30 septiembre, 2012

San Jerónimo, Traductor de la Sagrada Biblia





Oh, San Jerónimo, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo,
y el que, la Sagrada Biblia amando,
la estudiasteis y practicasteis, honor
haciendo, al significado de vuestro
nombre: “sagrado nombre”. Vuestra
vida, la pasabais a Cicerón, Virgilio
Horacio, Tácito, Homero y Platón
leyendo y memorizando. Pero, de aquél
sueño luego, que sólo vos conocéis,
dijisteis: “Nunca más me volveré a
trasnochar por leer libros paganos”.
Y, dicho ello, al desierto marchasteis,
a penitencias hacer por vuestros pecados.
Y, sabia decisión tomasteis, la Biblia
Traduciendo para el pueblo. Y, entonces
brilló la Vulgata en la Iglesia Católica,
por quince siglos. En la tierra de Jesús,
y Belén, vuestros últimos años vivisteis,
conventos levantando y, prestando
vuestra sabiduría y vuestro apoyo
espiritual. “Jerónimo ¿Qué me vais a
regalar en mi cumpleaños?” Os preguntó
el Niño Jesús. Y, vos, respondisteis:
“Señor os regalo mi salud, mi fama,
mi honor, para que dispongas de todo
como mejor te parezca” Y, el Niño Jesús,
añadió: “¿Y ya no me regalas nada más?”
¡Oh! mi amado Salvador, -exclamasteis-,
por Vos, repartí ya mis bienes entre
los pobres. Por Vos, he dedicado mi
tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras…
¿Qué más os puedo regalar? Si quisieras,
os daría mi cuerpo para que lo quemaras
en una hoguera y así poder desgastarme
todo por Vos” Y, el Divino Niño os dijo:
“Jerónimo: regaladme vuestros pecados
para perdonároslos” Y, vos, llorasteis
de emoción y exclamasteis: “¡Loco debéis
estar de amor, cuando me pedís esto!”.
Y, os disteis cuenta que, lo que más desea
Dios, es que, le ofrezcamos los pecadores,
un corazón arrepentido y humillado.
Patrono de todos los que, enseñan a
comprender y entender las escrituras,
voló, al cielo vuestra alma, dejándonos
la Palabra Eterna de Dios. Y, vos, coronado
estáis hoy, con corona de luz y eternidad;

oh, San jerónimo, “luz y nombre sagrado”.

© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Septiembre
San Jerónimo
Doctor de la Iglesia y Traductor de la Sagrada Biblia



Martirologio Romano: Memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, cultivando con esmero todos los saberes, y allí recibió el bautismo cristiano. Después, captado por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética yendo a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, fijando su residencia en Belén de Judea vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe de muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegando a una edad provecta, descansó en la paz del Señor (420).

Etimología: Jerónimo = Aquel que lleva nombre santo, viene del griego.
El IV siglo después de Cristo, que tuvo su momento importante en el 380 con el edicto del emperador Teodosio que ordenaba que la fe cristiana tenía que ser adoptada por todos los pueblos del imperio, está repleto de grandes figures de santos: Atanasio, Hilario, Ambrosio, Agustín, Crisóstomo, Basilio y Jerónimo.

Este último nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Su espíritu es enciclopédico: su obra literaria nos revela al filósofo, al retórico, al gramático, al dialéctico, capaz de pensar y escribir en latín, en griego, en hebreo; escritor rico, puro y robusto al mismo tiempo. A él se debe la traducción al latín del Antiguo y del Nuevo Testamento, que llegó a ser, con el titulo de Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.

Jerónimo es de una personalidad fortísima: en cualquier parte a donde va suscita entusiasmos o polémicas. En Roma fustiga los vicios y las hipocresías y también preconiza nuevas formas de vida religiosa, atrayendo a ellas a algunas mujeres influyentes patricias de Roma, que después lo siguen en la vida eremítica de Belén.
La huída de la sociedad de este desterrado voluntario se debió a su deseo de paz interior, no siempre duradero, porque de vez en cuando reaparecía con algún nuevo libro. Los rugidos de este “león del desierto” se hacían oír en Oriente y en Occidente. Sus violencias verbales iban para todos. Tuvo palabras duras para Ambrosio, para Basilio y hasta para su amigo Agustín que tuvo que pasar varios tragos amargos. Lo prueba la correspondencia entre los dos grandes doctores de la Iglesia, que se conservan casi en su totalidad. Pero sabía suavizar sus intemperancias de carácter cuando el polemista pasaba a ser director de almas.

Cuando terminaba un libro, iba a visitar a las monjas que llevaban vida ascética en un monasterio no lejos del suyo. El las escuchaba, contestando sus preguntas. Estas mujeres inteligentes y vivas fueron un filtro para sus explosiones menos oportunas y él les pagaba con el apoyo y el alimento de una cultura espiritual y biblica. Este hombre extraordinario era consciente de sus limitaciones y de sus propias faltas. Las remediaba dándose golpes de pecho con una piedra. Pero también se daba cuenta de sus méritos, tan es así que la larga lista de los hombres ilustres, de los que hizo un breve pero precioso resumen (el De viris illustribus) termina con un capítulo dedicado a él mismo. Murió a los 72 años, en el 420, en Belén.