¡Oh!, San Valentín, vos, sois el hijo del Dios de la vida, y
su amado santo y mártir, y que, de manera solícita, abrazasteis
la gloriosa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y que, de amor
lleno, difundisteis con fervor las gracias que, por vuestra fe,
Aquél que todo lo ve y juzga, os dio para su eterna gloria.
“Si conocierais, señor, el don de Dios, y quién es Aquel a quien
yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan soberano
dueño, y abjurando del culto de los falsos dioses adoraríais
conmigo al solo Dios verdadero”. Así, os respondisteis al impío
emperador. Y, así, antes de vuestro martirio os pusieron a prueba
vuestra fe, para que devolvieses la visión a la hija del juez.
Y, vos, clamando a Dios, dijisteis: “Tú que eres, Señor, la luz
verdadera, no se la niegues a ésta tu sierva”. Y, Él, os escuchó,
ante la mirada absorta de vuestros captores. Y, aquella niña
inocente, volvió a la luz y, por ella, a su incrédula familia
convertisteis y a quienes os vieron, antes de marcharos a
la gloria de Dios. Y, vos, después de haberos sido encarcelado,
de cadenas cargado, y apaleado con varas nudosas hasta los huesos
quebraros, vuestra alma, voló rauda al cielo, luego de que os
degollaron, para corona de luz recibir, como justo premio a
vuestra entrega de amor. San Francisco de Sales, con juicio y
exquisitez a los jóvenes comprometidos, aconseja que vuestras
santas virtudes se imiten, rogando a vos, que alcancéis del
Señor, a la juventud cristiana que al matrimonio camina,
el don del puro amor, el amor santificador de la vida familiar.
Patrón de los hogares y del amor conyugal y de los enamorados;
¡oh!, San Valentín, “vivo amor por la familia y los enamorados”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Febrero
San Valentín
Presbítero y Mártir
Patrón de los hogares y del amor conyugal
Mártir en Roma a finales del siglo III. Entre el pueblo, el día de
San Valentín está considerado como «día de la suerte», sobre todo en
Alemania; y en Francia, Bélgica, Inglaterra y especialmente América,
como «día de los enamorados», en que éstos se hacen promesas,
felicitaciones y regalos. Esta costumbre y aquella supersticiosa idea,
obedecen a diversos orígenes folklóricos y también al prestigio popular
del Santo como milagrero.
El árbol maravilloso del Cristianismo necesita siempre del riego
fertilizante de la sangre de los mártires. Árbol que brotó de las ondas
de un manantial divino en la cima del Calvario, sus primeros brotes
adquirieron vigor y frescura en las rojas oleadas que alzaron las
persecuciones de los primeros siglos de la Iglesia.
En sus tiempos primitivos, como en el siglo XX, en que vivimos, el
cristianismo sigue vigorizándose con la sangre de sus héroes. Nunca han
faltado ni jamás faltarán en la Iglesia de Cristo estos testigos de fe,
que llegan hasta la generosa entrega de la vida.
La mayor parte de noticias que de San Valentín romano han llegado
hasta nosotros proceden de unas actas apócrifas; por esta causa se hace
difícil conocer con exactitud su vida e incluso distinguir entre los
hechos que realmente le pertenecen y los de las vidas de otros varios
santos que llevan su mismo nombre y que la iglesia desde muchos siglos
venera también como mártires. Reseñaremos los que se le atribuyen
unánimemente.
Con todo, lo importante en la historia de San Valentín, como en la
vida de cuantos cristianos han sido elevados por la Iglesia al honor de
los altares, es que seamos capaces de captar la lección que nos traen y
que es, en definitiva, el fin principal que la ha movido a darles culto.
San Valentín es para nosotros una ciertísima lección de vida
cristiana, llevada hasta el heroísmo, hasta la más plena identificación
con Cristo: el martirio.
Situémonos a finales del siglo III. Es la era de los mártires. Por todo el Imperio romano corre el huracán de la persecución.
Valentín, presbítero romano, residía en la capital del Imperio,
reinando Claudio II. Su virtud y sabiduría le habían granjeado la
veneración de los cristianos y de los mismos paganos. Por su gran
caridad se había hecho merecedor del nombre de padre de los pobres.
No podía ser desconocida de la corte imperial la influencia que
ejercía en todos los ambientes romanos, y quiso el mismo emperador
conocerlo personalmente. Valentín, en aquella entrevista, no dejaría de
interceder en favor de su fe católica y contra el estado de persecución
en que a menudo se encontraba sumida la Iglesia.
El soberano, que estaba interesado en granjearse la amistad y la
colaboración del inteligente sacerdote cristiano, escuchó con agrado sus
razones. Por eso intentó disuadirle del que él creía exagerado
fanatismo; a lo que replicó Valentín evangélicamente: «Si conocierais,
señor, el don de Dios, y quién es Aquel a quien yo adoro, os tendríais
por feliz en reconocer a tan soberano dueño, y abjurando del culto de
los falsos dioses adoraríais conmigo al solo Dios verdadero».
Asistieron a la entrevista, un letrado del emperador y Calfurnio,
prefecto de la ciudad, quienes protestaron enérgicamente de las
atrevidas palabras dirigidas contra los dioses romanos, calificándolas
de blasfemas. Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo
y se produjeran tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado con arreglo
a las leyes.
Interrogado por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó
haciendo profesión de su fe, afirmando que es Jesucristo «la única luz
verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo».
El juez, que tenía una hija ciega, al oír estas palabras,
pretendiendo confundirle, le desafió: «Pues si es cierto que Cristo es
la luz verdadera, te ofrezco ocasión de que lo pruebes; devuelve en su
nombre la luz a los ojos de mi hija, que desde hace dos años están
sumidos en las tinieblas, y entonces yo seré también cristiano».
Valentín hizo llamar a la joven a su presencia, y elevando a Dios su
corazón lleno de fe, hizo sobre sus ojos la señal de la cruz,
exclamando: «Tú que eres, Señor, la luz verdadera, no se la niegues a
ésta tu sierva».
Al pronunciar estas palabras, la muchacha recobró milagrosamente la
vista. Asterio y su esposa, conmovidos, se arrojaron a los pies del
Santo, pidiéndole el Bautismo, que recibieron, juntamente con todos los
suyos, después de instruidos en la fe católica.
El emperador se admiró del prodigio realizado y de la conversión
obrada en la familia de Asterio; y aunque deseara salvar de la muerte al
presbítero romano, tuvo miedo de aparecer, ante el pueblo, sospechoso
de cristianismo. Y San Valentín, después de ser encarcelado, cargado de
cadenas, y apaleado con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos,
unióse íntima y definitivamente con Cristo, a través de la tortura de su
degollación.
¿Por qué el folklore se ha venido aliando tan intensamente y en
tantos países con la festividad de San Valentín romano? Y reduciendo la
cuestión: ¿Por qué se atribuye a San Valentín el patronazgo sobre el
amor humano, atribución que es, evidentemente, el origen y la
explicación de todas las restantes manifestaciones de la devoción o de
la simpatía popular al Santo?
Aparte la posible trasposición de algún hecho, tradición o leyenda,
de otros Valentines al mártir de Roma, que explicaría ciertas
expansiones, dicha atribución puede ser debida a dos motivos,
separadamente considerables o perfectamente conjuntables:
1º Nuestro San Valentín fue martirizado en la Via Flaminia hacia el
año 270, seguramente en los inicios de la primavera, cuando en la
naturaleza se anticipa el júbilo expectativo de la fecundidad y de la
pujanza. En los siglos antiguos y medievales, empiezan a venir a Roma
numerosos peregrinos, entrando por la Puerta Flaminia, que se llamó
Puerta de San Valentín, porque allí, en recuerdo de su martirio, el Papa
Julio I, en el siglo IV, mandó construir en su honor una basílica.
Esos romeros coincidían con los días del aniversario del Santo; y de
retorno a sus países, se llevarían de él o de su templo alguna reliquia o
memoria. Ahora bien: no es cosa rara en la primitiva Iglesia el empeño
de cristianizar fiestas o costumbres de matiz pagano, y en primavera no
faltaban en la Roma gentílica festejos dedicados al amor y a sus
divinidades. Fácilmente se inclinaría a los fieles a invocar a San
Valentín —mártir primaveral— como protector del amor honesto. La
invocación brotaría en Roma y sería transportada por los romeros a sus
tierras y naciones, principalmente por los que cruzaban la Puerta
Flaminia, norte arriba de Europa.
2º motivo: Hemos hecho notar el prestigio de que gozaba el Santo como
sacerdote. ¡En cuántas familias sería efectiva su influencia, cuántos
enlaces matrimoniales habría bendecido! Positivamente, no faltan
noticias biográficas tradicionales que así lo afirman.
En las Catacumbas y en casas de cristianos, no sumarían cantidad
exigua los que habían sido asistidos por su presencia presbiteral al
unirse, por el Santo Sacramento que los hizo esposos. Es natural que,
después de su martirio, se le adjudicase la advocación de Patrón de los
hogares y del amor conyugal.
Trábense estas consideraciones, y quedarán perfectamente señalados
los orígenes de la devoción típica y del costumbrario en homenaje al
Santo.
Lo cierto es que éste se conserva floreciente en los países del Norte europeo y americano.
Cosa curiosa: ya en el siglo XVII, ciertos protestantes lo censuraban
como de cuño papista y, al mismo tiempo, pagano. Le reconocía cierto
matiz pagano, San Francisco de Sales. Pero, saturado como siempre de
buen juicio y de exquisita prudencia, lo que hace él es aconsejar a los
jóvenes prometidos que imiten las virtudes de San Valentín. Esto es lo
que hay que desear, principalmente; rogando al excelso presbítero mártir
que alcance del Señor, a la juventud cristiana que al matrimonio
camina, el don del puro amor, santificador de la vida familiar.