29 noviembre, 2015

Primer Domingo de Adviento

 

¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Oíd y escuchad hermanos míos
las palabras de Jesús, que por
Lucas evangelista sabemos
pues, certeras son cuando dice:
“Tengan cuidado: que sus corazones
no se entorpezcan por el exceso
de comida, por las borracheras y
las preocupaciones de la vida,
porque ese día caerá de improviso
sobre ustedes; ese día será como
una trampa en la que caerán atrapados
todos los habitantes de la tierra.
Estén siempre vigilantes y oren en
todo el tiempo para escapar de todo
lo que ha de ocurrir y puedan
mantenerse en pie ante el Hijo del hombre”.
Y, si esto no os basta oíd a
Isaías, cuando dice: “Nadie invocaba
Vuestro nombre, nadie salía
del letargo para adherirse a Vos,
porque Vos, nos escondías Vuestro rostro y
nos entregabais a nuestras maldades”.
Y, con María Virgen, Madre Vuestra y
Señora Nuestra guía de vuestro adviento,
digamos junto al Profeta del Señor,
– Isaías -: “Señor, Vos, sois Nuestro
Padre; nosotros somos de arcilla y
Vos, el que nos plasma, todos nosotros
somos obra de Vuestras manos”
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!


© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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1° de Diciembre
Primer Domingo de Adviento
Autor: SS Benedicto XVI
Fuente: Catholic.net


Adviento: tiempo en el que se despiertan los corazones ¡Velad!
Es una llamada a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”
.

Palabras de SS Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus en el primer domingo de Adviento, 27 noviembre 2011

¡Queridos hermanos y hermanas!

Iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

“¡Velad!”. Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad,por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar con una sentida oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en un cierto momento dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades” (Is 64,6).

¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.


En realidad, el verdadero “dueño” del mundo no es el hombre, sino Dios.

El Evangelio dice: “Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos” (Mc 13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “amo”, sino de un Padre y de un Amigo.

Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta: “Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos de arcilla y tu el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos” (Is 64,7).

(http://es.catholic.net/meditaciondehoy/)


Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (21,25-28.34-36)


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros temblarán. Entonces, verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.»

REFLEXIÓN

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.

Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará “signos” de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.

Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los “acontecimientos cósmicos” que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte. El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios”.

No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El “último día” no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: “Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo. Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.

Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. “Tened cuidado: que no se os embote la mente”. No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. “Estad siempre despiertos”. No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.

¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

(http://www.eldiario.com.co/seccion/ECLESIAL/lectura-del-santo-evangelio-seg-n-san-lucas-21-25-28-34-36-1511.html)