismo, pero las convicciones de San Pelayo eran demasiado firmes. Se dice que Abderramán le solicitó favores sexuales, a lo cual el muchacho se habría negado.

San Pelayo fue sometido entonces a un martirio de desmembramiento por medio de enormes pinzas de hierro al rojo vivo que lo prensaban de varias partes del cuerpo.

Después de su muerte, el culto de San Pelayo se extendió con rapidez por toda la España cristiana. Reliquias suyas llegaron en 967 a León y en 985 a Oviedo.

SAN PELAYO DE CÓRDOBA nos enseña la importancia de defender nuestra dignidad a toda costa.

25 junio, 2015

San Guillermo de Vercelli





¡Oh!, San Guillermo, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo, que, en la humildad de vuestra mortificación,
el don de milagros recibisteis. “Es necesario que mediante
el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para
el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para
poder socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el
día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo
al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación
y la de nuestros hermanos”. Decíais vos, e invitabais a los
que querían seguiros e imitaros al lado vuestro. Santiago de
Compostela, os recuerda vuestra peregrinación, cuando, cargando
cadenas, que casi arrastrar no podíais y, sin casi alimentaros,
a la casa de cierto caballero llegasteis y dijisteis: “Señor, estas 

cadenas se me rompen continuamente y me hacen muchos honores
porque son vistas por todos. ¿No serías tan bueno que me dieras
una coraza para llevarla escondida junto a mis carnes y un
casquete para mi cabeza? Y, así fue. Con supremo esfuerzo, y
con dolor inenarrable, con Dios cumplisteis. En Montevergine
fundasteis vuestro monasterio y purificasteis la corte y los
palacios de tanto pecado como se cometía. Príncipes y labriegos,
hombres y mujeres su mala vida abandonaron, imitándoos y dejando
todo, por seguir a Jesucristo. Y, vos, hombre de virtuosa y
humilde vida, después de haberos gastado en buena lid, vuestra
alma entregasteis a Dios, para coronada ser de luz, como justo
premio a vuestra grande e increíble entrega de amor y esperanza;
¡oh!, San Guillermo, de Vercelli; “mortificación y milagros”.

 
© 2015 Luis Ernesto Chacón Delgado
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25 de Junio
San Guillermo de Vercelli
Monje
(† 1142
)


Nació por el año 1085 en Vercelli, como indica su nombre, en el norte de Italia. Pocas cosas sabemos de su nacimiento e infancia, pero sí de su juventud y mocedad como un prodigio de mortificación y de don de milagros.

El solía decir a los monjes que trataban de imitar su vida y pretendían seguirle a todas partes: “Es necesario que mediante el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para poder socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación y la de nuestros hermanos”.

Ahí estaba sintetizada la vida que él llevaba y la que quería que vivieran también cuantos quisieran estar a su lado.
Cuando todavía era un joven hizo una perigrinación a Santiago de Compostela que en su tiempo era muy popular y que hacían casi todos los cristianos que podían. Pero él lo hizo de modo 

extraordinario: Se cargó de cadenas, que casi no podía arrastrar por su gran peso, y apenas tomaba bocado. Un día llegó a las puertas de una casa de campo y parecía desfallecer. A pesar de ello habló así al dueño de la misma que parecía ser un valiente caballero: “Señor, estas cadenas se me rompen continuamente y me hacen muchos honores porque son vistas por todos. ¿No serías tan bueno que me dieras una coraza para llevarla escondida junto a mis carnes y un casquete para mi cabeza? Dicho y hecho. Guillermo salió de la presencia de aquel caballero con gran esfuerzo, ya que apenas podía moverse con tanto hierro y con los dolores enormes que le proporcionaban. Vuelto a Palermo, el rey Rogerio que había oído ya hablar muchas maravillas de aquel raro peregrino, sintió grandes deseos de verlo.

En la corte se contaban chascarrillos a su costa y cada uno lo tomaba a chacota y decía de él las cosas más raras e inverosímiles. En aquella corte había una mujer que llamaba la atención por su vida deshonesta y ella al oír hablar de la santidad del peregrino dijo a todos los cortesanos: “Yo os prometo que le haré caer a ese pobre hombre en mis redes de lascivia”. Se arregló lo mejor que pudo y se dirigió a visitarle. El santo hombre la recibió con grandes muestras de simpatía y tuvo con ella una larga conversación creyendo la dama que ya lo había conquistado para el pecado. Así volvió contenta a la corte y contó sus victorias. Pero habían quedado que volvería aquella noche para pasarla con él. El santo peregrino la invitó, la tomó el brazo y le dijo: “Ven y acuéstate conmigo en este lecho nupcial”. El extendió las brasas y llamaradas de una gran hoguera que había hecho preparar y se arrojó en ellas. La pobrecilla mujer, que se llamaba Inés, cayó avergonzada y prorrumpió a llorar al ver que no le tocaba el fuego al siervo de Dios. Hizo penitencia, abrazó la vida religiosa y murió santamente.

En Montevergine fundó un célebre monasterio y purificó la corte y los palacios de tanto pecado como se cometía. Príncipes y labriegos, hombre y mujeres abandonaban su mala vida y seguían su ejemplo dejándolo todo por seguir a Jesucristo.

Desde este Monte Sacro, que ahora se llama como en tiempos de San Guillermo, Monte de la Virgen (Montevergine), nuestro Santo continuaba ejerciendo un gran influjo por medio de su oración y vida de sacrificio. Lleno de méritos, murió el 25 de junio de 1142

24 junio, 2015

San Juan Bautista

 


¡Oh!, San Juan Bautista, vos, sois el hijo del Dios de la vida y 
su amado santo y el único al que, con justicia plena, celebramos
vuestra fiesta el día de vuestro nacimiento. Vos, nacisteis seis
meses antes que Jesucristo, primo vuestro y, al que, de hoy en seis
meses, hasta el veinticuatro de diciembre, celebrando estaremos
el nacimiento de Nuestro Redentor. “No tengáis miedo Zacarías; 

pues vengo a deciros que vos veréis al Mesías, y que, vuestra mujer
va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondréis por
nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya 

desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá
a muchos para Dios”. Llegó el cumpleaños de Herodes y la hija
de Herodías bailó, y agradó a aquél, y éste, juró a la muchacha:
“Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi
reino”. Y, ésta, consultó a su madre diciendo: “¿Qué le pediré?”
y respondió la adúltera: “Pídele la cabeza de Juan el Bautista”.
Y, le dijo al rey: “Quiero que me des ahora mismo en una bandeja
la cabeza de Juan el Bautista”. Se llenó de triteza el rey, porque
temía mataros, pero, había jurado, y, llamando a su guardia
personal, ordenó que os decapitasen y vuestra cabeza, entregada
fuese a la bailarina. Y, así, voló vuestra alma al cielo, para
coronada ser con corona de luz como premio a vuestro amor,
mártir de la defensa del matrimonio y en contra del divorcio;
¡Oh!, San Juan Bautista, “amado precursor del Dios de la vida”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de Junio
Nacimiento de San Juan Bautista

Este es el único santo al cual se le celebra la fiesta el día de su nacimiento. San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo (de hoy en seis meses – el 24 de diciembre – estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Redentor, Jesús).


El capítulo primero del evangelio de San Lucas nos cuenta de la siguiente manera el nacimiento de Juan: Zacarías era un sacerdote judío que estaba casado con Santa Isabel, y no tenían hijos porque ella era estéril. Siendo ya viejos, un día cuando estaba él en el Templo, se le apareció un ángel de pie a la derecha del altar. Al verlo se asustó, mas el ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías; pues vengo a decirte que tú verás al Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios”. Pero Zacarías respondió al ángel: “¿Cómo podré asegurarme que eso es verdad, pues mi mujer ya es vieja y yo también?”.


El ángel le dijo: “Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios, de quien he sido enviado a traerte esta nueva. Mas por cuanto tú no has dado crédito a mis palabras, quedarás mudo y no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla”. Seis meses después, el mismo ángel se apareció a la Santísima Virgen comunicándole que iba a ser Madre del Hijo de Dios, y también le dio la noticia del embarazo de su prima Isabel.


Llena de gozo corrió a ponerse a disposición de su prima para ayudarle en aquellos momentos. Y habiendo entrado en su casa la saludó. En aquel momento, el niño Juan saltó de alegría en el vientre de su madre, porque acababa de recibir la gracia del Espíritu Santo al contacto del Hijo de Dios que estaba en el vientre de la Virgen. También Santa Isabel se sintió llena del Espíritu Santo y, con espíritu profético, exclamó: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme? Pues en ese instante que la voz de tu salutación llegó a mis oídos, la criatura que hay en mi vientre se puso a dar saltos de júbilo. ¡Oh, bienaventurada eres Tú que has creído! Porque sin falta se cumplirán todas las cosas que se te han dicho de parte del Señor”. Y permaneció la Virgen en casa de su prima aproximadamente tres meses; hasta que nació San Juan.


De la infancia de San Juan nada sabemos. Tal vez, siendo aún un muchacho y huérfano de padres, huyó al desierto lleno del Espíritu de Dios porque el contacto con la naturaleza le acercaba más a Dios. Vivió toda su juventud dedicado nada más a la penitencia y a la oración. Como vestido sólo llevaba una piel de camello, y como alimento, aquello que la Providencia pusiera a su alcance: frutas silvestres, raíces, y principalmente langostas y miel silvestre. Solamente le preocupaba el Reino de Dios.


Cuando Juan tenía más o menos treinta años, se fue a la ribera del Jordán, conducido por el Espíritu Santo, para predicar un bautismo de penitencia. Juan no conocía a Jesús; pero el Espíritu Santo le dijo que le vería en el Jordán, y le dio esta señal para que lo reconociera: “Aquel sobre quien vieres que me poso en forma de paloma, Ese es”. Habiendo llegado al Jordán, se puso a predicar a las gentes diciéndoles: “Haced frutos dignos de penitencia y no estéis confiados diciendo: Tenemos por padre a Abraham, porque yo os aseguro que Dios es capaz de hacer nacer de estas piedras hijos de Abraham. Mirad que ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego”.


Y las gentes le preguntaron: “¿Qué es lo que debemos hacer?”. Y contestaba: “El que tenga dos túnicas que reparta con quien no tenga ninguna; y el que tenga alimentos que haga lo mismo”. Yo a la verdad os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar la correa de sus sandalias. El es el que ha de bautizaros en el Espíritu Santo…”. Los judíos empezaron a sospechar si el era el Cristo que tenía que venir y enviaron a unos sacerdotes a preguntarle “¿Tu quién eres?” El confesó claramente: “Yo no soy el Cristo” Insistieron: “¿Pues cómo bautizas?” Respondió Juan, diciendo: “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está Uno a quien vosotros no conocéis. El es el que ha de venir después de mí…”


Por este tiempo vino Jesús de Galilea al Jordán en busca de Juan para ser bautizado. Juan se resistía a ello diciendo: “¡Yo debo ser bautizado por Ti y Tú vienes a mí! A lo cual respondió Jesús, diciendo: “Déjame hacer esto ahora, así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia”. Entonces Juan condescendió con El. Habiendo sido bautizado Jesús, al momento de salir del agua, y mientras hacía oración, se abrieron los cielos y se vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y permaneció sobre El. Y en aquel momento se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”.


Al día siguiente vio Juan a Jesús que venía a su encuentro, y al verlo dijo a los que estaban con él: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo os dije: Detrás de mí vendrá un varón, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”. Entonces Juan atestiguó, diciendo: “He visto al Espíritu en forma de paloma descender del cielo y posarse sobre El. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquél sobre quien vieres que baja el Espíritu Santo y posa sobre El, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Yo lo he visto, y por eso doy testimonio de que El es el Hijo de Dios”.


Herodías era la mujer de Filipo, hermano de Herodes. Herodías se divorció de su esposo y se casó con Herodes, y entonces Juan fue con él y le recriminó diciendo: “No te es lícito tener por mujer a la que es de tu hermano”; y le echaba en cara las cosas malas que había hecho. Entonces Herodes, instigado por la adúltera, mandó gente hasta el Jordán para traerlo preso, queriendo matarle, mas no se atrevió sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía, pues estaba muy perplejo y preocupado por lo que le decía.


Herodías le odiaba a muerte y sólo deseaba encontrar la ocasión de quitarlo de en medio, pues tal vez temía que a Herodes le remordiera la conciencia y la despidiera siguiendo el consejo de Juan. Sin comprenderlo, ella iba a ser la ocasión del primer mártir que murió en defensa de la indisolubilidad del matrimonio y en contra del divorcio.

Estando Juan en la cárcel y viendo que algunos de sus discípulos tenían dudas respecto a Jesús, los mandó a El para que El mismo los fortaleciera en la fe. Llegando donde El estaba, le preguntaron diciendo: “Juan el Bautista nos ha enviado a Ti a preguntarte si eres Tú el que tenía que venir, o esperamos a otro”. En aquel momento curó Jesús a muchos enfermos. Y, respondiendo, les dijo: “Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio…”


Así que fueron los discípulos de Juan, empezó Jesús a decir: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Alguna caña sacudida por el viento? o ¿Qué salisteis a ver? ¿Algún profeta? Si, ciertamente, Yo os lo aseguro; y más que un profeta. Pues de El es de quien está escrito: Mira que yo te envío mi mensajero delante de Ti para que te prepare el camino. Por tanto os digo: Entre los nacidos de mujer, nadie ha sido mayor que Juan el Bautista…”


Llegó el cumpleaños de Herodes y celebró un gran banquete, invitando a muchos personajes importantes. Y al final del banquete entró la hija de Herodías y bailó en presencia de todos, de forma que agradó mucho a los invitados y principalmente al propio Herodes. Entonces el rey juró a la muchacha: “Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino”.


Ella salió fuera y preguntó a su madre: “¿Qué le pediré?” La adúltera, que vio la ocasión de conseguir al rey lo que tanto ansiaba, le contestó: “Pídele la cabeza de Juan el Bautista”. La muchacha entró de nuevo y en seguida dijo al rey: “Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”. Entonces se dio cuenta el rey de su error, y se pudo muy triste porque temía matar al Bautista; pero a causa del juramento, no quiso desairarla, y, llamando a su guardia personal, ordenó que fuesen a la cárcel, lo decapitasen y le entregaran a la muchacha la cabeza de Juan en la forma que ella lo había solicitado.


Petición


Juan Bautista: pídele a Jesús que nos envíe muchos profetas y santos como tú.

23 junio, 2015

San José Cafasso



¡Oh!, San José Cafasso, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y aquél grande amigo

y benefactor de San Juan Bosco, y de sacerdotes
formador. Desde muy pequeño, inclinado estabais a
la piedad y a la ayuda de los pobres y desposeídos.
No en vano os conocían como “el santito” de todos.
A San Francisco de Sales y, a San Felipe Neri al
milímetro, imitasteis, tanto que, vuestros discípulos
y la gente del pueblo se alegraban y apreciaban
vuestra forma de ser. De presos y de los a muerte
condenados, amigo y luz, erais, pues, ni uno sólo
murió sin saber de Dios, confesarse y arrepentirse.
“Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me
lleven a ahorcar”. Pedían y clamaban los condenados.
Vuestro “don de consejo” a obispos, obreros,
comerciantes, sacerdotes, militares, y, a cuanta
gente se os acercaba les disteis con mucho amor.
“Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu”,
la gente comentaba de vos. Recordabais a vuestros
sacerdotes: “Nuestro Señor quiere que lo imitemos
en su mansedumbre”. Devoto de Nuestra Señora,
en éxtasis entrabais y decíais: “qué bello morir
un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados
por Ella al cielo”. Y, así, os sucedió y poco
antes de partir escribisteis: “No será muerte
sino un dulce sueño para vos, alma mía, si al
morir os asiste Jesús, y os recibe la Virgen María”.
Y, de gloria cubierto, marchó vuestra alma al cielo,
para coronada ser de luz, como premio a vuestro amor;
¡oh!, San José Cafasso, “consejero y confesor de Dios”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de junio

San José Cafasso

Confesor
Año 1860


Antes de morir escribió esta estrofa:
“No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María”. Y seguramente así le sucedió en realidad.
Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX. Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.
Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: “Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: ‘¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?’. Él con una agradable sonrisa me respondió: ‘Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo’. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ‘Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices’. Él añadió: ‘Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo’.

Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ‘No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas’. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ‘Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito”.
Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.
San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos. En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).
El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados. Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio.
El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.
En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.
San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: “Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar” (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).
La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era “el don de consejo”. Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: “Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu”. A sus sacerdotes les repetía: “Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre”.
Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.
Un día en un sermón exclamó: “qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo”. Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años. Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.
El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.