05 febrero, 2025

San Felipe de Jesús, Primer mártir mexicano

 San Felipe de Jesús

 

¡Oh! San Felipe de Jesús, vos sis el hijo del Dios
de la Vida y su amado mártir y santo, que, un día
entrasteis al noviciado de los franciscanos del
cual os fugasteis. Vuestro padre os envió a las
islas Filipinas, donde vos, gozasteis de la vida
pero pronto os sentisteis angustiado y vuestro
corazón reclamaba a Dos. Un día cualquiera Cristo,
os habló:“Si quieres venir en pos de Mí, renuncia
a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Y vos, os
abrazasteis de la Cruz, entrando a los franciscanos
de Manila. Orabais, estudiabais y cuidabais con
mucho amor a los enfermos y necesitados. Ello bastó
para que pudierais ordenaros sacerdote, y que, por
gracia especial, sería en vuestra ciudad natal:
México. Vuestra embarcación encalló en el Japón,
y vos os sentisteis más dichoso aún, porque podríais
convertir a muchos japoneses. En pleno trabajo,
estalló la persecución de Taicosama contra vuestros
hermanos franciscanos y vuestros catequistas. Vos,
deseabais convertiros más aún y abrazaros aún más
a la Cruz de Cristo. entonces seguisteis a San Pedro
Bautista y demás misioneros quienes desde hacía años
evangelizaban el Japón. A vos, juntamente con ellos,
os llevaron en procesión por algunas ciudades para
que se burlaran de vos, sufriendo pacientemente
os cortaran una oreja, y, finalmente en Nagasaki,
en compañía de otros veintiuno franciscanos, cinco
de la Primera Orden y quince de la Tercera Orden, y
tres jóvenes jesuitas entregasteis vuestra santa
vida, siendo colgado, suspendido mediante una argolla
y atravesado por dos lanzas. Vuestras últimas palabras
fueron: “Jesús, Jesús, Jesús”. Y, así, voló vuestra
alma al cielo, para ser coronada con corona de luz;
¡Oh! San Felipe de Jesús, "vivo siervo del Dios Vivo".     
 

©
2025 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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San Felipe de Jesús

Mártir (1572 – 1597)

Felipe nació en la ciudad de México el año 1572, hijo de honrados inmigrantes españoles. En su niñez se caracterizó por su índole inquieta y traviesa. Se cuenta que su aya, una buena negra cristiana, al comprobar las diarias travesuras de Felipillo, solía exclamar, con la mirada fija en una higuera seca que, en el fondo del jardín, levantaba a las nubes sus áridas ramas: “Antes la higuera seca reverdecerá, que Felipe llegue a ser santo” El chico no tenía madera de santo.

Pero un buen día entró en el noviciado de los franciscanos dieguinos; más no pudiendo resistir la austeridad, otro buen día se escapó del convento.

Regresó a la casa paterna y ejerció durante algunos años el oficio de platero, si bien con escasas ganancias; por lo que su padre, Alonso de las Casas, lo envió a las islas Filipinas a probar fortuna. Felipe contaba ya para entonces 18 años. Se estableció en el emporio de artes, riquezas y placeres que era en esos tiempos la ciudad de Manila.

Nuestro joven gozó por un tiempo de los deslumbrantes atractivos de aquella ciudad, pero pronto se sintió angustiado: el vacío de Dios se dejó sentir muy hondo, hasta las últimas fibras de su ser; en medio de aquel doloroso vacío, volvió a oír la tenue llamada de Cristo: “Si quieres venir en pos de Mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Mt. 16, 24).

Y Felipe volvió a tomar la cruz: entró con los franciscanos de Manila y ahora sí tomó muy en serio su conversión… oró mucho, estudió, cuidó amorosamente a los enfermos y necesitados, y un buen día le anunciaron que ya podía ordenarse sacerdote, y que, por gracia especial, esa ordenación tendría lugar precisamente en su ciudad natal, en México.

Se embarcó juntamente con Fray Juan Pobre y otros franciscanos rumbo a la Nueva España; pero una gran tempestad arrojó el navío a las costas de Japón, entonces evangelizado, entre otros, por Fray Pedro Bautista y algunos Hermanos de la provincia franciscana de Filipinas. Felipe se sintió dichoso: ahora podría ahondar más en su conversión esforzándose por convertir a muchos japoneses.

Las conversiones en Japón aumentaban día a día; pero entonces estalló la persecución de Taicosama contra los franciscanos y sus catequistas.

Nuestro Felipe, por su calidad de náufrago hubiera podido evitar honrosamente la prisión y los tormentos, como habían hecho Fray Juan Pobre y otros compañeros de naufragio. Pero Felipe rechazó esa manera fácil de rehuir su actividad. Quería convertirse siempre más a fondo, hasta abrazarse del todo con la cruz de Cristo. Siguió, pues, hasta el último suplicio a San Pedro Bautista y demás misioneros franciscanos que desde hacía años evangelizaban el Japón.

Felipe, juntamente con ellos, fue llevado en procesión por algunas de las principales ciudades para que se burlaran de él. Sufrió pacientemente que le cortaran, como a todos los demás, una oreja, y, finalmente en Nagasaki, en compañía de otros 21 franciscanos, cinco de la Primera Orden y quince de la Tercera Orden, además de tres jóvenes jesuitas, se abrazó a la cruz de la cual fue colgado, suspendido mediante una argolla y atravesado por dos lanzas. Felipe fue el primero en morir en medio de todos aquellos gloriosos mártires. Sus últimas palabras fueron: “Jesús, Jesús, Jesús”.

Felipe se había convertido plena y totalmente a Cristo. Era el 5 de febrero de 1597. Cuenta la leyenda que ese mismo día la higuera seca de la casa paterna reverdeció de pronto y dio fruto. Felipe fue beatificado, juntamente con sus compañeros de cruento martirio, el 14 de septiembre de 1627, y canonizado el 8 de junio de 1862.

Felipe, el joven que supo convertirse hasta dar la vida por Cristo, ha sido declarado patrono de la Ciudad de México y de su arzobispado.


(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Agueda_Felipe_de_Jesús.htm)