24 octubre, 2015

San Antonio María Claret

 

¡Oh!, San Antonio María Claret; vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo, y el mismo que vuestra vida
agotasteis, porque os donasteis a vuestro prójimo de lleno
y predicando con amor vívidamente. Como vicepárroco os
disteis a lo que Dios, os había dado: la increíble fuerza
para predicar, ora en misiones populares, ora de noche y
de día, predicando hasta diez sermones en un día. A pie
viajando siempre y sin dinero, al estilo de los apóstoles
de Cristo. Impresas de por miles, sencillas hojas religiosas
y libros, hicieron de vuestro apostolado increíble, ejemplar
e inolvidable. Vuestra orden, la cual vos, mismo fundasteis,
la de los Claretianos y la de las Claretianas, cubren
el orbe de la tierra, para difundir el evangelio de Cristo.
Saben de vos, todos aquellos lugares y sus gentes, porque
allí, regalasteis medallas, rosarios, hojas y libros religiosos,
al daros cuenta de que, para la fe viva del pueblo mantener,
se necesitaban sacerdotes santos, que, por los campos y
las ciudades enseñando y predicando vayan las lecturas que
animen a engrosar la grey del Señor. Lo mismo que hizo San
Juan Bosco, en Italia, en ese tiempo a favor de las buenas
lecturas, lo hicisteis vos, en España. Vos, decíais “Ya veis
cuanto importa ser devoto de María Santísima. Ella os librará
de males y desgracias de cuerpo y alma. Ella os alcanzará
los bienes terrenales y eternos. Rezadle el Santo Rosario
todos los días con devoción y fervor y veréis como María
Santísima será vuestra Madre, vuestra abogada, vuestra
medianera, vuestra maestra, vuestro todo después de Jesús”.
Asististeis al Concilio Vaticano en Roma, y, en el mismo,
pronunciasteis un famoso discurso, muy comentado y elogiado.
Fueron los monjes cistercienses del monasterio de Fuente
Fría quienes os hospedaron por vez última, y luego de haber
escrito vuestra autobiografía, os pusisteis mal y voló,
al cielo vuestra alma, para coronada ser de luz, como justo
premio a vuestra entrega de amor al Dios de la vida. Hoy,
nada mejor que imitaros no sólo en la palabra, sino, también
en la acción, poderoso propagador y predicador de Dios,
Santo Patrón de los tejedores de todo el orbe de la tierra;
¡oh!, San Antonio María Claret, “vivo predicador de Dios”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de octubre
San Antonio María Claret
Obispo de Santiago de Cuba
Fundador
Patrón de los tejedores

Sus primeros años

San Antonio María Claret nace el 23 de diciembre del 1807 en el pueblo de Sallent, a 51 kilómetros de Barcelona. Para los que no tienen ni idea de esta población, diremos que es una villa trabajadora de unos 2.000 habitantes, esencialmente textil, donde precisamente el padre de Antonio tenía una pequeña fábrica de tejidos. La infancia de “Tonet”, conocido así popularmente por sus amigos, transcurre durante la llamada “Guerra del francés” (1808-1814). Se explica que ante el temor de la llegada de los franceses, el pueblo de Sallent se refugió en las montañas. El abuelo de Antonio, a causa de su estado de salud, no podía seguir aquella fila de vecinos que subían al monte, pero Antonio volvió hacia atrás para acompañar en todo momento a su abuelo.

Ordenación Sacerdotal

Fue luego nombrado vicepárroco y pronto empezó el pueblo a conocer cuál era la cualidad principal que Dios le había dado: era un predicador impresionante, de una eficacia arrolladora. De todas partes lo llamaban a predicar misiones populares, predicando hasta diez sermones en un día. Viajaba siempre a pie y sin dinero.

Durante 15 años predicó incansablemente por el norte de España, y difícilmente otro predicador del siglo pasado logró obtener triunfos tan grandes como los del padre Claret al predicar. En su vida predicó más de 10,000 sermones. Lo que hizo San Juan Bosco en Italia en ese tiempo a favor de las buenas lecturas, lo hizo San Antonio Claret en España. Él se dio cuenta de que una buena lectura puede hacer mayor bien que un sermón y se propuso emplear todo el dinero que conseguía en difundir buenos libros. Mandaba imprimir y regalaba hojas religiosas, por centenares de miles. Ayudó a fundar la Librería religiosa de Barcelona y fue el que más difundió los libros de esa librería. Él mismo redactó más de 200 libros y folletos sencillos para el pueblo, que tuvieron centenares de ediciones. Los regalaba donde quiera que llegaba. En todas partes reglaba medallas, rosarios, hojas y libros religiosos.

La ciudad de La Habana llevaba 14 años sin arzobispo porque eran tiempos de persecuciones contra la Iglesia Católica. Finalmente, a la Reina de España le pareció que el sacerdote mejor preparado para ese cargo era el Padre Claret. Le escribió la Reina al Sumo Pontífice y este lo nombró Arzobispo de La Habana. Él se negaba a aceptar el cargo porque le parecía que no era digno, pero sus amigos sacerdotes le dijeron que en conciencia tenía que aceptarlo porque esa era la voluntad de Dios. Y desde 1889, por espacio de siete años, fue un dulcísimo y extraordinario pastor de la Iglesia en La Habana, y toda Cuba.

En Cuba administró el sacramento de la confirmación a 300,000 cristianos y arregló 30,000 matrimonios. Logró formar con los sacerdotes una verdadera familia de hermanos donde todos se sentían bien atendidos y estimados en la casa del Arzobispo.

En 1857 fue llamado a España como capellán de la reina Isabel. En 1849 al darse cuenta de que para mantener viva la fe del pueblo se necesitan sacerdotes entusiastas que vayan por campos y ciudades predicando y propagando buenas lecturas, se reunió con cinco compañeros y fundó la Comunidad de Misioneros del Corazón de María, que hoy se llaman Claretianos. Actualmente son 3,000 en 385 casas en el mundo. Fundó también las Hermanas Claretianas que son 650 en 69 casas. Estas comunidades han hecho inmenso bien con su apostolado en muchos países.

Asistió al Concilio Vaticano en Roma en 1870. En el mismo, pronunció un memorable discurso que fue muy bien recibido, comentado y elogiado. En Francia, los monjes cistercienses del monasterio de Fuente Fría le hospedaron, y allí, después de haber escrito por orden del superior de su comunidad su autobiografía, enfermó. Falleció el 24 de octubre de 1879. Tenía apenas 63 años. Después de su muerte, se le han atribuido numerosos milagros.