12 enero, 2010

San Arcadio


Oh, San Arcadio, vos sois
el hijo del Dios de la vida
y el que, soportando todos
los tormentos terribles de
vuestro tiempo, seguisteis
hasta el final rindiéndoos
ante el Dios eterno, mientras
los paganos impíos os veían
absortos en vuestro martirio,
y maravillados de vuestra fe,
veían en vos al mismo Cristo
en su cruz, de amor muriendo
por los hombres del mundo.
“Primero lograrán sacar de mi
cuerpo el corazón, que sacar
de mi alma el amor hacia
Jesucristo”, así en martirio
pleno, vuestra fe y amor eran
indeclinables y más fuertes
cuando, vuestros verdugos os
mostraban partes de vuestro
cuerpo mutiladas, vos todo
cubierto erais, por una fuerza
misteriosa y feliz cantabais
himnos a Dios. Y así, a la
muerte marchasteis y por ese
amor, y esa fe, al recibiros
en el cielo, coronado fuisteis
con corona de luz, que brilla
por siempre, imperecedera;
oh, San Arcadio, luz y vida.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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12 de enero
San Arcadio

Señor Dios Omnipotente: te pedimos el favor de poder exclamar como tu mártir San Arcadio: “primero lograrán sacar de mi cuerpo el corazón, que sacar de mi alma el amor hacia Jesucristo”. Haz que la esperanza del premio que nos espera en el cielo nos lleve a resistir con valentía contra los enemigos del alma nuestra. Amén.

Fue martirizado en la persecución de Diocleciano en el año 304, en Mauritania (hoy Argelia), al norte de Africa. Pertenecía a una familia muy distinguida.

Diocleciano había decretado que todo el que se declarara amigo de Cristo debía ser asesinado. Los soldados y policías penetraban a las casas de los cristianos y sacaban arrastrando a hombres y mujeres y si no querían quemar incienso a los ídolos y asistir a las procesiones de los falsos dioses, los llevaban ante los jueces para que los condenaran a muerte.

Arcadio al darse cuenta de todo esto, huyó a las montañas para que no lo llevaran a adorar ídolos. Pero la policía llegó a su casa y se llevó a uno de sus familiares como rehén, amenazando que si Arcadio no aparecía, moriría su familiar.

Entonces el joven regresó de su escondite de la montaña y se presentó ante el tribunal pidiendo que lo apresaran a él pero que dejaran libre a su familiar.

El juez le prometió la libertad para él y para su pariente si adoraba ídolos y les quemaba inciensos. Arcadio respondió: “Yo sólo adoro al Dios Unico del cielo y a su Hijo Jesucristo”. Su pariente fue puesto en libertad, pero él fue a la prisión.

Los jueces dispusieron convencerlo a base de amenazas y le dijeron que si no dejaba de ser cristiano lo despedazarían cortándole manos y pies, pedazo por pedazo. Arcadio respondió: “Pueden inventar todos los tormentos que quieran contra mí. Pero estén seguros de que nadie ni nada me apartará del amor de Jesucristo. Espero no traicionar nunca mi fe. Es tan alto el premio que espero en el cielo, que los tormentos de la tierra me parecen pocos con tal de conseguirlo”.

Le presentaron entonces ante sus ojos todos los instrumentos con los cuales acostumbraban torturar a los cristianos para que renunciaran a su religión: garfios de hierro afilados, azotes con punta de plomo, carbones encendidos, etc., etc. Pero nuestro mártir no se dejó asustar y continuó diciendo que prefería morir antes que ser infiel a la religión de Cristo.

Entonces el tribunal decreta que sea despedazado a cuchilladas, primero los brazos, pedazo por pedazo, y luego los pies. Así lo hacen. Arcadio siente que su cuerpo se estremece de dolor, pero al mismo tiempo recibe en su alma una fuerza tal del Espíritu Santo que lo mueve a entonar himnos de adoración y acción de gracias a Dios. Los que están allí presentes se sienten emocionados ante tan enorme valentía.

Cuando le presentan ante sus ojos todos los pedazos de manos y de pies que le habían quitado a cuchilladas, exclama: “Dichoso cuerpo mío que ha podido ofrecer este sacrificio a mi Señor Jesucristo”. Y dirigiéndose a los presentes les dice: ”Los sufrimientos de esta vida no son comparables con la gloria que nos espera en el cielo. Jamás les ofrezcan oraciones o sacrificios a los ídolos. Sólo hay un Dios verdadero: nuestro Dios que está en el cielo. Y un sólo Señor: Jesucristo, Nuestro Redentor”.

Y quedó suavemente dormido. Había muerto mártir de Cristo. Los paganos se quedaron maravillados de tanto valor, y los cristianos recogieron su cadáver y empezaron a honrarlo como a un gran santo.
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(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Arcadio.htm)