16 diciembre, 2014

Santa Alicia



Oh, Santa Alicia, vos sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa. Y, que, Emperatriz
de Italia siendo, quisisteis y supisteis “testigo”
ser de Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro.
Vuestra vida, envuelta en política y militares
disputas estuvo: Cárcel, destierro, intrigas
de la Corte, envidias, confabulación, traiciones
y falsedades. Así, soportasteis la incomprensión
de propios y extraños, porque la ambición se
había instaurado en vuestra casa. Y, en contra
de ello, os dedicasteis a hacer el bien. Protegíais,
socorríais y consolabais a los necesitados.
Considerabais el poder, como una carga para vos,
pero, un servicio para el bien de vuestro pueblo.
No erais injusta, ni vengativa contra quienes
os injuriaron en el ayer. Mostrabais esmero
en las tareas de gobierno, pues rezabais, os
mortificabais y expiabais, por los pecados de
vuestro pueblo. Así, gastando vuestra vida, llegó
todo a su fin, y entregasteis vuestra alma a Dios,
y llena de santidad, coronada fuisteis con corona
de luz, como premio a vuestra entrega de amor y fe;
Oh, Santa Alicia, “emperatriz de la luz de Dios”.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Diciembre 16
Santa Alicia
Emperatriz de Italia


Sesenta y ocho años llenos de agitación en los que una mujer de las importantes quiso y supo ser “testigo” de Cristo. Esta fue Adelaida o Alicia, emperatriz en Italia.
Casada muy joven con el rey de Italia Lotario, se le prometía una vida feliz con su recién nacida hija Emma y probablemente el matrimonio deseaba terminar sus días “comiendo perdices”, como se pone fin a los cuentos de princesas y príncipes que probablemente también en su época se contaban. Pero a veces los planes de la Providencia no coinciden con los de los hombres; se complican, van y vienen por tortuosos senderos, en muchas ocasiones imprevistos y en otras muy dolorosos, de los que el Señor sabe sacar mayores bienes. Así pasó.
En realidad toda su vida estuvo envuelta en las turbulencias políticas y militares propias del tiempo. Cuando murió su primer marido sólo tiene dieciocho años y, tan joven, ya es reina, madre y viuda. Otro matrimonio, el segundo, la va a relacionar con la historia de los tres primeros Otones: su marido, hijo y nieto. En su vida están presentes los sufrimientos por cárcel y destierro. También entendió mucho de intrigas de la Corte, de confabulación, de envidias, de traiciones y de falsedades. Inculpablemente tuvo que soportar la incomprensión de propios y extraños porque la ambición y el poder ciega los ojos de los que no son buenos.
Regente emperatriz, retoma funciones de mando en tiempos de Otón III. Ahora muestra con sus obras lo muerta que estaba para sí misma y que la anterior piedad, la de toda su vida, fue un asunto sincero. La emperatriz se dedica a hacer el bien. Protege, socorre y consuela a los necesitados. Considera el poder como una carga para ella y un servicio para el bien del pueblo. No es injusta, ni vengativa con quienes le injuriaron en tiempo pretérito. Muestra esmero infatigable en las tareas de gobierno. Reza, se mortifica y expía por los pecados de su pueblo. Magdeburgo es ejemplo de que propicia el resurgir de los templos.
Tenida por santa, muere en Salces, en la Alsacia, en el 999.