¡Oh!, San Isidro Labrador; vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y que fundasteis vuestra santa vida,
en el temor de no ofender a Dios y, por ello a diario
lo buscabais, en el Santo Oficio, por todas las gentes
rogando de vuestra conflictiva época. Sensible como
erais, con los más desposeídos, -siendo vos uno más-,
nunca se os olvidó, ni siquiera las avecillas del
campo, que, de vuestras manos se alimentaban. La
Providencia del Señor, no os abandonó jamás, y de
manera constante, os favorecía de mil y una maneras,
y, vuestros campos, florecientes siempre estaban y
aunque generabais envidia, nunca prosperó, y mejor;
hoy por hoy, de los Agricultores, Patrono del mundo
sois, porque Aquél que lo ve todo, os bañó, de luz;
“Tened paciencia, hermanos, como el labrador que
aguanta paciente el fruto valioso de la tierra,
mientras recibe la lluvia temprana y tardía”. Así,
vos lo hicisteis, y recibisteis la gloria del cielo;
¡oh!, San Isidro; “labrador de los campos de Dios”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
_________________________________
de la vida, y que fundasteis vuestra santa vida,
en el temor de no ofender a Dios y, por ello a diario
lo buscabais, en el Santo Oficio, por todas las gentes
rogando de vuestra conflictiva época. Sensible como
erais, con los más desposeídos, -siendo vos uno más-,
nunca se os olvidó, ni siquiera las avecillas del
campo, que, de vuestras manos se alimentaban. La
Providencia del Señor, no os abandonó jamás, y de
manera constante, os favorecía de mil y una maneras,
y, vuestros campos, florecientes siempre estaban y
aunque generabais envidia, nunca prosperó, y mejor;
hoy por hoy, de los Agricultores, Patrono del mundo
sois, porque Aquél que lo ve todo, os bañó, de luz;
“Tened paciencia, hermanos, como el labrador que
aguanta paciente el fruto valioso de la tierra,
mientras recibe la lluvia temprana y tardía”. Así,
vos lo hicisteis, y recibisteis la gloria del cielo;
¡oh!, San Isidro; “labrador de los campos de Dios”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
_________________________________
15 de mayo
San Isidro Labrador
Laico
San Isidro Labrador
Laico
Por: Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net
Martirologio Romano: En Madrid, capital de España, labrador, que
juntamente con su mujer, santa María de la Cabeza o Toribia, llevó una
dura vida de trabajo, recogiendo con más paciencia los frutos del cielo
que los de la tierra, y de este modo se convirtió en un verdadero modelo
del honrado y piadoso agricultor cristiano. († 1130)
Fecha de canonización: 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV.
Breve Biografía
Cuarenta años antes de que ocurriera, había escrito Cicerón: “De una
tienda o de un taller nada noble puede salir”. Unos años después, en el
año primero de la era cristiana, salió de un taller de carpintero el
Hijo de Dios. Las mismas manos que crearon el sol y las estrellas y
dibujaron las montañas y los mares bravíos, manejaban la sierra, el
formón, la garlopa, el martillo y los clavos y trabajaban la madera.
Desde entonces, ni la azada ni el arado ni la faena de regar y de
escardar tendrían que avergonzarse ante la pluma ni ante el manejo de
los medios modernos de comunicación, ni ante las coronas de los reyes.
El patrón de aquella villa recién conquistada a los musulmanes, Madrid,
hoy capital de España, no es un rey, ni un cardenal, ni un rey poderoso,
ni un poeta ni un sabio, ni un jurista, ni un político famoso. El
patrón es un obrero humilde, vestido de paño burdo, con gregüescos
sucios de barro, con capa parda de capilla, con abarcas y escarpines y
con callos en las manos. Es un labrador, San Isidro. Como el Padre de
Jesús, cuyas palabras nos transmite San Juan en el evangelio 15,1: “Yo
soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.
SE POSTRARON LOS REYES
Ante su se-pulcro se postraron los reyes, los arquitectos le
construyeron templos y los poetas le dedicaron sus versos. Lope de Vega,
Calderón de la Barca, Burguillos, Espinel, Guillén de Castro, honraron a
este trabajador madrileño. El historiador Gregorio de Argaiz le dedicó
un gran libro: “La soledad y el campo, laureados por San Isidro”. Fue su
misión, laurear el campo, frío, duro, ingrato, calcinado por los soles
del verano y estremecido por los hielos de los inviernos. El campo quedó
iluminado y fecundado por su paciencia, su inocencia y su trabajo. No
hizo nada extraordinario, pero fue un héroe.
Fue un héroe que cumplió el “Ora et labora” benedictino. La oración
era el descanso de las rudas faenas; y las faenas eran una oración.
Labrando la tierra sudaba y su alma se iluminaba; los golpes de la
azada, el chirriar de la carreta y la lluvia del trigo en la era, iban
acompañados por el murmullo de la plegaria de alabanza y gratitud
mientras rumiaba las palabras escuchadas en la iglesia. Acariciando la
cruz, aprendió a empuñar la mancera. He ahí el misterio de su vida
sencilla y alegre, como el canto de la alondra, revolando sobre los
mansos bueyes y el vuelo de los mirlos audaces.
TAN POBRE
Alegre y, sin embargo, tan pobre. Isidro no cultivaba su prado, ni su
viña; cultivaba el campo de Juan de Vargas, ante quien cada noche se
descubría para preguntarle: “Señor amo, ¿adónde hay que ir mañana?” Juan
de Vargas le señalaba el plan de cada jornada: sembrar, barbechar,
podar las vides, limpiar los sembrados, vendimiar, recoger la cosecha. Y
al día siguiente, al alba, Isidro uncía los bueyes y marchaba hacia las
colinas onduladas de Carabanchel, hacia las llanuras de Getafe, por las
orillas del Manzanares o las umbrías del Jarama. Cuando pasaba cerca de
la Almudena o frente a la ermita de Atocha, el corazón le latía con
fuerza, su rostro se iluminaba y musitaba palabras de amor. Y las horas
del tajo, sin impaciencias ni agobios, pero sin debilidades, esperando
el fruto de la cosecha “Tened paciencia, hermanos, como el labrador que
aguanta paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la
lluvia temprana y tardía” Santiago 5, 7. Así, todo el trabajo duro y
constante, ennoblecido con las claridades de la fe, con la frente bañada
por el oro del cielo, con el alma envuelta en las caricias de la madre
tierra.
NO SABÍA LEER
El Cielo y la tierra eran los libros de aquel trabajador animoso que
no sabía leer. La tierra, con sus brisas puras, el murmullo de sus aguas
claras, el gorjeo de los pájaros, el ventalle de sus alamedas y el
arrullo de sus fuentes; la tierra, fertilizada por el sudor del
labrador, y bendecida por Dios, se renueva año tras año en las hojas
verdes de sus árboles, en la belleza silvestre de sus flores, en los
estallidos de sus primaveras, en los crepúsculos de sus tardes otoñales,
con el aroma de los prados recién segados. Isidro se quedaba quieto,
silencioso, extático, con los ojos llenos de lágrimas, porque en
aquellas bellezas divisaba el rostro Amado. Seguro que no sabia expresar
lo que sentía, pero su llanto era la exclamación del contemplativo en
la acción, con la jaculatoria del poeta místico Ramón Llull: “¡Oh
bondad! ¡Oh amable y adorable y munificentísima bondad!”. O del mínimo y
dulce Francisco de Asís, el Poverello: “Dios mío y mi todo”. “Loado
seas mi Señor por todas las criaturas, por el sol, la luna y la tierra y
el agua, que es casta, humilde y pura”. O también con el sublime poeta
castellano como él: “¡Oh montes y espesuras – plantados por las manos
del Amado – oh prado de verduras, de flores esmaltado – decid si por
vosotros ha pasado!!!. “El que permanece en mí y yo en él ese da fruto
abundante” Juan 15,5. Así, el día se le hacía corto y el trabajo ligero.
Bajaban las sombras de las colinas. Colgaba el arado en el ubio, se
envolvía en su capote y entraba en la villa, siguiendo la marcha
cachazuda de la pareja de bueyes.