Texto del Evangelio (Lc 19,1-10):En aquel
tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado
Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era
Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió
más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que
pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».
El
bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos
murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis
bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado,
le restituiré cuatro veces más». Jesús le contestó: «Hoy ha sido la
salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo
del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
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«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)
Hoy, la narración evangélica parece como el cumplimiento de la
parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14). Humilde y sincero
de corazón, el publicano oraba en su interior: «Oh Dios, ten compasión
de mí, que soy un pecador» (Lc 18,13); y hoy contemplamos cómo
Jesucristo perdona y rehabilita a Zaqueo, el jefe de publicanos de
Jericó, un hombre rico e influyente, pero odiado y despreciado por sus
vecinos, que se sentían extorsionados por él: «Zaqueo, baja en seguida,
porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (Lc 19,5). El perdón divino
lleva a Zaqueo a convertirse; he aquí una de las originalidades del
Evangelio: el perdón de Dios es gratuito; no es tanto por causa de
nuestra conversión que Dios nos perdona, sino que sucede al revés: la
misericordia de Dios nos mueve al agradecimiento y a dar una respuesta.
Como
en aquella ocasión Jesús, en su camino a Jerusalén, pasaba por Jericó.
Hoy y cada día, Jesús pasa por nuestra vida y nos llama por nuestro
nombre. Zaqueo no había visto nunca a Jesús, había oído hablar de Él y
sentía curiosidad por saber quién era aquel maestro tan célebre. Jesús,
en cambio, sí conocía a Zaqueo y las miserias de su vida. Jesús sabía
cómo se había enriquecido y cómo era odiado y marginado por sus
convecinos; por eso, pasó por Jericó para sacarle de ese pozo: «El Hijo
del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc
19,10).
El encuentro del Maestro con el publicano cambió
radicalmente la vida de este último. Después de haber oído el Evangelio,
piensa en la oportunidad que Dios te brinda hoy y que tú no debes
desaprovechar: Jesucristo pasa por tu vida y te llama por tu nombre,
porque te ama y quiere salvarte, ¿en qué pozo estás atrapado? Así como
Zaqueo subió a un árbol para ver a Jesús, sube tú ahora con Jesús al
árbol de la cruz y sabrás quien es Él, conocerás la inmensidad de su
amor, ya que «elige a un jefe de publicanos: ¿quién desesperará de sí
mismo cuando éste alcanza la gracia?» (San Ambrosio).
Pensamientos para el Evangelio de hoy
- «Con la misma rapidez, espontaneidad y alegría espiritual con la que le recibió este hombre en su casa, que nuestro Señor, nos conceda la gracia de recibir su Santísimo Cuerpo y Sangre, su Alma y su Divinidad» (Santo Tomás More)
- «En la casa de Zaqueo, desde ese día, entró la alegría, entró la paz, entró la salvación, entró Jesús» (Francisco)
- «Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados; también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta a su mesa (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.443)