¡Oh!, San Ignacio de Antioquía, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y que, honor hicisteis al
significado de vuestro nombre: “lleno de fuego”. Y, sí,
estabais así, “lleno de fuego”, pero, de amor por el Dios
de la Vida. Vos, cuando al martirio, erais llevado, en vez
de miedo sentir, rogabais a vuestros amigos a que os
ayudaran a pedirle a Dios, que las fieras no se marchasen
sin destrozaros, pues, deseabais muerto ser, por vuestro
amor a Cristo Jesús. Y, era Él, quien os inflamaba vuestra
alma. Y, así, llevado preso, fuisteis por negaros a adorar
los falsarios ídolos de Trajano, y respondiéndole a sus
preguntas, en aquél diálogo: ¿Por qué te niegas a adorar
a mis dioses, hombre malvado? ¡No me llames malvado! Más
bien llámame Teóforo, que significa el que lleva a Dios
dentro de sí. ¿Y por qué no aceptas a mis dioses? ¡Porque
ellos no son dioses. No hay sino un solo Dios, el que hizo
el cielo y la tierra. Y a su único Hijo Jesucristo, es a
quien sirvo yo! Y, sin más, el impío Trajano, mandó que os
llevaran a Roma, para luego, echado ser a las fieras.
“Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas,
mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos
con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús”. Así,
les escribisteis a los cristianos en Roma. Y, cuando
llegasteis, os arrodillasteis lleno de paz, y orasteis
con ellos por la Iglesia, por el término de la persecución
y por la paz del mundo. Y, luego las fieras, os dieron
la paz y la alegría que anhelabais: ser coronado con corona
de luz, como justo premio a vuestro ejemplo de amor y fe;
¡oh!, San Ignacio de Antioquía, “vivo fuego del Dios Vivo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de Octubre
San Ignacio de Antioquía
Mártir
Año 107
Ignacio significa: “lleno de fuego” (Ingeus: fuego). Nuestro santo estaba lleno de fuego de amor por Dios.
Antioquía era una ciudad famosa en Asia Menor, en Siria, al norte de
Jerusalén. En esa ciudad (que era la tercera en el imperio Romano,
después de Roma y Alejandría) fue donde los seguidores de Cristo
empezaron a llamarse “cristianos”. De esa ciudad era obispo San Ignacio,
el cual se hizo célebre porque cuando era llevado al martirio, en vez
de sentir miedo, rogaba a sus amigos que le ayudaran a pedirle a Dios
que las fieras no le fueran a dejar sin destrozar, porque deseaba ser
muerto por proclamar su amor a Jesucristo.
Dicen que fue un discípulo de San Juan Evangelista. Por 40 años
estuvo como obispo ejemplar de Antioquía que, después de Roma, era la
ciudad más importante para los cristianos, porque tenía el mayor número
de creyentes.
Mandó el emperador Trajano que pusieran presos a todos los que no
adoraran a los falsos dioses de los paganos. Como Ignacio se negó a
adorar esos ídolos, fue llevado preso y entre el perseguidor y el santo
se produjo el siguiente diálogo:
-¿Por qué te niegas a adorar a mis dioses, hombre malvado?
-No me llames malvado. Más bien llámame Teóforo, que significa el que lleva a Dios dentro de sí.
-¿Y por qué no aceptas a mis dioses?
-No me llames malvado. Más bien llámame Teóforo, que significa el que lleva a Dios dentro de sí.
-¿Y por qué no aceptas a mis dioses?
Porque ellos no son dioses. No hay sino un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra. Y a su único Hijo Jesucristo, es a quien sirvo yo.
El emperador ordenó entonces que Ignacio fuera llevado a Roma y
echado a las fieras, para diversión del pueblo. Encadenado fue llevado
preso en un barco desde Antioquía hasta Roma en un largo y penosísimo
viaje, durante el cual el santo escribió siete cartas que se han hecho
famosas. Iban dirigidas a las Iglesias de Asia Menor.
En una de esas cartas dice que los soldados que lo llevaban eran
feroces como leopardos; que lo trataban como fieras salvajes y que
cuanto más amablemente los trataba él, con más furia lo atormentaban.
El barco se detuvo en muchos puertos y en cada una de esas ciudades
salían el obispo y todos los cristianos a saludar al santo mártir y a
escucharle sus provechosas enseñanzas. De rodillas recibían todos su
bendición. Varios se fueron adelante hasta Roma a acompañarlo en su
gloriosos martirio.
Con los que se adelantaron a ir a la capital antes que él, envió una
carta a los cristianos de Roma diciéndoles: “Por favor: no le vayan a
pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un
bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los
dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor
que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a
hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego,
cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo
sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús”.
¡Admirable ejemplo!.
Al llegar a Roma, salieron a recibirlo miles de cristianos. Y algunos
de ellos le ofrecieron hablar con altos dignatarios del gobierno para
obtener que no lo martirizaran. Él les rogó que no lo hicieran y se
arrodilló y oró con ellos por la Iglesia, por el fin de la persecución y
por la paz del mundo. Como al día siguiente era el último y el más
concurrido día de las fiestas populares y el pueblo quería ver muchos
martirizados en el circo, especialmente que fueran personajes
importantes, fue llevado sin más al circo para echarlo a las fieras. Era
el año 107.
Ante el inmenso gentío fue presentado en el anfiteatro. Él oró a Dios
y en seguida fueron soltados dos leones hambrientos y feroces que lo
destrozaron y devoraron, entre el aplauso de aquella multitud ignorante y
cruel. Así consiguió Ignacio lo que tanto deseaba: ser martirizado por
proclamar su amor a Jesucristo.
Algunos escritores antiguos decían que Ignacio fue aquel niño que
Jesús colocó en medio de los apóstoles para decirles: “Quien no se haga
como un niño no puede entrar en el reino de los cielos” (Mc. 9,36).
San Ignacio dice en sus cartas que María Santísima fue siempre
Virgen. Él es el primero en llamar Católica, a la Iglesia de Cristo
(Católica significa: universal).