12 junio, 2013

San Onofre

 
 
Oh, San Onofre, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, y, su amado
santo. Y, que, gracias al Abad San
Panufcio, quien, moribundo os encontró,
nadie sabría de vos. En una cueva
morabais, donde siglos atrás, los
faraones reinaron, tributo rindiendo
a falsos dioses. Vos, creatura del
Dios vivo, la soledad amabais, porque
en ella, cada día, perseguíais elevaros
interior y espiritualmente, y que,
alcanzasteis, antes de entregar vuestra
alma al Dios eterno. Hoy, vuestro estilo
de vida, lo estiman como pérdida de
tiempo insulso, porque os, dedicabais
a la constante oración y, luego de
ella, a consejos dar entre vuestros
hermanos, compartiendo vuestra personal
experiencia, dejando que el alma rebose
solo amor de Dios, para que ellos,
descubrirlo y amarlo, pudiesen. Y, así,
alcanzar por la gracia, la curación, la
salud y la eterna salvación. Por ello,
Dios, que os había visto, os premió con
justicia, coronándoos de perpetua luz;
oh, San Onofre, “fe, oración y caridad”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Junio
San Onofre
Ermitaño
 
Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio, ya moribundo, y no hubiera escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de la Tebaida.
 
Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia interior y espiritual.
 
A nuestra sociedad lo profundo le sabe a raro y los compromisos definitivos o las decisiones comprometedoras de por vida no están de moda. Onofre, sin embargo, nos ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de abarcar todo su paso por la tierra.
 
Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien se lo requería. ¿Nada más? Y… nada menos: dejar que el alma rebose amor de Dios para que otros puedan descubrirlo y amarlo; dejarse afectar desde el centro de la propia personalidad por la Gracia y contagiarla a otros como la gran curación, la gran salud, la gran salvación.
 
Si en la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto, todo sería aún más relativo de lo que es. ¡Estaríamos buenos!
 
Gracias, san Onofre, por liberarnos de relativismos estériles con tu testimonio.