vida y su amada Beata, y también aquella santa criatura
que ofreciendo vuestra vida y la de la de vuestra madre
salvasteis a la que, en terrible pecado vivía. Si entregó
Cristo su vida por los pecados del mundo, vos lo imitasteis
entregando vuestra vida, por el ser que al mundo os trajo
y todo por el grande amor que teníais – y tenéis- por Jesús
Sacramentado y por María Auxiliadora; Señora Nuestra
de los cielos. “¡Que contenta se siente el alma a la hora
de la muerte, cuando se ama a Jesús y a María Santísima!
Gracias Jesús, gracias María”, fueron vuestras últimas
palabras y luego voló vuestra alma al cielo, para coronada
ser con corona de luz, como justo premio de vuestro amor
a Jesucristo. “Señor: que yo sufra todo lo que a Ti te parezca
bien, pero que mi madre se convierta y se salve”. ¡Aleluya!
¡Oh!, Beata Laura Vicuña, “viva luz, del amor por Jesús y María”.
© 2021 by Luis Ernesto Chacón Delgado
10 de Enero
Beata Laura Vicuña
Protectora de la dignidad y pureza de la mujer
La
hija que ofreció la vida por salvar a la madre. Nació en Santiago de
Chile, el 5 de abril de 1891 y murió en Argentina el 22 de enero de
1904, a la edad de sólo 13 años. El Papa Juan Pablo II la beatificó el 3
de septiembre de 1988.
Su padre es un alto militar y jefe
político de Chile. Una revolución derroca al gobierno y la familia
Vicuña tiene que salir huyendo, desterrados a 500 kilómetros de la
capital. Allá muere el papá y la familia queda en la miseria. Laura
tiene apenas dos años cuando queda huérfana de padre.
La mamá,
con sus dos hijas, Laura y Julia, emprende un larguísimo viaje de ocho
meses hacia las pampas de Argentina. Allá encuentra un ganadero brutal y
matón, y movida por su gran miseria, la pobre Mercedes se va a vivir
con él en unión libre. El hombre se llamaba Manuel Mora.
En 1900 Laura es internada en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en el colegio de Junín de los Andes.
Allí,
en clase de religión, al oír que la profesora dice que a Dios le
disgustan mucho los que viven en unión libre, sin casarse, la niña cae
desmayada de espanto. En la próxima clase de religión, cuando la
religiosa empieza a hablar otra vez de unión libre, la niña empieza a
palidecer. La profesora cambia de tema pero consulta el caso con la
hermana directora del colegio: “¿Por qué será que Laura Vicuña se asusta
tanto cuando se habla del pecado que es el vivir en unión libre?”. La
superiora le aconseja: “Vuelva a tratar de ese tema, y si ve que la niña
se asusta, cambie de tema”. Así lo hace.
Laurita se ha dado
cuenta de un gravísimo mal: su madre, el ser que ella más ama en el
mundo, después de Dios y la Virgen, su mamá Mercedes, vive en pecado
mortal y está en grave peligro de condenación eterna. ¡Es terrible!.
Y
Laura hace un plan: ofrecerá su vida a Dios, con tal de que la mamá
abandone a ese hombre con el cual vive en pecado. Comunica el plan al
confesor, el Padre Crestanello, salesiano. El le dice: “Mira que eso es
muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte
muy pronto”. Pero la niña está resuelta a salvar el alma de la mamá a
cualquier costo, y ofrece su vida al Señor Dios, en sacrificio para
salvar el alma de la propia madre.
En el colegio es admirada por
las demás alumnas como la mejor compañera, la más amable y servicial.
Las superioras se quedan maravilladas de su obediencia y del enorme amor
que siente por Jesús Sacramentado y por María Auxiliadora.
El
día de su primera comunión ofrece su vida en sacrificio a Jesús, y al
ser admitida como “Hija de María”, consagra su pureza a la Sma. Virgen
María.
Va a pasar vacaciones a donde vive su madre. Manuel Mora
trata de irrespetarla pero ella no lo permite. Prefiere ser abofeteada y
azotada brutalmente por él pero no admite ningún irrespeto a su virtud.
Manuel aprende a respetarla.
En una gran inundación que invade
el colegio. Laura por salvar la vida de las más pequeñas, pasa largas
horas de la noche entre las friísimas aguas sacando niñas en peligro, y
adquiere una dolorosa enfermedad en los riñones. Dios empieza a aceptar
el sacrificio que le ofreció por salvar el alma de su mamá.
Laura
empieza a palidecer y a debilitarse. Siente enorme tristeza al oír de
los superiores que no la podrán aceptar como religiosa porque su madre
vive en concubinato. Sigue orando por ella. Cae a cama. Dolores
intensísimos. Vómitos continuos. Se retuerce del dolor. La vida de Laura
se está apagando. “Señor: que yo sufre todo lo que a Ti te parezca
bien, pero que mi madre se convierta y se salve”.
Va a entrar en
agonía. La madre se acerca y ella le dice: ”Mamá, desde hace dos años
ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en
unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente”. Mamá:
¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas
perdón a Dios y empieces a vivir santamente?
“¡Ay hija mía!
Exclama doña Mercedes llorando, ¿entonces yo soy la causa de tu
enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande
has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a
vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida.
Desde hoy cambiará mi vida”.
Laura manda llamar al Padre
Confesor. “Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde
hoy mismo a aquel hombre”. Madre e hija se abrazan llorando.
Desde
aquel momento el rostro de Laura se torna sereno y alegre. Siente que
ya nada le retiene en esta tierra. La Divina Misericordia ha triunfado
en el corazón de su amadísma mamacita. Su misión en este mundo ya está
cumplida. Dios la llama al Paraíso.
Recibe la unción de los
enfermos y su última comunión. Besa repetidamente el crucifijo. A su
amiga que reza junto a su lecho de moribunda le dice: ¡Que contenta se
siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a
María Santísima!.
Lanza una última mirada a la imagen que está
frente a su cama y exclama: “Gracias Jesús, gracias María”, y muere
dulcemente. Era el 22 de enero de 1904. Iba a cumplir los 13 años.
La
madre tuvo que cambiarse de nombre y salir disfrazada de aquella región
para verse libre del hombre que la perseguía. Y el resto de su vida
llevó una vida santa.
Laura Vicuña ha hecho muchos milagros a los
que le piden que rece por ellos ante Nuestro Señor. Y el Papa Juan
Pablo II la declaró Beata en 1988.
Señor Jesús: Tú que concediste
a Laura Vicuña la gracia de ofrecer su vida por la salvación del alma
de su propia madre, concédenos también a todos nosotros la gracia de
obtener buenas obras, la conversión y salvación de muchos pecadores.
Amén.
(https://www.aciprensa.com/noticias/video-hoy-se-celebra-a-la-beata-laura-vicuna-protectora-de-la-dignidad-y-pureza-de-la-mujer-32808)