¡Oh!, San Dionisio, vos sois el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo, que dotado de admirable conocimiento
de la palabra de Dios, no sólo enseñasteis a los fieles
de vuestra ciudad y vuestra provincia, sino también a
los obispos de otras ciudades y provincias mediante
maravillosas cartas teológicas cargadas de amor y
misericordia. Eusebio de Cesarea, dice de vos, como uno
de los grandes hombres que contribuyeron a extender
por el mundo el Evangelio del Señor. Vos, os destacasteis
por vuestro celo apostólico y vuestra preocupación
por la grey. Además, vos sois una especie de “eco paulino”
que os preocupáis por todas las iglesias. Vos, aprovechasteis
el don que habíais del cielo recibido: el ser escritor. Y,
con ello, escribisteis cartas a los cristianos Lacedemonios,
a los Atenienses, a los cristianos de Nicomedia, a la iglesia
de Creta. En la carta que mandasteis a los del Ponto,
expusisteis a los bautizados enseñanzas sobre las Sagradas
Escrituras, y os aclarasteis la doctrina sobre la castidad y
la grandeza del matrimonio. A todos os animasteis
para que generosos sean con aquellos pecadores que,
arrepentidos, quisiesen volver desde el pecado. A los
de Roma, los elogiasteis por sus caridad con los pobres y
testificasteis su personal veneración a los Vicarios de Cristo.
Vos, sin moveros de Corinto, ejercisteis un fecundo
apostolado epistolar que no conoció fronteras; el papel,
la pluma y el mar Mediterráneo fueron vuestros cómplices
generosos en la difusión de la fe. Y, así, luego de haber
gastado vuestra vida, en buena lid, partió vuestra alma
al cielo, para coronada ser, con corona de luz eterna
como justo premio a vuestra increíble entrega de amor;
¡oh! San Dionisio, "la fe puesta en Dios, por siempre".
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Abril
San Dionisio de Corinto
Obispo
San Dionisio de Corinto
Obispo
Martirologio Romano: Conmemoración de san Dionisio,
obispo de Corinto, el cual, dotado de admirable conocimiento de la
palabra de Dios, no sólo enseñó con la predicación a los fieles de su
ciudad y de su provincia, sino también a los obispos de otras ciudades y
provincias mediante sus cartas († 180).
Etimológicamente: Dionisio = Aquel que mantiene la fe en Dios, es de origen griego.
Los menologios griegos dan noticia de su condición episcopal cuando
lo incluyen en las listas de obispos, mencionando su óbito alrededor del
año 180. También Eusebio de Cesarea nos relata algo de su actividad al
recogerlo en la Historia Eclesiástica como uno de los grandes hombres
que contribuyeron a extender por el mundo el Evangelio.
Pertenece a las primeras generaciones de cristianos. Es uno de los
primitivos eslabones de la larga cadena que sólo tendrá fin cuando acabe
el tiempo. Por el momento en que vivió, resulta que con él entramos en
contacto con la antiquísima etapa en que la Iglesia está aún, como
aprendiendo a andar, dando sus primeros pasos; su expresión en palabras
sólo se siente en la tierra como un balbuceo y la gente que conoce y
sigue a Cristo son poco más que un puñado de hombres y mujeres echados
al mundo, como a voleo, por la mano del sembrador y desparramados por el
orbe.
Dionisio fue un obispo que destaca por su celo apostólico y se
aprecia en él la preocupación ordinaria de un hombre de gobierno. Rebasa
los límites geográficos del terruño en donde viven sus fieles y se
vuelca allá donde hay una necesidad que él puede aliviar o encauzar. En
su vida resuena el eco paulino de sentir la preocupación por todas las
iglesias. Aún la organización eclesiástica -distinta de la de hoy- no
entiende de intromisiones; la acción pastoral es aceptada como buena en
cualquier terreno en donde hay cristianos.
Posiblemente el obispo Dionisio pensaba que si se puede hacer el
bien, es pecado no hacerlo. Todas las energías se aprovechan, porque son
pocos los brazos, es extenso el campo de labranza… y corto el tiempo.
Siendo la labor tan amplia, el estilo que impera es prestar atención
espiritual a los fieles cristianos donde quiera que se encuentren sin
sentirse coartado por el espacio; la jurisdicción territorial vino
después. Él se siente responsable de todos porque todos sirven al mismo
Señor y tienen el mismo Dueño.
Los discípulos -pocos para lo que es el mundo- se tratan mucho entre
ellos, todo lo que pueden; traen y llevan noticias de unos y de otros;
todos se encuentran inquietos, ocupados por la suerte del “misterio” y
dispuestos siempre a darlo a conocer. Las dificultades para el contacto
son muchas, lentas y hasta peligrosas algunas veces, pero por las vías
van los carros y por los mares los veleros; lo que sirve a los hombres
para la guerra, las conquistas, la cultura o el dinero, el cristiano lo
usa —como uno más— para extender también el Reino. Se saben familia
numerosa esparcida por el universo; tienen intereses, dificultades,
proyectos y anhelos comunes ¡lógico que se sientan unidos en un entorno
adverso en tantas ocasiones!
Y en este sentido tuvo mucho que ver Corinto, —junto al istmo y al
golfo del mismo nombre— que en este tiempo es la ciudad más rica y
próspera de Grecia, aunque no llega al prestigio intelectual de Atenas.
Corinto es la sede de Dionisio; fue, no hace mucho, aquella iglesia que
fundó Pablo con la predicación de los primeros tiempos y que luego
atendió, vigiló sus pasos, guió su vida y alentó su caminar. Tiene una
situación privilegiada: es una ciudad con dos puertos, un importante
nudo de comunicaciones en donde se mezcla el sabio griego con el
comerciante latino y el rico oriental; allí viven hermanadas la grandeza
y el vicio, la avaricia, la trampa, la insidia y el desconcierto; todas
las razas tienen sitio y también los colores y los esclavos y los
dueños. El barullo de los mercados es trajín en los puertos. Hay
intercambio de culturas, de pensamiento.
Entre los miles que van vienen, de vez en cuando un cristiano se
acerca, contacta, trae noticias y lleva nuevas a otro sitio del Imperio.
¡Cómo aprovechó Dionisio sus posibilidades! Porque resalta su condición
de escritor. Que se tengan noticias, mandó cartas a los cristianos
Lacedemonios, instruyéndoles en la fe y exhortándoles a la concordia y
la paz; a los Atenienses, estimulándoles para que no decaiga su fe; a
los cristianos de Nicomedia para impugnar muy eruditamente la herejía de
Marción; a la iglesia de Creta a la que da pistas para que sus
cristianos aprendan a descubrir la estrategia que emplean los herejes
cuando difunden el error. En la carta que mandó al Ponto expone a los
bautizados enseñanzas sobre las Sagradas Escrituras, les aclara la
doctrina sobre la castidad y la grandeza del matrimonio; también los
anima para que sean generosos con aquellos pecadores que, arrepentidos,
quieran volver desde el pecado. Igualmente escribió carta a los fieles
de Roma en tiempos del papa Sotero; en ella, elogia los notables gestos
de caridad que tienen los romanos con los pobres y testifica su personal
veneración a los Vicarios de Cristo.
La vida de este obispo griego —incansable articulista— terminó en el último tercio del siglo II. Sin moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar que
no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo fueron
sus cómplices generosos en la difusión de la fe.