¡Oh!, San Marcelino Champagnat, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo y consagrado a Nuestra Señora.
Por increíble que parezca, nunca asististeis a escuela alguna
y erais de pronto, experto albañil y hábil negociante. Por
compañero tuvisteis al “Santo Cura de Ars”, San Juan María
Vianey, con el cual os entendíais, de maravillas, mil. Os
dedicasteis con toda vuestra alma, a acabar con el libertinaje
de la juventud, instruyéndolos en la religión y la catequesis,
tarea que hacíais con dulce entrega y grande amor. Vuestro
sacerdocio a Nuestra Señora lo consagrasteis, y fundasteis
la congregación de los “Hermanos Maristas”, que por norma
tiene: “caridad con todos”. El humillante trato, suprimisteis
para con los alumnos y disteis especial importancia al canto
para eficaz hacer la enseñanza. De la escuela activa fuisteis
su promotor, permitiendo a los alumnos, su participación
en clase. Además, cada religioso, dedicar debía, una hora
diaria para prepararse en la catequesis y en la pedagogía,
para enseñar mejor. Repetíais vos: “Todo en honor de Jesús,
pero por medio de María. Todo por María, para llevar hacia
Jesús”. “Nuestra Comunidad pertenece por completo a
Nuestra Señora, la Madre de Dios. Nuestras actividades
deben estar dirigidas a hacerla amar, estimar y glorificar.
Inculquemos su devoción a nuestros jóvenes, y así los llevaremos
más fácilmente hacia Jesucristo”. Y, vuestra estatura, nunca
fue más grande que vuestra virtud, por vuestro amor y alegría
desbrozadas, en cada acto, por pequeño que fuese a lo largo
de vuestra santa vida. Y, así, luego de haber entregado con
pasión vuestra vida y amor por los jóvenes, vuestra alma, voló
al Padre, que os la dio, para, coronada ser, con corona de luz
y eternidad, como justo premio a vuestra grande entrega de amor;
¡oh!, San Marcelino Champagnat; “vivo pedagogo del Dios vivo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de junio
San Marcelino Champagnat
Fundador
Año 1840
Nació en 1789 cerca de Lyon, Francia. Su padre que llegó a ser
alcalde del pueblo, por defender y favorecer la religión tuvo que sufrir
mucho durante la revolución francesa. La mamá era sumamente devota de
la Virgen Santísima y le infundió una gran devoción mariana a Marcelino,
desde muy pequeño, y le consagró su hijo a la Madre de Dios. Una tía
muy piadosa le leía Vidas de Santos, y estas lecturas lo fueron
entusiasmando por la vida de apostolado. La lectura de las Vidas de
Santos entusiasma mucho por la virtud.
Creció sin asistir a la escuela, pero las lecturas caseras lo fueron
formando en un fuerte amor por la religión. Desde muy niño demostró
mucha capacidad para aprender la albañilería, y la practicó en su niñez,
y después este oficio le va a ser muy útil en sus fundaciones. También
era ágil para el negocio. Compraba corderitos, los engordaba, y luego
los vendía y así fue haciendo sus ahorros, con los cuales más tarde
ayudará a costearse sus estudios.
Terminada la revolución francesa, el Cardenal Fresh (tío de Napoleón)
se propuso conseguir vocaciones para el sacerdocio y fundó varios
seminarios. Cerca del pueblo de Marcelino abrieron un seminario mayor y
un sacerdote visitador llegó a la casa de los Champagnat a visitar a
alguno de los jóvenes a ingresar en el nuevo seminario. A Marcelino le
entusiasmó la idea, pero su padre y su tío decían que él no servía para
los estudios sino para los oficios manuales. Sin embargo el joven
insistió y le permitieron entrar en el seminario.
Como lo habían anunciado el papá y el tío, los estudios le resultaron
sumamente difíciles y estuvo a punto de ser echado del seminario por
sus bajas notas en los exámenes. Pero su buena conducta y el hacerse
repetir las clases por unos buenos amigos, le permitieron poder seguir
estudiando para el sacerdocio. En el seminario tenía otro compañero que,
como él, tenía menos memoria y menos aptitud para los estudios que los
demás, pero los dos sobresalían en piedad y en buena conducta y esto les
iba a ser inmensamente útil en la vida. El compañero se llamaba Juan
María Vianey, que después fue el Santo Cura de Ars, famoso en todo el
mundo.
Poco antes de recibir la ordenación sacerdotal, él y otros 12
compañeros hicieron el propósito de fundar una Comunidad religiosa que
propagara la devoción a la Sma. Virgen y fueron en peregrinación a un
santuario mariano a encomendar esta gracia. Marcelino logrará cumplir
este buen deseo de sus compañeros.
En 1816 fue ordenado sacerdote y lo nombraron como coadjutor o
vicario de un sacerdote anciano en un pueblecito donde los hombres
pasaban sus ratos libres en las cantinas tomando licor, y la juventud en
bailaderos nada santos, y la ignorancia religiosa era sumamente grande.
Marcelino se dedicó con toda su alma a tratar de acabar con las
borracheras y los bailaderos y a procurar instruir a sus fieles lo mejor
posible en la religión. Como tenía una especial cualidad para atraer a
la juventud, pronto se vio rodeado de muchos jóvenes que deseaban ser
instruidos en la religión. Y hasta tal punto les gustaba su clase de
catequesis, que antes de que abrieran la iglesia a las seis de la
mañana, ya estaban allí esperando en la puerta para entrar a escucharle.
Marcelino era todavía muy joven, apenas tenía 27 años, y ya resultó
fundando una nueva comunidad. Era de elevada estatura, robusto, de
carácter enérgico y amable a la vez. Alto en su aspecto físico y gigante
en la virtud. Le había consagrado su sacerdocio a la Virgen María, y en
una de sus visitas al Santuario Mariano de la Fourviere, recibió la
inspiración de dedicarse a fundar una congregación religiosa dedicada a
enseñar catecismo a los niños y a propagar la devoción a Nuestra Señora.
Eso sucedió en 1816, y una placa allá en dicho santuario recuerda
este importante acontecimiento. Lo que movió inmediatamente a Marcelino a
fundar la Comunidad de Hermanos Maristas fue el que al visitar a un
joven enfermo se dio cuenta de que aquel pobre muchacho ignoraba
totalmente la religión. Se puso a pensar que en ese mismo estado debían
estar miles y miles de jóvenes, por falta de maestros que les enseñaran
el catecismo. Lo preparó a bien morir, y se propuso buscar compañeros
que le ayudaran a instruir cristianamente a la juventud.
El 2 de enero de 1817 empezó la nueva comunidad de Hermanos Maristas
en una casita que era una verdadera Cueva de Belén por su pobreza. Sus
jóvenes compañeros se dedicaban a estudiar religión y a cultivar un
campo para conseguir su subsistencia. El santo los formaba rígidamente
en pobreza, castidad y obediencia, para que luego fueran verdaderamente
apóstoles. Pronto empezaron a llegar peticiones de maestros de religión
para parroquias y más parroquias.
Marcelino enviaba a los que ya tenía mejor preparados, y la casa se
le volvía a llenar de aspirantes. Siempre tenía más peticiones de
parroquias para enviarles hermanos catequistas, que jóvenes ya
preparados para ser enviados. Y como su casa se llenó hasta el extremo,
él mismo se dedicó ayudado por sus novicios, y aprovechando sus
conocimientos de albañilería, a ensanchar el edificio.
Ante todo, las labores de sus religiosos estaban todas dirigidas a
hacer conocer y amar más a Dios y a nuestra religión. El método empleado
era el de la más exquisita caridad con todos. Marcelino no podía
olvidar cómo una vez un profesor puso en público un sobrenombre
humillante a un alumno y entonces los compañeros de ese pobre muchacho
empezaron a humillarlo hasta desesperarlo. Por eso prohibió rotundamente
todo trato humillante para con los alumnos. Quitó los castigos físicos y
deprimentes. Le dio mucha importancia al canto como medio de hacer más
alegre y más eficaz la catequesis. Fue precursor de la escuela activa,
en la cual los alumnos participan positivamente en las clases. Cada
religioso debía dedicar una hora por día a prepararse en catequesis, y
en pedagogía para saber enseñar lo mejor posible.
La quinta esencia de la pedagogía de San Marcelino era su gran
devoción a la Virgen Santísima. Repetía a sus religiosos: “Todo en honor
de Jesús, pero por medio de María. Todo por María, para llevar hacia
Jesús”. Y les decía: “Nuestra Comunidad pertenece por completo a Nuestra
Señora la Madre de Dios. Nuestras actividades deben estar dirigidas a
hacerla amar, estimar y glorificar. Inculquemos su devoción a nuestros
jóvenes, y así los llevaremos más fácilmente hacia Jesucristo”.
Marcelino murió muy joven, apenas de 51 años el 6 de junio de 1840.
Los últimos años había sufrido de una gastritis aguda, y un cáncer al
estómago le ocasionó la muerte. Al morir dejaba 40 casas de Hermanos
Maristas. Ahora sus religiosos son más de 6,000 en 870 casas, en muy
diversos países. Marcelino Champagnat fue proclamado santo por el Papa
Juan Pablo II el 18 de abril de 1999.