Oh, San Marcelino Champagnat, vos,
sois el hijo del Dios de la vida, y que,
consagrado fuisteis a Nuestra Señora.
Crecisteis sin, a la escuela asistir, y erais
ya, fabuloso albañil y hábil negociante.
Por compañero tuvisteis a Juan María
Vianey, el “Santo Cura de Ars”, con el
cual os entendíais, de mil maravillas.
Dedicasteis, toda vuestra alma a acabar
con la libertina vida de la juventud de
aquél entonces, instruyéndolos en la
religión y la catequesis, por la que os
buscaban con afanosa entrega y amor.
Consagrasteis vuestro sacerdocio a
Nuestra Señora, y tan luego, fundasteis
la congregación de los Maristas Hermanos,
por método teniendo, “caridad con todos”.
Y, así, precursor fuisteis de la escuela activa.
Repetíais vos: “Todo en honor de Jesús,
pero por medio de María. Todo por María,
para llevar hacia Jesús”. Y agregabais:
“Nuestra Comunidad pertenece por
completo a Nuestra Señora, la Madre de
Dios. Nuestras actividades deben estar
dirigidas a hacerla amar, estimar y glorificar.
Inculquemos su devoción a nuestros jóvenes,
y así los llevaremos más fácilmente hacia
Jesucristo”. Y, vuestra estatura, nunca
fue más grande que vuestra virtud. Así,
luego de haber entregado con pasión vuestra
vida, y amor por los jóvenes; vuestra alma
voló al Padre, para, premio justo recibir:
coronado ser, con corona de luz y eternidad;
oh, San Marcelino Champagnat; “santo”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de junio
San Marcelino Champagnat
Fundador
Año 1840
Nació en 1789 cerca de Lyon, Francia. Su padre
que llegó a ser alcalde del pueblo, por defender y favorecer la religión tuvo
que sufrir mucho durante la revolución francesa. La mamá era sumamente devota de
la Virgen Santísima y le infundió una gran devoción mariana a Marcelino, desde
muy pequeño, y le consagró su hijo a la Madre de Dios. Una tía muy piadosa le
leía Vidas de Santos, y estas lecturas lo fueron entusiasmando por la vida de
apostolado. La lectura de las Vidas de Santos entusiasma mucho por la
virtud.
Creció sin asistir a la escuela, pero las
lecturas caseras lo fueron formando en un fuerte amor por la religión. Desde muy
niño demostró mucha capacidad para aprender la albañilería, y la practicó en su
niñez, y después este oficio le va a ser muy útil en sus fundaciones. También
era ágil para el negocio. Compraba corderitos, los engordaba, y luego los vendía
y así fue haciendo sus ahorros, con los cuales más tarde ayudará a costearse sus
estudios.
Terminada la revolución francesa, el Cardenal
Fresh (tío de Napoleón) se propuso conseguir vocaciones para el sacerdocio y
fundó varios seminarios. Cerca del pueblo de Marcelino abrieron un seminario
mayor y un sacerdote visitador llegó a la casa de los Champagnat a visitar a
alguno de los jóvenes a ingresar en el nuevo seminario. A Marcelino le
entusiasmó la idea, pero su padre y su tío decían que él no servía para los
estudios sino para los oficios manuales. Sin embargo el joven insistió y le
permitieron entrar en el seminario.
Como lo habían anunciado el papá y el tío, los
estudios le resultaron sumamente difíciles y estuvo a punto de ser echado del
seminario por sus bajas notas en los exámenes. Pero su buena conducta y el
hacerse repetir las clases por unos buenos amigos, le permitieron poder seguir
estudiando para el sacerdocio. En el seminario tenía otro compañero que, como
él, tenía menos memoria y menos aptitud para los estudios que los demás, pero
los dos sobresalían en piedad y en buena conducta y esto les iba a ser
inmensamente útil en la vida. El compañero se llamaba Juan María Vianey, que
después fue el Santo Cura de Ars, famoso en todo el mundo.
Poco antes de recibir la ordenación sacerdotal,
él y otros 12 compañeros hicieron el propósito de fundar una Comunidad religiosa
que propagara la devoción a la Sma. Virgen y fueron en peregrinación a un
santuario mariano a encomendar esta gracia. Marcelino logrará cumplir este buen
deseo de sus compañeros.
En 1816 fue ordenado sacerdote y lo nombraron
como coadjutor o vicario de un sacerdote anciano en un pueblecito donde los
hombres pasaban sus ratos libres en las cantinas tomando licor, y la juventud en
bailaderos nada santos, y la ignorancia religiosa era sumamente grande.
Marcelino se dedicó con toda su alma a tratar
de acabar con las borracheras y los bailaderos y a procurar instruir a sus
fieles lo mejor posible en la religión. Como tenía una especial cualidad para
atraer a la juventud, pronto se vio rodeado de muchos jóvenes que deseaban ser
instruidos en la religión. Y hasta tal punto les gustaba su clase de catequesis,
que antes de que abrieran la iglesia a las seis de la mañana, ya estaban allí
esperando en la puerta para entrar a escucharle.
Marcelino era todavía muy joven, apenas tenía
27 años, y ya resultó fundando una nueva comunidad. Era de elevada estatura,
robusto, de carácter enérgico y amable a la vez. Alto en su aspecto físico y
gigante en la virtud. Le había consagrado su sacerdocio a la Virgen María, y en
una de sus visitas al Santuario Mariano de la Fourviere, recibió la inspiración
de dedicarse a fundar una congregación religiosa dedicada a enseñar catecismo a
los niños y a propagar la devoción a Nuestra Señora.
Eso sucedió en 1816, y una placa allá en dicho
santuario recuerda este importante acontecimiento. Lo que movió inmediatamente a
Marcelino a fundar la Comunidad de Hermanos Maristas fue el que al visitar a un
joven enfermo se dio cuenta de que aquel pobre muchacho ignoraba totalmente la
religión. Se puso a pensar que en ese mismo estado debían estar miles y miles de
jóvenes, por falta de maestros que les enseñaran el catecismo. Lo preparó a bien
morir, y se propuso buscar compañeros que le ayudaran a instruir cristianamente
a la juventud.
El 2 de enero de 1817 empezó la nueva comunidad
de Hermanos Maristas en una casita que era una verdadera Cueva de Belén por su
pobreza. Sus jóvenes compañeros se dedicaban a estudiar religión y a cultivar un
campo para conseguir su subsistencia. El santo los formaba rígidamente en
pobreza, castidad y obediencia, para que luego fueran verdaderamente apóstoles.
Pronto empezaron a llegar peticiones de maestros de religión para parroquias y
más parroquias.
Marcelino enviaba a los que ya tenía mejor
preparados, y la casa se le volvía a llenar de aspirantes. Siempre tenía más
peticiones de parroquias para enviarles hermanos catequistas, que jóvenes ya
preparados para ser enviados. Y como su casa se llenó hasta el extremo, él mismo
se dedicó ayudado por sus novicios, y aprovechando sus conocimientos de
albañilería, a ensanchar el edificio.
Ante todo, las labores de sus religiosos
estaban todas dirigidas a hacer conocer y amar más a Dios y a nuestra religión.
El método empleado era el de la más exquisita caridad con todos. Marcelino no
podía olvidar cómo una vez un profesor puso en público un sobrenombre humillante
a un alumno y entonces los compañeros de ese pobre muchacho empezaron a
humillarlo hasta desesperarlo. Por eso prohibió rotundamente todo trato
humillante para con los alumnos. Quitó los castigos físicos y deprimentes. Le
dio mucha importancia al canto como medio de hacer más alegre y más eficaz la
catequesis. Fue precursor de la escuela activa, en la cual los alumnos
participan positivamente en las clases. Cada religioso debía dedicar una hora
por día a prepararse en catequesis, y en pedagogía para saber enseñar lo mejor
posible.
La quinta esencia de la pedagogía de San
Marcelino era su gran devoción a la Virgen Santísima. Repetía a sus religiosos:
“Todo en honor de Jesús, pero por medio de María. Todo por María, para llevar
hacia Jesús”. Y les decía: “Nuestra Comunidad pertenece por completo a Nuestra
Señora la Madre de Dios. Nuestras actividades deben estar dirigidas a hacerla
amar, estimar y glorificar. Inculquemos su devoción a nuestros jóvenes, y así
los llevaremos más fácilmente hacia Jesucristo”.
Marcelino murió muy joven, apenas de 51 años el
6 de junio de 1840. Los últimos años había sufrido de una gastritis aguda, y un
cáncer al estómago le ocasionó la muerte. Al morir dejaba 40 casas de Hermanos
Maristas. Ahora sus religiosos son más de 6,000 en 870 casas, en muy diversos
países. Marcelino Champagnat fue proclamado santo por el Papa Juan Pablo II el
18 de abril de 1999.