Día litúrgico: Domingo III (C) de Cuaresma
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 13,1-9): En aquel tiempo,
llegaron algunos que contaron a Jesús lo de los galileos, cuya sangre
había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús:
«¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás
galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre
los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más
culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo
aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».
Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una
higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo
entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta
higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’.
Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras
tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante;
y si no da, la cortas’».
_______________________________«Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo»
+ Cardenal Jorge MEJÍA Archivista y Bibliotecario de la S.R.I. (Città del Vaticano, Vaticano)
Hoy, tercer domingo de Cuaresma, la lectura evangélica contiene una
llamada de Jesús a la penitencia y a la conversión. O, más bien, una
exigencia de cambiar de vida.
“Convertirse” significa, en el lenguaje del Evangelio, mudar de
actitud interior, y también de estilo externo. Es una de las palabras
más usadas en el Evangelio. Recordemos que, antes de la venida del Señor
Jesús, san Juan Bautista resumía su predicación con la misma expresión:
«Predicaba un bautismo de conversión» (Mc 1,4). Y, enseguida, la
predicación de Jesús se resume con estas palabras: «Convertíos y creed
en el Evangelio» (Mc 1,15).
Esta lectura de hoy tiene, sin embargo, características propias, que
piden atención fiel y respuesta consecuente. Se puede decir que la
primera parte, con ambas referencias históricas (la sangre derramada por
Pilato y la torre derrumbada), contiene una amenaza. ¡Imposible
llamarla de otro modo!: lamentamos las dos desgracias —entonces sentidas
y lloradas— pero Jesucristo, muy seriamente, nos dice a todos: —Si no
cambiáis de vida, «todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,5).
Esto nos muestra dos cosas. Primero, la absoluta seriedad del
compromiso cristiano. Y, segundo: de no respetarlo como Dios quiere, la
posibilidad de una muerte, no en este mundo, sino mucho peor, en el
otro: la eterna perdición. Las dos muertes de nuestro texto no son más
que figuras de otra muerte, sin comparación con la primera.
Cada uno sabrá cómo esta exigencia de cambio se le presenta. Ninguno
queda excluido. Si esto nos inquieta, la segunda parte nos consuela. El
“viñador”, que es Jesús, pide al dueño de la viña, su Padre, que espere
un año todavía. Y entretanto, él hará todo lo posible (y lo imposible,
muriendo por nosotros) para que la viña dé fruto. Es decir, ¡cambiemos
de vida! Éste es el mensaje de la Cuaresma. Tomémoslo entonces en serio.
Los santos —san Ignacio, por ejemplo, aunque tarde en su vida— por
gracia de Dios cambian y nos animan a cambiar.
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