
¡Oh!, San Ignacio de Loyola, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y que, Pamplona, vuestra
tierra defendisteis, hasta herido caer, y convaleciente,
obró la divina providencia en vos, y así, en amante
de la teología os convertisteis de un momento a otro,
tanto, que gustabais de las lecturas de piadosos
libros. Y, allí, descubristeis, en la vida de Jesús, y
en la lectura de la vida de los Santos, vuestra vocación
verdadera. Interiores y constantes luchas os acosaron,
entre piadosos deseos y los del mundo, hasta que, a los
primeros venciendo, escogisteis, poneros al servicio
de la fe, en un apostolado prístino. Así, nuevamente la
providencia divina, hizo carne y os dirigió al Santuario
de Nuestra Señora de Montserrat, y, haciendo confesión
sincera, vuestra espada y vuestras ropas de combatiente
a sus pies santos dejasteis, haciendo votos de pobreza,
una vida comenzasteis, de oración y penitencia llenas,
dedicándoos en cuerpo y alma, a amar a Dios, sobre todas
las cosas. Con vuestros santos escritos y con vuestros
discípulos Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón,
Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla, y, con vos, a la cabeza,
la “Compañía de Jesús”, fundasteis, en especial día: el
de de la Asunción de María, y con la cual, intensamente
trabajasteis por la reforma de Nuestra Santa Madre Iglesia.
Vuestro libro “Ejercicios Espirituales”, preciosa joya es,
para domar el alma y alejar los sentidos del mundo. Vuestra
obra, llena de portentos, continúa hoy, y poderosa se yergue
y expande, por todo el orbe de la tierra, tal y conforme,
lo había ya, sentenciado Jesús, Dios y Señor Nuestro. Y,
vos, que vuestra santa vida la gastasteis hasta el fin, y
entregasteis vuestra alma al cielo, recibisteis corona
de gloria, como premio a vuestra entrega de amor y fe;
“Santo Patrono de los ejercicios espirituales del mundo”;
¡oh!, San Ignacio de Loyola, “amor, pluma y luz de Cristo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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31 de Julio
San Ignacio de Loyola
Fundador de los Jesuitas
Año 1556
San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como tí deseamos extender el Reino de Cristo, y hacer amar más a nuestro Divino Salvador. “Todo para mayor Gloria de Dios” (San Ignacio)
San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, 
norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el límite con
 Francia. Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz, de 
familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres 
mujeres. El más joven de todos fue Ignacio. El nombre que le pusieron en
 el bautismo fue Iñigo.
Entró a la carrera militar, pero en 1521, a la edad de 30 años, 
siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo 
de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo capituló 
ante el ejército francés. Los vencedores lo enviaron a su Castillo de 
Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en
 la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo 
atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió
 ni una queja. Los médicos se admiraban. Para que la pierna operada no 
le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por 
semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo quedó
 cojo para toda la vida.
A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy 
elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había aprendido
 en la Corte en su niñez. Mientras estaba en convalecencia pidió que le 
llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e 
imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que “La 
vida de Cristo” y el “Año Cristiano”, o sea la historia del santo de 
cada día. Y le sucedió un caso muy especial. Antes, mientras leía 
novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero
 después quedaba con un sentimiento horrible de tristeza y frustración .
 En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos 
sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo fue 
impresionando profundamente.
Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: “¿Y por 
qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de 
espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de 
ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban 
hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al 
grado que ellos alcanzaron?”. Y después se iba a cumplir en él aquello 
que decía Jesús: “Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos, 
porque su deseo se cumplirá” (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los 
psicólogos: “Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás”.
Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche se le apareció
 Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló 
inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a 
gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo. Apenas terminó su 
convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen 
de Monserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer 
penitencia por sus pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un 
pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general 
de toda su vida.
Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de 
Monserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de 
Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y
 a la meditación. Allá se le ocurrió la idea de los Ejercicios 
Espirituales, que tanto bien iban a hacer a la humanidad. Después de 
unos días en los cuales sentía mucho gozo y consuelo en la oración, 
empezó a sentir aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera 
espiritual. A esta crisis de desgano la llaman los sabios “la noche 
oscura del alma”. Es un estado dificultoso que cada uno tiene que pasar 
para que se convenza de que los consuelos que siente en la oración no se
 los merece, sino que son un regalo gratuito de Dios.
Luego le llegó otra enfermedad espiritual muy fastidiosa: los 
escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto casi lo lleva a
 la desesperación. Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que sentía y
 estos datos le proporcionaron después mucha habilidad para poder 
dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias 
experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Allí orando en 
Manresa adquirió lo que se llama “Discreción de espíritus”, que consiste
 en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son 
los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A
 un amigo suyo le decía después: “En una hora de oración en Manresa 
aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender 
asistiendo a universidades”.
En 1523 se fue en peregrinación a Jerusalén, pidiendo limosna por el 
camino. Todavía era muy impulsivo y un día casi ataca a espada a uno que
 hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron que no se quedara en
 Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo. Después fue 
adquiriendo gran bondad y paciencia. A los 33 años empezó como 
estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio 
eran mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con 
admirable paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para 
elevar su alma a Dios y adorarlo.
Después pasó a la Universidad de Alcalá. Vestía muy pobremente y 
vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles religión; hacía reuniones
 de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad, y convertía 
pecadores hablándoles amablemente de lo importante que es salvar el 
alma. Lo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos 
meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, pero había gente que
 lo perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos como un medio que
 Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: 
“No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo
 deseo sufrir por amor a Jesucristo”.
Se fue a Paris a estudiar en su famosa Universidad de La Sorbona. 
Allá formó un grupo con seis compañeros que se han hecho famosos porque 
con ellos fundó la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco 
Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla. 
Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo a 
todos. Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y 
pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se 
comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que
 él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.
Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió muy bien y les dio 
permiso de ser ordenados sacerdotes. 
Ignacio, que se había cambiado por 
ese nombre su nombre antiguo de Íñigo, esperó un año desde el día de su 
ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para 
prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor. San Ignacio se
 dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al 
pueblo. Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y 
colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas. Se 
propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente.
En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada “Compañía de 
Jesús” o “Jesuitas”. El Superior General de la nueva comunidad fue San 
Ignacio hasta su muerte. En Roma pasó todo el resto de su vida. 
Era 
tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: “Estaría 
dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi 
comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador”. Fundó casas de su 
congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a 
evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron
 martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y 
Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A 
San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más 
célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San 
Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en España. San 
Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.
El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el 
cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en 
la célebre Universidad Gregoriana. Los jesuitas fundados por San Ignacio
 llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y 
combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les 
recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario 
pero que se presentaran muy instruidos para combatirlos. El deseaba que 
el apóstol católico fuera muy instruido.
El libro más famoso de San Ignacio se titula: “Ejercicios 
Espirituales” y es lo mejor que se ha escrito acerca de como hacer bien 
los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este 
maravilloso libro. 
Duró 15 años escribiéndolo. Su lema era: “Todo para 
mayor gloria de Dios”. Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y 
pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor 
obedecido. En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de 
Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. A todos y cada uno 
trataba de formarlos muy bien espiritualmente.
Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la 
curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que se 
iba a morir, y murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 
años. En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró 
Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de
 Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia Católica.
 
