19 agosto, 2012

San Juan Eudes



Oh, San Juan Eudes, vos, sois el hijo 
del Dios de la vida y, su amado Santo, 
que famosa hicisteis entre los creyentes,
la frase vuestra: “Para ofrecer bien una 
Eucaristía se necesitarían tres eternidades: 
una para prepararla, otra para celebrarla 
y una tercera para dar gracias”. Y, vos, 
amante de las predicaciones, lo hicisteis
por los campos y ciudades, con ardor de 
corazón. Monseñor Camus, afirmaba de vos 
así: “Yo he oído a los mejores predicadores 
de Italia y Francia y puedo asegurar que 
ninguno de ellos conmueve tanto a las 
multitudes, como este buen padre Juan 
Eudes”. Y, razón no le faltaba, pues las 
gentes de vuestro tiempo, decían de vos,
con firmeza: “En la predicación es un león, 
y en la confesión un cordero”. Y, viendo 
vos, que para atraer al pueblo, necesario 
era, el de tener buenos y santos sacerdotes, 
habría que también, formarlos en adecuados 
seminarios, para que recibieran esmerada 
preparación. Por ello, fundasteis seminarios
varios, que propugnaron el resurgir religioso 
del tiempo vuestro. Así, fundasteis la 
"Congregación de Jesús y María", dedicada 
a dirigir seminarios y, a la predicación. Y, 
también, la "Comunidad de las Hermanas de 
Nuestra Señora del Refugio", que hasta hoy, 
se encarga de las jóvenes en peligro, y, 
de la que surgió, la "Comunidad de religiosas 
del Buen Pastor". También propagasteis 
nuevas devociones, tan populares como "La 
devoción al Corazón de Jesús" y "la devoción 
al Corazón de María. Escritor como erais,
nos dejasteis: “El Admirable Corazón de la 
Madre de Dios” y, “La devoción al Corazón 
de Jesús”. Por ello, el Papa San Pío X, os 
llamó: “El apóstol de la devoción a los 
Sagrados Corazones”. Para nuestros sacerdotes 
os legasteis, dos joyas de inapreciable valor: 
“El buen Confesor”, y “El predicador apostólico”. 
Anduvisteis, por este mundo, enseñando a 
amar los corazones de Jesús y María y, ellos, 
al fin, os recompensaron, con corona de luz 
eterna, como justo premio a vuestro amor y luz;
oh, San Juan Eudes, "corazón de Jesús y María".


© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de Agosto
San Juan Eudes
Fundador
Año 1680

San Juan Eudes: no dejes de rogar cada día por esas tres clases de personas que tanto ayudaste durante tu vida de apostolado: los seminaristas, los sacerdotes, y las mujeres en peligro. Tu oración les puede hacer inmenso bien.


Este santo compuso una frase que se ha hecho famosa entre los creyentes. Dice así: “Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias”.

Nació en un pueblecito de Francia, llamado Ri (en Normandía) en el año 1601. Sus padres no tenían hijos e hicieron una peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y Dios les concedió este hijo, y después de él otros cinco. Ya desde pequeño demostraba gran piedad, y un día cuando un compañero de la escuela lo golpeó en una mejilla, él para cumplir el consejo del evangelio, le presentó la otra mejilla.

Estudio en un famoso seminario de París, llamado El Oratorio, dirigido por un gran personaje de su tiempo, el cardenal Berulle, que lo estimaba muchísimo. Al descubrir en Juan Eudes una impresionante capacidad para predicar misiones populares, el Cardenal Berulle lo dedicó apenas ordenado sacerdote, a predicar por los pueblos y ciudades. Predicó 111 misiones, con notabilísimo éxito. Un escritor muy popular de su tiempo, Monseñor Camus, afirmaba: “Yo he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y puedo asegurar que ninguno de ellos conmueve tanto a las multitudes, como este buen padre Juan Eudes”.

Las gentes decían de él: “En la predicación es un león, y en la confesión un cordero”. San Juan Eudes se dio cuenta de que para poder enfervorizar al pueblo y llevarlo a la santidad era necesario proveerlo de muy buenos y santos sacerdotes y que para formarlos se necesitaban seminarios donde los jóvenes recibieran muy esmerada preparación. Por eso se propuso fundar seminarios en los cuales los futuros sacerdotes fueran esmeradamente preparados para su sagrado ministerio. En Francia, su patria, fundó cinco seminarios que contribuyeron enormemente al resurgimiento religioso de la nación.

Con los mejores sacerdotes que lo acompañaban en su apostolado fundó la Congregación de Jesús y María, o padres Eudistas, comunidad religiosa que ha hecho inmenso bien en el mundo y se dedica a dirigir seminarios y a la predicación.

En sus misiones lograba el padre que muchas mujeres se arrepintieran de su vida de pecado, pero desafortunadamente las ocasiones las volvían a llevar otra vez al mal. Una vez una sencilla mujer, Magdalena Lamy, que había dado albergue a varias de esas convertidas, le dijo al santo al final de una misión: “Usted se vuelve ahora a su vida de oración, y estas pobres mujeres se volverán a su vida de pecado; es necesario que les consiga casas donde se puedan refugiar y librarse de quienes quieren destrozar su virtud”. El santo aceptó este consejo y fundó la Comunidad de las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio para encargarse de las jóvenes en peligro. De esta asociación saldrá mucho después la Comunidad de religiosas del Buen Pastor que tienen ahora en el mundo 585 casas con 7,700 religiosas, dedicadas a atender a las jóvenes en peligro y rehabilitar a las que ya han caído.

Este santo propagó por todo su país dos nuevas devociones que llegaron a ser sumamente populares: La devoción al Corazón de Jesús y la devoción al Corazón de María. Y escribió un hermoso libro titulado: “El Admirable Corazón de la Madre de Dios”, para explicar el amor que María ha tenido por Dios y por nosotros. Él compuso también un oficio litúrgico en honor del corazón de María, y en sus congregaciones celebraba cada año la fiesta del Inmaculado Corazón.

Otro de sus Libros se titula: “La devoción al Corazón de Jesús”. Por eso el Papa San Pío X llamaba a San Juan Eudes: “El apóstol de la devoción a los Sagrados Corazones”. Redactó también dos libros que han hecho mucho bien a los sacerdotes: “El buen Confesor”, y “El predicador apostólico”. Murió el 19 de agosto de 1680. Su gran deseo era que de su vida y de su comportamiento se pudiera repetir siempre lo que decía Jesús: “Mi Padre celestial me ama, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada”.