30 septiembre, 2014

San Jerónimo

 


Oh, San Jerónimo, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y, el que,
la Sagrada Biblia amando, la estudiasteis,
la practicasteis y la tradujisteis para todos,
honor haciendo, al significado de vuestro
nombre: “Sagrado Nombre”. Vuestra vida,
la pasabais a Cicerón, Virgilio, Horacio,
Tácito, Homero y Platón leyendo y memorizando.
Pero, de aquél sueño luego, que sólo vos,
conocéis, dijisteis: “Nunca más me volveré a
trasnochar por leer libros paganos”. Y, así
fue, y, dicho ello, al desierto marchasteis,
a penitencias hacer por vuestros pecados.
Y, sabia decisión tomasteis, pues por obra
del Espíritu Santo, os animasteis a traducir
El Libro Sagrado, para todo el pueblo. Y,
entonces brilló la “Vulgata Latina”, en toda
la Iglesia Católica, por quince siglos.
Vuestros últimos años, en la tierra de Jesús,
vuestro amado Maestro, pasasteis y Belén,
se rindió a vuestros pies, levantando conventos
y prestando vuestra sabiduría y apoyo espiritual
a todos y a todas. “Jerónimo ¿Qué me vais
a regalar en mi cumpleaños?” Os preguntó
el Niño Jesús. Y, vos, respondisteis: “Señor
os regalo mi salud, mi fama, mi honor, para
que dispongas de todo como mejor os parezca”
Y, el Niño Jesús, os dijo: “¿Y ya no me regalas
nada más?” ¡Oh! mi amado Salvador, -exclamasteis-,
por Vos, repartí ya mis bienes entre los pobres
Por Vos, he dedicado mi tiempo a estudiar
las Sagradas Escrituras. ¿Qué más os puedo
regalar? Si quisieras, os daría mi cuerpo para
que lo quemaras en una hoguera y así poder
desgastarme todo por Vos” Y, el Divino Niño
os dijo con tierno y sublime amor: “Jerónimo:
regálame tus pecados para perdonártelos” Y,
al escucharlo, vos, de emoción llorasteis y
exclamasteis muy impresionado: “¡Loco debéis
estar de amor, cuando me pedís esto!” Y,
os disteis cuenta de que, lo que más desea
Dios, es que, le ofrezcamos los pecadores,
un corazón arrepentido, contrito y humillado.
Patrono de todos los que, enseñan a comprender
y entender las escrituras, vuestra alma voló
al cielo, dejándonos la Palabra Eterna de Dios.
Y, por ello y mucho más, coronado estáis hoy,
con corona de luz y de eternidad, como justo
premio a vuestra entrega total de amor y fe;
oh, San Jerónimo, “Palabra Eterna de Dios”
.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Septiembre
San Jerónimo
Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, cultivando con esmero todos los saberes, y allí recibió el bautismo cristiano. Después, captado por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética yendo a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, fijando su residencia en Belén de Judea vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe de muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegando a una edad provecta, descansó en la paz del Señor (420).

Etimología: Jerónimo = Aquel que lleva nombre santo, viene del griego. El IV siglo después de Cristo, que tuvo su momento importante en el 380 con el edicto del emperador Teodosio que ordenaba que la fe cristiana tenía que ser adoptada por todos los pueblos del imperio, está repleto de grandes figures de santos: Atanasio, Hilario, Ambrosio, Agustín, Crisóstomo, Basilio y Jerónimo.

Este último nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Su espíritu es enciclopédico: su obra literaria nos revela al filósofo, al retórico, al gramático, al dialéctico, capaz de pensar y escribir en latín, en griego, en hebreo; escritor rico, puro y robusto al mismo tiempo. A él se debe la traducción al latín del Antiguo y del Nuevo Testamento, que llegó a ser, con el titulo de Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.

Jerónimo es de una personalidad fortísima: en cualquier parte a donde va suscita entusiasmos o polémicas. En Roma fustiga los vicios y las hipocresías y también preconiza nuevas formas de vida religiosa, atrayendo a ellas a algunas mujeres influyentes patricias de Roma, que después lo siguen en la vida eremítica de Belén.

La huída de la sociedad de este desterrado voluntario se debió a su deseo de paz interior, no siempre duradero, porque de vez en cuando reaparecía con algún nuevo libro. Los rugidos de este “león del desierto” se hacían oír en Oriente y en Occidente. Sus violencias verbales iban para todos. Tuvo palabras duras para Ambrosio, para Basilio y hasta para su amigo Agustín que tuvo que pasar varios tragos amargos. Lo prueba la correspondencia entre los dos grandes doctores de la Iglesia, que se conservan casi en su totalidad. Pero sabía suavizar sus intemperancias de carácter cuando el polemista pasaba a ser director de almas.

Cuando terminaba un libro, iba a visitar a las monjas que llevaban vida ascética en un monasterio no lejos del suyo. El las escuchaba, contestando sus preguntas. Estas mujeres inteligentes y vivas fueron un filtro para sus explosiones menos oportunas y él les pagaba con el apoyo y el alimento de una cultura espiritual y biblica. Este hombre extraordinario era consciente de sus limitaciones y de sus propias faltas. Las remediaba dándose golpes de pecho con una piedra. Pero también se daba cuenta de sus méritos, tan es así que la larga lista de los hombres ilustres, de los que hizo un breve pero precioso resumen (el De viris illustribus) termina con un capítulo dedicado a él mismo. Murió a los 72 años, en el 420, en Belén.