¡Oh!, San Juan Bosco; vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, y su amado santo. Dotado estabais de
magnífica voz y de oído finísimo, cantabais y tocabais
armonio, piano y violín. Además, poseíais una memoria
e inteligencia prodigiosas y dominabais la teología
y la filosofía maravillosamente. Las literaturas griega,
italiana, latina y hebrea las conocíais y las hablabais
además del francés y el alemán. De todo ello, os proveyó
Dios, para cumplir la misión que os asignó Jesús, desde
vuestro primer sueño, y, que vos, cumplisteis al pie
de la letra con todo, primero, fundando la “Sociedad
de la Alegría”, los llamados “oratorios festivos” y los
“diarios”. Para atraer a los jóvenes, al catecismo,
os hicisteis hábil titiritero, atleta e ilusionista.
Un cierto día leíste en el mismo cielo: “Hic domus mea;
inde Gloria mea”: “aquí mi casa; de aquí saldrá mi
gloria”. Y, así, fue. Edificasteis una casa y una
capillita, y luego una Iglesia que dedicasteis a San
Francisco de Sales, a quien vos, mucho admirabais. Más
tarde, la congregación de los “Salesianos”, siempre en
honor a vuestro amado santo y la de las “Hijas de María
Auxiliadora” fundasteis, construyendo un santuario a
Nuestra Señora. Incursionasteis en la literatura, la
prensa, la música y la imprenta. Leíais las conciencias,
predecíais el futuro, curabais toda clase de enfermedades
y resucitabais muertos. Sois también, sin duda alguna
“uno de los hombres que más han trabajado en el mundo”,
y, “uno de los que más han amado a los niños”, dejando
para aquellos y nosotros “el trabajo y la piedad” como
lema. Entregasteis vuestra alma al Padre, para, coronada
ser, con corona de luz, como justo premio a vuestro
desgaste de «amor y fidelidad». Patrono santo del cine,
de las escuelas de artes y oficios, de los ilusionistas
como vos mismo fuisteis. ¡Santo de la juventud! ¡Santo
de los obreros! ¡Santo de la alegría! ¡Santo de Nuestra
Señora María Auxiliadora! ¡Santo de todos los niños!
¡oh!, San Juan Bosco; “vivo amor por el Dios de la Vida”.
© 2025 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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31 de Enero
San Juan Bosco
Fundador
(† 1888)
Como
dice Pío XI en la bula de canonización, muy difícil es bosquejar en
pocas líneas esta figura gigantesca. Nació en Becchi (Casteinovo de Asti
– Italia), el 16 de agosto de 1815, y el mismo día fue regenerado con
el agua bautismal. A los dos años quedó huérfano de padre, que se
llamaba Francisco. Afortunadamente su madre, Margarita Occhiena,
inteligente y santa mujer, supo educar a sus dos hijos José y Juan y al
hijastro Antonio como mejor no se podía pedir. Modelo de madres, su vida
merece ser conocida, difundida e imitada.
Desde
la más tierna infancia Juan manifestaba gran despejo de inteligencia,
apego a su propio juicio, tenacidad en sus propósitos, tendencia al
dominio sobre los demás, ternura de corazón, desprendimiento y
generosidad. Margarita supo cultivar lo bueno y cercenar lo malo de
todas estas inclinaciones. Ante todo, fomentó en sus hijos la piedad,
una piedad varonil y profundamente sentida, franca y abiertamente
practicada. “Dios nos ve; Dios está en todas partes; Dios es nuestro
Padre, nuestro Redentor y nuestro Juez, que de todo nos tomará cuenta,
que castigará a los que desobedecen sus leyes y mandatos y premiará con
largueza infinita a los que le aman y obedecen. Debemos acostumbrarnos a
vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente en
todo”.
Les enseñó a amar e invocar a la Virgen Santísima y al ángel de la guarda, y a apreciar debidamente el tesoro del tiempo.
Pronto
se desarrolló en Juanito la sagrada fiebre del apostolado. Ya a los
siete años reunía a sus compañeros para enseñarles a rezar, repetirles
lo que ola en las pláticas y lo que su santa madre le enseñaba,
pacificarlos en sus riñas y disensiones, corregirlos cuando hablaban o
procedían mal, jugar con ellos y entretenerlos “para ayudarlos a hacerse
buenos”.
Juan Bosco es uno de los hombres que más han “soñado”,
es decir, que Dios le manifestaba en sueños su voluntad y le decía
muchas cosas, como a José, el hijo de Jacob, que precisamente por sus
sueños llegó a ser virrey de Egipto; como al profeta Daniel; como al
mismo patriarca San José. A los nueve años tuvo el primero de sus
“grandes sueños”. Bajo la alegoría de una turba de animales feroces que
se truecan en corderos y algunos en pastores, se le indica su misión en
el mundo: educar la juventud, trocar, mediante la instrucción religiosa,
cívica, intelectual y moral, a los díscolos en buenos y perfeccionar a
los buenos. Es el mismo Jesús quien se la asigna, y para que pueda
desempeñarla, le da por madre y maestra a la Virgen Auxiliadora. Para
cumplirla, desea hacerse sacerdote.
Pero ¡cuántas dificultades le
salen al paso!: pobreza, oposición de su hermanastro, burlas, muerte de
su principal bienhechor… Mas de todas triunfa con la constancia y la
confianza en Dios.
Aunque deseara ardientemente hacer la primera
comunión, sólo a los diez años – y eso tan sólo en atención a su gran
preparación – se le concede. En esa ocasión hizo propósitos que fueron
norma de toda su vida.
Antes de poder estudiar regularmente, y
durante sus primeros estudios, para ayudar a pagarse la pensión tuvo que
servir como mozo en granjas y en cafés, trabajar de sastre, de
zapatero, de carpintero y herrero, de repostero y sacristán, como que
tenía que fundar y dirigir prácticamente escuelas profesionales y
agrícolas. En todas partes seguía ejerciendo el apostolado. Entre sus
compañeros fundó la “Sociedad de la Alegría” y una especie de academia
artístico – literaria, Y para atraer a los catecismos a chicos y mayores
se hizo hábil titiritero, atleta e ilusionista. Dotado de una magnífica
voz y de un oído finísimo, cantaba y tocaba armonio, piano, violín y
algunos otros instrumentos. Poseyendo una memoria prodigiosa y una
inteligencia comprensiva, además de las asignaturas de los cursos
filosóficos y teológicos, estudió a fondo las literaturas italiana,
griega, latina y hebrea, y llegó a hablar el francés y el alemán lo
suficiente para entender y hacerse entender. Todo esto era una
providencial preparación para cumplir debidamente la misión asignada por
Jesús, desde el primer sueño. Estos seguían jalonando su vida, a medida
que se iba acercando el tiempo de ponerla en ejecución.
Mientras
estudiaba el segundo año de teología hizo pacto con su compañero Luis
Comollo de que el primero que muriera vendría, permitiéndolo Dios, a
darle al otro noticia de la otra vida. Murió Comollo y la misma noche se
presentó en el dormitorio con tremendo aparato, para decir al amigo,
oyéndolo todos, que estaba salvo. De la impresión muchos enfermaron,
entre ellos el mismo Juan, quien dice en sus memorias que “esos pactos
no se deben hacer, porque la pobre naturaleza no puede resistir
impunemente esas manifestaciones sobrenaturales”.
Ordenado
sacerdote en 1841, por consejo de su director San José Cafasso, siguió
en el Convictorio Eclesiástico de Turín los tres cursos de
perfeccionamiento de la teología moral y pastoral, y al mismo tiempo
estudiaba las condiciones sociales de la ciudad, del campo y del tiempo
en que vivía. Ejerciendo el ministerio en cárceles y hospitales, y
reparando en lo, que sucedía en las calles y plazas, en los talleres
industriales y en las construcciones, le llamó la atención el número
enorme de chicos que, abandonados de los padres, o huérfanos,
vagabundeaban, con evidente peligro de perversión y constituyendo una
amenaza social: y decidió remediarlo en cuanto pudiera. Así concibió la
idea de los “oratorios festivos” y diarios. Pronto la Providencia le
deparó la ocasión de empezar.
En la iglesia de San Francisco de
Asís – el santo del amor universal – estaba revistiéndose para celebrar
la santa misa, cuando entró, curioseando, un chico de quince años,
albañil de oficio, y pueblerino. El sacristán le dijo que ayudara la
misa y como no sabia, lo riñó y golpeó. Don Bosco tomó su defensa y,
terminada la misa, se entretuvo consolándolo y haciéndole las preguntas
que convenían a su intento. Ignoraba hasta el padrenuestro y el
avemaría, lo invitó a arrodillarse con el ante un cuadro de la Virgen, y
rezaron con inmenso fervor el avemaría. Y, acto seguido, le dio la
primera clase de catecismo. Le invitó para el domingo siguiente. Y el
chico cumplió, trayendo otros compañeros. La obra de los oratorios
festivos habla nacido y con ella toda la grandiosa obra salesiana.
Aquella oración a la Virgen le dio gracia y fecundidad.
Al salir
del Convictorio se le ofrecieron halagadores empleos en la diócesis. Mas
como no sentía atractivo hacia ninguno de ellos, consultó con su santo
director San José Cafasso. Este le consiguió la dirección del “refugio”,
obra para niñas, de la piadosa marquesa Julieta Colber de Barolo y
allí, a su vera, pudo desarrollar su Oratorio. Como éste crecía sin
cesar y a la señora marquesa le molestaba la algazara de los chicos, lo
puso en opción o de abandonar a los chicos o de, dejar el refugio. Dejó
el refugio. Y… se encontró en la calle, con una grande obra entre manos,
sin un céntimo, por añadidura. En sueños, la Virgen le conforto, Y
algunos medios le vinieron. El Oratorio tuvo una vida trashumante: una
plaza, un cementerio abandonado, unos prados. Pero hasta de éstos tuvo
que emigrar. Fue la única vez que sus chicos le vieron triste y llorar.
Mientras paseaba lleno de amargura por un extremo del prado, llama su
atención hacia otro prado vecino un resplandor: ve una grande iglesia y
alrededor de su cúpula este letrero de luz y oro: Hic domus mea; inde
gloria mea: (“aquí mi casa; de aquí saldrá mi gloria”). Por la noche,
otro sueño más detallado le dejó entrever el porvenir y hasta la
fundación de una nueva congregación religiosa adaptada a las necesidades
de los nuevos tiempos.
Pudo comprar el prado. Su dueño, el señor
Pinardi, le dio facilidades. La providencia le mandó bienhechores y
cooperadores. Edificó una casa y una capillita.
Pero aún estaba
solo. Propuso a su madre fuera a acompañarlo. Y aquella santa mujer, que
aun en su pobreza vivía como una reina con su hijo José y sus
nietecitos, lo abandonó todo, y fuese a Turín a compartir con su hijo
sacerdote la pobreza y las penalidades, pero también la gloria y las
satisfacciones de un apostolado original y fecundísimo. Diez años vivió
allí, siendo la madre de tantos huérfanos, viendo la proliferación de
aquella obra que se consolidó en unas escuelas de externos e internos y
dio origen a varios otros oratorios base de nuevas obras, hasta el 25 de
noviembre de 1856, día en que el Señor se la llevó para premiarle sus
sacrificios y la caridad ejercidos por su amor. Algún tiempo después se
apareció a Juan y le dejó entrever una ráfaga de las delicias del cielo.
El
Santo levantó una iglesia para sus niños, dedicándola a San Francisco
de Sales. Las visiones o sueños le daban a entender que debía fundar una
congregación religiosa que, aplicando sus métodos, educara a las
juventudes, especialmente a los obreros, y tratara de armonizar las
clases sociales, y que los socios tendría que formárselos
entresacándolos de los mismos niños que él educaba. Así nació la
sociedad salesiana, cuyos primeros socios profesaron en 1859 y que fue
definitivamente aprobada en 1868.
En 1865 puso la primera piedra
del santuario de María Auxiliadora, y en 1867 la última. A fuerza de
milagros la Virgen se había edificado su casa. El santuario – basílica
es uno de los cuatro o cinco en que se manifiesta más claro y poderoso
el influjo de la Virgen. Con el santuario nació la “Archicofradía de
María Auxiliadora”.
En 1872 fundó la Congregación de las Hijas de
María Auxiliadora, con reglas similares a las de los salesianos.
También se fundó la Asociación de Antiguos Alumnos. En 1875 fue aprobada
por la Santa Sede la “Pía Unión de los Cooperadores Salesianos” o
Tercera Orden Salesiana. Por órgano le dio El Boletín Salesiano.
La
actividad del Santo se desplegaba en todos los campos del apostolado
católico. La prensa le debe multitud de publicaciones fijas y
periódicas: hojas volantes, libros de texto y de. propaganda,
colecciones de clásicos italianos, latinos, griegos, biblioteca de la
juventud, biblioteca de dramas, comedias, cantos, romanzas, zarzuelas,
música religiosa. Entre los talleres de sus escuelas profesionales nunca
falta la imprenta. Hasta fundó una fábrica de papel, la primera que
funcionó en Piamonte. Don Bosco es también un gran escritor. Presta a la
Iglesia grandes servicios como diplomático oficioso.
Las dos
congregaciones y la Tercera Orden crecieron fabulosamente. Tuvieron
casas en todas partes. En 1875 inauguró las misiones, cuya primera
expedición destinó a la evangelización de las tribus de la Patagonia y
Tierra del Fuego, en Argentina y Chile.
“Lo
sobrenatural se había hecho natural en él”, según frase de Pío XI. Leía
en las conciencias, predecía el futuro, con la bendición de María
Auxiliadora, toda clase de enfermedades, resucitó tres muertos. Sobre
todo en sus últimos años, las multitudes lo seguían pidiéndole la
bendición. Triunfales fueron sus visitas a París y Barcelona. En sus
últimos años edificó la iglesia de San Juan Evangelista, en Turín, y la
basílica del Sagrado Corazón, en Roma.
Aunque de fibra
robustísima, el Señor le purificó con frecuentes enfermedades y
molestias que no lograron debilitar su celo ni aminorar su espíritu de
trabajo. En efecto, Don Bosco “es uno de los hombres que más han
trabajado en el mundo”, como es “uno de los que más han amado a los
niños”. Y dejó a los suyos el trabajo y la piedad como lema.
Murió
en Turín el 31 de enero de 1888. San Pío X lo declaró venerable en
1907; Pío XI, que le había tratado personalmente, lo beatificó en 1929 y
lo canonizó solemnemente el día de Pascua de Resurrección, 1 de abril
de 1934. Es el patrono del cine, de las escuelas de artes y oficios, de
los ilusionistas.
(http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/01/01-31_JUAN_BOSCO.htm)
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