17 abril, 2014

Jueves Santo del Misterio Eucarístico

 
Oh, Jueves Santo del Misterio Eucarístico
que nació del perfumado Cenáculo, con las
palabras eucarísticas de Cristo, antes de
que fuera a la muerte entregado. De testigos
sus doce apóstoles, una mesa, pan y cáliz
en sus santas y venerables manos, para
convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre.
Pablo escribió: “Porque yo aprendí del Señor
lo que también os tengo enseñado; y es que
el Señor Jesús, la noche misma en que había
de ser entregado, tomó el pan y dando gracias
lo partió y dijo a sus discípulos: “Tomad y
comed. Esto es mi cuerpo que por vosotros
será entregado a la muerte. Haced esto en
memoria mía”. Y de la misma manera el cáliz,
después de haber cenado, diciendo: “Este
cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre.
Haced esto cuantas veces lo bebiereis en
memoria mía, pues todas las veces que comierais
este pan o bebierais este cáliz, anunciareis
la muerte del Señor hasta que venga. Así
es que, cualquiera que comiera este pan o
bebiera el cáliz del Señor indignamente será
reo del cuerpo y de la sangre del Señor.
Porque quién lo come o bebe indignamente,
se traga y bebe su propia condenación”.
Por ello, de rodillas caigamos y pidámosle
que su alimento Eucarístico, no nos falte
nunca, mientras el camino de la vida recorremos,
que su amor, nos consuele en nuestras penas,
que su alegría brille en nuestros corazones y
que jamás la gracia perdamos para recibir
poderlo de manera frecuente y digna;
Oh, Jueves Santo del Misterio Eucarístico
.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Jueves 17Jueves Santo
Misterio Eucarístico
 
Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con su Eucaristía mientras recorremos el camino de la vida.
 
Hoy Jueves Santo sentimos una necesidad imperiosa de recordar y más que recordar llegar con nuestra imaginación y nuestro sentir hasta el Cenáculo, lugar que tuvo que quedar perfumado con las palabras eucarísticas que pronunció allí Jesús la misma noche en que sería entregado a la muerte.
 
En aquel sagrado recinto vemos a Cristo rodeado de sus apóstoles junto a una mesa y le vemos tomar el pan y el cáliz en sus manos sacerdotales para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre divinos.
 
Jesucristo se nos presenta con todo el poder de que es verdadero Dios, por su milagro, por el dominio de su pena interna, por el infinito amor con que corresponde a la soledad de los sagrarios de todo el mundo y de todos los tiempos, a los sacrilegios y perversiones de los corazones de los hombres, al desamor, y a la tibieza de los malos cristianos que lo reciben con gran indiferencia.
 
San Pablo nos dice: Porque yo aprendí del Señor lo que también os tengo enseñado; y es que el Señor Jesús, la noche misma en que había de ser entregado, tomó el pan y dando gracias lo partió y dijo a sus discípulos: “Tomad y comed. Esto es mi cuerpo que por vosotros será entregado a la muerte. Haced esto en memoria mía”. Y de la misma manera el cáliz, después de haber cenado, diciendo: “Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre. Haced esto cuantas veces lo bebiereis en memoria mía, pues todas las veces que comierais este pan o bebierais este cáliz, anunciareis la muerte del Señor hasta que venga.
 
Así es que, cualquiera que comiera este pan o bebiera el cáliz del Señor indignamente será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Porque quién lo come o bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación”. (Cor, ll,2O-32).
 
Las palabras del Señor en esa noche son una promesa de amor de que jamás estaremos solos sin El, de que podremos alimentar nuestra alma y cuerpo con el mismo Dios nuestro Creador que se quedó en el Sagrario pero también palabras fuertes de una advertencia grave para que no tomemos a la ligera al acercarnos a recibirle sin que antes reconciliemos nuestro corazón, si le hemos ofendido gravemente, con el acto humilde de reconocer nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia.
 
Y de nuevo ante esta inconmensurable escena de amor en el noche del Jueves Santo podemos ver su rostro trasfigurado y sus ojos llenos de pesadumbre, su corazón dolorido y sus palabras misteriosas para quedarse por siempre, hasta la consumación de los siglos, entre los hombres.
 
Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con su Eucaristía mientras recorremos el camino de la vida, que nos consuele en nuestras penas, que participe de nuestras alegría y que nos ayude a no perder la gracia para poderlo recibir frecuentemente y de una manera digna.