31 mayo, 2011

La Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel


Oh; Señora Nuestra; vos, que
en vuestro seno llevando al
Dios de la vida y Señor Nuestro
Jesucristo, y que, de alborozo
llena, visitasteis a vuestra
Santa prima Isabel; quien al
igual que Vos, a Juan, en sus
entrañas llevaba. Vos y ella
felices y de alegría llenas,
y, desde el vientre; ambos
niños, con celestiales sonrisas.
Dos niños: uno Divino, por la
gracia de Dios Padre y el otro,
precursor del primero, por los
caminos de la vida y más tarde,
con agua bautizando a los gentiles
hasta el día aquél, en el Jordán
cuando abrieron sé los cielos de
par en par, y el Espíritu Santo
bajó sobre Él, y la voz del Padre,
decía: “Este es mi Hijo amado,
en quien tengo complacencia”;
Oh, María e Isabel santas y madres.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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La Visitación de la Virgen María a su prima
Santa Isabel

Esta fiesta ya la celebrabaran los Franciscanos en el siglo XIII. El Papa Bonifacio IX la introduce en el calendario oficial de la Iglesia. Notemos cómo las fiestas de la Virgen son también celebraciones del misterio de Cristo.

Himno

La Virgen santa, grávida del Verbo, en alas del Espíritu camina; la Madre que lleva la Palabra, de amor movida, sale de visita.

Y sienten las montañas silenciosas, y el mundo entero en sus entrañas vivas, que al paso de la Virgen ha llegado el anunciado gozo del Mesías.

Alborozado Juan por su Señor, en el seno, feliz se regocija, y por nosotros rinde el homenaje y al Hijo santo da la bienvenida.

Bendito en la morada sempiterna aquel que tu llevaste, Peregrina, aquel que con el Padre y el Espíritu, al bendecirte a ti nos bendecía.

Amén.

Oración

Dios todopoderoso, Tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a Tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.


La Visitación de la Virgen María. ¡Bendita tú entre las mujeres!
Regnum Christi
Evangelio: Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -”¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

María dijo: -”Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre”. María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Meditación

Esta lectura en su visión completa nos remonta a aquella primera mujer, Eva, y a la nueva Eva María; pues en el mismo libro, unos capítulos antes somos testigos de las palabras tan fuertes que Dios dirige a su pueblo con la misma imagen de la ciudad de Jerusalén, la llama impura, tirana, la trata de rebelde y desobediente. Así, Dios enaltece a María, la nueva Eva, madre de Dios a quién hoy veneramos en la fiesta de la Visitación.

Lo que viene a nuestra mente ante el nombre de María es la imagen de una mujer santa, de una mujer especialmente santa, tan fuera de lo común, de impresionantes virtudes. Por todo lo anterior, nos puede parecer poco humana, sin embargo hoy, la fiesta de la visitación de María a su prima Santa Isabel, presenta una realidad tan humana y tan sencilla como es el que ella, la madre de Dios, del Verbo divino vaya de visita.

Pensemos en Isabel, la prima visitada, una mujer también encinta como María. Las dos madres de dos hombres santos que morirían mártires, Juan el antecesor, Jesús el cumbre de la verdad y del amor de Dios a los hombres. Uno antes que el otro, preparando el camino. Jesús el Hijo de Dios, Juan el gran profeta de Dios. María es recibida por Isabel en un ambiente lleno de bondad, amor, felicidad, pero sobre todo de profundísima FE. Reconoce en María a la madre del Salvador, la creatura ha saltado de gozo en mi vientre al oírte, Maria. María la llena de gracia, la humilde contesta con el Magnificat. Es una radiografía del alma de María y del contenido de su generosidad y entrega absoluta y de su reconocimiento y alabanza a Dios, sin límite ni medida.

De Isabel podemos aprender la capacidad para conocer lo venido de Dios. Muchas personas convivían con María y no se dieron cuenta de las grandezas de Dios. Otras la persiguieron y abandonaron. La mayoría, no reconocieron a Dios en María. Isabel mujer de oración y de contemplación, sólo así se explica su reacción. Grandeza en María por acudir a su prima, santidad en Isabel por reconocer a la Madre de su Señor.

Oración

María, en mi caminar por la vida te pido auxilio constante. Sé mi guía y luz para no caer en los abismos de mi egoísmo y sensualidad. Calma mis ansias de mundo y purifica mis intenciones. Ayúdame a reconocer a Dios en todos y dame un corazón inflamado de amor a mis hermanos.

Dios, da a mi alma la gracia de querer, de gustar y de buscar fervientemente el que María habite en mi corazón. Así, Ella vigilará hasta verme un día gozando de ti en el cielo.

Propósito

Visitar a María y decirle que quiero recibirla en mi corazón todos los días de mi vida.


30 mayo, 2011

San Fernando III rey de Castilla y de León

Oh, San Fernando III de Castilla
y de León rey; vos sois el hijo del
Dios de la vida, y nadie como vos,
que dejando de lado alcurnia de oro,
rendido cayese, a los pies de Aquél
que todo lo ve y, del cielo implorase
favores divinos, ninguno negado y,
todos concedidos en vuestro reinado,
De Cristo Caballero y de Nuestra
Señora, fiel y humilde siervo, jamás
conocisteis el vicio ni el ocio, y mas
bien os mostrasteis siempre, “en la
paz bravo”. Vos sois la humildad
plena, y la fe extraordinaria, y por
todo ello, moráis hoy en la plenitud
de la luz eterna, como justo premio
a haberos negado a vos mismo, y al
mundo despreciando, os abrazasteis
a la Cruz de Cristo para siempre.
Rogad, -os lo suplicamos-, para que
los poderosos de esta tierra, -imitando
os-, se rindan ante Vos, Eterno Padre
porque Sois Vos; el origen de toda
autoridad que en este mundo mora,
porque Vuestros son el Reino, el Poder y
la Gloria; por los siglos de los siglos;
oh, San Fernando, III rey de Castilla y de León.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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30 de Mayo
San Fernando III
Rey de Castilla y de León

Su nombre significa “bravo en la paz”. Santo seglar, que “no conoció el vicio ni el ocio”, Fernando III -el más grande de los reyes de Castilla, dice Menéndez y Pelayo- nació en 1198; fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y primo de san Luis IX, rey de Francia. Guerreó con los moros, que ocupaban gran parte de España, unió las coronas de Castilla y de León, y conquistó los reinos de Úbeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla.

En sus dilatadas campañas, triunfó siempre en todas las batallas. No buscó su propia gloria ni el acrecentamiento de sus dominios. Para él el reino verdadero era el reino de Dios. Pedía a diario el aumento de la fe católica y elevaba sus plegarias a la Virgen, de quien se llamaba siervo. Caballero de Cristo, Jesús le había otorgado la gracia de los éxtasis y las apariciones divinas. Amaba a sus vasallos y procuraba no agravar los tributos, a pesar de las exigencias de la guerra. A este respecto era conocido su dicho: “Más temo las maldiciones de una viejecita pobre de mi reino que a todos los moros del África”. Llevaba siempre consigo una imagen de nuestra Señora, a la que entronizó en Sevilla y en múltiples lugares de Andalucía, a fin de que ésta fuera llamada tierra de María Santísima.

La muerte del rey san Fernando constituye un ejemplo de fe y humildad. Abandonó el lecho y, postrándose en tierra, sobre un montón de cenizas, recibió los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos, y se despidió de ellos después de haberles dado sabios consejos.

Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen por alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de 1252. Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los hombres, como afirman las crónicas de él.

Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a Nuestra Señora. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el nombre de Alfonso el Sabio.

Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy

Santos: Félix I, papa; Gabino, Críspulo, Sico, Palatino, mártires; Exuperancio, Ausonio, Anastasio, presbíteros; Juana de Arco, virgen; Venancio, Isaac, Basilio, Emilia, confesores; Uberto, Gamo, monjes; Urbicio, abades.



29 mayo, 2011

San Maximino

Oh, San Maximino, santo;
vos sois el hijo del Dios de
la vida, y quiso Él, que sobre
vos, la responsabilidad os
tocara, de a los impíos arrianos
vencer de vuestro tiempo
y claro, vos, así lo hicisteis en
gran lid del espíritu y de la
luz y del saber y, aquellos,
que proveídos de falsarias
doctrinas las almas asolaban
de aquellos hermanos, no
fueron nunca más. El gran
Atanasio, de vos sabe y junto
a él, quiso Dios premiaros
-y así lo hizo- y hoy convivís,
coronado de luz, como justo
premio a vuestro amor y fe;
Oh, San Maximino, santo.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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29 de Mayo
San Maximino

Maximino nació al comienzo del siglo IV en Poitiers (Aquitania), al sudoeste de la antigua Galia. Provenía de un hogar muy piadoso. La santidad de Agricio, obispo de Tréveris, llevó a Maximino a dejar el suelo natal e ir en busca de aquel prelado, para recibir lecciones de religión, ciencias y humanidades. El santo reconoció en el recién llegado una lúcida inteligencia y un firme amor a la doctrina católica, razón por la cual le confirió las sagradas órdenes. En el ejercicio de estas funciones hizo en breve tiempo notables progresos.

Al morir Agricio, conocidos por el pueblo los atributos de Maximino, por voluntad unánime éste fue su sucesor, ocupando la cátedra de Tréveris en el año 332. Perturbaba en aquel tiempo en la Iglesia el arrianismo, doctrina que negaba la unidad y consustancialidad en las tres personas de la santísima Trinidad; según ellos el Verbo habría sido creado de la nada y era muy inferior al Padre. El Verbo encarnado era Hijo de Dios, pero por adopción.

Contra esta interpretación, que disminuía el misterio de la encarnación y el de la redención del hombre, se levantó Atanasio, obispo de Alejandría, que se había de constituir en el campeón de la ortodoxia. Reinaba entonces el emperador Constantino el Grande, a quien los herejes engañaron acumulando calumnias sobre Atanasio, y así lograron que lo desterraste a Tréveris en el año 336. Allí Maximino lo recibió con evidencias de la veneración que le profesaba y trató por todos los medios de suavizar la situación del desterrado. Lo mismo hizo con Pablo, obispo de Constantinopla, también forzado a ir a Tréveris después de un remedo de sínodo arriano. Al morir Constantino, el hijo mayor, Constantino el Joven, su sucesor en Occidente, devolvió a Atanasio la sede de Alejandría.

En el año 345, Maximino concurrió al concilio de Milán, donde los arrianos, cuyo jefe era Eusebio de Nicomedia, fueron otra vez condenados. Considerado indispensable para cimentar la paz de la Iglesia celebrar un nuevo concilio ecuménico. Maximino lo propuso al emperador Constante; éste, hallándolo conveniente, escribió a su hermano Constantino, concertándose para tal reunión la ciudad de Sárdica (hoy Sofía, capital de Bulgaria).

Los arrianos quisieron atraer al emperador a su secta y justificar la conducta seguida contra Atanasio. Pero Maximino alertó al emperador, defendiendo así al obispo sin culpa; y Atanasio fue nuevamente restablecido. Vuelto a su Iglesia, Maximino hizo frente a las necesidades, socorriendo a los pobres. Su familia residía en Poitiers y allá fue a visitarlos, pero murió al poco tiempo en esa ciudad, en el año 349. La fecha de hoy recuerda la traslación de sus reliquias a Tréveris.

Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy

Santos: Restituta, Sinisio o Sisinio, Martirio, Alejandro, Conón, Teodosia, Gencio, Andrés, Amón, Sofía, mártires; Máximo, obispo; Eleuterio, confesor; Voto, Félix, eremitas.





28 mayo, 2011

San Felipe Neri


Oh, San Felipe Neri, vos sois el
hijo del Dios de la vida, aquél,
sobre el cual, Dios Padre, total
confianza depositó, para sus planes
secretos, realidad hacer, y, vos,
así lo sentisteis y lo amasteis
tanto, que, Aquél que todo lo ve,
os premió con los dones del buen
humor y la plena alegría; y, ellas,
en “armas” eficaces se convirtieron,
para la conversión de miles de
almas, como lo hicisteis desde
vuestras fundaciones, como la de
los “Padres Filipenses” y del
“Hospital de la Santísima Trinidad
y los peregrinos” y, aquella santa
costumbre de las “cuarenta horas”,
para a Cristo Adorar Sacramentado.
Así fue vuestra vida; alegría y
pura dicha, hasta el día aquél,
en que volasteis a la casa del
Padre, después de haber gastado
vuestra vida, cuando sonriendo
dijisteis: “Me alegré cuando me
dijeron: vayamos a la casa del Señor”,
y partisteis, para coronado ser
con corona de luz eternamente;
oh, San Felipe Neri; “Felipín”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de Mayo
San Felipe Neri
Sacerdote fundador
Año 1595

Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón de San Felipe Neri. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.

San Felipe nació en Florencia, Italia, en 1515. Su padre se llamaba Francisco Neri. Desde pequeño demostraba tal alegría y tan grande bondad, que la gente lo llamaba “Felipín el bueno”. En su juventud dejó fama de amabilidad y alegría entre sus compañeros y amigos.

Habiendo quedado huérfano de madre, lo envió su padre a casa de un tío muy rico, el cual planeaba dejarlo heredero de todos sus bienes. Pero allá Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el dedicarse a Dios, y un día tuvo lo que él llamó su primera “conversión”. Y consistió en que se alejó de la casa del riquísimo tío y se fue para Roma llevando únicamente la ropa que llevaba puesta. En adelante quería confiar solamente en Dios y no en riquezas o familiares pudientes.

Al llegar a Roma se hospedó en casa de un paisano suyo de Florencia, el cual le cedió una piecita debajo de una escalera y se comprometió a ofrecerle una comida al día si él les daba clases a sus hijos. La habitación de Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. Su alimentación consistía en una sola comida al día: un pan, un vaso de agua y unas aceitunas. El propietario de la casa, declaraba que desde que Felipe les daba clases a sus hijos, estos se comportaban como ángeles.

Los dos primeros años Felipe se ocupaba casi únicamente en leer, rezar, hacer penitencia y meditar. Por otros tres años estuvo haciendo estudios de filosofía y de teología. Pero luego por inspiración de Dios se dedicó por completo a enseñar catecismo a las gentes pobres. Roma estaba en un estado de ignorancia religiosa espantable y la corrupción de costumbres era impresionante. Por 40 años Felipe será el mejor catequista de Roma y logrará transformar la ciudad.

Felipe había recibido de Dios el don de la alegría y de amabilidad. Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Una de sus preguntas más frecuentes era esta: “amigo ¿y cuándo vamos a empezar a volvernos mejores?”. Si la persona le demostraba buena voluntad, le explicaba los modos más fáciles para llegar a ser más piadosos y para comenzar a portarse como Dios quiere.

A aquellas personas que le demostraban mayores deseos de progresar en santidad, las llevaba de vez en cuando a atender enfermos en hospitales de caridad, que en ese tiempo eran pobrísimos y muy abandonados y necesitados de todo.

Otra de sus prácticas era llevar a las personas que deseaban empezar una vida nueva, a visitar en devota procesión los siete templos principales de Roma y en cada uno dedicarse un buen rato a orar y meditar. Y así con la caridad para los pobres y con la oración lograba transformar a muchísima gente.

Desde la mañana hasta el anochecer estaba enseñando catecismo a los niños, visitando y atendiendo enfermos en los hospitales, y llevando grupos de gentes a las iglesias a rezar y meditar. Pero al anochecer se retiraba a algún sitio solitario a orar y a meditar en lo que Dios ha hecho por nosotros. Muchas veces pasó la noche entera rezando. Le encantaba irse a rezar en las puertas de los templos o en las catacumbas o grandes cuevas subterráneas de Roma donde están encerrados los antiguos mártires.

Lo que más pedía Felipe al cielo era que se le concediera un gran amor hacia Dios. Y la vigilia de la fiesta de Pentecostés, estando aquella noche rezando con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con todo su corazón, éste se creció y se le saltaron dos costillas. Felipe entusiasmado y casi muerto de la emoción exclamaba: “¡Basta Señor, basta! ¡Que me vas a matar de tanta alegría!”. En adelante nuestro santo experimentaba tan grandes accesos de amor a Dios que todo su cuerpo de estremecía, y en pleno invierno tenía que abrir su camisa y descubrirse el pecho para mitigar un poco el fuego de amor que sentía hacia Nuestro Señor. Cuando lo fueron a enterrar notaron que tenía dos costillas saltadas y que estas se habían arqueado para darle puesto a su corazón que se había ensanchado notablemente.

En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una cofradía o hermandad para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar. Con ellos fundó un gran hospital llamado “De la Santísima Trinidad y los peregrinos”, y allá durante el Año del Jubileo en 1757, atendieron a 145,000 peregrinos. Con las gentes que lo seguían fue propagando por toda Roma la costumbre de las “40 horas”, que consistía en colocar en el altar principal de cada templo la Santa Hostia, bien visible, y dedicarse durante 40 horas a adorar a Cristo Sacramentado, turnándose las personas devotas en esta adoración.

A los 34 años todavía era un simple seglar. Pero a su confesor le pareció que haría inmenso bien si se ordenaba de sacerdote y como había hecho ya los estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno, fue ordenado de sacerdote, en el año 1551.

Y apareció entonces en Felipe otro carisma o regalo generoso de Dios: su gran don de saber confesar muy bien. Ahora pasaba horas y horas en el confesionario y sus penitentes de todas las clases sociales cambiaban como por milagro. Leía en las conciencias los pecados más ocultos y obtenía impresionantes conversiones. Con grupos de personas que se habían confesado con él, se iba a las iglesias en procesión a orar, como penitencia por los pecados y a escuchar predicaciones. Así la conversión era más completa.

San Felipe quería irse de misionero al Asia pero su director espiritual le dijo que debía dedicarse a misionar en Roma. Entonces se reunió con un grupo de sacerdotes y formó una asociación llamada el “Oratorio”, porque hacían sonar una campana para llamar a las gentes a que llegaran a orar. El santo les redactó a sus sacerdotes un sencillo reglamento y así nació la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o Filipenses. Esta congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y ayudada por San Carlos Borromeo.

San Felipe tuvo siempre en don de la alegría. Donde quiera que él llegaba se formaba un ambiente de fiesta y buen humor. Y a veces para ocultar los dones y cualidades sobrenaturales que había recibido del cielo, se hacía el medio payaso y hasta exageraba un poco sus chistes y chanzas. Las gentes se reían de buena gana y aunque a algunos muy seriotes les parecía que él debería ser un poco más serio, el santo lograba así que no lo tuvieran en fama de ser gran santo (aunque sí lo era de verdad).

En su casa de Roma reunía centenares de niños desamparados para educarlos y volverlos buenos cristianos. Estos muchachos hacían un ruido ensordecedor, y algunos educadores los regañaban fuertemente. Pero San Felipe les decía: “Haced todo el ruido que queráis, que a mí lo único que me interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor. Lo importante es que no pequéis. Lo demás no me disgusta”. Esta frase la repetirá después un gran imitador suyo, San Juan Bosco.

Una vez tuvo un ataque fortísimo de vesícula. El médico vino a hacerle un tratamiento, pero de pronto el santo exclamó: “Por favor háganse a un lado que ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme”. Y quedó sanado inmediatamente. A varios enfermos los curó al imponerles las manos. A muchos les anunció lo que les iba a suceder en el futuro. En la oración le venían los éxtasis y se quedaba sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Muchas personas vieron que su rostro se llenaba de luces y resplandores mientras rezaba o mientras celebraba la Santa Misa. Y a pesar de todo esto se mantenía inmensamente humilde y se consideraba el último de todos y el más indigno pecador.

Los últimos años los dedicó a dar dirección espiritual. El Espíritu Santo le concedió el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba muy débil de salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los días numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes, monjas, obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos querían pedirle un sabio consejo y volvían a sus casas llenos de paz y de deseos de ser mejores. Decían que toda Roma pasaba por su habitación.

Empezó a sentir tales fervores y tan grandes éxtasis en la Santa Misa, después de la consagración, que el que le acolitaba, se iba después de la elevación y volvía dos horas después y alcanzaba a llegar para el final de la misa.

El 25 de mayo de 1595 su médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo: “Padre, jamás lo había encontrado tan alegre”, y él le respondió: “Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor”. A la media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80 años. El Papa lo declaró santo en el año 1622 y las gentes de Roma lo consideraron como a su mejor catequista y director espiritual.



27 mayo, 2011

San Agustín de Canterbury


Oh, San Agustín de Canterbury;
vos, sois el hijo del Dios de la
vida, y es que, en vos, el Dios
Altísimo, realidad hizo, sus
secretos planes, y vos, pudisteis
convertir al entonces pueblo
pagano de Inglaterra, al camino
de Aquél que todo lo ve, y Él, os
proveyó desde antes de carisma
sin igual y de dones especiales,
que, utilizasteis vos, de manera
audaz e inteligente para, a Su
mies evangelizar y expandir así,
la Santa Madre Iglesia Católica.
Apóstol de Inglaterra, volasteis
a la casa del Padre, para recibir
justo premio por vuestro amor y
la entrega de vuestra vida, que
hoy está, al lado de San Patricio
de Irlanda y San Bonifacio en
Alemania; coronado, con corona
de luz, que no marchitará jamás;
Oh, San Agustín de Canterbury.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Mayo
San Agustín de Canterbury
Fundador de la Iglesia
en Inglaterra
Año 605

San Agustín Apóstol de Inglaterra: Te rogamos por la Iglesia Católica en esa nación y en todas las naciones del mundo. Pídele a Dios que nos envíe muchos evangelizadores que sean como tú. Amén.

San Agustín de Canterbury es considerado uno de los más grandes evangelizadores, al lado de San Patricio de Irlanda y San Bonifacio en Alemania. Tiene el gran mérito de haber dirigido la evangelización de Inglaterra.

Era superior del convento benedictino de Roma, cuando el Sumo Pontífice San Gregorio Magno se le ocurrió en el año 596 tratar de evangelizar a la isla de Inglaterra que era pagana. Conociendo el espíritu generoso y emprendedor de Agustín, que no se acobardaba ante ninguna dificultad, y además sus grandes virtudes, el Papa lo envió con 39 monjes más a tratar de convertir a esos paganos sajones.

Y sucedió que al llegar Agustín y sus 39 compañeros a la costa, donde se tomaba la embarcación para llegar a Inglaterra, allí les contaron terribles barbaridades acerca de los habitantes de esa isla, y los otros misioneros sintieron mucho miedo y enviaron al santo a que fuera a Roma a contarle al Pontífice lo peligroso que era esto que iban a emprender. Agustín fue a hablar con el Papa, pero san Gregorio lo animó de tal manera, recordándole que Dios les concedería la buena voluntad de aquellas gentes, que ya desde entonces Agustín no se dejó desanimar por los temores.

En Inglaterra mandaba el rey Etelberto que tenía una esposa muy santa (que después se llamó Santa Berta) y el primer regalo que Dios les concedió a los nuevos misioneros fue darles la buena voluntad del rey. Este los recibió muy cariñosamente y les pidió que le enseñaran la religión, y tanto le agradó que pronto se hizo bautizar y les regaló su palacio real para que les sirviera de convento a los misioneros y les dio un templo en Canterbury para que allí enseñaran. Y en ese sitio está ahora la más famosa catedral de Inglaterra: la Catedral de Canterbury.

El rey dejó en libertad a los súbditos para que escogieran la religión que quisieran, pero les recomendó que se instruyeran en la religión de Jesucristo y tanto les agradaron a aquellas gentes las enseñanzas de Agustín y sus monjes, que en la Navidad del año 597 se hicieron bautizar 10,000 ingleses y entre los nuevos bautizados estaban los que ocupaban los cargos más importantes de la nación.

Agustín envió a dos de sus mejores monjes a Roma a contarle al Sumo Pontífice tan hermosas noticias, y el Papa en cambió le envió el nombramiento de arzobispo, y otro buen grupo de misioneros, y cálices y libros para las celebraciones y muchas imágenes religiosas que a esas gentes recién convertidas les agradaban en extremo. San Gregorio se alegró muchísimo ante noticias tan consoladoras, y le recomendó a San Agustín un simpático plan de trabajo.

San Gregorio, sabiendo que la principal virtud del obispo Agustín era la docilidad a sus superiores, le envió las siguientes recomendaciones 1º. No destruir los templos de los paganos, sino convertirlos en templos cristianos. 2º. No acabar con todas las fiestas de los paganos, sino convertirlas en fiestas cristianas. Por ejemplo ellos celebraban las fiestas de sus ídolos con grandes banquetes en los cuales participaban todos. Pues hacer esos banquetes, pero en honor de los mártires y santos. 3º. Dividir el país en tres diócesis: Canterbury, Londres y York.

Nuestro santo cumplió exactamente estas recomendaciones, que le produjeron muy buenos resultados. Y fue nombrado por el Papa, jefe de toda la Iglesia Católica de Inglaterra (Arzobispo Primado). En las reuniones sobresalía entre todos por su gran estatura y por su presencia muy venerable que infundía respeto y admiración.

San Agustín escribía frecuentemente desde Inglaterra al Papa San Gregorio a Roma pidiéndole consejos en muchos casos importantes, y el Sumo Pontífice le escribía ciertas advertencias muy prácticas como estas: “Dios le ha concedido el don de hacer milagros, y le ha dejado el inmenso honor de convertir a muchísimos paganos al cristianismo, y de que las gentes lo quieran y lo estimen mucho. Pero cuidado, mi amigo, que esto no le vaya a producir orgullo. Alégrese de haber recibido estos regalos del buen Dios, pero tenga temor de no aprovecharlos debidamente. Consuélese al ver que con los milagros y la predicación logra que tantos paganos se vuelvan cristianos católicos, pero no vaya a creerse mejor que los demás, porque entonces le estaría robando a Dios el honor y la gloria que sólo El se merece. Hay muchos que son muy santos y no hacen milagros ni hablan hermosamente. Así que no hay que llenarse de orgullo por haber recibido estas cualidades, sino alegrarse mucho al ver que Dios es más amado y más glorificado por las gentes”. Mucho le sirvieron a Agustín estos consejos para mantenerse humilde.

Después de haber trabajado por varios años con todas las fuerzas de su alma por convertir al cristianismo el mayor número posible de ingleses, y por organizar de la mejor manera que pudo, la Iglesia Católica en Inglaterra, San Agustín de Canterbury murió santamente el 26 de mayo del año 605. Y un día como hoy fue su entierro y funeral. Desde entonces ha gozado de gran fama de santidad en esa nación y en muchas partes más.



26 mayo, 2011

Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito


Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito; vos sois la hija del Dios
de la vida, aquella santa mujer que,
servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los claustros santos; pero Él,
en su infinita sabiduría, teneros en
el mundo quiso, para que desde allí,
con vuestra tarea cumplir pudieseis
hasta la entrega total de la propia
vida; por que bien sabíais vos, que
deberíais negaros a vos misma, para
crecer en los demás, ya que allí el
secreto reposa, del amor verdadero.
Y, como que lo hicisteis, hasta el
final de vuestros días, y, cada vez
que el Rosario santo rezabais, os
colocabais corona de espinas y los
brazos vuestros, en cruz los abríais.
Un día. Dijisteis a cierto vanidoso
sacerdote: “Dios lo envió a recoger
almas para el cielo, y no a recoger
aplausos de este suelo” y, cuando la
tierra, de temblar no cesaba otro
sacerdote dijo: “Dios mío: yo te
ofrezco mi vida para que se acaben
los terremotos”, pero vos exclamasteis:
“No, señor. La vida de este sacerdote
es necesaria para salvar muchas almas.
En cambio, yo no soy necesaria. Te
ofrezco mi vida para que cesen estos
terremotos” y Dios, os escuchó y la
tierra de temblar dejó y hoy, con
plena justicia, coronada de luz estáis;
Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito, alma fecunda del Dios vivo.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de mayo
Santa Mariana de Jesús,
Azucena de Quito
Año 1645.

Santa Mariana: No dejes nunca de orar por América

Su nombre completo era Mariana de Jesús Paredes Flórez. Nació en Quito (Ecuador) en 1618. Desde los cuatro años quedó huérfana de padre y madre y al cuidado de su hermana mayor y de su cuñado, quienes la quisieron como a una hija. Desde muy pequeñita demostró una gran inclinación hacia la piedad y un enorme aprecio por la pureza y por la caridad hacia los pobres. Ya a los siete años invitaba a sus sobrinas, que eran casi de su misma edad, a rezar el rosario y a hacer el viacrucis.

Se aprendió el catecismo de tal manera bien que a los ocho años fue admitida a hacer la Primera Comunión (lo cual era una excepción en aquella época). El sacerdote que le hizo el examen de religión se quedó admirado de lo bien que esta niña comprendía las verdades del catecismo. Al escuchar un sermón acerca de la cantidad tan grande de gente que todavía no logró recibir el mensaje de la religión de Cristo, dispuso irse con un grupo de compañeritas a evangelizar paganos.

Por el camino las devolvieron a sus casas porque no se daban cuenta de lo grave que era la determinación que habían tomado. Otro día se propuso irse con otras niñas a una montaña a vivir como anacoretas dedicadas al ayuno y a la oración. Afortunadamente un toro muy bravo las devolvió corriendo a la ciudad. Entonces su cuñado al darse cuenta de los grandes deseos de santidad y oración que esta niña tenía trató de obtener que la recibieran en una comunidad de religiosas. Pero las dos veces que trató de entrar de religiosa, se presentaron contrariedades imprevistas que no le permitieron estar en el convento. Entonces ella se dio cuenta de que Dios la quería santificar quedándose en el mundo.

Se construyó en el solar de la casa de su hermana una habitación separada, y allí se dedicó a rezar, a meditar, y a hacer penitencia. Había aprendido muy bien la música y tocaba hermosamente la guitarra y el piano. Había aprendido a coser, tejer y bordar, y todo esto le servía para no perder tiempo en la ociosidad. Tenía una armoniosa voz y sentía una gran afición por el canto, y cada día se ejercitaba un poco en este arte. Le agradaba mucho entonar cantos religiosos, que le ayudaban a meditar y a levantar su corazón a Dios.

Su día lo repartía entre la oración, la meditación, la lectura de libros religiosos, la música, el canto y los trabajos manuales. Su meditación preferida era pensar en la Pasión y Muerte de Jesús. En el templo de los Padres Jesuitas encontró un santo sacerdote que hizo de director espiritual y le enseñó el método de San Ignacio de Loyola, que consiste en examinarse tres veces por día la conciencia: por la mañana para ver qué peligros habrá en el día y evitarlos y qué buenas obras tendremos que hacer. El segundo examen: al mediodía, acerca del defecto dominante, aquella falta que más cometemos, para planear como no dejarse vencer por esa debilidad. Y el tercer examen por la noche, acerca de todo el día, analizando las palabras, los pensamientos, las obras y las omisiones de esas 12 horas.

Esos tres exámenes le fueron llevando a una gran exactitud en el cumplimiento de sus deberes de cada día. Para recordar frecuentemente que iba a morir y que tendría que rendir cuentas a Dios, se consiguió un ataúd y en el dormía varias noches cada semana. Y el tiempo restante lo tenía lleno de almohadas que semejaban un cadáver para recordar lo que le esperaba al final de la vida.

Se propuso cumplir aquel mandato de Jesús: “Quien desea seguirme que se niegue a sí mismo”. Y desde muy niña empezó a mortificarse en la comida, en el beber y dormir. En el comedor colocaba una canastita debajo de la mesa y se servía en cantidades iguales a todos los demás pero, sin que se dieran cuenta, echaba buena parte de esos alimentos en el canasto, y los regalaba después a los pobres. Uno de los sacrificios que más la hacían sufrir era no tomar ninguna bebida en los días de mucho calor. Pero la animaba a esta mortificación el pensar en la sed que Jesús tuvo que sufrir en la cruz. Se colocaba en la cabeza una corona de espinas mientras rezaba el rosario. Muchísimos rosarios los rezó con los brazos en cruz.

Como sacrificio se propuso no salir de su casa sino al templo y cuando alguna persona tuviera alguna urgente necesidad de su ayuda. Así que el resto de su vida estuvo recluida en su casa. Solamente la veían salir cada mañana a la Santa Misa, y volver luego a vivir encerrada dedicada a las lecturas espirituales, a la meditación, a la oración, al trabajo y a ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores.

Se propuso llenar todos sus días de frecuentes actos de amor a Dios. Cada día rezaba 12 Salmos de la S. Biblia. Ayunaba frecuentemente. María recibió de Dios el don de consejo y así sucedía que los consejos que ella daba a las personas les hacían inmenso bien. También le dio a conocer Nuestro Señor varios hechos que iban a suceder en lo futuro, y así como ella los anunció, así sucedieron (incluyendo la fecha de su muerte, que según anunció sería un viernes 26). Tenía un don especial para poner paz entre los que se peleaban y para lograr que ciertos pecadores dejaran su vida de pecado.

A un sacerdote muy sabio pero muy vanidoso le dijo después de un brillantísimo sermón: “Mire Padre, que Dios lo envió a recoger almas para el cielo, y no a recoger aplausos de este suelo”. Y el padrecito dejó de buscar la estimación al predicar. En una enfermedad le sacaron sangre y la muchacha de servicio echó en una matera la sangre que le habían sacado a Mariana, y en esa matera nació una bellísima azucena. Con esa flor la pintan a ella en sus cuadros. Y azucena de pureza fue esta santa durante toda su vida.

Sucedieron en Quito unos terribles terremotos que destruían casas y ocasionaban muchas muertes. Un padre jesuita dijo en un sermón: – “Dios mío: yo te ofrezco mi vida para que se acaben los terremotos”. Pero Mariana exclamó: – “No, señor. La vida de este sacerdote es necesaria para salvar muchas almas. En cambio yo no soy necesaria. Te ofrezco mi vida para que cesen estos terremotos”. La gente se admiró de esto. Y aquella misma mañana al salir del templo ella empezó a sentirse muy enferma. Pero desde esa mañana ya no se repitieron los terremotos.

Una terrible epidemia estaba causando la muerte de centenares de personas en Quito. Mariana ofreció su vida y todos sus dolores para que cesara la epidemia. Y desde el día en que hizo ese ofrecimiento ya no murió más gente de ese mal allí. Por eso el Congreso del Ecuador le dio en el año 1946 el título de “Heroína de la Patria”. Acompañada por tres padres jesuitas murió santamente el viernes 26 de mayo de 1645. Desde entonces los quiteños le han tenido una gran admiración. Su entierro fue una inmensa ovación de toda la ciudad. Y los continuos milagros que hizo después de su muerte, obtuvieron que el Papa Pío IX la declarara beata y el Papa XII la declarara santa.



25 mayo, 2011

San Gregorio VII, Papa

Oh, San Gregorio VII, Papa;
vos sois el hijo del Dios de la
vida, aquél que brillo disteis
a “Hildebrando” y “Gregorio”,
vuestros nombres, haciendo de
“espada” y “vigilante” de la fe
de Nuestra Santa Madre Iglesia;
la vieja costumbre desterrando
de la simonía y, luchando contra
reyezuelos herejes e impíos con
la fuerza de la fe y la verdad.
“He amado la justicia y odiado
la iniquidad. Por eso muero en
el destierro”, dijisteis, antes
de partir a la Pastura Eterna
para coronado ser de plena luz.
A vos pues, grande deuda tenemos
como Iglesia de Cristo, pues Él,
libre la hizo, eterna y fuente
de verdad pura y de vida eterna;
Oh, San Gregorio VII, Papa.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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25 de Mayo
San Gregorio VII
Pontífice
Año 1085

San Gregorio VII

“Valeroso defensor de nuestra santa religión: pídele a Dios que todos los sacerdotes y obispos sean personas verdaderamente dignas y santas. Más te ama el que te corrige tus defectos, que el que te alaba por lo que no vale la pena”. (Proverbios)

Se llamaba Hildebrando, nombre que en Alemán significa “Espada del batallador”. Al ser elegido Papa, cambió su nombre por el de Gregorio, que significa: “el que vigila”. Nació de padres muy pobres en la provincia de Toscana en Italia. Muy joven fue llevado a Roma por un tío suyo que era superior de un convento de esa ciudad. Y allí le costeó los estudios, que hizo muy brillantemente, hasta el punto que uno de sus profesores exclamó que nunca había conocido una inteligencia igual. Uno de sus profesores, el P. Juan Gracián estimaba tanto a su discípulo, que cuando lo eligieron Papa con el nombre de Gregorio VI, nombró a Hildebrando como secretario.

Después de la muerte del Papa Gregorio VI, Hildebrando se fue de monje al famoso monasterio de Cluny, donde tuvo por maestros a dos grandes santos: San Odilón y San Hugo. Ya pensaba pasar el resto de su vida como monje, cuando al ser elegido Papa San León XI, que lo estimaba muchísimo, lo hizo irse a Roma y lo nombró ecónomo del Vaticano, y Tesorero del Pontífice.

Y desde entonces fue el consejero de confianza de cinco Sumos Pontífices, y el más fuerte colaborador de ellos en la tarea de reformar la Iglesia y llevarla por el camino de la santidad y de la fidelidad al evangelio.

Durante 25 año se negó a ser Pontífice, pero a la muerte del Papa Alejandro II, mientras Hildebrando dirigía los funerales, todo el pueblo y muchísimos sacerdotes empezaron a gritar: “¡Hildebrando Papa, Hildebrando Papa!” – El quiso subir a la tarima para decirles que no aceptaba, pero se le anticipó un obispo, el cual con sus elocuentes elogios convenció a los presentes de que por el momento no había otro mejor preparado para ser elegido Sumo Pontífice. El pueblo se apoderó de él casi a la fuerza y lo entronizó en el sillón reservado al Papa. Y luego los cardenales confirmaron su nombramiento diciendo: “San Pedro ha escogido a Hildebrando para que sea Papa”.

Un arzobispo le escribió diciéndole: “En ti están puestos los ojos de todo el pueblo. El pueblo cristiano sabe los grandes combates que has sostenido para hacer que la Iglesia vuelva a ser santa y ahora espera oír de ti grandes cosas”. Y esa esperanza no se vio frustrada.

San Gregorio se encontró con que en la Iglesia Católica había desórdenes muy graves. Los reyes y gobernantes nombraban los obispos y párrocos y los superiores de conventos y para estos puestos no se escogía a los más santos sino a los que pagaban más y a los que les permitían obedecerles más ciegamente. Y sucedió entonces que a los altos puestos de la Iglesia Católica llegaron hombres muy indignos de tales cargos, y que tenían una conducta verdaderamente desastrosa. Muchos de estos ya no observaban el celibato (la obligación de mantenerse solteros y conservando la virtud de la pureza) y vivían en unión libre y varios hasta se casaban públicamente. Y los gobernantes seguían nombrando gente indigna para los cargos eclesiásticos.

Y fue aquí donde intervino Gregorio VII con mano fuerte. Empezó destituyendo al arzobispo de Milán pues lo habían nombrado para ese cargo porque había pagado mucho dinero (simonía se llama este pecado). Luego el Papa reunió un Sínodo de obispos y sacerdotes en Roma y decretó cosas muy graves. Lo primero que hizo este pontífice fue quitar a todos los gobernantes el derecho a las investiduras, que consistía en que por el sólo hecho de que un jefe de gobierno le diera a un hombre el anillo de obispo o el título de párroco ya el otro quedaba investido de ese poder y podía ejercer dicho cargo. El Papa Gregorio decretó que a los obispos los nombraba el Papa y a los párrocos, el obispo y nadie más. Y decretó que todo el que se atreviera a nombrar a un obispo sin haber tenido antes el permiso del Sumo Pontífice quedaba excomulgado (o sea, fuera de la Iglesia Católica) y la misma pena o castigo decretó para todo el que sin ser obispo se atreviera a nombrar a alguien de párroco.

Estos decretos produjeron una verdadera revolución de todas partes. Todos los que habían sido nombrados obispos o párrocos superiores de comunidades por los gobernantes civiles sintieron que iban a perder sus cargos que les proporcionaban buenas ganancias económicas y muchos honores ante las gentes, y protestaron fuertemente y declararon que no obedecerían al Pontífice. Y los gobernantes civiles sí que se sintieron más, porque perdían la ocasión de ganar mucho dinero haciendo nombramientos.

El primero en declarase en revolución contra el Papa fue el emperador Enrique IV de Alemania que ganaba mucho dinero nombrando obispos y párrocos. Enrique declaró que no obedecería a Gregorio VII y que se declaraba contra sus mandatos. Pero al Papa no le temblaba la mano y decretó enseguida que Enrique quedaba excomulgado, y envió un mensaje a los ciudadanos de Alemania declarando que ya no les obligaba obedecer a semejante emperador. Esto produjo un efecto fulminante. En toda la nación empezó a tramarse una revolución contra Enrique y éste se sintió que iba a perder el poder.

Cuando Enrique IV se sintió perdido se fue como humilde peregrino a visitar al Papa, que estaba en el castillo de Canossa, y allá, vestido de penitente, estuvo por tres días en las puertas, entre la nieve, suplicando que el Sumo Pontífice lo recibiera y lo perdonara. Gregorio VII sospechaba que eso era un engaño hipócrita del emperador, para no perder su puesto, pero fueron tantos los ruegos de sus amigos y vecinos que al fin lo recibió, le oyó su confesión, le perdonó y le quitó la excomunión.

Y apenas Enrique se sintió sin la excomunión se volvió a Alemania y reunió un gran ejército y se lanzó contra Roma y se tomó la ciudad. El Papa quedó encerrado en el Castillo de Santángelo, pero a los pocos días llegó un ejército católico al mando de Roberto Guiscardo, lo sacó de allí y lo hizo salir de la ciudad. El Papa tuvo que irse a refugiar al Castillo de Salerno.

Mientras los enemigos del Santo Pontífice parecían triunfar por todas partes, a Gregorio le llegó la muerte, el 25 de mayo del año 1085. Sus últimas palabras que se han hecho famosas fueron: “He amado la justicia y odiado la iniquidad. Por eso muero en el destierro”.

Cuando él murió parecía que sus enemigos habían quedado vencedores, pero luego las ideas de este gran Pontífice se impusieron en toda la Iglesia Católica y ahora es reconocido como uno de los Papas más santos que ha tenido nuestra santa religión. Un hombre providencial que libró a la Iglesia de Cristo de ser esclavizada por los gobernantes civiles y de ser gobernada por hombres indignos.


24 mayo, 2011

Santa María Auxiliadora


Oh, Santa María Auxiliadora; Vos sois,
la Santa Madre del Redentor. “Boetéia”,
Auxiliadora, por que Vos, del cielo los
auxilios traes, a vuestros hijos viendo,
que sufren y os claman desde este valle.


“Auxiliadora de los que rezan, exterminio
de los malos espíritus y ayuda de los que
somos débiles”. “Rezad también por quienes
os gobiernan y por la tierra donde vivís”,
Melone, el poeta decía, y, Juan Damasceno
Santo: “María Auxiliadora, por nosotros
rogad; porque, vos sois auxilio para la
salvación conseguir. Auxiliadora para los
peligros evitar y en la hora de la muerte”.


“Vos sois, Auxiliadora; oh, María Poderosa,
de los pobres; valiente Auxiliadora contra
los enemigos de la fe; Auxiliadora de los
ejércitos que la Patria defienden; Auxiliadora
de los gobernantes para conseguir bienestar;
Auxiliadora del humilde pueblo que, Vuestra
ayuda necesita”; decía, San Germán, Obispo,
y, equivocado jamás estuvo, porque Vos Señora
Nuestra, escucháis los ruegos nuestros.


Ya, en Lepanto, cumplisteis Vos, dándonos
grande victoria, y Pío V Papa, en Roma os
agradecía, el Rosario Santo rezando y osó
más adelante, cierto emperador a mediros
en “combate”, pero, hacer nada pudo, frente
a Vos, Señora Nuestra, y Pío VII, a la Casa
de Pedro volvió, y, desde aquél veinticuatro
de Mayo, en honor a Vos, vuestra fiesta es
con justicia plena y Divina, por vuestro amor.


San Juan Bosco, fidelísimo siervo Vuestro, nos
pide: “Propagad la devoción a María Auxiliadora
y veréis lo que son milagros”. ¡Qué maravilla
es!. “La que trae auxilios venidos del cielo”;
oh, Santa María Auxiliadora, ¡Madre de todos!.

© 20110 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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24 de Mayo
María Auxiliadora


Historia de la devoción a María Auxiliadora en la Iglesia Antigua.

Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma, el griego, se dice con la palabra “Boetéia”, que significa “La que trae auxilios venidos del cielo”.

Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama “Auxilio potentísimo” de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: “La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto”. San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen “Auxiliadora de los que sufren” y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquella imagen de la “Auxiliadora de los enfermos” se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo.

El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María “Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles” e insiste en que recemos para que Ella sea también “Auxiliadora de los que gobiernan” y así cumplamos lo que dijo Cristo: “Dad al gobernante lo que es del gobernante” y lo que dijo Jeremías: “Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien”.

En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: “María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo”. San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: “María Auxiliadora rogad por nosotros”. Y repite: “La “Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte”.

San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: “Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda”.

La batalla de Lepanto

En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras. Y ellos a donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio llamado el Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88,000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran todos barcos de vela o sea movidos por el viento. Pero luego – de manera admirable – el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato derrotaron por completo a sus adversarios.

Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario. En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.

El Papa y Napoleón

El siglo pasado sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: “Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica”. Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: “Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados”, vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.

San Juan Bosco y María Auxiliadora

El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores de la Madre de Dios. Su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo limosna. La Sma. Virgen se le había aparecido en sueños mandándole que adquiriera “ciencia y paciencia”, porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora.

Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”. Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha llegado a ser una de las más populares.

San Juan Bosco decía: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros” y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. El decía que los que dicen muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores del cielo.


23 mayo, 2011

San Juan Bautista Rossi


Oh, San Juan Bautista Rossi, vos
sois el hijo del Dios de la vida
y aceptasteis el mortificaros y
el sufrir y el trabajar cada día,
haciendo el bien a cada instante
y en cada momento, sumando a ello
vuestra infinita paciencia, con
todos, de especial manera con los
pobres, enfermos y abandonados, a
quienes amabais con piedad y amor,
y les enseñabais el catecismo y los
preparabais para los sacramentos
recibir. “Antes yo me preguntaba
cuál sería el camino para lograr
llegar al cielo y salvar muchas almas.
Y he descubierto que la ayuda que
yo puedo dar a los que se quieren
salvar es: confesarlos. Es increíble
el gran bien que se puede hacer en
la confesión”, dijisteis vos a un
amigo vuestro y aquella labor no
la dejasteis nunca más pues, como
abejas atraídas a un panal, así los
penitentes acudían ante vos, para
absueltos ser de sus pecados y cada
penitente rebosante de alma pura, a
otras tantas traía, para amistarlas,
con Dios. Confesabais y predicabais
a presos y carceleros; a enfermos,
pobres, desamparados y niños de la
calle y comunes pecadores y todos os
rendían ante vuestros consejos y
palabras de amor. Para ellos habíais
venido al mundo, y por ellos, vuestra
vida entregasteis al Padre; quien con
justicia plena, os coronó con corona
de luz y eternidad, Santo Confesor;
oh, San Juan Bautista Rossi, “puro amor”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de Mayo
San Juan Bautista Rossi
Confesor
(Año 1764)

Nació en 1698, en un pueblecito cerca de Génova (Italia). Cuando tenía diez años, fueron a su pueblo dos esposos muy piadosos a veranear y al ver lo piadoso y bueno que era el muchachito, pidieron permiso a sus padres para llevarlos a su casa de Génova y educarlo allá. Y sucedió que a la casa de estos esposos iban frecuentemente de visita unos padres capuchinos a pedir ayuda para los pobres y estos religiosos le dieron recomendaciones tan laudatorias del buen joven al Padre Provincial que éste lo recomendó a un Canónigo de Roma el cual lo llevó a estudiar a la ciudad eterna.

En el Colegio Romano hizo estudios con gran aplicación, ganándose la simpatía de sus profesores y compañeros, y fue ordenado sacerdote, a los 23 años. Leyó un libro algo exagerado que recomendaba hacer penitencias muy fuertes, y se dedicó a mortificarse en el comer, en el beber y en el dormir, tan exageradamente que le sobrevino una depresión nerviosa que lo dejó varios meses sin poder hacer nada. Logró rehacer sus fuerzas, pero de ahí en adelante tuvo siempre que luchar contra su mala salud.

Y aprendió que la mejor mortificación es aceptar los sufrimientos y trabajos de cada día, y hacer bien en cada momento lo que tenemos que hacer y tener paciencia con las personas y las molestias de la vida, en vez de andar dañándose la salud con mortificaciones exageradas. Desde cuando era seminarista sentía una gran predilección por los pobres, los enfermos y los abandonados. El Sumo Pontífice había fundado un albergue para recibir a las personas que no tenían en dónde pasar la noche, y allá fue por muchos años el joven Juan Bautista a atender a los pobres y necesitados y a enseñarles el catecismo y prepararlos para recibir los sacramentos. Se llevaba varios compañeros más, sobre los cuales él ejercía una gran influencia.

También le agradaba irse por las madrugadas a la Plaza de mercado a donde llegaban los campesinos a vender sus productos. Allí enseñaba catecismo a los niños y a los mayores y preparó a muchos para hacer la confesión y recibir la Primera Comunión.

Los primeros años de su sacerdocio no se atrevía casi a confesar porque le parecía que no sabría dar los debidos consejos. Pero un día un santo Obispo le pidió que se dedicara por algún tiempo a confesar en su diócesis. Y allí descubrió Juan Bautista que este era el oficio para el cual Dios lo tenía destinado. Al volver a Roma le dijo a un amigo: “Antes yo me preguntaba cuál sería el camino para lograr llegar al cielo y salvar muchas almas. Y he descubierto que la ayuda que yo puedo dar a los que se quieren salvar es: confesarlos. Es increíble el gran bien que se puede hacer en la confesión”.

Se fue a ayudar a un sacerdote en un templo a donde acudían muy pocas personas. Pero desde que comenzó Rossi a confesar allí, el templo se vio frecuentado por centenares y centenares de penitentes que venían a ser absueltos de sus pecados. Cada penitente le traía otras personas para que se confesaran con él y las conversiones que se obraban eran admirables.

El Sumo Pontífice le encomendó el oficio de ir a confesar y a predicar a los presos en las cárceles y a los empleados que dirigían las prisiones. Y allí consiguió muchas conversiones. De todas partes lo invitaban para que fuera a confesar enfermos, presos y gentes que deseaban convertirse. A muchos sitios tenía que ir a predicar misiones y obtenía del cielo numerosas conversiones. En los hospitales era estimadísimo confesor y consolador de los enfermos. Sus amigos de siempre fueron los pobres, los desamparados, los enfermos, los niños de la calle y los pecadores que deseaban convertirse. Para ellos vivió y por ellos desgastó totalmente su vida.

El se mantenía siempre humilde y listo a socorrer a todo el que le fuera posible. El 23 de mayo del año 1764, sufrió un ataque al corazón y murió a la edad de 66 años. Su pobreza era tal que el entierro tuvieron que costeárselo de limosna. La estimación por él en Roma era tan grande que a su funeral asistieron 260 sacerdotes, un arzobispo, muchos religiosos e inmenso gentío. La misa de réquiem la cantó el coro pontificio de la Basílica de Roma.

Todo el bien que habéis hecho a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo habéis hecho. (Jesucristo).


22 mayo, 2011

Santa Rita de Casia




Oh Santa Rita de Casia, vos sois
la hija del Dios de la vida y la
misma en la que, Aquél que todo
lo ve, haceros quiso su gloria y
lo hizo, porque como vos sabéis
para Él, no hay imposibles y así,
a encumbraros llegasteis como la
más humilde, milagrosa y piadosa
Santa de los imposibles y de los
sin esperanza mediadora y de los
necesitados Patrona santa; amor
dando siempre, en imitación fecunda
de vuestros amorosos Maestros:
Jesús y de su llaga en vuestra
frente Santa y de María, humilde,
pura, paciente y mortificada y
compasiva; al cielo volasteis, y
nunca más repetiríais: “Oh amado
Jesús, aumentad mi paciencia en
la medida que mis sufrimientos
aumentaren”, porque ya habíais
alcanzado la cumbre de la montaña
celeste; y ahora mismo convivís
con San Juan Bautista, San Agustín,
y San Nicolás, amigos favoritos
vuestros, coronada toda de luz;
Oh, Santa Rita de Casia; ¡aleluya!.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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22 de Mayo
Santa Rita de Casia
Santa de lo Imposible
(1457)

Oración
Santa de lo Imposible


Oh Santa Patrona de los necesitados, Santa Rita, cuyas plegarias ante el Divino Señor son casi irresistibles, quien por la generosidad en otorgar favores has sido llamada Mediadora de los sin esperanza e incluso de lo Imposible; Santa Rita, tan humilde, tan pura, tan mortificada, tan paciente y de tan compasionado amor por Jesus Crucificado que podrías obtener de El cualquier cosa que le pidas.

A cuenta de esto recurrimos confiados a ti, esperando, si no siempre alivio, al menos consuelo. Se favorable a nuestra petición, mostrando el poder de Dios a nombre de este/a suplicante, se generosa con nosotros, como lo has sido en tantos casos maravillosos, para la más grande gloria de Dios, por la divulgación de tu propia devocion, y por el consuelo de aquellos que confian en ti. Prometemos, si nuestra peticion es concedida, glorificar tu nombre, informando del favor concedido, para bendecir y cantar tus alabanzas por siempre. Confiando entonces en los meritos y poder ante el Sagrado Corazon de Jesús, te rogamos:

(Mencione ahora su petición)

Obten para nosotros nuestra petición
Por los singulares méritos de tu infancia,
Por la perfecta union con la Divina Voluntad,
Por los heroicos sufrimientos durante tu vida de casada,
Por el consuelo que experimentaste con la conversión de tu esposo,
Por el sacrificio de tus niños antes de verlos ofender gravemente a Dios,
Por tu milagrosa entrada al Convento,
Por las austeras penitencias y las sangrientas ofrendas tres veces al día.
Por el sufrimiento causado por la herida que recibiste con la espina del Salvador Crucificado;
Por el amor divino que consumio tu corazón,
Por la notable devoción al Sagrado Sacramento, con el cual exististe por cuatro años, Por la felicidad con la cual partiste de tus pruebas para reunirte con el Divino Esposo,
Por el ejemplo perfecto que diste a la gente de cada estado de vida. Santa de lo Imposible.

Oremos: Oh Dios, Quien en tu infinita ternura has sido bondadoso para escuchar la plegaria de Tu sierva, Santa Rita, y otorgas a su súplica lo que es imposible a la vista, conocimiento y esfuerzos, en recompensa de su compasionado amor y firme confianza en Tu promesa, ten piedad en nuestra adversidad y socorrenos en nuestras calamidades, que el no creyente pueda saber que Tu eres la recompensa del humilde, la defensa de los sin esperanza, y la fuerza de aquellos que confian en Ti, a traves de Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Ruega por nosotros , Oh Sagrada Santa Rita, para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

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Historia

Por siglos Santa Rita de Casia (1381-1457) ha sido una de las Santas más populares en la Iglesia Catolica. Ella es conocida como la ” Santa de lo Imposible ” por sus impresionantes respuestas a las oraciones, como también por los notables sucesos de su propia vida.

Santa Rita queria ser monja, pero por obedecer a sus padres, se casó. Su esposo le causo muchos sufrimientos, pero ella devolvió su crueldad con oración y bondad. Con el tiempo él se convirtió, llegando a ser considerado y temeroso de Dios. Pero Santa Rita tuvo que soportar un gran dolor cuando su esposo fue asesinado.

Santa Rita descubrió después que sus dos hijos estaban pensando en vengar el asesinato del padre. Ella temía que pusieran sus deseos en efecto de acuerdo con la maliciosa costumbre de la Venganza. Con un amor heroico por sus almas, ella le suplicó a Dios que se los llevara de esta vida antes de permitirlos cometer este gran pecado. No mucho tiempo más tarde ambos murieron después de preparse para encontrarse con Dios.

Sin su esposo e hijos, Santa Rita se entregó a la oración, penitencia y obras de caridad. Después de un tiempo ella aplicó para ser admitida al Convento Agustiniano en Casia. Ella no fue aceptada, pero después de orarle a sus tres especiales santos patronos – San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolas de Tolentino – milagrosamente entró al convento y fue permitida a quedarse. Esto sucedio alrededor del año 1411.

En el convento, la vida de Santa Rita fue marcada por su gran caridad y severas penitencias. Sus oraciones obtuvieron para otros, curas notables, liberación del demonio y otros favores especiales de Dios para que ella pudiera compartir en el dolor de Su Corona de Espinas, Nuestro Señor dio a Santa Rita una herida de espina en su frente. Fue muy dolorosa y expelía un olor desagradable, pero ella lo considaraba una gracia divina. Ella oraba “Oh amado Jesus, aumenta mi paciencia en la medida que aumentan mis sufrimientos”. La herida duró por el resto de su vida.

Santa Rita fallecio un Mayo 22, 1457 a la edad de 76 años. La gente se agolpó al convento a pagar sus últimos respetos. Innumerables milagros tuvieron lugar a traves de su intercesion, y la devoción hacia ella se extendió a lo largo y a lo ancho. El cuerpo de Santa Rita fue conservado perfecto por varios siglos, y a veces daba una fragrancia dulce. En la ceremonia de beatificacion, el cuerpo de la Santa se elevó y abrió sus ojos.

Dios ha escuchado las oraciones de Santa Rita por otros en innumerables ocasiones, y ciertamente ella estará feliz de inteceder una vez más, a nombre de aquellos que le ruegan a ella ahora – para continuar percibiendo la verdad de su gran nombre.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Rita_de_Casia_5_22.htm)

21 mayo, 2011

Santa María Magdalena de Pazzi



Oh, Santa María Magdalena de Pazzi;
vos sois la hija del Dios de la vida,
aquella santa mujer, que eligió tras
las huellas de vuestras palabras : “No
morir, sino sufrir”. “Ni morir ni curar,
sino vivir para sufrir”; vivir, y así
llevasteis vos misma, las llagas de
Cristo, por el resto de vuestra vida;
y escuchasteis a Pablo, a través del
Sacerdote que os imponía la Santísima
Cruz, que os decía: “A mí líbreme
Dios de gloriarme en cualquier otra
cosa que no sea la Cruz de Jesucristo”,
y vos, jamás dejasteis vuestro amor
por Él, y le pedíais diciéndole: “Oh,
Jesús mío: concédeme palabras eficaces
para al mundo convencer de que Vuestro
amor, es grande y verdadero y que
nuestro egoísmo es engañoso y tramposo”,
En “Contemplaciones”, nos legasteis
terrones de dulces párrafos, que vos
misma gozáis ahora, coronada de luz;
oh, Santa María Magdalena de Pazzi.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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21 de Mayo
Santa María Magdalena de Pazzi,
Religiosa
(Año 1607)

Nació en Florencia, Italia, en el año 1556, de la familia Pazzi que dio a la nación famosos políticos y militares y a la Iglesia Católica una de sus más grandes santas. Su padre era gobernador y la internó desde muy pequeña en un convento de monjas. Allí se encariñó grandemente con las prácticas de piedad y con la vida de retiro y espiritualidad.

Era muy hermosa y de muy amable trato, y su familia la quería casar con alguno de la alta clase social, pero la jovencita demostraba tan grande inclinación a la vida religiosa que tuvieron que permitirle que se fuera a un convento.

Escogió el convento de las Carmelitas porque allá le permitían comulgar con frecuencia. Hizo sus tres votos o juramentos de pobreza, castidad y obediencia antes que las demás novicias, porque le llegó una grave enfermedad que la llevó casi a las puertas de la muerte.

Una frase que le impresionó mucho fue aquella de San Pablo que le dijo el sacerdote el día en que le colocó el crucifijo que llevan las religiosas: “A mí líbreme Dios de gloriarme en cualquier otra cosa que no sea la cruz de Jesucristo”. Desde ese día se llenó de un inmenso deseo de sufrir por amor a Jesús.

Cuando la transportaban a la enfermería después de hacer sus tres votos, Magdalena tuvo su primer éxtasis que le duró más de una hora. Su rostro apareció ardiente, y deshecha en lágrimas sollozaba y repetía: “Oh amor de Dios que no eres conocido ni amado: ¡cuán ofendido estás!”. En los siguientes cuarenta días tuvo inmensas consolaciones espirituales y recibió gracias extraordinarias.

Los especialistas dicen que cuando un alma se consagra totalmente al servicio de Dios, el Señor le concede al principio muy agradables consolaciones espirituales, a fin de prepararle para los grandes sufrimientos y las terribles pruebas que vendrán después. Luego les llegan días de tinieblas interiores para acabar con todo rastro de egoísmo y llenar el alma de humildad y para convencerse de la gran necesidad que tienen de la ayuda de Dios. Así le sucedió a nuestra santa.

Dios le mostró las inmensas ventajas que consiguen para su alma y para la santificación de otras personas, quienes sufren con paciencia. Y desde entonces fue creciendo sin cesar su deseo de sufrir por Cristo y por la conversión de los pecadores. A una religiosa que le preguntaba cómo podía soportar sus dolores sin proferir ni una sola palabra de impaciencia, le respondió: “Pensando y meditando en los sufrimientos que Jesucristo padeció en su santísima Pasión y muerte. Quien mira las heridas de Jesús crucificado y medita en sus dolores, adquiere un gran valor para sufrir sin impacientarse y todo por amor a Dios”.

Santa María Magdalena de Pazzi escogió un lema o programa de vida que se ha hecho famoso. Decía así: “No morir, sino sufrir”. “Ni morir ni curar, sino vivir para sufrir”. Y repetía “Oh, si la gente supiera cuán grandes son los premios que se ganan sufriendo por amor a Jesucristo, todos aceptarían con verdadero gozo sus sufrimientos, por grandes que sean”.

Después de uno de sus éxtasis contaba: “Vi el amor inmenso que nos tiene Nuestro Señor y vi también que las almas que ofrecen sus sufrimientos uniéndolos a los sufrimientos de Cristo se vuelven inmensamente hermosas. ¡Oh, si las gentes supieran lo mucho que ganan cuando ofrecen a Dios sus padecimientos!”.

En medio de su éxtasis hablaba con un ser invisible, y abrazando su crucifijo, con rostro brillante exclamaba: “Oh Jesús mío: concédeme palabras eficaces para convencer al mundo de que tu amor es grande y verdadero y que nuestro egoísmo es engañoso y tramposo”.

Y en sus conversaciones buscaba siempre almas que quisieran dedicar su vida entera a amar a Jesucristo y ofrecer por El todos los sufrimientos de cada día y de cada hora, con todo el amor de su espíritu.
Le aparecieron en sus manos y en pies los estigmas o heridas de Cristo Crucificado. Le producían dolores muy intensos, pero ella se entusiasmaba al poder sufrir más y más por hacer que Cristo fuera más amado y más obedecido y por obtener que más almas se salvarán.

Tres religiosas, encargadas por el director espiritual escribían lo que ella iba diciendo, especialmente las revelaciones que recibía durante su éxtasis. Y de todo esto salió el libro titulado “Contemplaciones”, que llegó a ser un verdadero tratado de teología mística. San Alfonso de Ligorio apreciaba inmensamente este libro y en sus obras lo cita muchísimas veces.

Martirizada en su cuerpo por heridas dolorosísimas, cuando los dolores se volvían insoportables, ella pedía valor al Señor diciéndole: “Ya que me has dado el dolor, concédeme también el valor”. Y recibía fuerzas sobrenaturales para seguir sufriendo sin impacientarse ni quejarse.

Además de los dolores físicos le llegó lo que los santos llaman “La noche oscura del alma”. Una cantidad impresionante de tentaciones impuras. Sentimientos de tristeza y desgano espiritual. Falta de confianza y de alegría. Sufría de violentos dolores de cabeza y se paralizaba frecuentemente. La piel se le volvía tan sensible que el más leve contacto le producía una verdadera tortura. Pero en medio de tantos suplicios seguía repitiendo: “Ni sanar ni morir, sino vivir para sufrir”.

Veía el futuro y leía los pensamientos. A Alejandro de Médicis le dijo que un día sería Sumo Pontífice pero que duraría poco en el cargo, y así sucedió. Se bilocaba, o sea se aparecía a gentes que estaban muy distantes y les llevaba mensajes. Curó varios enfermos. Los viernes sufría varios de los dolores que Cristo padeció el Viernes Santo. Y repetía siempre: “Señor: ¡hágase tu santa voluntad!”.

El 25 de mayo del año 1607, al morir quedó bella y sonrosada. Tenía apenas 41 años. Su cuerpo se conserva todavía incorrupto en el convento carmelita de Florencia donde pasó su vida.