28 abril, 2014

San Luis María de Monfort

 
 
Oh, San Luis María de Monfort; vos sois,
el hijo del Dios de la vida y su amado santo
y de multitudes predicador y conversor. Aquél,
al que ni las piedras del camino podían resistirse
y del pecado quedaban también libres. A vos,
que de Jesús y María os hicisteis su grande y
fiel amigo, devoción y constantes rezos y oración,
unida a vuestro Rosario Santo, en defensa
del maligno, ofrecisteis toda vuestra santa vida.
Padre de los pobres, defensor de los huérfanos
y, de los pecadores reconciliador. “¿Aman a
Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más?
¿Ofenden al buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo
si es tan santo?” Vos, preguntabais a las gentes
de vuestro tiempo que, os escuchaban y os
seguían donde vos ibais. “Ha nacido en mí una
confianza sin límites en Nuestro Señor y en su
Madre Santísima”. Decíais, pues miedo no teníais
a ingresar las cantinas, a los sitios de juego,
ni a los lugares de perdición, pues allí,
resuelto ibais, a almas, al diablo quitarle,
pues llevabais con vos, a vuestros amados
defensores: Jesús y María. A Roma, fuisteis
a pie y pidiendo limosna y a Dios rogando la
eficacia de la palabra, obteniéndola al instante
y de tal forma, que al oíros hasta las piedras
se convertían. Clemente XI Papa, os dio el título
de “Misionero Apostólico”, con permiso de
predicar por todas partes. En cada pueblo,
caserío y estancia donde predicabais dejabais
una Cruz, como señal de vuestro paso, y
de haber enseñado amor por los sacramentos y
por el rezo del Santo Rosario, la frecuente
confesión y comunión y una gran devoción a
Nuestra Señora. “Donde la Madre de Dios llega,
no hay diablo que se resista”. Decíais vos.
Como huella de vuestro amor, dejasteis en este
mundo las Comunidades religiosas de los Padres
Monfortianos o la “Compañía de María” y la de
las Hermanas de la Sabiduría. Alguien en vuestra
tumba escribió lo que vos significasteis en vida:
“¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada,
un hombre a quien el fuego del amor consumió,
y que se hizo todo para todos, Luis María Grignon
Monfort. ¿Preguntas por su vida? No hay ninguna
más íntegra, ¿Su penitencia indagas? Ninguna
más austera. ¿Investigas su celo? Ninguno más
ardiente. ¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San
Bernardo más cercano. Sacerdote de Cristo,
a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó
en sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro
descansó, fue padre de los pobres, defensor
de los huérfanos, y reconciliador de los pecadores.
Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como
vivió, murió. Maduro para Dios, voló al cielo
a los 43 años de edad”. ¡Luz y gloria para vos!;
Oh, San Luis María de Monfort; “Jesús y María”.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de Abril
San Luis María Grignon de Monfort
Fundador
(1716)
 
“A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María”.
San Luis María Grignon de Monfort

 
El libro de San Luis, Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María, se ha propagado por todo el mundo con enorme provecho para sus lectores. El Papa Juan Pablo II tomó como lema una frase que repetía mucho este gran santo:
 
“Soy todo tuyo Oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es”.
 
Su Vida
 
Es el fundador de los padres Monfortianos y de las Hermanas de la Sabiduría. Nació en Monfort, Francia, en 1673. Era el mayor de una familia de ocho hijos. Desde muy joven fue un gran devoto de la Santísima Virgen. A los 12 años ya la gente lo veía pasar largos ratos arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. Cuando salía del templo después de haber estado rezando a la Reina Celestial, sus ojos le brillaban con un fulgor especial.
 
Luis no se contentaba con rezar. Su caridad era muy práctica. Un día al ver que uno de sus compañeros asistía a clase con unos harapos muy humillantes, hizo una colecta entre sus compañeros para conseguirle un vestido y se fue donde el sastre y le dijo: “Mire, señor: los alumnos hemos reunido un dinero para comprarle un vestido de paño a nuestro compañero, pero no nos alcanza para el costo total. ¿Quiere usted completar lo que falta?”. El sastre aceptó y le hizo un hermoso traje al joven pobre.
 
El papá de Luis María era sumamente colérico, un hombre muy violento. Los psicólogos dicen que si Monfort no hubiera sido tan extraordinariamente devoto de la Virgen María, habría sido un hombre colérico, déspota y arrogante porque era el temperamento que había heredado de su propio padre. Pero nada suaviza tanto la aspereza masculina como la bondad y la amabilidad de una mujer santa. Y esto fue lo que salvó el temperamento de Luis. Cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el joven se refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor. Y esto lo hará durante toda su vida. En sus 43 años de vida, cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo.
 
Con grandes sacrificios logró conseguir con qué ir a estudiar al más famoso seminario de Francia, el seminario de San Suplicio en París. Allí sobresalió como un seminarista totalmente mariano. Sentía enorme gozo en mantener siempre adornado de flores el altar de la Santísima Virgen.
 
Luis Grignon de Monfort será un gran peregrino durante su vida de sacerdote. Pero cuando él era seminarista concedían un viaje especial a un Santuario de la Virgen a los que sobresalieran en piedad y estudio. Y Luis se ganó ese premio. Se fue en peregrinación al Santuario de la Virgen en Chartres. Y al llegar allí permaneció ocho horas seguidas rezando de rodillas, sin moverse. ¿Cómo podía pasar tanto tiempo rezando así de inmóvil? Es que él no iba como algunos de nosotros a rezar como un mendigo que pide que se le atienda rapidito para poder alejarse. El iba a charlar con sus dos grandes amigos, Jesús y María. Y con ellos las horas parecen minutos.
 
Su primera Misa quiso celebrarla en un altar de la Virgen, y durante muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo preferido y su refugio.
 
Monfort dedicó todas sus grandes cualidades de predicador y de conductor de multitudes a predicar misiones para convertir pecadores. Grandes multitudes lo seguían de un pueblo a otro, después de cada misión, rezando y cantando. Se daba cuenta de que el canto echa fuera muchos malos humores y enciende el fervor. Decía que una misión sin canto era como un cuerpo sin alma. El mismo componía la letra de muchas canciones a Nuestro Señor y a la Virgen María y hacía cantar a las multitudes. Llegaba a los sitios más impensados y preguntaba a las gentes: “¿Aman a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo si es tan santo?”.
 
Era todo fuego para predicar. Donde Montfort llegaba, el pecado tenía que salir corriendo. Pero no era él quien conseguía las conversiones. Era la Virgen María a quien invocaba constantemente. Ella rogaba a Jesús y Jesús cambiaba los corazones. Después de unos Retiros dejó escrito: “Ha nacido en mí una confianza sin límites en Nuestro Señor y en su Madre Santísima”. No tenía miedo ni a las cantinas, ni a los sitios de juego, ni a los lugares de perdición. Allí se iba resuelto a tratar de quitarse almas al diablo. Y viajaba confiado porque no iba nunca solo. Consigo llevaba el crucifijo y la imagen de la Virgen, y Jesús y María se comportaban con él como formidables defensores.
 
A pie y de limosna se fue hasta Roma, pidiendo a Dios la eficacia de la palabra, y la obtuvo de tal manera que al oír sus sermones se convertían hasta los más endurecidos pecadores. El Papa Clemente XI lo recibió muy amablemente y le concedió el título de “Misionero Apostólico”, con permiso de predicar por todas partes.
 
En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz, construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Santo Rosario. Esto no se lo perdonaban los herejes jansenistas que decían que no había que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de recibirlos. Y con esta teoría tan dañosa enfriaban mucho la fe y la devoción. Y como Luis Monfort decía todo lo contrario y se esforzaba por propagar la frecuente confesión y comunión y una gran devoción a Nuestra Señora, lo perseguían por todas partes. Pero él recordaba muy bien aquellas frases de Jesús: “El discípulo no es más que su maestro. Si a Mí me han perseguido y me han inventado tantas cosas, así os tratarán a vosotros”. Y nuestro santo se alegraba porque con las persecuciones se hacía más semejante al Divino Maestro.
Antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a la Sma. Virgen, y adelante que “donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista”. Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban admiradas de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se encargaba de conseguir la eficacia para sus predicaciones.
 
San Luis de Monfort fundó unas Comunidades religiosas que han hecho inmenso bien en las almas. Los Padres Monfortianos (a cuya comunidad le puso por nombre “Compañía de María”) y las Hermanas de la Sabiduría.
Murió San Luis el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años, agotado de tanto trabajar y predicar.
 
Oración
 
San Luis Grignon de Monfort, ruega a la Virgen Santísima que nos envíe muchos apóstoles que, como tú, se dediquen a hacer y a amar más y más a Jesús.
 
Sobre la tumba de San Luis de Monfort dice:
 
¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada, un hombre a quien el fuego del amor consumió, y que se hizo todo para todos, Luis María Grignon Monfort.¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra, ¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera. ¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente. ¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.
Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos, y reconciliador de los pecadores.Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió.
Maduro para Dios, voló al cielo a los 43 años de edad.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Luis_Monfort_4_28.htm)