31 marzo, 2016

San Benjamín




¡Oh!, San Benjamín, vos, sois el hijo del Dios de la vida y
su amado santo que, de manera y forma contundente
la palabra de Dios predicasteis. Además, le ofrecíais vuestro
dolor con filudas cañas, entre vuestras uñas, y vuestra
palabra y elocuencia convirtió a sacerdotes y magos
del mismísimo Zaratustra, a quienes decíais, con fe y
certeza, de que algún día en sus ojos y en su alma la luz
verdadera brillaría por siempre. “Yo mismo sufriré
el castigo que el Señor reserva a los seguidores que
no sacan a relucir los talentos que él les ha dado”. Les
decíais vos, de no hacerlo así. Por ello, capturado y
castigado y luego decapitado fuisteis. Los meses que
pasasteis en la cárcel os sirvieron para pensar, orar,
meditar y escribir. Así, vuestro cuerpo mataron, más
no vuestra alma, que voló presta al cielo para coronada
ser, con corona de luz y eternidad, para recibir justo
premio por vuestra entrega increíble de amor y fe;
¡oh!, San Benjamín, “vivo predicador de la luz de Cristo”.

 
© 2016 Luis Ernesto Chacón Delgado

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31 de Marzo
San Benjamin
Diacono y Mártir



Martirologio Romano: En el lugar de Argol, en Persia, san Benjamín, diácono, que al predicar insistentemente la palabra de Dios, consumó su martirio con cañas agudas entre sus uñas, en tiempo del rey Vararane V (c. 420).

Etimológicamente: Benjamín = Aquel que es el último nacido o Hijo de dicha, es de origen hebreo.
El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal entendido incendio el Pireo o templo del fuego, principal objeto del culto de los persas.

El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició una persecución general que duró 40 años.

Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año.

Benjamín era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia.
Incluso había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra. Los meses que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y escribir.

En estas circunstancias llegó a la ciudad un embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el rey Yezdigerd: “Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio del templo y no tienes que lamentarte de nada”.

¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador.

Sin embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz verdadera.

De no ser así –decía – yo mismo sufriré el castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los talentos que él les ha dado.

Esta vez no quiso intervenir el embajador. Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó que le dieran castigos hasta la muerte,siendo luego decapitado
Murió alrededor del año 420.

30 marzo, 2016

San Juan Clímaco





¡Oh!, San Juan Clímaco, vos, sois el hijo del Dios de la vida
su amado santo y el más popular de los escritores ascéticos
por vuestra única obra: “Escala del paraíso”. Daniel, el monje,
redactó poco después de vuestra muerte vuestra biografía.
Vos, joven os presentasteis al monasterio del Sinaí, dispuesto
a consagraros a Dios. Ni los bienes de vuestra casa, que eran
muchos, ni la educación distinguida que habíais recibido, ni
el porvenir de éxito, obstáculo fueron para emprender una
vida humilde y austera. Martirio, os enseñó cómo las cosas
del mundo tendríais que olvidar para ser un buen monje.
Luego de tres años de novicio, entrasteis en la comunidad
de monjes. La obediencia y el estudio fueron vuestra divisa.
Y, Daniel así lo afirma. Años, más tarde, y muerto vuestro
maestro, el monje Martirio, vos, os retirasteis al extremo
del monte, cerca de una ermita, donde vivíais más cerca de Dios.
Allí, entre cuatro paredes, dejasteis el sabor a vuestras oraciones,
contemplaciones, penitencias y hasta lágrimas. Allí, aprendisteis
lo que años después aconsejasteis al abad de Raytún: “Entre
todas las ofrendas que podemos hacer a Dios, la más agradable
a sus ojos es indiscutiblemente la santificación del alma por
medio de la penitencia y de la caridad”. También, allí vencisteis
al demonio de la gula, comiendo poco y lo que permitía la regla
monástica; al mismo tiempo dominabais la vanagloria, y benigno
y amoroso con los visitantes. Erudito y santo, os buscaban para
que vos los aconsejarais. Con amor instruíais, y decíais: “quien con
sus enseñanzas puede contribuir a la salvación de sus hermanos y
no les reparte con plenitud de caridad la ciencia que haya recibido,
tendrá el castigo del que oculta el talento debajo del celemín”.
Os acusaron de charlatán, por lo cual vos mismo os impusisteis la
penitencia de no enseñar con palabras sino con obras de penitencia,
dulzura y modestia. Siendo Abad, desempeñasteis ó el cargo con
sabiduría, bondad de carácter y vida ejemplar. Y, así, habiendo
gastado vuestra vida en buena lid, voló, vuestra alma al cielo, para
coronada ser de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Juan Clímaco, “viva escalera del mundo hacia Dios”.

 

© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de marzo
San Juan Clímaco
(† 600)


El monte Sinaí, de tantos recuerdos bíblicos, forma un macizo de cumbres y valles pedregosos y resecos sin apenas vegetación. Cuando lo visitó la monja Eteria, nuestra peregrina, el Sinaí estaba poblado de monjes. Eteria vio varios monasterios, capillas custodiadas por monjes, cuevas en las que moraban anacoretas “y una iglesia en la cabeza del valle; delante de la iglesia hay un amenísimo huerto con agua abundante, en el cual está la zarza; muy cerca se enseña el lugar donde se hallaba el santo Moisés cuando le dijo Dios: Desata la correa de tu calzado”.

Aún se conserva el monasterio de El-Arbain o de los Cuarenta Mártires, llamado así porque, a fines del siglo IV, los beduinos asesinaron en aquel lugar a cuarenta monjes. Mas la iglesia de que nos habla Eteria es, sin duda, la que hizo edificar Santa Elena en el siglo IV y que, en 527, fortificó el emperador Justiniano, lo mismo que al monasterio que está junto a ella, Dicho monasterio se llama de Santa Catalina, puesto que guarda las reliquias de la santa alejandrina desde hace muchos siglos. Justiniano fortificó también otros monasterios sinaítas para proteger a los monjes de las incursiones de los beduinos de los desiertos cercanos.
El monasterio de Santa Catalina, única que ha mantenido la vida monacal en aquellos parajes agrestes, está situado a más de dos mil metros al pie del Djebel-Musa o monte de Moisés. De la parte trasera del monasterio arranca un caminito escarpado, con peldaños labrados en la roca (tres mil en total) que lleva a la cumbre. Vive en él una comunidad de monjes ortodoxos griegos y guarda una famosa biblioteca con 500 manuscritos antiguos. En el siglo pasado fue descubierto en ella el Códice Sinaítico, del siglo IV, con todo el Nuevo Testamento y la mayor parte de la versión griega del Antiguo, Dicho códice fue regalado al zar de Rusia, el cual compensó al monasterio con 9.000 rublos. Estuvo depositado en la Biblioteca de Leningrado hasta 1933, en cuya fecha lo adquirió el Museo Británico por 100.000 libras esterlinas.

El recuerdo de Moisés y de Elías, a quienes había hablado Dios en aquel monte, atrajo desde los primeros tiempos a muchos anacoretas. Después de la legislación que Justiniano dio a los monjes, éstos vivían en recintos cerrados y sólo se permitía la vida solitaria dentro de la clausura. Cada monasterio se regía a su modo, sin regla común; mas todas estaban inspiradas en los preceptos que San Basilio había dado a los monjes. Los divinos oficios duraban seis horas. El resto del día lo ocupaban en el trabajo manual y en el estudio. Se tejían sus propios vestidos: túnica burda de pelo de cabra o de borra, ceñidor, manto y sandalias. Preparaban pergaminos, transcribían e iluminaban códices. Comían una sola vez al día y practicaban extremado ayuno en Cuaresma y Adviento, La caridad en forma de hospitalidad era característica de los monjes. junto a cada monasterio estaba la hospedería para peregrinos y viajeros.
En este ambiente discurrió la vida de San Juan Clímaco, el más popular de los escritores ascéticos de aquellos siglos, debido a su única obra Escala del paraíso. Los pocos datos biográficos que han llegado a nosotros los sabemos principalmente por el monje Daniel, el cual vivía en el monasterio cercano de Raytún, situado hacia el mar Rojo. Daniel los redactó poco después de la muerte del Santo para encabezar el libro de éste.

Juan Clímaco vivió en la segunda mitad del siglo VI y la primera mitad del VII. Era muy joven cuando un buen día se presentó al monasterio del Sinaí dispuesto a consagrarse a Dios. Ni los bienes de su casa, que eran muchos, ni la educación distinguida que había recibido, ni un porvenir halagador fueron obstáculo para emprender una vida humilde y austera. Todo lo fue olvidando heroicamente bajo las instrucciones de un excelente religioso llamado Martirio, y después de tres años de noviciado —el tiempo que preceptuaba la regla— entró en la comunidad de monjes. Desde el primer momento, la obediencia y el estudio fueron su divisa. Daniel afirma escuetamente que era monje sumiso e instruido en letras.

Unos años después había muerto el monje Martirio y nuestro Santo se retiró al extremo del monte a unos cien metros de una ermita. Allí vivía más cerca de Dios en un antro angosto o celda natural, la cual fue testigo, durante muchos años, de sus prolongadas oraciones, contemplaciones, penitencias y lágrimas. Allí aprendió lo que años después aconsejaría al abad de Raytún en una carta que se ha conservado: “Entre todas las ofrendas que podemos hacer a Dios, la más agradable a sus ojos es indiscutiblemente la santificación del alma por medio de la penitencia y de la caridad”. Allí venció al demonio de la gula, comiendo poco; al mismo tiempo que dominaba la vanagloria, comiendo de todo lo que permitía la regla monástica, pues sabía que las extremadas abstinencias fueron motivo de ostentación en otros monjes. Pasó cuarenta años ajeno a la desidia, dado al estudio y al trabajo, larga la oración y breve el sueño, parco en el comer y benigno con los visitantes molestos.

Al principio vivió completamente aislado; mas corrió la fama de su erudición y santidad, y varias personas iban a él en busca de consejo. Juan las instruía con toda caridad; porque, como dejó escrito, “quien con sus enseñanzas puede contribuir a la salvación de sus hermanos y no les reparte con plenitud de caridad la ciencia que haya recibido, tendrá el castigo del que oculta el talento debajo del celemín”. No faltaron envidiosos que le tildaron de charlatán por lo cual él mismo se impuso la penitencia de no enseñar con palabras sino con obras de penitencia, dulzura y modestia. Ello duró hasta que los mismos que le habían difamado fueron a rogarle que renovara sus divinas instrucciones. No estuvo a refugio de las tentaciones, sino que pasó momentos de tristeza y desaliento con ganas de echarlo todo a rodar. Pero se tranquilizaba luego, pensando en que agradaba a Jesucristo y que muchos habían llegado a la santidad por aquel camino.
Cuando murió el abad de Monte Sinaí, los monjes fueron en busca de Juan y le rogaron que aceptara el cargo de sucesor. El Santo opuso excusas y resistencias, pero los monjes no cejaron hasta que aceptó y se fue al monasterio con ellos. No se habían equivocado: Juan desempeñó el cargo con sabiduría, bondad de carácter y vida ejemplar.

Siendo abad, redactó, o terminó por lo menos, Escala del paraíso, fruto de su larga experiencia ascética. Se compone de treinta grados, que son otros tantos capítulos en donde el Santo explica, en forma de aforismos y sentencias, las virtudes del monje y los vicios que deberá vencer. El estilo es muy sencillo y claro; al alcance de todos. Se sirve de ejemplos vividos en los monasterios. Así nos dice que, edificándole la virtud del monje cocinero, le preguntó una vez cómo podía andar recogido en todo momento con una ocupación tan material. El cocinero le respondió: “Cuando sirvo a los monjes me imagino que sirvo al mismo Dios en la persona de sus servidores, y el fuego de la cocina me recuerda las llamas que abrasarán a los pecadores eternamente”.

Los primeros grados de Escala del paraíso son: la renuncia a la vida del mundo, a los afectos terrenos, al afecto de los parientes, la obediencia, la penitencia, el pensamiento de la muerte y el don de lágrimas o, como él dice, la tristeza que nos causa alegría. “Carísimos amigos —escribe el Santo—, en la hora de la muerte, el juez soberano no nos echará en cara el no haber obrado milagros, o no haber sabido sutilizar en materias elevadas de teología, como tampoco el no haber llegado a un elevado grado de contemplación, sino de no haber llorado nuestros pecados de modo que mereciésemos el perdón”. Los grados siguientes son: la dulzura que triunfa de la cólera, olvido de las injurias, huir de la maledicencia, pues ésta reseca la virtud de la caridad; amor al silencio, porque el mucho hablar lleva a la vanagloria; huir de la mentira, que es un acto de hipocresía; combatir el fastidio y la pereza, puesto que esta última destruye por sí sola todas las virtudes; practicar la templanza, porque el golosinear es una hipocresía del estómago, el cual dice que se va a saciar con aquello y no se sacia. Contentando la intemperancia, viene la impureza; de aquí que el grado siguiente sea el amor a la castidad. La castidad —dice— es un don de Dios, y para obtenerlo conviene recurrir a EI, pues a la naturaleza no la podemos vencer con sólo nuestras fuerzas. Siguen los grados que tratan de la pobreza, virtud opuesta a la avaricia, del endurecimiento del corazón, que es la muerte del alma, del sueño, del canto de los salmos, de las vigilias, de la timidez afeminada, de la vanagloria, del orgullo y de la blasfemia. Luego, las virtudes típicamente contemplativas: dulzura del alma, humildad, vida interior, paz del alma, oración y recogimiento. El último grado del libro está dedicado a las virtudes teologales.

Movido de la caridad operante, hizo edificar una hospedería para peregrinos a poca distancia del monasterio. Enterado de ello el papa San Gregorio el Grande, quiso ayudarle enviándole una cantidad junto con una carta, que se ha conservado, en la que se recomienda a sus oraciones.

Murió con la misma simplicidad que había vivido. Su Escala del paraíso se hizo pronto famosa. El libro fue copiado y leído en todos los monasterios, se tradujo al latín y el autor fue siempre conocido con el sobrenombre de Clímaco, del griego clymax, que significa “escalera”. También le llamaron Juan el Escolástico, apelativo que solo se daba a personas de muchos conocimientos. Juan Clímaco es uno de los Santos Padres de la Iglesia griega.

JUAN FERRANDO ROIG

(http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/03/03-30_S_juan_climaco.htm)

29 marzo, 2016

San Guillermo Tempier





¡Oh!, San Guillermo Tempier, vos sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo, que, prudente y firme, defendisteis contra
los nobles la Iglesia que a vos, fue encomendada, ofreciendo
vuestra persona como ejemplo de vida. A vos os recuerdan
como valiente defensor de los derechos y bienes de vuestra
diócesis; haciendo uso de inteligencia y paciencia. Cuando os
conocieron como «Guillermo el fuerte», obligasteis a una
de vuestros vasallos a prestaros el debido homenaje. Después
de trece años de haberos entregado a vuestro episcopado,
voló, vuestra alma al cielo y fuisteis enterrado en la iglesia
de San Cipriano. Vos, que en vida fuisteis sin piedad alguna
confrontado por los notables de la diócesis, de muerto honrado
fuisteis como admirable santo; señal clara, de que, además
de la energía puesta en la conducción administrativa y política
de la diócesis; en el campo pastoral fuisteis un extraordinario
obispo, siempre atento a la vida espiritual de vuestros fieles,
para quienes fuisteis un vivo ejemplo. El pueblo de Poitiers
acudía a vuestra tumba para ser curados de hemorragias.
Y, así, vuestro paso por esta tierra, dejó huella al estilo de Cristo,
que su vida dio por todos nosotros, sin nada a cambio. Hoy,
lucís, corona de luz como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Guillermo Tempier, “vivo ejemplo del amor de Cristo”


.© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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29 de Marzo
San Guillermo Tempier
Obispo


Martirologio Romano: En Poitiers, en Aquitania, en Francia, san Guillermo Tempier, obispo, que, prudente y firme, defendió contra los nobles la Iglesia a él encomendada, ofreciendo en su persona un integérrimo ejemplo de vida. (1197)

No tenemos muchas noticias acerca de san Guillermo Tempier, pero su memoria estuvo desde el origen ligada al 29 de marzo y así la reporta el Martirologio Romano.
Se desconoce cuándo y dónde nació, se cree que en Poitiers (Francia), porque era Canónigo Regular en San Hilario de Poitiers, fue elegido obispo de esa ciudad en 1184, como lo prueba un documento de ese año.
Es recordado por su valentía en la defensa de los derechos y bienes de su diócesis; esto también se sustenta en un documento de 1185, que lo señala como defensor contra los perseguidores de la Diócesis, y dotado de viril paciencia.
En 1191 aparece como «Guillermo el fuerte», en ese año obligó a una de sus vasallos a prestarle el debido homenaje; no hay que olvidar que era la Edad Media, y las costumbres generales de la época obligaban a asumir actitudes, para nosotros hoy incomprensibles.
Después de trece años de intenso episcopado, murió el 29 de marzo de 1197, y fue enterrado en la iglesia de San Cipriano. Guillermo Tempier, el obispo que en vida fue fuertemente confrontado por los notables de la diócesis, de muerto fue honrado como santo; señal de que, además de la energía expresada en la conducción administrativa y política de la diócesis, en el campo pastoral fue un gran obispo, atento a la vida espiritual de sus fieles, para quienes era un ejemplo íntegro.
El pueblo de Poitiers se dirigía a su tumba para ser curados de hemorragias.

28 marzo, 2016

San Guntrano


¡Oh!, San Guntrano, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo que distribuisteis vuestros tesoros entre
las iglesias y los pobres. A pesar de que vuestros pasos
no fueron los de un santo pues, repudiasteis a vuestra
primera esposa, por no haberos dado más que un heredero.
Luego tomasteis una segunda esposa, quién murió también
después de dar a luz junto con vuestro hijo. Finalmente,
vuestra tercera esposa, os dio dos niños que jóvenes
murieron. Así pues, vos, concluisteis de que vuestro luto,
consecuencia era de vuestros pecados. Y, así, a no cambiar
de esposa os comprometisteis en adelante y adoptasteis
a vuestro sobrino, huérfano de uno de vuestros hermanos.
Os consagrasteis con energía al cristianismo y con vuestra
fortuna a construir la Iglesia. Pacificador y protector
de los oprimidos, atendíais a los enfermos, erais tierno
con vuestros súbditos y generoso en vuestras limosnas.
Justo en la ley, perdonasteis ofensas contra vos, e incluso,
el intento de asesinaros. Y, así, luego de vuestra vida
gastar en buena lid, voló, vuestra alma al cielo, para
coronada ser con corona de luz, como premio a vuestro amor;
¡oh!, San Guntrano, “viva misericordia del amor del Dios vivo”.

© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de marzo
San Guntrano
Laico
Rey de Borgoña y Orleáns


Martirologio Romano: En Chálon-sur-Saóne, en Burgundia, en Francia, sepultura de san Guntrano, rey de los francos, que distribuyó sus tesoros entre las iglesias y los pobres.

Era nieto de Santa Clotilde. Hermano de los reyes Charibert y Sigebert. Sus primeros pasos del monarca no fueron los de un santo precisamente. Repudió a su primera esposa, Veneranda, luego de haberle dado sólo un heredero que murió a edad temprana. La segunda esposa, Merestrude no tuvo mejor suerte, murió poco después de su parto junto con el niño. Austrechilde, la tercera esposa, le dio dos niños que murieron jóvenes.

Guntrano, luego de estas vivencias, llegó a la conclusión de que su luto era consecuencia de los pecados cometidos, se comprometió a no caer en la tentación de cambiar de esposa en la búsqueda de un heredero, adoptando a su sobrino Chieldeberto, huérfano de uno de sus hermanos.

En su conversión al cristianismo superó así con remordimiento los actos anteriores de su vida, consagrando su energía y fortuna a construir la Iglesia.

Pacificador, protector de los oprimidos, atendía a los enfermos, tierno con sus súbditos, generoso en sus limosnas, especialmente en épocas de hambre o plaga. Obligaba al correcto cumplimiento de la ley sin favoritismos, perdonó incluso ofensas contra él incluyendo a dos que intentaron asesinarlo.

Murió el 28 de Marzo de 592, fue enterrado en la Iglesia de San Marcelo que él habia fundado, su craneo ahora se conserva en una urna de plata.

Fue declarado santo casi inmediatamente después de su muerte por sus súbditos.

27 marzo, 2016

Domingo de Resurrección: ¡Ha resucitado el Señor!



Domingo de Resurrección Cuaresma y Semana Santa ¡Ha resucitado el Señor!
¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!

Por: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Juan 20, 1-9

El día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana cuando aún era de noche, y vio que la piedra del sepulcro estaba movida. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.

Oración introductoria

Señor Jesús, por tu resurrección sé que estoy llamado a resucitar, para eso es la vida, para eso he sido creado. Te suplico que seas Tú la luz en mi camino y, en este momento de oración, ayuda a mis sentidos para que sepan recogerse en el silencio interior y exterior, para poder aspirar a contemplar tu gloriosa resurrección.

Petición

¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!

Meditación del Papa Francisco

La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se “inclinaron” para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que “inclinarse”, abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.

El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer… Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos. […]

Pidamos paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga, muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. E imploremos la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas que ganan con la sangre de los hombres y las mujeres.

Y que a los marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo rechazados, maltratados y desechados; a los enfermos y los que sufren; a los niños, especialmente aquellos sometidos a la violencia; a cuantos hoy están de luto; y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, llegue la voz consoladora del Señor Jesús: “Paz a vosotros”. “No temáis, he resucitado y siempre estaré con vosotros”. (Homilía de S.S. Francisco, 5 de abril de 2015).

Reflexión 

¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada!

En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche- “que Dios ha muerto”. Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.

Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película “Jesús de Nazaret”. Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: “¡Éste es el inicio!”.

Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen” (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna.

Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles -a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos-, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy.

Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: “Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos”.

¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.

Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.

Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece” constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.

Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. “El mensaje redentor de Pascua -como nos dice un autor espiritual contemporáneo- no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior -por medio de los sacramentos- sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado”.

En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria” (Col 3, 1-4).

Propósito

Poner especial atención a la convivencia familiar, para que este día esté caracterizado por la alegría.

Diálogo con Cristo

Jesús, qué alegría poder celebrar la Pascua de Resurrección, con júbilo festejo que has vencido el miedo al sufrimiento y a la muerte… y todo para enseñarme un estilo de vida que me puede llevar a la plenitud el amor. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Rebosa mi corazón de esa auténtica emoción que da una paz inigualable. Confío que no se apagará por los problemas y contrariedades que hoy se puedan presentar, sé que depende de mi actitud porque tu gracia lo hace posible.

(http://es.catholic.net/op/articulos/14486/ha-resucitado-el-seor.html)

26 marzo, 2016

Exultet O Pregón Pascual




Exultet O Pregón Pascual El texto del himno

Alégrense por fin los coros de los ángeles, Alégrense las jerarquías del cielo, y por la victoria de rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del rey eterno, se sienta libre de la tiniebla, que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

Por eso, queridos hermanos, que asistís a la admirable claridad de esta luz santa, invocad conmigo la misericordia de Dios omnipotente, para que aquel que, sin mérito mío, me agregó al número de los diáconos:, completen mi alabanza a este cirio, infundiendo el resplandor de su luz.

El Señor esté con ustedes. Y con tu espíritu. Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
  Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, ha borrado con su sangre inmaculada, la condena del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles.
Esta es la noche en que sacaste de Egipto, a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el Mar Rojo.

Esta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado.

Esta es la noche que a todos los que creen en Cristo, por toda la tierra los arranca de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, los restituye a la gracia y los agrega a los santos.

Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.
  ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
  ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó del abismo.

Esta es la noche de que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo.»
  Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los potentes.

En esta noche de gracia, acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
  Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de cera fundida, que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, para destruir la oscuridad de esta noche, arda sin apagarse y, aceptado como perfume, se asocie a las lumbreras del cielo.
  Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso Jesucristo, tu Hijo, que, volviendo del abismo, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

Su historia

El himno en alabanza del cirio pascual cantado por el diácono, en la liturgia del Sábado Santo. En el misal el título del himno es Praeconium, según se desprende de la fórmula utilizada en la bendición del diácono: ut digne competenter et suum annunties Paschale praeconium. Fuera de Roma, el uso del cirio pascual parece haber sido muy antiguo en Italia, Galia, España, y tal vez, a partir de la referencia por San Agustín (De civ. Dei, XV, XXII), en África. El “Liber Pontificalis” atribuye su introducción en la Iglesia Romana local al Papa San Zósimo.

La fórmula utilizada para el Praeconium no siempre fue el “Exultet”, aunque tal vez sea cierto que esta fórmula ha sobrevivido, donde otras fórmulas contemporáneas han desaparecido. Por ejemplo, en el “Liber Ordinum” la fórmula es de la naturaleza de una bendición, y el Sacramentario Gelasiano tiene la oración “Deus Conditor mundi”, que no se encuentran en otros lugares, pero que contiene la notable “alabanza de la abeja” —posiblemente un recuerdo virgiliano— que se encuentra con más o menos modificación en todos los textos del Praeconium hasta el día de hoy. La regularidad del cursus métrico del “Exultet” nos llevaría a colocar la fecha de su composición quizás tan temprano como el siglo V, y a más tardar el VII. El primer manuscrito en el que aparece son los de los tres sacramentarios galicanos: el Misal de Bobio (siglo VII), el misal gótico y el misal galicano vetus (ambos del siglo VIII). Los primeros manuscritos del Sacramentario Gregoriano (Vat. Reg. 337) no contienen el “Exultet”, pero se añadió en el suplemento sobre a lo que ha sido vagamente llamado Sacramentario de Adrián, y, probablemente, elaborado bajo la dirección de Alcuino.

En su forma actual en la liturgia, puede ser comparado con otras dos formas, la bendición de las palmas, y la bendición de la fuente bautismal. El orden es, en pocas palabras:
(1) Una invitación a los presentes a unirse con el diácono en la invocación de la bendición de Dios, que las alabanzas de la vela puedan ser celebradas dignamente. Esta invitación, que falta en las dos bendiciones antedichas, se puede comparar a un “Orate Fratres” ampliado, y su antigüedad está atestiguada por su presencia en la forma ambrosiana, que de otro modo se diferencia de la romana. Esta sección se cierra con el “Per omnia saecula saeculorum”, que conduce a…

(2) “Dominus Vobiscum”, etc, “Sursum corda”, etc, “Gratias agamus”, etc. Esta sección sirve de introducción al cuerpo del “Praeconium”, puesto en la forma eucarística para enfatizar en su solemnidad.
(3) El “Praeconium” propiamente dicho, que es de la naturaleza de un prefacio, o, como se le llama en el Missale Gallicanum Vetus, una contestatio. En primer lugar, hay un paralelo entre la Pascua judía del Antiguo Testamento y la Pascua del Nuevo Testamento, siendo aquí la vela como un tipo de la columna de fuego. Y aquí el lenguaje de la liturgia se eleva a alturas para las que es difícil encontrar un paralelo en la literatura cristiana. Somos sacados de la fría declaración dogmática al calor del más profundo misticismo, a la región donde, a la luz del paraíso, incluso el pecado de Adán puede ser considerado como “realmente necesario” y “feliz culpa”. En segundo lugar, la propia vela se ofrece como sacrificio de holocausto, un tipo de Cristo, marcado por los granos de incienso como con las cinco llagas gloriosas de su Pasión. Y, por último, el “Praeconium” termina con una intercesión general por los presentes, por el clero, por el Papa, y por los gobernantes cristianos. Para estos últimos el texto tal y como está ahora no puede ser utilizado. En esta fórmula se podría rezar por la cabeza del Sacro Imperio Romano por sí sola, y la renuncia (1804) de las prerrogativas de tan augusta posición, por el emperador Francisco II de Austria, que dejó dicha posición vacante hasta el día de hoy.

Queda por señalar tres accesorios del “Exultet”: el ceremonial realizado durante su actuación; la música con la que ha sido cantado, y los llamados “rollos del Exultet” en los que fue escrito a veces. El diácono se viste con una dalmática blanca, el resto de los ministros sagrados se visten de púrpura. La colocación de los cinco granos de incienso con las palabras incensi hujus sacrificium probablemente ha surgido a partir de una concepción errónea del significado del texto. El encendido del cirio es seguido por la iluminación de todas las lámparas y velas de la iglesia, apagadas desde el cierre de maitines. El canto es usualmente una forma elaborada del muy conocido recitado del prefacio. En algunos usos se introdujo una “bravura” larga sobre la palabra accendit, para llenar la pausa, que de otro modo ocurriría durante el encendido de la vela. Un análisis detallado de los cantos, que se encuentra en manuscritos antiguos, ha sido publicado en “Paléographie Musicale”, IV, VIII, 171. Dom Latil ha publicado el texto, y parte del canto muy adornado, de un “Exultet” en Salerno. El texto es casi idéntico a uno publicado previamente por Duchesne a partir de un rollo en Bari. En Italia, el “Praeconium” fue cantado de largas tiras de pergamino, que se desenrollaban poco a poco según el diácono procedía. Estos “rollos de Exultet” estaban decorados con ilustraciones y con retratos de soberanos contemporáneos reinantes, cuyos nombres eran mencionados en el curso del “Praeconium”. El uso de estos rollos, por lo que se conoce en la actualidad, se limitó a Italia. Los mejores ejemplos datan de los siglos X y XI.

Fuente: Walker, Charlton. “Exultet.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909.

(http://www.newadvent.org/cathen/05730b.htm>.)

Sabado Santo: ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo?

 


Cuaresma y Semana Santa ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo?
Entrar en el sepulcro nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos.

Por: Ignacio Sarre | Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Lucas 24, 1-12

El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. “» Y ellas recordaron sus palabras. Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido.

Oración introductoria

Señor Jesús, dame la gracia para que sepa guardar el silencio que me puede llevar a tener un momento de intimidad contigo en esta oración. Creo en ti, Señor, te amo y confío en que Tú también quieres estar conmigo.

Petición

Señor, que sepa prepararme adecuadamente a la celebración de la Vigilia Pascual.

Meditación del Papa Francisco

Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente al sábado, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: “¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?…”. Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.
“Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco”. Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.

“Entraron en el sepulcro”. En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos a reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.

No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer… Es más, es mucho más.

“Entrar en el misterio” significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla.
Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes. (Homilía de S.S. Francisco, 4 de abril de 2015).

Reflexión

Si morimos con Cristo, viviremos con Él. (Rom 6, 5). La cruz de Cristo es el árbol fecundo del que brota nueva vida. Quien sabe acompañarle hasta el Calvario, goza también de la gloria de su resurrección. De la cruz y del santo sepulcro, brota la luz de un nuevo amanecer. El fuego que Cristo vino a traer al mundo vuelve a arder con todo su calor.

“La paz esté con ustedes”, “no tengan miedo”.. En varias ocasiones el Evangelio nos refiere estas palabras en los labios de Cristo resucitado. Es un impulso a la confianza y a la seguridad. El ha vencido a la muerte y nos promete que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos. Ya no hay espacio en nuestra vida para los temores. En palabras de San Pablo: “Si Él está con nosotros, ¿quién contra nosotros? “(Rom 8, 31) Y en labios de santa Teresa: “Quien a Dios tiene, nada le falta”.

Los apóstoles vencieron el miedo que la sombra del Calvario proyectó sobre sus vidas. El misterio pascual debe llenarnos de estos mismos frutos de paz y confianza. Como las mujeres que recibieron el anuncio de la resurrección, vayamos a proclamar con la alegría de una vida cristiana auténtica, que Cristo no está muerto, ha resucitado y vive con nosotros.

Propósito

Hoy buscaré servir humildemente a una persona que provoque en mí, sentimientos negativos.

Diálogo con Cristo

Te alabo y te doy gracias, Señor, porque me permites tener este tiempo de oración personal. La tentación de la actividad es grande en estos días. Gran paradoja, porque no es con la actividad como podré conformar mi interior para poder celebrar la Vigilia Pascual. Pero tu gracia, y mi servicio a los demás, harán la diferencia. Sé que Tú sabrás ponerme los medios para que, aun en medio de la actividad, pueda tener momentos de recogimiento.

Cómo alcanzar la indulgencia plenaria en el Triduo Pascual. El Santo Triduo Pascual y la Indulgencia Plenaria
Material Pastoral para Sábado Santo

Un valioso material para el Sábado Santo en el que encontrará, las celebraciones litúrgicas y material pastoral muy útil para vivir los dias santos en su comunidad parroquial, cristiana o en familia.
Siga rezando la Novena a la Divina Misericordia. cuya fiesta se celebra el domingo siguiente a la Resurrección.

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

“En nuestros tiempos, muchos son los fieles cristianos de todo el mundo que desean exaltar esa misericordia divina en el culto sagrado y de manera especial en la celebración del misterio pascual, en el que resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres.
Acogiendo pues tales deseos, el Sumo Pontífice Juan Pablo II se ha dignado disponer que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añada la denominación “o de la Divina Misericordia” ….. ” (Fragmento del Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 5 de mayo de 2000.

Indulgencias en el Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

“Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, “Jesús misericordioso, confío en ti”)”.


25 marzo, 2016

Siete Palabras Por Siempre

 


Viernes Santo
Siete Palabras Por Siempre Las palabras de Jesús son nuevas porque las pronuncia a cada corazón y a cada hombre en el hoy de la historia.

Por: P. Antonio Izquierdo, L.C | Fuente: Catholic.net

Jesucristo en la cruz pronunció siete palabras, tal como lo han testimoniado los cuatro evangelistas. Siete palabras, tres recogidas por Lucas, tres por Juan y una misma por Marcos y Mateo.

Las Palabras sobre las que vamos a reflexionar son nuevas, muy nuevas podríamos decir, porque Jesús las pronuncia a cada instante. Y no envejecen, porque las pronuncia a cada corazón y a cada hombre en el hoy de la historia. Son palabras para siempre. Sí, estas palabras históricas pronunciadas desde la cruz son palabras eternamente nuevas, y hacen a quienes las acogen y las viven hombres también nuevos.

Primera palabra Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

¡Qué diferente, qué nuevas se nos hacen, por contraste, las palabras de Jesús en el momento supremo de la cruz! Jesús nada sabe de venganza, no siente que ha perdido su dignidad filial, no pide ni promete castigos ni maldiciones. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Padre, perdona a todos: a los ladrones, a las autoridades judías, al gentío, a los transeúntes, a los soldados, a mis discípulos; perdona a todos: a los corruptos, a las prostitutas, a los hipócritas, a los desinhibidos, a los hutus y a los tutsis, a los serbios y a los kosovares, a los que construyen las armas y a los que hacen las guerras, a los genocidas y a los abortistas, a los que pecan de oculto y a los que lo hacen en público, a los criminales de profesión y a los que lo son sin que lo aparenten…

Segunda palabra Te aseguro hoy estarás conmigo en el paraíso.

En el Antiguo Testamento se habla del sheol después de la muerte, ese lugar tenebroso, algo fantasmal y como lleno de sombras, bastante triste en que yacían las almas de los muertos. Muy lejos se está todavía de considerar el paso de la vida a la muerte, como el paso al paraíso, el lugar de todas las delicias y felicidades. La concepción judía sobre la resurrección estaba relacionada con el fin de los tiempos, no con el hoy con que Jesucristo la asegura: HOY estarás conmigo en el paraíso. En la Torah se dice que es maldito quien cuelga de la cruz, puesto que eso significa que se trata de un criminal, de alguien que no ha cumplido la Ley de Dios y sus preceptos. Jesús acepta que su interlocutor es un criminal, pero no lo considera maldito, sino bendito, digno de gozar eternamente del paraíso; él es muy consciente de que no ha venido a salvar a los justos, sino a los pecadores. La novedad de esta palabra de Jesús requiere un corazón de niño, un volver a nacer por obra del Espíritu. Así es ahora el corazón de este hombre que de ladrón se ha convertido en niño: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey. También nosotros digamos: “Yo quiero ser como un niño”. Y como niños escucharemos de labios de Jesús: Hoy estarás conmigo en el paraíso… Con Jesús, la vida, cualquiera que sea su circunstancia, es un paraíso, el único paraíso.

Tercera palabra “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. después dijo al descípulo: “Ahí tienes a tu madre”.

En el Antiguo Testamento el pueblo de Israel es simbolizado por una esposa. “Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en ternura, te desposaré en fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2, 21-22). Pero, que yo recuerde, no existe el símbolo de una madre aplicado a Israel; el símbolo de padre y madre es aplicado a Yavéh únicamente. En el Nuevo Testamento la Iglesia, el nuevo Israel, es presentada por varios símbolos: ciertamente el de esposa (Ef 5,21-33) y el de hijo que puede llamar papá a Dios (Gál. 4, 6-7), pero también el de madre, como aquí en la cruz. María, la madre de Jesús, la mujer nueva de la historia, simboliza la Iglesia que nos engendra a la fe, a la esperanza y al amor de Dios. A su vez, el discípulo amado, representa a la Iglesia que día tras día vamos engendrando mediante la palabra y el sacramento. De modo que la Iglesia es madre como María e hijo como el discípulo amado. Cristo en la cruz regala a la Iglesia, simbolizada en María, un atributo de Dios: el ser padre, el ser madre de los creyentes, de la humanidad.

Hoy la Iglesia, desde su cruz y desde nuestra cruz, nos da a María, como madre y maestra de vida, como compañera de camino, como modelo de generosidad y de entrega, como símbolo de la unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad de la Iglesia.

María simboliza y promueve la unidad porque todos los cristianos somos sus hijos; simboliza y promueve la santidad, con su amor y su ternura hacia su Hijo y hacia la voluntad del Padre; simboliza y promueve la catolicidad, porque es la nueva Eva, la madre de la nueva humanidad, a la que todos los hombres estamos llamados; simboliza y promueve la apostolicidad, con su presencia y su solicitud por los apóstoles como en el cenáculo en los días de Pentecostés. María es Iglesia. María hace Iglesia, engendra la Iglesia.

Cuarta palabra Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

En el libro de los salmos encontramos muchos que hablan de peligros, persecuciones, intrigas, malignidad humana… y de confianza en Yahvéh que salva al que ora de todo ello. El salmo 22 pertenece a este grupo de salmos. Sobre él, como sobre un pentagrama, parece haber sido redactado el texto de la pasión de Jesucristo. Escuchemos algunos fragmentos:
“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? ¿por qué no escuchas mis gritos y me salvas?…
todos los que me ven se ríen de mí:

´Se encomendó al Señor, ¡pues que él lo libre,
que lo salve, si es que lo ama!´…
…taladran mis manos y mis pies,
puedo contar todos mis huesos,
se reparten mis vestiduras,
echan a suerte mis ropas”.
Si nos fijamos en la figura de Job, los
lamentos en su desgracia, son impresionantes a nuestros oídos:

“Desaparezca el día en que nací
y la noche que dijo: Ha sido concebido un hombre.
Que ese día se convierta en tinieblas…
Lo único que me quedan son mis gemidos;
como el agua se derraman mis lamentos…
No tengo paz, ni calma, ni descanso,
y me invade la turbación” (Job 3,3-4.20-26).

Jesús es el último y supremo de entre los justos perseguidos. “El mismo Cristo, en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquél que podía salvarlo de la muerte” (Hbr 5,7). Pero es también el Hijo obediente y el sumo sacerdote que ofrece voluntariamente su vida para la salvación de la humanidad: “Fue escuchado en atención a su actitud reverente. Y aunque era Hijo, aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer” (Hbr 5,7-9). Jesús no grita a su Padre que le libre de la muerte como el justo perseguido, Jesús no se lamenta de su estado desgarrador e inhumano al estilo de Job, Jesús grita al Padre el abandono que siente su alma, y el deseo de consumar hasta el final su sacrificio redentor.

Quinta palabra Tengo sed

En el Antiguo Testamento la sed está muy presente. Se nos habla del pueblo de Israel, sediento cuando marcha por el desierto, y que se queja de haber sido conducido allí para morir en él de sed (cf. Ex 17,1ss).
¡Cuánto mejor estaban en Egipto!

De sed se habla también en algunos de los salmos. Por ejemplo, en el salmo 41: “Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” o en el salmo 68: “Los insultos me han roto el corazón y desfallezco; espero compasión, y no la hay; nadie me consuela. Me pusieron veneno en la comida, me dieron a beber vinagre para mi sed”.

Jesús tiene sed, como junto al pozo de Jacob en Siquén, pero ahora ya no pide que le den de beber, como lo hizo allí cuando se dirigió a la samaritana (Jn 4,10-15). Jesús en las bienaventuranzas dijo:

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt 5, 6), y ahora el Padre, no los hombres, sacia misteriosamente esa sed de justicia de Jesús, es decir, de redención. Y al término del libro del Apocalipsis dice Jesús: “Si alguno tiene sed, venga y beba de balde, si quiere, del agua de la vida” (22,17), porque “el que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed” (Jn 6,35). Y el Apocalipsis no es sino el eco de unas palabras del Evangelio: “El último día, el más importante de la fiesta (fiesta de los tabernáculos), Jesús, puesto en pie ante la muchedumbre, afirmó solemnemente: Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba” (Jn 7, 37-38). Y en el gran momento del juicio final escucharemos estas palabras de Jesús: “Venid, benditos de mi Padre, porque estuve sediento y me disteis de beber” (Mt 25, 31-40).

Es nueva la sed de Jesús. No es sed del Dios vivo, porque esa sed está completamente saciada. No es tampoco la palabra de Jesús un grito de queja, de desesperación, de rebelión, como en el caso de los israelitas. Es sed real, sí, pero no sólo en su realidad física, sino sobre todo en su realidad más íntima y espiritual. Es sed de justicia, de redención por la sangre. Es sed que sólo el Espíritu Santo puede apagar en el corazón de Cristo y del cristiano. Es sed que no es suya, sino de sus hermanos los hombres, hecha propia por él en el calvario.

Sexta palabra Todo está cumplido

Ha ido a donde el Padre quería; ha predicado cuando, donde y por el tiempo que el Padre quería; ha hecho los milagros que el Padre quería; ha elegido a los hombres que el Padre le indicó; ha predicado la verdad y la justicia, como el Padre quería; ha vivido conforme a lo que predicaba, para agradar a su Padre; ha sufrido los tormentos indescriptibles de la pasión y de la cruz; ha cumplido las Escrituras. Ahora ya puede expirar como un soldado valiente que ha combatido el buen combate y que grita: Adsum!

Séptima palabra Padre, a tus manos confío mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo; no quede yo defraudado…
Sé para mí roca de cobijo y fortaleza protectora…
guíame y condúceme, por el honor de tu nombre…
En tus manos encomiendo mi espíritu;
tú, Señor, el Dios fiel, me rescatarás (Sal 31, 2-6).

Jesús, con este salmo, llama a Dios su roca y su fortaleza. Esa roca y fortaleza ya no es Yahvéh, es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Hay una novedad radical: No es la relación de un vasallo con su rey, sino la de un hijo para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahvéh, el Señor de los ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre. Digamos también nosotros: Padre, a tus manos confío mi espíritu, mi vida entera, ahora en el tiempo de la lucha, luego en la eternidad del amor.

24 marzo, 2016

LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ

LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ
Pedro CASALDÁLIGA

I. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»

Sabiendo o no sabiendo lo que hacemos,
sabemos que nos amas,
porque ya hemos visto tus maneras
en los ojos y en la boca de tu Hijo Jesús.
Ya no eres más para nosotros el Dios terrible.
¡Sabemos que eres Amor!
Sabemos que no sabes castigar…
Tú eres un Dios vencido en la ternura.
Tú esperas siempre, Padre, y acoges y restauras la vida
hasta de los asesinos de tu Hijo
(que somos todos nosotros).
¡Perdónalos! ¡Perdónanos!
Atiende este pedido de tu Hijo en la cruz,
prueba mayor de tu amor de Padre.
¡Y acógenos, oh Padre, oh Madre, oh cuna, oh casa
de cuantos retornamos buscando tu abrazo!

II. «En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso»

Tu corazón sin puertas, siempre abierto,
¡qué fácil es robarte el Paraíso!
Bandidos todos nosotros,
depredadores
del Cosmos y de la Vida,
sólo podemos salvarnos
asaltándote, Cristo,
en nuestro «hoy» diario-
esa Misericordia que chorrea en tu sangre…
Tu blando silbo de Buen Pastor nos llama.
Tu corazón reclama, impaciente, a todos los marginados,
a todos los prohibidos.
Tú nos conoces bien, y nos consientes,
hermano de cruz y cómplice de sueños,
compañero de todos los caminos,
¡Tú eres el Camino y la Llegada!

III. «¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡He ahí a tu madre!»

Por causa de ese Hombre, el más totalmente humano,
¡tú eres la bendita entre todas las mujeres!
Madre de todas las madres, dulce Madre nuestra,
¡por causa de ese Hijo, hermano de todos!
¡Hagamos casa, pues, oh Madre!
¡Hagamos la familia de todas las familias de todas las naciones!
A cuenta de esa Carne, hermana de toda carne,
destrozada en la cruz, Hostia del mundo.
Cansados o perdidos,
necesitamos, Madre, tu agasajo,
sombra clara de Dios en toda cruz humana,
divina canción de cuna en todo humano sueño.
Queremos ser discípulos amados,
¡oh Maestra del Evangelio!
Queremos ser herederos de Jesús,
oh Madre, ¡vida de la Vida!
En ese cambio de hijos,
tú sabes bien, María,
que nos ganas a todos y no pierdes el Hijo
ya de vuelta a su Padre,
para esperarnos con la Casa pronta.

IV. «Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?»

Todos nuestros pecados
se hacen hematoma en tu Carne, oh Verbo.
Todos nuestros rictus te deforman el Rostro.
En tu soledad se refugian
todas las soledades de la Historia Humana…
En tu grito vencido
(¡misteriosa victoria!)
detonan, oh Jesús, todos nuestros gritos ahogados,
todas nuestras blasfemias…
-Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué nos abandonas
en la duda, en el miedo, en la impotencia?
¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas
delante de la injusticia,
en Rio o en Colombia,
en Africa, en el mundo,
ante los tribunales o en los bancos…?
¿No te importan los hijos que engendraste?
¿No te importa tu Nombre?
Es la hora de las tinieblas, del silencio del Padre,para su Hijo.
Es la hora de la fe, oscura y desnuda,
del silencio de Dios, para todos nosotros…

V. «¡Tengo sed!»

Tú tienes sed ¿de qué, oh Fuente Viva?
En el manantial quebrado de tu Cuerpo
los ángeles se sacian.
Y todos los humanos
bebemos en tus ojos moribundos
la luz que no se apaga.
Tierra de nuestra carne, calcinada
por todo el egoísmo que brota de la Humanidad,
tienes la sed del Amor que no tenemos,
ebrios de tantas aguas suicidas…
Sabemos, sin embargo,
que será de esa boca, reseca por la sed,
de donde nos vendrá el Himno de la Alegría,
el Vino de la Fraternidad,
¡la crecida jubilosa de la Tierra Prometida!
¡Danos sed de la sed!
¡Danos la sed de Dios!

VI. «Todo está consumado»

De Tu parte, ¡sí¡
De nuestra parte,
nos falta aún ese largo día a día
de cada historia humana,
de toda la Humana Historia.
Tú ya lo has hecho todo, ¡Rey y Reino!
Todo está por hacer, a la luz del Reino,
en esta noche que nos cerca
(de lucro y de egoísmo,
de miedo y de mentira,
de odios y de guerras).
El Padre te dio un Cuerpo de servicio
y Tú has rendido el ciento, el infinito.
Todo está consumado,
en el Perdón y en la Gloria.
Todo puede ser Gracia,
en la lucha y en el camino.
Ya has sido el Camino, Compañero.
Y eres, por fin, ¡la Llegada!
En tu Cruz se anulan
el poder del Pecado
y la sentencia de la Muerte.
Todo canta Esperanza…

VII. «¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!»

Gloria de su Gloria, Dios de Dios,
de siempre igual a El,
Tú has venido del Padre.
Y ahora al Padre vuelves
desde nosotros, igual a nosotros,
Dios y Hombre para siempre.
En el seno del Espíritu
el Padre te acoge, Hijo Bienamado,
Amén de su Amor ya satisfecho.
La Muerte ha sucumbido en tu Muerte
como un fantasma inútil, para siempre.
Y en tus Manos reposan nuestras vidas,
vencedoras de la muerte, a su hora.
En tu Paz descansa esperanzada
nuestra agitada paz.
Descansa en Paz, por fin,
en la Paz del Padre, eterna,
Tú que eres ¡nuestra Paz!

(http://www.mercaba.org/DIESDOMINI/SS/siete_verba_2.htm)