¡Oh!, San Enrique; vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo, y, el que honor dio significado de vuestro
nombre: “Jefe Poderoso”. Y, sí, lo fuisteis, pero en el amor
más. Vuestro amado maestro, San Wolfgan, en sueños se os
apareció, y escribió en la pared: “Después de seis”. Y, ello,
os hizo pensar mucho, de todo y en todo, cada día, cada
noche. Pero, la providencia divina, nunca se equivoca y
cumplidos seis años, nombrado fuisteis Emperador, y os
disteis en verdad al servicio de vuestro pueblo, como
Emperador de Alemania, Italia y Polonia. Nuestra santa
religión la extendisteis e hicisteis que las gentes, a Nuestro
Señor Jesucristo Dios y Señor Nuestro, lo amaran más.
Levantasteis templos, conventos construisteis y apoyasteis
a los que, a evangelizar se dedicaban. A obispos y sacerdotes
reuníais para estudiar los métodos, para que, consiguieran
una mayor santidad. De los pobres fuisteis padre y amigo
del pueblo. Un día le dijisteis a un “consejero” vuestro:
“Dios no me dio autoridad para hacer sufrir a la gente, sino,
para tratar de hacer el mayor bien posible”. Bella reflexión
que meditar deberían los gobernantes de hoy, y, en especial
las tiranías opresoras, que han abdicado de vuestro mensaje.
Cunegunda, vuestra y feliz esposa os, ayudaba en vuestra
caridad y amor para con los desposeídos y, ambos, la fe y
la paz buscaban. Con los gobernantes vecinos tratasteis
de conservar buenas relaciones de amistad, y a los súbditos
revoltosos los perdonabais, y, en el acto, a ser vuestros
amigos volvían. Hoy, incluso, pocos gobernantes han logrado
ganarse como vos, el amor de sus gobernados, y la gente
bendecía a Dios por haberle concedido un mandatario afable,
humanitario y que a Dios amara tanto. Poco antes de morir
les contasteis a vuestros familiares que con vuestra esposa
Santa Cunegunda, habían hecho voto de virginidad, y que,
vivieron todo el tiempo, siempre como dos hermanos. Y, así,
Dios, de quien viene todo poder, al veros con vuestra tarea
cumplida, os llamó de este mundo, para coronaros con corona
de luz, como justo premio a vuestra increíble entrega de amor;
¡oh!, San Enrique, “vivo y poderoso amigo de Dios y del pueblo.”
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Julio 13
San Enrique
Emperador
Año 1024
En verdad que es difícil encontrar gobernantes de una santidad como
la de este gran Emperador. Que Dios nos mande muchos jefes de nación
como San Enrique.
Este es el único emperador declarado santo por la Iglesia Católica
Enrique significa: “Jefe Poderoso”. Tuvo la gran suerte de pertenecer
a una familia sumamente religiosa. Su hermano Bruno fue obispo. Su
hermana Brígida fue monja. La otra hermana, Gisela, fue la esposa de un
santo, San Esteban, rey de Hungría. Y la mamá de Enrique lo confió desde
muy jovencito bajo la dirección de otro fervoroso personaje, San
Wolfgan, obispo de Ratisbona, el cual lo educó de la mejor manera que le
fue posible.
Un aviso que lo llevó a la santidad
Al poco tiempo de haberse muerto su gran maestro, San Wolfgan, vio
Enrique que se le aparecía en sueños y escribía en una pared esta frase:
“Después de seis”. Él se imaginó que le avisaban que dentro de seis
días iba a morir y se dedicó con todo su fervor a prepararse para bien
morir. Pero pasaron lo seis día y no se murió. Entonces creyó que eran
seis meses los que le faltaban de vida, y dedicó ese tiempo a lecturas
espirituales, oraciones, limosnas a los pobres, obras buenas a favor de
los más necesitados y cumplimiento exacto de su deber de cada día. Pero a
los seis meses tampoco se murió. Se imaginó que el plazo que le habían
anunciado eran seis años, y durante ese tiempo se dedicó con mayor
fervor a sus prácticas de piedad, a obras de caridad y a instruirse
ejercer lo mejor posible sus oficios, y a los seis años… lo que le llegó
no fue la muerte sino el nombramiento de Emperador. Y este aviso le
sirvió muchísimo para prepararse sumamente bien para ejercer tan alto
cargo.
Enrique cumplió lo que su nombre significa en alemán: jefe poderoso.
Pues empezó siendo simplemente rey (o gobernador) de un departamento del
sur de Alemania, Baviera. Y allí ejerció su autoridad con agrado de
todos , llegando a ser enormemente estimado por su pueblo. Pero de
pronto se murió el Emperador Otón III, su primo, sin dejar herederos, y
entonces los principes electores juzgaron que ningún otro estaba mejor
preparado para gobernar Alemania y a las naciones vecinas que el buen
Enrique, tan apreciado por sus súbditos. Y llegó así a aquel altísimo
cargo.
Pero por todas partes estallaban revueltas y revoluciones, y el nuevo
emperador tuvo que organizar un poderoso ejército para ir calmando a
los revoltosos. Y resultó ser un gran guerrero. Dominó las revueltas
nacionales y las de Polonia y se hizo respetar por todos los países
vecinos.
Liberador del Papa
Y sucedió que en Roma un anticristo se atrevió a quitarle el puesto
al Papa Benedicto VIII. Éste pidió auxilio a Enrique, el cual con un
fortísimo ejército invadió a Italia, derrotó a los enemigos del
Pontífice y le restituyó su alto cargo. En premio por todo esto, el Papa
Benedicto lo coronó solemnemente en Roma como Emperador de Alemania,
Italia y Polonia.
Enrique el piadoso
La gente lo llamaba así porque en todas partes lo que buscaba era
extender la religión y hacer que las gentes amaran más a Nuestro Señor.
Para conceder como esposa a su hermana Gisela, al rey Esteban de Hungría
le puso como condición a dicho mandatario que propagara el catolicismo
por todo su reino, lo cual cumplió Esteban de manera admirable.
Por todas partes levantaba templos, construía conventos para
religiosos y apoyaba a cuantos se dedicaban a evangelizar. A los templos
les regalaba cálices, ornamentos y demás objetos para que el culto
resultara muy solemnemente, y dejaba donaciones para que celebraran
misas por sus intenciones. En su viaje a Italia se sintió sumamente
enfermo y se fue en peregrinación a Monte Casino, y allá rezando con
toda fe a San Benito consiguió su curación.
Reunía a los obispos y sacerdotes para estudiar los métodos que
consiguieran una mayor santidad para el clero. Delante de los obispos se
arrodillaba con toda humildad, como cualquier sencillo creyente.
Padre de los pobres y amigo del pueblo
Pocos gobernantes que hayan gozado de una manera tan extraordinaria
de cariño de su pueblo, como San Enrique. Un día, a un empleado que le
aconsejaba tratar con crueldad a los revoltosos, le respondió: “Dios no
me dio autoridad para hacer sufrir a la gente, sino para tratar de hacer
el mayor bien posible.”Fue un verdadero padre para sus súbditos. La
fama de su bondad corrió pronto por toda Alemania e Italia, ganándose la
simpatía general. En sus labores caritativas le ayudaba su virtuosa
esposa, Santa Cunegunda, mujer ejemplarísima en todo.
Buscador de la paz
Decía siempre que lo que más deseaba para su nación, después de la
fe, era la paz. Con los gobernantes vecinos trató de conservar muy
buenas relaciones de amistad, y a los súbditos revoltosos, fácilmente
los perdonaba y volvían a ser sus amigos. Pocos gobernantes han logrado
ganarse como Enrique el amor de sus gobernados, y la gente bendecía a
Dios por haberle concedido un mandatario tan comprensivo.
Murió el 13 de julio del año 1024, y poco antes de morir contó a sus
familiares que con su esposa Santa Cunegunda había hecho voto de
virginidad, y que habían vivido siempre como dos hermanos.