16 septiembre, 2024
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9/16/2024 01:08:00 p.m.
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Santos Cipriano y Cornelio Obispo y Papa; mártires
!Oh! San Cornelio y San Cipriano, vosotros sois los hijos
del Dios de la Vida y del Amor, y sus amados mártires. Vos,
Cornelio, Papa y Mártir, honor hicisteis al significado de
vuestro nombre: “fuerte como un cuerno”. A vos, os martirizaron
en persecución de Decio. Novaciano, el hereje proclamaba que
la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados
y que, el que renegaba de su fe, no más podía ser admitido.
También decía que el fornicario y el adúltero, no podían ser
perdonados jamás. Cornelio Papa, respondió con firmeza y
valor, que, si un pecador de verdad se arrepiente y desea,
una nueva vida, la Iglesia puede y debe perdonarle sus
antiguas faltas y admitirlo entre los fieles. A vos, Cornelio
os apoyaron San Cipriano desde África y los demás obispos
de occidente. El cruel Decio, os desterró de Roma y a causa
de vuestro martirio, entregasteis vuestra vida desterrado.
Y, vos, Cipriano, brillante obispo del áfrica, antes de San
Agustín, os dedicasteis a la tarea de educador, conferencista
y orador público. Poseíais inteligencia privilegiada, gran
habilidad para hablar en público, y personalidad impactante.
Os bautizasteis y permanecisteis siempre casto, y jamás
contrajisteis matrimonio. Renunciasteis a vuestros literatos
mundanos. Dijisteis vos: “Me parece que Dios ha expresado su
voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación
de los sacerdotes”. Un escritor escribió de vos así: “Era
majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista
y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía
una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera
que los que lo trataban no sabían qué hacer más: si quererlo
o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor
amor”. Decio, deseaba acabar con los obispos, destruir los
libros sagrados e invitaba a todos, a renegar de la religión,
y a quemar incienso ante los dioses, acto con el cual eran
perdonados. Muchos caen en la trampa con tal de no perder
sus vidas. Vos Cipriano, huisteis y os escondisteis y desde
allí, enviabais cartas a los creyentes invitándolos a no
abandonar la religión por nada. De pronto se oyen voces
gritando: “Pedimos que Cipriano sea echado a los leones”.
Nunca logran su cometido demoníaco. Volvió la paz y vos,
volvisteis a vuestro cargo. Y a todo renegado que quiso volver
a la Iglesia, les exigisteis que hiciera penitencia. Luego
vinieron después espantosas persecuciones y los cristianos
prefirieron la muerte, antes que quemar incienso a dioses
falsarios y, así fueron mártires gloriosos. En plena peste
vendisteis lo más más valioso de la casa episcopal, para
ayudar a vuestra mies. Enterado el impío Decio, dicta pena
de destierro para todo creyente que asistiera a un acto
de culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo
o sacerdote que se atreva a celebrar una ceremonia religiosa.
Y a vos, Cipriano os dictan pena de destierro, pero vos,
seguís cumpliendo con vuestras tareas y celebráis ceremonias
religiosas, y entonces os dictan la pena de muerte. «Yo soy
cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios,
sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra.
A Él, rezamos cada día los cristianos. Lo que le han ordenado
hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes
mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar". El juez
Valerio, de mala gana dictó sentencia: “Ya que se niega
a obedecer las órdenes del emperador y no quiere adorar a
nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío
siga sus creencias religiosas, Cipriano; queda condenado a
muerte. Le cortarán la cabeza con una espada”. Vos, al oír
la sentencia, exclamasteis: ¡Gracias sean dadas a Dios! La
multitud gritaba: “Que nos maten también a nosotros, junto
con él”. Entonces, vos, ordenasteis regalarle veinticinco
monedas de oro al verdugo que os mataría y os vendasteis
los ojos y arrodillándoos, el verdugo os cortó la cabeza
con una espada. Y, así, en olor a multitud volaron al cielo,
vuestras almas, para coronadas ser de luz y eternidad como
justo premio a vuestras entregas de amor y fe, al Dios Vivo.
¡Oh! Santos Cornelio y Valerio, "vivas luces del Dios Vivo".
del Dios de la Vida y del Amor, y sus amados mártires. Vos,
Cornelio, Papa y Mártir, honor hicisteis al significado de
vuestro nombre: “fuerte como un cuerno”. A vos, os martirizaron
en persecución de Decio. Novaciano, el hereje proclamaba que
la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados
y que, el que renegaba de su fe, no más podía ser admitido.
También decía que el fornicario y el adúltero, no podían ser
perdonados jamás. Cornelio Papa, respondió con firmeza y
valor, que, si un pecador de verdad se arrepiente y desea,
una nueva vida, la Iglesia puede y debe perdonarle sus
antiguas faltas y admitirlo entre los fieles. A vos, Cornelio
os apoyaron San Cipriano desde África y los demás obispos
de occidente. El cruel Decio, os desterró de Roma y a causa
de vuestro martirio, entregasteis vuestra vida desterrado.
Y, vos, Cipriano, brillante obispo del áfrica, antes de San
Agustín, os dedicasteis a la tarea de educador, conferencista
y orador público. Poseíais inteligencia privilegiada, gran
habilidad para hablar en público, y personalidad impactante.
Os bautizasteis y permanecisteis siempre casto, y jamás
contrajisteis matrimonio. Renunciasteis a vuestros literatos
mundanos. Dijisteis vos: “Me parece que Dios ha expresado su
voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación
de los sacerdotes”. Un escritor escribió de vos así: “Era
majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista
y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía
una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera
que los que lo trataban no sabían qué hacer más: si quererlo
o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor
amor”. Decio, deseaba acabar con los obispos, destruir los
libros sagrados e invitaba a todos, a renegar de la religión,
y a quemar incienso ante los dioses, acto con el cual eran
perdonados. Muchos caen en la trampa con tal de no perder
sus vidas. Vos Cipriano, huisteis y os escondisteis y desde
allí, enviabais cartas a los creyentes invitándolos a no
abandonar la religión por nada. De pronto se oyen voces
gritando: “Pedimos que Cipriano sea echado a los leones”.
Nunca logran su cometido demoníaco. Volvió la paz y vos,
volvisteis a vuestro cargo. Y a todo renegado que quiso volver
a la Iglesia, les exigisteis que hiciera penitencia. Luego
vinieron después espantosas persecuciones y los cristianos
prefirieron la muerte, antes que quemar incienso a dioses
falsarios y, así fueron mártires gloriosos. En plena peste
vendisteis lo más más valioso de la casa episcopal, para
ayudar a vuestra mies. Enterado el impío Decio, dicta pena
de destierro para todo creyente que asistiera a un acto
de culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo
o sacerdote que se atreva a celebrar una ceremonia religiosa.
Y a vos, Cipriano os dictan pena de destierro, pero vos,
seguís cumpliendo con vuestras tareas y celebráis ceremonias
religiosas, y entonces os dictan la pena de muerte. «Yo soy
cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios,
sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra.
A Él, rezamos cada día los cristianos. Lo que le han ordenado
hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes
mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar". El juez
Valerio, de mala gana dictó sentencia: “Ya que se niega
a obedecer las órdenes del emperador y no quiere adorar a
nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío
siga sus creencias religiosas, Cipriano; queda condenado a
muerte. Le cortarán la cabeza con una espada”. Vos, al oír
la sentencia, exclamasteis: ¡Gracias sean dadas a Dios! La
multitud gritaba: “Que nos maten también a nosotros, junto
con él”. Entonces, vos, ordenasteis regalarle veinticinco
monedas de oro al verdugo que os mataría y os vendasteis
los ojos y arrodillándoos, el verdugo os cortó la cabeza
con una espada. Y, así, en olor a multitud volaron al cielo,
vuestras almas, para coronadas ser de luz y eternidad como
justo premio a vuestras entregas de amor y fe, al Dios Vivo.
¡Oh! Santos Cornelio y Valerio, "vivas luces del Dios Vivo".
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de septiembre
Santos Cipriano y Cornelio
Obispo y Papa
Cada 16 de septiembre la Iglesia celebra al Papa San Cornelio (c.180-253) y al Obispo San Cipriano (c. 200-258), dos amigos en Cristo preocupados por preservar la verdad de su mensaje. Juntos se opusieron a los errores, confusiones y herejías que empezaron a difundirse desde los inicios de la era cristiana y que minaron la salud espiritual de muchos miembros de la Iglesia. Ambos concluyeron sus vidas coronados con las palmas del martirio.
El Papa Cornelio
Cornelio, cuyo nombre significa “fuerte como un cuerno”, fue el vigésimo primer Papa de la Iglesia Católica. Afrontó con firmeza la herejía de Novaciano, teólogo que proclamaba que la Iglesia no tenía el poder suficiente para perdonar los pecados más graves. Para este teólogo y sus seguidores, aquellos llamados “lapsi”, en latín, ‘los que han tropezado’, no podían ser absueltos por autoridad eclesiástica alguna de aquellas faltas consideradas extremadamente graves. Eso equivalía a que la Iglesia no estaba autorizada para perdonar ni acoger de nuevo a quienes, por ejemplo, habían incurrido en apostasía.
Ciertamente, a causa de la crueldad de las persecuciones, muchos cristianos habían abandonado la fe o abjuraron de esta (el pecado de apostasía) por temor a las amenazas del poder temporal: torturas, prisión o la muerte. No obstante, no fueron pocos los que habiendo negado a Cristo reconocieron su falta y pidieron ser admitidos nuevamente en el seno de la comunidad cristiana.
El Papa Cornelio fue el primero en alzar su voz contra Novaciano (210-258). El Pontífice sostuvo que el ‘novacianismo’ resultaba herético, puesto que Dios no negaba a nadie su perdón y que no existía falta que no pudiese ser resarcida por su amor misericordioso. En consecuencia, la ‘autoridad de perdonar los pecados’ podía ser ejercida por un ministro calificado.
Cornelio terminó excomulgando a Novaciano, quien no quiso rectificarse y eligió con sus seguidores el camino del cisma, convirtiéndose en ‘antipapa’ entre los años 251 y 258 al fundar ‘la Iglesia de los puros’.
Cipriano, obispo de Cartago
Entre quienes apoyaron al Papa Cornelio en su doctrina sobre el perdón estaba San Cipriano, obispo con quien tenía una estrecha amistad.
Cipriano, quien se encontraba a la cabeza de la sede de Cartago (hoy Túnez), respaldó públicamente la postura pontificia en contra de Novaciano, por lo que se hizo de enemigos y detractores.
El único y verdadero sacrificio
Vale precisar que el Papa Cornelio no sólo tuvo que sufrir por la controversia con Novaciano y sus intransigentes seguidores, ‘los puros’ (katharoi) o ‘cátaros’: los suyos fueron los tiempos de otra sangrienta persecución, esta vez, organizada por el emperador romano Decio (249-251).
Cornelio fue enviado primero al destierro y más tarde, en el año 253, tomado prisionero y condenado a muerte por decapitación.
Por su parte, Cipriano, en Cartago, padeció también los duros años de la persecución de Decio y, tras la muerte de este, tuvo que sufrir una nueva ola de violencia anticristiana organizada por su sucesor, Valeriano.
Cipriano fue condenado a muerte por negarse a ofrecer sacrificios a los dioses, así como por resistirse a la prohibición de celebrar la Eucaristía y administrar los sacramentos. Él, al oír su sentencia, exclamó: “¡Gracias sean dadas a Dios!”. Como Cornelio, Cipriano murió decapitado en septiembre del año 258.
“Gracias sean dadas a Dios”
Los dos amigos, unidos por Cristo en la misión pastoral, padecieron por causa de la fe y dejaron un testimonio de fidelidad a la Verdad revelada, un testimonio que sellaron con su propia sangre.
Los nombres de Cornelio y Cipriano son parte de la liturgia, específicamente se les menciona en la Plegaria Eucarística I del Canon Romano, al lado de otros santos y mártires de los primeros siglos.(ACI prensa).
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