Oh, San Roberto Belarmino, vos, sois,
el hijo del Dios la vida, y su
amado
santo y, el que, fama dio al significado
de vuestro nombre: “el que
brilla,
por su buena fama”. Pues, fuisteis
valientes defensor de la
Iglesia
Católica, contra los errores de los
protestantes. A las multitudes
atraíais,
con vuestros sermones, prédicas y
conferencias. Y, para vuestros
oyentes,
ídolo a ser, llegasteis, de manera
increíble. Predicador
preferido fuisteis
por los miles de universitarios de Roma
Lovaina y
París. Con anticipación
profesores y estudiantes, con horas
muchas,
“tomaban” las plazas, donde vos,
ibais a dar vuestras prédicas. Y,
cuando
se os anunciaba en los templos, éstos,
de “bote a bote” se
llenaban. Os, debemos
el maravilloso Catecismo Resumido, y, el
Explicado,
a vos gracias. Con “Las Controversias”,
pulverizasteis con sabiduría
admirable,
lo que los evangélicos y calvinistas decían.
Al cielo voló
vuestra alma, y, aunque
de noche vuestros funerales fueron, el gentío
os
arrobó con su calor y su amor. Y, Cristo
Jesús, Dios y Señor Nuestro, os ciñó
corona
de luz, como justo premio a vuestro amor;
oh, San Roberto
Belarmino, “el brillante”.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón
Delgado
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17 de Septiembre
San Roberto Belarmino
Cardenal Año 1621
San Roberto Belarmino: Pídele a Dios que nos envíe sabios defensores de la
Iglesia, que nos ayuden a librarnos de los ataques y errores de los
protestantes.
Roberto significa: “el que brilla por su buena fama”. (Ro: buena fama. Bert:
brillar). Belarmino quiere decir: “guerrero bien armado”. (Bel: guerrero. Armin:
armado). Este santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia
Católica contra los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y
llenos de argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes
protestantes exclamó al leer uno de ellos: “Con escritores como éste, estamos
perdidos. No hay cómo responderle”.
San Roberto nació en Monteluciano,
Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana del Papa Marcelo II. Desde niño
dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de sus compañeros y una
memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en latín, del poeta
Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y discusiones públicas
dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector del colegio de los
jesuitas en Montepulciano dejó escrito: “Es el más inteligente de todos nuestros
alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el futuro”.
Por ser sobrino de
un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su
santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos
sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: “De pronto, cuando más deseoso
estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy
rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a
tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad
donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad era la de
los padres jesuitas”. Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y
detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa comunidad para no ser
elegido ni obispo ni cardenal (porque los reglamentos de los jesuitas les
prohibían aceptar esos cargos) y fue el único obispo y cardenal de los Jesuitas
en ese tiempo.
Uno de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la
vida fue su mala salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando
decía: “Ojalá que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que
logren comprender a los débiles y enfermos”. Cada par de meses tenían que enviar
a Roberto a las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy
defectuosas. Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya de joven
seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía
multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de
palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones
fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían que
su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían inspiradas
desde lo alto.
Belarmino era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes.
Un superior enviado desde Roma para que le oyera los sermones que predicaba en
Lovaina, escribía luego: “Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan
extraordinariamente bien, como habla el padre Roberto”. Era el predicador
preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y
estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba
a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el
Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para
lograr verlo y escucharlo.
Al principio los sermones de Roberto estaban
llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como
muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin
haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se
propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual
prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día
consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había
obtenido antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió
totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con
argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino
transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después de haber sido
profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue llamado a
Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los Padres
Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que escribiera un
pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla. Escribió entonces
el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55 idiomas, y ha tenido 300
ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente superado por la S. Biblia y
por la Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, y pronto este
su nuevo catecismo estuvo en las manos de sacerdotes y catequistas en todos los
países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus
preciosos catecismos. Se llama controversia a una discusión larga y repetida, en
la cual cada contendor va presentando los argumentos que tiene contra el otro y
los argumentos que defienden lo que él dice.
Los protestantes (evangélicos,
luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros contra los
católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo Pontífice
encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los sacerdotes
para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una clase que se
llamaba “Las controversias”, para enseñar a sus alumnos a discutir con los
adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así: “Controversias”. En
ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo que decían los evangélicos y
calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida aparecieron el segundo y tercer
tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y catequistas de todas las naciones
encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para convencer a los
protestantes de lo equivocados que están los que atacan nuestra religión. San
Francisco de Sales cuando iba a discutir con un protestante llevaba siempre dos
libros: La S. Biblia y un tomo de las Controversias de Belarmino. En 30 años
tuvieron 20 ediciones estos sus famosos libros. Un librero de Londres exclamaba:
“Este libro me sacó de pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me
arregló mi situación económica”.
Los protestantes, admirados de encontrar
tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no lo había escrito
Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos sabios que le ayudaban.
Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su propio cerebro. El Santo
Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo
siguiente: “Este es el sacerdote más sabio de la actualidad”.
Belarmino se
negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de
Jesús prohiben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que
él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena
de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió
viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo
cuando era un simple sacerdote.
Al llegar a las habitaciones de Cardenal en
el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había en las paredes y las mandó
repartir entre las gentes pobres, diciendo: “Las paredes no sufren de frío”. Los
superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual
de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: “Es que fue mi
discípulo”.
En los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a
pasar semanas y semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar
y a obedecer tan humildemente como si fuera un sencillo novicio. En la elección
del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los
votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían muchos
enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante
cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco antes de morir escribió en su
testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres (lo que dejó no
alcanzó sino para costear los gastos de su entierro). Que sus funerales fueran
de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a
pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue
inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un
santo.
Murió el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho
porque había una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar.
Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia
en 1931.