¡Oh!, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo;
Vos, mismo, Señor mío Jesucristo dijisteis:
“Mi carne es verdadera comida, y mi Sangre
verdadera bebida; el que come mi Carne, y
bebe mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él”.
Y, no hay más duda en el alma, porque
Vos, sois el vivo Amor bajado del cielo
y que, en la Eucaristía os presentáis
de real, permanente y substancial forma,
y, que, más allá de la celebración de
la Santa Misa, digna sois de adorada
ser en la exposición solemne y en las
procesiones con el Santísimo Sacramento.
Vos, Dios mío Jesucristo, que en la Cruz
nos salvasteis, al instituir la Eucaristía,
la víspera de Vuestra muerte, quedaros
quisisteis entre nosotros y nos dejasteis
un recuerdo vivo de vuestra Pasión, y que,
en el altar, prolongación de Vuestro Calvario,
la Misa, anuncia vuestra muerte incruenta.
Porque, allí os presentáis como víctima,
pues en la doble consagración, se convierte
el pan en Vuestro Cuerpo y luego el vino
en Vuestra preciosísima Sangre. Y, que,
Vos, a Vuestro Padre ofrecéis, en unión
con vuestros sacerdotes, Vuestro Cuerpo
y Vuestra Sangre Santa. Santa Hostia y
Santa Sangre, que os convertís en Cuerpo
y Sangre de Cristo, posesión anticipada
de la divina vida, acá en este mundo y
valiosa joya, prenda de la del cielo eterno;
¡Oh!, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo;
Vos, mismo, Señor mío Jesucristo dijisteis:
“Mi carne es verdadera comida, y mi Sangre
verdadera bebida; el que come mi Carne, y
bebe mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él”.
¡Oh!, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
© 2015 Luis Ernesto Chacón Delgado
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Domingo 7 de Junio
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo
*Jueves después de la Solemnidad Santísima Trinidad
*(Donde esta solemnidad no es precepto, se celebra
el domingo después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad)
el domingo después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad)
«Mi carne es verdadera comida,
y mi Sangre verdadera bebida;
el que come mi Carne, y bebe mi Sangre,
en Mí mora, y Yo en él.»
(Jn 6, 56-57)
y mi Sangre verdadera bebida;
el que come mi Carne, y bebe mi Sangre,
en Mí mora, y Yo en él.»
(Jn 6, 56-57)
Esta fiesta se comenzó a celebrar en Lieja en 1246, siendo extendida a
toda la Iglesia occidental por el Papa Urbano IV en 1264, teniendo como
finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la
Eucaristía. Presencia permanente y substancial más allá de la
celebración de la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición
solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento que entonces
comenzaron a celebrarse y que han llegado a ser verdaderos monumentos de
la piedad católica. Ocurre, como en la solemnidad de la Trinidad, que
lo que se celebra todos los días tiene una ocasión exclusiva para
profundizar en lo que se hace con otros motivos. Este es el día de la
eucaristía en sí misma, ocasión para creer y adorar, pero también para
conocer mejor la riqueza de este misterio a partir de las oraciones y de
los textos bíblicos asignados en los tres ciclos de las lecturas.
El Espíritu Santo después del dogma de la Trinidad nos recuerda el de
la Encarnación, haciéndonos festejar con la Iglesia al Sacramento por
excelencia, que, sintetizando la vida toda del Salvador, tributa a Dios
gloria infinita, y aplica a las almas, en todos los tiempos, los frutos
extraordinarios de la Redención. Si Jesucristo en la cruz nos salvó, al
instituir la Eucaristía la víspera de su muerte, quiso en ella dejarnos
un vivo recuerdo de la Pasión. El altar viene siendo como la
prolongación del Calvario, y la misa anuncia la muerte del Señor. Porque
en efecto, allí está Jesús como una víctima, pues las palabras de la
doble consagración nos dicen que primero se convierte el pan en Cuerpo
de Cristo, y luego el vino en Su Sangre, de manera que, ofrece a su
Padre, en unión con sus sacerdotes, la sangre vertida y el cuerpo
clavado en la Cruz.
La Hostia santa se convierte en «trigo que nutre nuestras almas».
Como Cristo al ser hecho Hijo de recibió la vida eterna del Padre, los
cristianos participan de Su eterna vida uniéndose a Jesús en el
Sacramento, que es el símbolo más sublime, real y concreto de la unidad
con la Víctima del Calvario.
Esta posesión anticipada de la vida divina acá en la tierra por medio
de la Eucaristía, es prenda y comienzo de aquella otra de que
plenamente disfrutaremos en el Cielo, porque «el Pan mismo de los
ángeles, que ahora comemos bajo los sagrados velos, lo conmemoraremos
después en el Cielo ya sin velos» (Concilio de Trento).
Veamos en la Santa Misa el centro de todo culto de la Iglesia a la
Eucaristía, y en la Comunión el medio establecido por Jesús mismo, para
que con mayor plenitud participemos de ese divino Sacrificio; y así,
nuestra devoción al Cuerpo y Sangre del Salvador nos alcanzará los
frutos perennes de su Redención.
Alaba, alma mía, a tu Salvador; alaba a tu guía y Pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas, porque Él está sobre toda alabanza, y jamás podrás alabarle lo bastante.
El tema especial de nuestros loores es hoy el Pan vivo y que da Vida.
El cual no dudamos fue dado en la mesa de la Sagrada Cena a los doce Apóstoles.
Sea, pues, llena, sea sonora, sea alegre, sea pura la alabanza de nuestra alma.
Porque celebramos solemnemente el día en que este divino Banquete fue instituído.
En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua nueva de la Nueva Ley pone fin a la Pascua antigua.
Instruídos, con sus santos mandatos, consagramos el pan y el vino, que se convierten en Hostia de salvación.
Es dogma para los cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.
Lo que no comprendes y no ves, una fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies, que son accidente y no sustancia, están ocultos los dones más preciados.
Su Carne es alimento y Su Sangre bebida; mas todo entero está bajo cada especie.
Se recibe íntegro, sin que se le quebrante ni divida; recíbese todo entero.
Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél le toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo los buenos y los malos; pero con desigual resultado, pues sirve a unos de vida y a otros de condenación y muerte.
Es muerte para los malos, y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.
Cuando se divide el Sacramento, no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como antes en el todo.
Ninguna partición hay en la sustancia, tan sólo hay partición de los
accidentes, sin que se disminuya ni el estado, ni la estatura del que
está representado.
He aquí el Pan de los Ángeles, hecho alimento de viandantes; es
verdaderamente el Pan de los hijos, que no debe ser echado a los perros.
Estuvo ya representado por las figuras de la antigua Ley, en la inmolación de Isaac, en el sacrificio del Cordero Pascual, y en el Maná dado a nuestros padres.
Estuvo ya representado por las figuras de la antigua Ley, en la inmolación de Isaac, en el sacrificio del Cordero Pascual, y en el Maná dado a nuestros padres.
Buen Pastor, Pan verdadero, ¡oh Jesús! apiádate de nosotros.
Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo los sabes y puedes, que nos apacientas aquí cuando somos
aún mortales, haznos allí tus comensales, coherederos y compañeros de
los santos ciudadanos del Cielo. Amén. Aleluya.
Procesión del Corpus Christi
Las procesiones son a modo de públicas manifestaciones de fe; y por
eso la Iglesia las fomenta y favorece hasta con indulgencias. Pero la
más solemne de todas las procesiones es la de Corpus Christi. En ella se
cantan himnos sagrados y eucarísticos de Santo Tomás de Aquino, el
Doctor Angélico y de la Eucaristía. Algunos de los himnos utilizados
tradicionalmente son:
Pange lengua; Sacris solemniis; Verbum supérnum; Te Deum, al terminar
la procesión; y, Tantum ergo, al volver de la procesión, en torno del
altar para finalizar.
(http://www.ewtn.com/spanish/Tiempos%20Lit%C3%BArgicos/Solemnidades/corpus_christi.htm)